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miércoles, 4 de junio de 2008

Evangelio del Día Comentado: Jueves 5 de junio

EVANGELIO
Marcos 12, 28-34

28Se le acercó un letrado que había oído la discusión y notado lo bien que respondía, y le preguntó:
-¿Qué mandamiento es el primero de todos?
29Respondió Jesús:
-El primero es: «Escucha, Israel: El Señor nuestro Dios es el único Señor; 30amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas». 31El segundo, éste: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo». No hay ningún mandamiento mayor que éstos.
32El letrado le dijo:
-Muy bien, Maestro, es verdad lo que has dicho, que es uno solo y que no hay otro fuera de él; 33y que amarlo y con todo el corazón y con todo el entendimiento y con todas las fuerzas y amar al prójimo como a uno mismo supera todos los holocaustos y sacrificios.
34Viendo Jesús que había respondido inteligentemente, le dijo:
-No estás lejos del reino de Dios.
Y ya nadie se atrevía a hacerle más preguntas.


COMENTARIOS
I

v. 28 Se le acercó un letrado que había oído la discusión y notado lo bien que respondía, y le preguntó: «¿Qué mandamiento es el primero de todos?»
Hasta ahora se han presentado grupos, ahora lo hace un individuo, un letrado, que, según el esquema de Mc, es fariseo. En dos ocasiones (3,22; 7,1) han sido letrados de Jerusalén los que han vigilado la actividad de Jesús y se han opuesto a ella. Este hombre es una excepción. Aunque pertenece al círculo de los adversarios de Jesús (11,2~), su conciencia personal domina sobre su pertenencia al grupo dirigente. No pretende comprometer a Jesús, sino que, al ver la maestría con que interpreta la Escritura, busca solución a una cuestión muy debatida. El fondo de su pregunta es éste: qué es lo más importante para Dios según la tradición de Israel, cuál es la expresión suprema de su voluntad y lo primario en el comportamiento del hombre.

vv. 29-31 Respondió Jesús: «El primero es: "Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor; amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas". El segundo, éste: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo". No hay ningún mandamiento mayor que éstos».
Jesús comienza su respuesta haciendo suyo el llamamiento a Israel de Dt 6,4-5 (Escucha, Israel). No solamente va a enunciar el mandamiento, sino que va a proclamarlo, tomando la exhortación de Moisés al pueblo; pero no nombra a Moisés ni cita explícitamente la Escritura, hace un llamamiento personal suyo, que es una invitación implícita a la enmienda (cf. 1,15).
Recuerda a todo Israel que su único Señor es Dios, no los dirigentes que explotan al pueblo (11,17), ni el César que 10 somete (12,16) ni el dios de muertos (12,27). Rectifica la pregunta del letrado: en la antigua alianza no había un solo mandamiento principal, sino dos, pues el amor-fidelidad a Dios era inseparable del amor-lealtad al prójimo. Para ser verdadero, el amor a Dios tenía que traducirse en amor al hombre.
Dios era el valor absoluto (con todo tu corazón, etc.), el hombre, relativo (como a ti mismo), pero el mandamiento tendía a crear una sociedad de iguales. Su práctica habría sido la preparación para la plena realidad del Mesías.
Con la afirmación que sigue (no hay ningún mandamiento mayor que éstos) relativiza Jesús todos los demás, que aparecen como secundarios, accesorios, dispensables. Son estos dos los que deben regular la vida del israelita; ninguna otra práctica es esencial. Del amor a Dios no se deriva el culto religioso, sino el amor al hombre, su imagen.
Jesús echa así abajo la pretensión de muchas piedades religiosas, entre ellas la farisea, que pretenden honrar a Dios olvidándose del hombre.
El ideal de amor propio del Reino será propuesto en la institución de la eucaristía (14,22-25; cf. 10,45; 13,37).

vv. 32-33 El letrado le dijo: «Muy bien, Maestro, es verdad lo que has dicho, que es uno solo y que no hay otro fuera de él; y que amarlo con todo el corazón y con todo el entendimiento y con todas las fuerzas y amar al prójimo como a uno mismo supera todos los holocaustos y sacrificios».
El letrado manifiesta su pleno acuerdo con Jesús (Muy bien) y ahora, ante la respuesta de éste, lo llama Maestro. Funde en un solo bloque la relación con Dios y con el prójimo y explicita la relativización hecha antes genéricamente por Jesús: el culto religioso según la Ley pierde su importancia. Invierte la escala de valores existente, según la cual el objetivo primordial de la vida del hombre era dar culto a Dios; se alinea con los profetas contra los sacerdotes (cf. Os 6,6: «misericordia quiero, no sacrificios; conocimiento de Dios [= justicia], no holocaustos»). En el templo, donde están Jesús y el letrado, se pretende dar culto a Dios oprimiendo y explotando al pueblo: han eliminado el amor al prójimo.

v. 34 Viendo Jesús que había respondido inteligentemente, le dijo: «No estás lejos del reino de Dios». Y ya nadie se atrevía a hacerle más preguntas.
Jesús aprecia la respuesta del letrado (inteligentemente), viendo que es un hombre a quien interesa la verdad. Quien está por el bien del hombre no está lejos del Reino. Jesús abre al letrado el horizonte del reinado de Dios, que deja atrás toda la antigua época (1,15). Hay en sus palabras una invitación implícita: ya que ha aprobado su primera respuesta, después de la frase elogiosa (no estás lejos) debería buscar mayor cercanía. La dificultad está en que el letrado quiere ser fiel a Dios, pero dentro de su tradición, sin deseo de novedad. Ha reconocido en Jesús un maestro, pero, como aparece en la perícopa siguiente, no puede darle su adhesión como Mesías.
Al ver el acierto y el rigor de las respuestas de Jesús, que ha puesto en su sitio a los saduceos y corregido al letrado, nadie se atreve a hacerle más preguntas.


II

Hoy se presenta un escriba, un doctor de la Ley, alguien que conoce en profundidad tanto la Torá como los otros textos bíblicos que conforman para nosotros el Antiguo Testamento. Ese erudito le pregunta a Jesús por el principal mandamiento de la Ley. Jesús responde que éste consiste en amar a Dios por encima de todo, lo que implica para el creyente entregarle en ello todo lo mejor de sí mismo; pero no sólo eso, ya que implica también amar al prójimo como a sí mismo, lo que constituye el segundo mandamiento más importante.
En estos dos mandamientos reside el cumplimiento de los otros. La clave del éxito en el seguimiento a Jesucristo es la práctica asidua de estos dos mandamientos. Ellos han de configurarse en nuestra vida como el pan o el agua tan necesarios para vivir. En ellos radica el sentido del cristiano de ser no sólo alguien que busca incasablemente saciar su sed de Dios, sino, además, alguien comprometido en ir a saciar la sed del otro que es su hermano, su hermana y su madre. Que la experiencia íntima que alcancemos del Señor nos impulse a no guardarnos nada de lo que corresponde a él y al prójimo desde la dinámica liberadora del mandato del amor.

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