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sábado, 6 de agosto de 2011

Evangelio Misionero del Día: 07 de Agosto de 2011 - XIX DOMINGO DEL T.O - CICLO A


Con la FE no te hundes

Evangelio: Lectura del santo evangelio según san Mateo (14,22-33)

Después que la gente se hubo saciado, Jesús apremió a sus discípulos a que subieran a la barca y se le adelantaran a la otra orilla, mientras él despedía a la gente. Y, después de despedir a la gente, subió al monte a solas para orar. Llegada la noche, estaba allí solo. Mientras tanto, la barca iba ya muy lejos de tierra, sacudida por las olas, porque el viento era contrario. De madrugada se les acercó Jesús, andando sobre el agua. Los discípulos, viéndole andar sobre el agua, se asustaron y gritaron de miedo, pensando que era un fantasma.
Jesús les dijo en seguida: «¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!»
Pedro le contestó: «Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti andando sobre el agua.»
Él le dijo: «Ven.»
Pedro bajó de la barca y echó a andar sobre el agua, acercándose a Jesús; pero, al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó: «Señor, sálvame.»
En seguida Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo: «¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?» En cuanto subieron a la barca, amainó el viento.
Los de la barca se postraron ante él, diciendo: «Realmente eres Hijo de Dios.»

Compartiendo la Palabra
Por José Antonio Pagola

LAS DUDAS DEL CREYENTE

No es fácil responder con sinceridad a esa pregunta que Jesús hace a Pedro en el momento mismo en que lo salva de las aguas: "¿Por qué has dudado?".

A veces las más hondas convicciones se nos desvanecen y los ojos del alma se nos turban sin saber exactamente por qué. Principios aceptados hasta entonces como inconmovibles comienzan a tambalearse. Y se despierta en nosotros la tentación de abandonarlo todo sin reconstruir nada nuevo.

Otras veces, el misterio de Dios se nos hace agobiante y abrumador. La última palabra sobre mi vida se me escapa y es duro abandonarse al misterio. Mi razón sigue buscando insatisfecha una luz clara y apodíctica que no encuentra ni podrá jamás encontrar.

No pocas veces, la superficialidad y ligereza de nuestra vida cotidiana y el culto secreto a tantos ídolos nos sumergen en largas crisis de indiferencia y escepticismo interior, con la sensación de haber perdido realmente a Dios.

Con frecuencia, nuestro propio pecado quebranta nuestra fe, pues ésta decae y se debilita cuando negamos a Dios el derecho a ser luz y principio de acción en nuestra vida.

Si somos sinceros, hemos de confesar que hay una distancia enorme entre el creyente que profesamos ser y el creyente que somos en realidad.

¿Qué hacer al constatar en nosotros una fe a veces tan frágil y vacilante?

Lo primero es no desesperar ni asustarse al descubrir en nosotros dudas y vacilaciones. La búsqueda de Dios se vive casi siempre en la inseguridad, la oscuridad y el riesgo. A Dios se le busca «a tientas». Y no hemos de olvidar que muchas veces «la fe genuina sólo puede aparecer como duda superada».

Lo importante es aceptar el misterio de Dios con el corazón abierto. Nuestra fe depende de la verdad de nuestra relación con Dios. Y no hay que esperar a que nuestros interrogantes y dudas se encuentren resueltos, para vivir en verdad ante ese Dios.

Por eso, lo importante es saber gritar como Pedro: «Señor, sálvame». Saber levantar hacia Dios nuestras manos vacías, no sólo como gesto de súplica sino también de entrega confiada de quien se sabe pequeño, ignorante y necesitado de salvación.

No olvidemos que la fe es «caminar sobre agua», pero con la posibilidad de encontrar siempre esa mano que nos salva del hundimiento total.

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