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jueves, 4 de agosto de 2011

Evangelio Misionero del Día: 04 de Agosto de 2011 - XVIII Semana DEL T.O - CICLO A


Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 16, 13-23

Al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: «¿Qué dice la gente sobre el Hijo del hombre? ¿Quién dicen que es?»
Ellos le respondieron: «Unos dicen que es Juan el Bautista; otros Elías; y otros, Jeremías o alguno de los profetas».
«Y ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que soy?» Tomando la palabra, Simón Pedro respondió: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo».
Y Jesús le dijo: «Feliz de ti, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en el cielo. Y Yo te digo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder de la muerte no prevalecerá contra ella. Yo te daré las llaves del Reino de los Cielos. Todo lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo».
Entonces ordenó severamente a sus discípulos que no dijeran a nadie que Él era el Mesías.
Desde aquel día, Jesús comenzó a anunciar a sus discípulos que debía ir a Jerusalén, y sufrir mucho de parte de los ancianos, de los sumos sacerdotes y de los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar al tercer día. Pedro lo llevó aparte y comenzó a reprenderlo, diciendo: «Dios no lo permita, Señor, eso no sucederá».
Pero Él, dándose vuelta, dijo a Pedro: «¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Tú eres para mí un obstáculo, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres».

Compartiendo la Palabra
Por Dominicos.org

Compartimos la Palabra

El desierto no fue un camino fácil para los israelitas. A medida que aparecen las dificultades, el pueblo protesta contra Dios y sus representantes, Moisés y su hermano Aarón. Hoy es el problema del agua. Ante la oración de Moisés, Dios se la concede. Pero, por su incredulidad, Moisés y Aarón serán castigados y no serán ellos quienes introduzcan al pueblo en la tierra prometida.

En el Evangelio, Jesús alaba, primero, a Pedro por su profesión de fe en Jesús, como Hijo de Dios y Mesías, ante la pregunta de Jesús por su persona a los discípulos. Pero, a renglón seguido, el mismo Pedro recibe una de las mayores correcciones de Jesús, porque se porta sólo como hombre, sin atenerse a las cosas de Dios.

Demanda sobre Jesús

Jesús había empezado interesándose por la opinión que suscitaba en los demás, en la gente: Pero fue sólo la introducción y la preparación de algo más personal: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?” Pasado el primer desconcierto, Pedro pensó que aquélla era su ocasión y, con una de aquellas reacciones primarias que le caracterizan, contestó en seguida: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. Palabras redondas y, aparentemente, definitivas. ¡Nada más que decir! Así lo aceptó Jesús, aunque añadió, para desdicha de Pedro, el sentido de su mesianismo. Y esto fue algo excesivo para Pedro, que, llevado de nuevo de su “entusiasmo”, intenta corregir a Jesús. Y pasó lo que tenía que pasar.

¿Y yo qué digo? ¿Quién es para mí Jesús?

Esta es la pregunta para Jesús. Porque, en el fondo, tampoco la respuesta de Pedro era lo que Jesús buscaba. El preguntaba por “el quién”, por la persona, y Pedro contestó con “el qué”, algo que adornaba a aquella persona. Es la diferencia que existe entre el mero conocimiento y la experiencia. Yo puedo saber teóricamente muchas cosas por haberlas recibido por tradición, por haberlas estudiado o investigado, sin que esas realidades me impliquen personalmente. Es la diferencia entre saber de una persona o fiarme y confiar plenamente en esa persona.

Más todavía. De tal forma interpela la pregunta que la única respuesta válida es la vida. Cualquier disociación entre ésta y la fe está arguyendo un fallo grave de apreciación. El peligro siempre está en camuflar la fe con sentimientos o puros conocimientos, con el fin de que la auténtica no desestabilice planteamientos personales que me interesa mantener. Dejémonos, pues, mirar por el Señor, y contestemos, como Pedro, “Tú eres el Hijo de Dios”, avalando con la propia vida nuestra confesión.

Esto es lo que hizo san Juan María Vianney en el siglo XIX: contestar a la pregunta de Jesús con su vida y acoger en su Parroquia de Ars a cuantos tuvieron la dicha de contactar con él.

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