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domingo, 11 de abril de 2010

La verdad sobre el caso Pagola

Por José I. González Faus sj
Publicado por Cristianisme I Justícia

Me permito plagiar el famoso título de J. A. Mendoza para dar un poco de humor a las cuatro reflexiones que siguen y que no pueden hacerse sin mucha tristeza.

1.- La historia es maestra de la vida. Y, sin entrar a juzgar personas, el teólogo o el historiador de la Iglesia saben que en más de una ocasión los obispos (o grupos de ellos) han caído en herejía. Cuando el concilio de Nicea, por ejemplo, la mayoría de los obispos eran arrianos y fue la fe del pueblo la que salvó a la Iglesia.

Por qué eran arrianos aquellos obispos del siglo IV, es fácil de explicar: el arrianismo salvaba la superioridad absoluta de la autoridad suprema (Dios en el cielo y sus representantes políticos o eclesiásticos en la tierra) mucho mejor que una doctrina trinitaria en la que se confiesa la absoluta igualdad entre la Fuente Última del ser (a la que llamamos Dios Padre), y los otros modos del ser divino que de Él proceden (y a los que nuestro pobre lenguaje califica como “Palabra” -o Hijo- y Espíritu de Dios).

Después volveremos sobre esto. Ahora vamos a asomarnos a la polémica en torno al libro de José Antonio Pagola (Jesús: una aproximación histórica).

2.- Mucha gente está desconcertada hoy por lo ocurrido con ese libro. A la sorpresa por la condena teológica de una obra que ha acercado tanta gente a Jesús y que es sólo un libro histórico (donde, además, nada atenta contra la fe cristiana), se añade la obstinación y dureza contra un buen hijo de la Iglesia, que evocan la máxima de los antiguos inquisidores hispánicos en el proceso contra María Cazalla: si de las torturas se sigue alguna lesión o incluso la muerte “a culpa de ella sea y no de sus mercedes los reverendos inquisidores”. Hoy eso se ha suavizado gracias a Dios y no acuso de ello a los censores de Pagola. Pero en cambio, escandaliza el procedimiento de presionar en secreto a una editorial, en vez de dar la cara evangélicamente.

Y, sin embargo, los obispos que así condenan parten de algo muy respetable y preciso para la identidad cristiana: la confesión de la divinidad de Jesús. Hasta aquí coincidimos.

Pero a partir de ahí dan un sonoro paso en falso en mi modesta opinión. Sin permitir que Jesús nos revele algo del ser de Dios (que ellos ya creen conocer) deducen que, si Jesús era Dios, debía ser de esta y esta manera como hombre. Con esta lógica, imaginan al hombre Jesús como una especie de “hombre divino” (o de “superman” para decirlo con una palabra más nuestra).

Pues bien: contra este modo de concebir al hombre Jesús fue escrito el evangelio de Marcos ya en el siglo I, lo cual permite comprender lo fácil y comprensible de esa tentación (ésta fue la tentación de muchos paganos piadosos que se convertían al cristianismo). Contra este modo de ver escribió san Agustín una célebre frase (hablando de los magos, si no recuerdo mal): “vieron al hombre y adoraron a Dios. Lo que les ocurre a los censores de Pagola es que quieren “ver” a Dios o algo de lo que ellos imaginan como divino, para adorarle.

Contra este modo de proceder también escribió Lutero una página memorable en su comentario a los gálatas, donde viene a decir que no hemos de imaginarnos una especie de superman en especulaciones sobre la Trascendencia: pues eso no sería más que “la sabiduría del mundo que no conoce a Dios” (1 Cor 1,21). Hay que comenzar por donde Él comenzó: en el vientre de una mujer, naciendo, en los pechos de su madre, padeciendo como todos… y hasta sintiéndose abandonado de Dios. Y después decir estremecidos: ¡éste es Dios! Y adorarle.

Naturalmente, cuando se hace sobre Jesús una investigación puramente histórica, no se encuentra nunca a un “hombre divino”. Por eso creen los obispos censores que la investigación histórica no resulta compatible con la fe de la Iglesia.

3.- O, dicho lo mismo con otras palabras: la fe de la Iglesia confiesa que Jesús es “consustancial a Dios” y “consustancial a nosotros”. La palabra consustancial no es muy de hoy aunque la conocemos por el Credo (“de la misma naturaleza”): igual en todo a nosotros (salvo en el pecado que no pertenece a nuestro ser humano sino que es más bien la fuerza destructora de nuestro ser). Pero la enseñanza de la Iglesia añade que esas dos afirmaciones (consustancial al Padre y consustancial a nosotros) han de hacerse “simultáneamente” y “sin separarlas”.

Cuando la afirmación no es simultánea sino que da prioridad a una de las dos afirmaciones, la otra peligra siempre. Y, en el caso que ahora nos ocupa, comenzar sólo por la consustancialidad de Jesús con el Padre lleva siempre a negar la consustancialidad (o plena igualdad) de Jesús con nosotros. A lo más se le confesará igual a nosotros en el cuerpo (cosa que también negaban algunos en los comienzos del cristianismo), pero no podrá ser consustancial a nosotros en todo eso que hoy llamamos el psiquismo humano.

La forma más suave de esta línea herética (suave, pero también heterodoxa) es llamada técnicamente monofisismo. Su modo de concebir a Dios la lleva a pensar que, para afirmarse y para estar presente, Dios necesita quitar espacio a lo humano. De esta manera se afirma un Dios que parece más de acuerdo con nuestra forma espontánea de pensar; pero que evita aquello que proclamaba san Pablo como intrínseco a la revelación del Dios cristiano: que es una locura para los que piensan (“los sabios”) y, sobre todo, un escándalo para los hombres religiosos (los judíos dice Pablo con su léxico personal).

Nada de esto es nuevo: hace más de cincuenta años, K. Rahner advirtió que, en la cabeza de muchos católicos, había “un monofisismo latente”. También en la cabeza de muchos obispos. En este modo de concebir, el escándalo del Dios cristiano se ha eliminado y ya tenemos un dios al alcance de nuestra cabeza. Pero también se ha eliminado que Jesús revele algo del ser de Dios, algo que nunca hubiéramos sospechado sin Jesús, y que no nos es fácil de aceptar: que Dios es capaz de negar su “forma divina” para presentársenos en la figura escandalosa de “un siervo”, o al menos “pasando por uno de tantos y actuando como un hombre cualquiera” (ver Fil 2, 7ss).

En fin: el Jesús de Pagola quizá tenga sus desaciertos o desenfoques en algún punto concreto, como toda obra histórica; pero sí que se nos aparece “como uno de tantos y actuando como un hombre cualquiera”. Por eso los “piadosos” no pueden reconocer en él a Dios. Y al no reconocerlo, creen que Pagola niega la fe de la Iglesia. No sospechan que son ellos los que amenazan esa fe. (Y al margen de esto: si el Jesús de Pagola resulta atractivo por la discreta presencia de la Trinidad en él, eso es lo que Dios quiere con nosotros: seducir y no imponerse).

Dicho de otro modo para concluir: el Nuevo Testamento no dice de Jesús que porque era el Hijo (o como era el Hijo)… (y aquí pueden añadirse muchas cosas de las que imaginan en Jesús los detractores de Pagola). Dice bien claro que Jesús aunque era el Hijo… (y aquí siguen algunas cosas de las que molestan a los censores de Pagola: aprendió en sus sufrimientos esa aceptación que es propia de la condición humana…). Y esto mismo se repite en el modo de argumentación de Satanás cuando el evangelio cuenta las tentaciones de Jesús: “si eres Hijo de Dios”… tendrás que hacer esto y esto otro. Con la sorpresa de que Jesús nunca contesta a Satán apelando a su condición divina sino a su condición humana: el hombre no vive de solo pan, el hombre no debe tentar a Dios etc.

4.- Y como, en la realidad, todas las dimensiones están unificadas, lo que llevamos dicho no afecta sólo al campo de la teoría sino que tiene su resonancia práctica: si el Dios que se revela en Jesús es un Dios capaz de vaciarse de sí mismo y renunciar a su imagen divina (¡sin perder por eso su divinidad sino al revés: poniéndola en acto!), se sigue necesariamente que aquellos que se nos presentan como “representantes de Dios” deberían renunciar también a su presunta dignidad divina y hermanarse al máximo con todos los hombres, sobre todo con los que menos rostro de hombre tienen por la barbarie del pecado de este mundo. En algo de eso debía pensar el Vaticano II cuando dijo que los gozos, esperanzas, tristezas y dolores de todos los hombres, sobre todo de los más pobres, son también gozos y dolores de la Iglesia. (Y eso es lo que no parece ocurrirles a los enemigos de Pagola).

En una palabra: lo que está en juego en toda esta pelea es si Dios, en Jesús, se ha revelado como Amor que renuncia a su poder, o como Poder que confirma las pretensiones humanas de poder y la idolatría humana del poder.

Por eso tampoco es extraño que -en su época- los que luego se llamaron monofisitas fueran mucho más palaciegos y partidarios del poder, del influjo en el emperador y de la corte imperial etc., etc.

Y así llegamos a lo que me parece ser el meollo del caso Pagola: lo que está en el fondo no es propiamente un problema cristológico sino un problema eclesiológico. Porque si Jesús es el Señor de la Iglesia (y esto lo confesamos todos), de una imagen de Jesús se sigue inevitablemente una imagen de la Iglesia. Y entonces la pregunta es si (como escribía hace siglos Bartolomé de las Casas) “la Iglesia no tiene más poder en la tierra que el que tuvo Cristo en cuanto hombre”, o si la Iglesia se cree llamada a tener un “poder divino” superior al que tuvo el hombre Jesús, y que conduce a aquella otra máxima de los inquisidores hispanos del siglo XVI: cuando algún acusado aparecía inocente (como ocurrió con el arzobispo Carranza y sus 17 años en las cárceles de la inquisición) muchos inquisidores mantenían la condena alegando “que es menor inconveniente que padezca uno, que no hacer sospechosa su autoridad y oficio”.

Hay aquí dos maneras de concebir la dignidad religiosa. El libro de Pagola (con sus limitaciones y defectos) lleva claramente a la primera opción. La postura de sus inquisidores creo que lleva necesariamente a la segunda. En mi modesta opinión, aquí es donde cobra vigor aquel “this is the question” que preocupaba a Hamlet. O “la madre de todas las batallas” de Sadam Husein.

1 comentario:

Teresa dijo...

Me ha parecido extraordinaria la reflexión. También yo quedé muy sorprendida ante las acusaciones y descalificaciones a José Antonio Pagola con motivo de la publicación de "Jesús. Aproximación histórica". A mí personalmente me pareció un libro magnífico y me sedujo la figura de Jesús que nos presenta. Por mi fe reconozco su condición divina, así que no la cuestioné en ningún momento, pero sentir la humanidad de Jesús tan cerca -y es algo que en el libro se plasma extraordinariamente- me hizo sentirle más cerca si cabe. No creo que sea peligroso para nadie, al contrario, yo lo he dejado a amigos alejados de la fe -precisamente por ese rigorismo que encuentran en nuestra Iglesia- y les ha hecho mucho bien. Me parece un magnífico libro.