Juan, empeñado en iluminar el camino de la fe en la resurrección, nos presenta la 3ª manifestación de Jesús resucitado a los discípulos, no ya en Jerusalén sino a orillas del lago de Tiberíades. El relato, cargado de fuerte valor simbólico, funde dos episodios primitivamente distintos -una pesca milagrosa y una comida pospascual-, a los que sigue el mandato apostólico confiado a Pedro de apacentar las ovejas. ¿Cómo reconocemos y acogemos la “manifestación” del Señor? Y, en consecuencia, ¿cómo transmitimos dentro de la cadena de la tradición viva de la Iglesia nuestra fe en el Resucitado tanto en nuestras convicciones como en nuestros comportamientos diarios?
I.1. La primera lectura nos presenta el discurso de defensa que Pedro hace ante el Sanedrín judío, que ha comenzado a perseguir a los primeros cristianos, después que los saduceos y las clases sacerdotales (los verdaderos responsables también de la condena de Jesús) se han percatado de que lo que el Nazareno trajo al pueblo no lo habían logrado hacer desaparecer con su muerte. Los discípulos, que comenzaron tímidamente a anunciar el evangelio, van perdiendo el miedo y están dispuestos a dar razón de su fe y de su nuevo modo de vida. Fueron encarcelados y lograron su libertad misteriosamente.
I.2. Para dar razón de su fe, de nuevo, recurren al kerygma que anuncia con valentía la muerte y la resurrección de Jesús, con las consecuencias que ello supone para los responsables judíos que quisieron oponerse a los planes de Dios. La resurrección, pues, no es ya solamente que Jesús ha resucitado y ha sido constituido Salvador de los hombres, sino que “implica” también que su causa continúa adelante por medio de sus discípulos que van comprendiendo mucho mejor lo que el Maestro les enseñó. Esta es una expresión que ha marcado algunas de las interpretaciones sobre el acontecimiento y que no ha sido admitida. Pero en realidad se debe tomar en consideración.
I.3. No podemos centrarnos solamente en el “hecho” de la resurrección en la persona de Jesús, sino que también debemos considerar que la resurrección de Jesús cambia la vida y el horizonte de sus discípulos. Y esto es muy importante igualmente, ya que sin ello, si bien se proclame muchas veces que “Jesús ha sido resucitado” no se hubiera ido muy lejos. Es decir, la resurrección de Jesús también da una identidad definitiva a la comunidad cristiana. Ahora la causa de Jesús les apasiona, les fascina, y logran dar un sentido a su vida, que es, fundamentalmente, “anunciar el evangelio”.
IIª Lectura: Apocalipsis (5,11-14): Liturgia pascual en el cielo
II.1. La segunda lectura nos narra una segunda visión del iluminado de Patmos, en la que se adentra en el santuario celeste (una forma de hablar de una experiencia intensa de lo divino y de la salvación) donde está Dios y donde aparece una figura clave del Apocalipsis: el cordero degollado, que es el Señor crucificado, aunque ya resucitado. Con él estaba toda la plenitud de la vida y del poder divino, como lo muestra el número siete: siete cuernos y siete espíritus.
II.2. La visión, pues, es la liturgia cósmica (en realidad todo el libro del Apocalipsis es una liturgia) del misterio pascual, la celebración y aclamación del misterio de la muerte y resurrección del Señor. Toda la liturgia cristiana celebra ese misterio pascual y por medio de la liturgia los hombres nos trasladamos a aquello que no se puede expresar más que en símbolos. Pero para celebrar y vivir lo que se ha hecho por nosotros.
Evangelio: Juan (21,1-19): La Resurrección, experiencia de amor
III.1. El evangelio de este domingo, como todo Jn 21, es muy probablemente un añadido a la obra cuando ya estaba terminada. Pero procede de la misma comunidad joánica, pues contiene su mismo estilo, lenguaje y las mismas claves teológicas. El desplazamiento de Jerusalén al mar de Tiberíades nos sitúa en un clima anterior al que les obligó a volver a Jerusalén después de los acontecimientos de la resurrección. Quiere ser una forma de resarcir a Pedro, el primero de los apóstoles, de sus negaciones en el momento de la Pasión. Es muy importante que el “discípulo amado”, prototipo del seguidor de Jesús hasta el final en este evangelio, detecte la presencia de Jesús el Señor y se lo indique así a los demás. Es un detalle que no se debe escapar, porque como muchos especialistas leen e interpretan, no se trata de una figura histórica, ni del autor del evangelio, sino de esa figura prototipo de fe y confianza para aceptar todo lo que el Jesús de San Juan dice en este escrito maravilloso.
III.2. Pedro, al contrario que en la Pasión, se tira al agua, “a su encuentro”, para arrepentirse por lo que había oscurecido con sus negaciones. Parece como si todo Jn 21 hubiera sido escrito para reivindicar a Pedro; es el gran protagonista, hasta el punto de que él sólo tira de la red llena de lo que habían pescado para dar a entender cómo está dispuesto ahora a seguir hasta el final al Señor. Pero no debemos olvidar que es el “discípulo amado” (v. 7) el que delata o revela situación. Si antes se ha hablado de los Zebedeos, no quiere decir que en el texto “el discípulo amado” sea uno de ellos. Es el discípulo que casi siempre acierta con una palabra de fe y de confianza. Es el que señala el camino, el que descubre que “es el Señor”. Y entonces Pedro… se arroja.
III.3. El relato nos muestra un cierto itinerario de la resurrección, como Lucas 24,13-35 con los discípulos de Emaús. Ahora las experiencias de la resurrección van calando poco a poco en ellos; por eso no se les ocurrió preguntar quién era Jesús: reconocieron enseguida que era el Señor que quería reconducir sus vidas. De nuevo tendrían que abandonar, como al principio, las redes y las barcas, para anunciar a este Señor a todos los hombres. También hay una “comida”, como en el caso de Lc 24,13ss, que tiene una simbología muy determinada: la cena, la eucaristía, aunque aquí parezca que es una comida de “verificación” de que verdaderamente era el Señor resucitado. Probablemente el relato de Lc 24 es más conseguido a nivel literario y teológico. En todo caso los discípulos descubrieron al Señor como el resucitado por ciertos signos que habían compartido con El.
III.4. Todo lo anterior, pues, prepara el momento en que el Señor le pide a Pedro el testimonio de su amor y su fidelidad, porque a él le debe encomendar la responsabilidad de la primera comunidad de discípulos. Pedro, pues, se nos presenta como el primero, pero entendido su “primado” desde la experiencia del amor, que es la experiencia base de la teología del evangelio de Juan. Las preguntas sobre el amor, con el juego encadenado entre los verbos griegos fileô y agapaô (amar, en ambos casos) han dado mucho que hablar. Pero por encima de todo, estas tres interpelaciones a Pedro sobre su amor recuerdan necesariamente las tres negaciones de la Pasión (Jn 18,17ss). Con esto reivindica la tradición joánica al pescador de Galilea. Sus negaciones, sus miserias, su debilidad, no impiden que pueda ser el guía de la comunidad de los discípulos. No es el discípulo perfecto (eso para el evangelio joánico es el “discípulos amado”), pero su amor al Señor ha curado su pasado, sus negaciones. En realidad, en el evangelio de Juan todo se cura con el amor. Y esta, pues, es una experiencia fundamental de la resurrección, porque en Tiberíades, quien se hacen presente con sus signos y pidiendo amor y dando amor, es el Señor resucitado.
Fue la exclamación gozosa y espontánea del discípulo amado dirigiéndose a Simón Pedro. Aquel desconocido de la orilla del lago, el que les había indicado dónde echar la red después de una infructuosa noche de duro bregar, era sin duda el Señor. Con el día recién amanecido y la red sobrecargada de peces amanecía también un nuevo horizonte en sus vidas: Jesús vivía, no les había abandonado.
Esta fue “la 3ª manifestación” de Jesús a sus discípulos, la que confirmaba definitivamente su presencia entre ellos: “la Vida se manifestó y nosotros la hemos visto y damos testimonio” (1 Jn 1,2). Era el Mesías que había de manifestarse (Jn 1,31), el mismo que ya había manifestado su gloria en la boda de Caná (2,11) y en la curación del ciego de nacimiento (9,3). La pesca milagrosa y la comida rubricaban ahora las otras dos apariciones a los discípulos en Jerusalén: era verdad, Jesús había resucitado de entre los muertos. Con el clarear del día quedaban disipados los interrogantes y el vacío de aquella larga y triste noche. La red “llena de peces” inauguraba el nuevo camino esperanzador del Dios fiel a sus promesas.
* Señor, tu lo sabes todo, tu sabes que te quiero
El reconocimiento del Señor desembocaba en una renovada confesión de fe. Para que no hubiera dudas, a la triple manifestación del Resucitado corresponde ahora la triple declaración de amor en la persona de Pedro, el que antes le había negado tres veces. Y será justamente esta rehabilitación, enraizada en la adhesión total y el servicio exclusivo a Jesús (Jn 15,5), la que capacite en adelante al discípulo para ser su portavoz autorizado en la misión apostólica de echar las redes y pastorear el rebaño. “Sígueme”: el programa era claro, si bien el camino a seguir largo y costoso.
La acogida de la manifestación del Señor avala en el discípulo su investidura autorizada para la misión, pero no a cualquier precio. Se trata de una autoridad delegada para pastorear unas ovejas que no son suyas. Una autoridad envasada en el frágil molde de la debilidad humana, con sus limitaciones y contradicciones. Una autoridad asentada sobre la prerrogativa del servicio gratuito y desinteresado (Jr 3,15; Ez 34; 1 Pe 5, 1-5).
* Anunciamos tu resurrección
El evangelio de hoy está impregnado de simbolismo sacramental. Como en el relato de Emaús (Lc 24,30-31.35), el reconocimiento del Señor en la comida desemboca en la “partición del pan”. De hecho, la iconografía primitiva testifica este tipo de comidas a base de pan y pescado como símbolo común de la eucaristía.
Cada vez que celebramos la eucaristía reconociendo la presencia transfigurada de Jesús en medio de la comunidad proclamamos que la muerte no tuvo la última palabra en su vida. ¿No ha incidido excesivamente la tradición popular cristiana en el dolor y el sufrimiento dejando ensombrecido o en un segundo plano este misterio glorioso? Pero, por otra parte, ¿cómo manifestar la contagiante alegría del Resucitado sin antes percibir las huellas del Crucificado en cada paso de la vida? La comunidad que lo reconoce en la fe es la misma que lo celebra transformado y glorioso en “la fracción del pan” recorriendo el camino previo de su ministerio público hacia la Cruz.
Comentario bíblico
La Resurrección desde la experiencia del amor
Iª Lectura: Hechos (5,27-32.40-41): Testigos: El Espíritu y la Comunidad
La Resurrección desde la experiencia del amor
Iª Lectura: Hechos (5,27-32.40-41): Testigos: El Espíritu y la Comunidad
I.1. La primera lectura nos presenta el discurso de defensa que Pedro hace ante el Sanedrín judío, que ha comenzado a perseguir a los primeros cristianos, después que los saduceos y las clases sacerdotales (los verdaderos responsables también de la condena de Jesús) se han percatado de que lo que el Nazareno trajo al pueblo no lo habían logrado hacer desaparecer con su muerte. Los discípulos, que comenzaron tímidamente a anunciar el evangelio, van perdiendo el miedo y están dispuestos a dar razón de su fe y de su nuevo modo de vida. Fueron encarcelados y lograron su libertad misteriosamente.
I.2. Para dar razón de su fe, de nuevo, recurren al kerygma que anuncia con valentía la muerte y la resurrección de Jesús, con las consecuencias que ello supone para los responsables judíos que quisieron oponerse a los planes de Dios. La resurrección, pues, no es ya solamente que Jesús ha resucitado y ha sido constituido Salvador de los hombres, sino que “implica” también que su causa continúa adelante por medio de sus discípulos que van comprendiendo mucho mejor lo que el Maestro les enseñó. Esta es una expresión que ha marcado algunas de las interpretaciones sobre el acontecimiento y que no ha sido admitida. Pero en realidad se debe tomar en consideración.
I.3. No podemos centrarnos solamente en el “hecho” de la resurrección en la persona de Jesús, sino que también debemos considerar que la resurrección de Jesús cambia la vida y el horizonte de sus discípulos. Y esto es muy importante igualmente, ya que sin ello, si bien se proclame muchas veces que “Jesús ha sido resucitado” no se hubiera ido muy lejos. Es decir, la resurrección de Jesús también da una identidad definitiva a la comunidad cristiana. Ahora la causa de Jesús les apasiona, les fascina, y logran dar un sentido a su vida, que es, fundamentalmente, “anunciar el evangelio”.
IIª Lectura: Apocalipsis (5,11-14): Liturgia pascual en el cielo
II.1. La segunda lectura nos narra una segunda visión del iluminado de Patmos, en la que se adentra en el santuario celeste (una forma de hablar de una experiencia intensa de lo divino y de la salvación) donde está Dios y donde aparece una figura clave del Apocalipsis: el cordero degollado, que es el Señor crucificado, aunque ya resucitado. Con él estaba toda la plenitud de la vida y del poder divino, como lo muestra el número siete: siete cuernos y siete espíritus.
II.2. La visión, pues, es la liturgia cósmica (en realidad todo el libro del Apocalipsis es una liturgia) del misterio pascual, la celebración y aclamación del misterio de la muerte y resurrección del Señor. Toda la liturgia cristiana celebra ese misterio pascual y por medio de la liturgia los hombres nos trasladamos a aquello que no se puede expresar más que en símbolos. Pero para celebrar y vivir lo que se ha hecho por nosotros.
Evangelio: Juan (21,1-19): La Resurrección, experiencia de amor
III.1. El evangelio de este domingo, como todo Jn 21, es muy probablemente un añadido a la obra cuando ya estaba terminada. Pero procede de la misma comunidad joánica, pues contiene su mismo estilo, lenguaje y las mismas claves teológicas. El desplazamiento de Jerusalén al mar de Tiberíades nos sitúa en un clima anterior al que les obligó a volver a Jerusalén después de los acontecimientos de la resurrección. Quiere ser una forma de resarcir a Pedro, el primero de los apóstoles, de sus negaciones en el momento de la Pasión. Es muy importante que el “discípulo amado”, prototipo del seguidor de Jesús hasta el final en este evangelio, detecte la presencia de Jesús el Señor y se lo indique así a los demás. Es un detalle que no se debe escapar, porque como muchos especialistas leen e interpretan, no se trata de una figura histórica, ni del autor del evangelio, sino de esa figura prototipo de fe y confianza para aceptar todo lo que el Jesús de San Juan dice en este escrito maravilloso.
III.2. Pedro, al contrario que en la Pasión, se tira al agua, “a su encuentro”, para arrepentirse por lo que había oscurecido con sus negaciones. Parece como si todo Jn 21 hubiera sido escrito para reivindicar a Pedro; es el gran protagonista, hasta el punto de que él sólo tira de la red llena de lo que habían pescado para dar a entender cómo está dispuesto ahora a seguir hasta el final al Señor. Pero no debemos olvidar que es el “discípulo amado” (v. 7) el que delata o revela situación. Si antes se ha hablado de los Zebedeos, no quiere decir que en el texto “el discípulo amado” sea uno de ellos. Es el discípulo que casi siempre acierta con una palabra de fe y de confianza. Es el que señala el camino, el que descubre que “es el Señor”. Y entonces Pedro… se arroja.
III.3. El relato nos muestra un cierto itinerario de la resurrección, como Lucas 24,13-35 con los discípulos de Emaús. Ahora las experiencias de la resurrección van calando poco a poco en ellos; por eso no se les ocurrió preguntar quién era Jesús: reconocieron enseguida que era el Señor que quería reconducir sus vidas. De nuevo tendrían que abandonar, como al principio, las redes y las barcas, para anunciar a este Señor a todos los hombres. También hay una “comida”, como en el caso de Lc 24,13ss, que tiene una simbología muy determinada: la cena, la eucaristía, aunque aquí parezca que es una comida de “verificación” de que verdaderamente era el Señor resucitado. Probablemente el relato de Lc 24 es más conseguido a nivel literario y teológico. En todo caso los discípulos descubrieron al Señor como el resucitado por ciertos signos que habían compartido con El.
III.4. Todo lo anterior, pues, prepara el momento en que el Señor le pide a Pedro el testimonio de su amor y su fidelidad, porque a él le debe encomendar la responsabilidad de la primera comunidad de discípulos. Pedro, pues, se nos presenta como el primero, pero entendido su “primado” desde la experiencia del amor, que es la experiencia base de la teología del evangelio de Juan. Las preguntas sobre el amor, con el juego encadenado entre los verbos griegos fileô y agapaô (amar, en ambos casos) han dado mucho que hablar. Pero por encima de todo, estas tres interpelaciones a Pedro sobre su amor recuerdan necesariamente las tres negaciones de la Pasión (Jn 18,17ss). Con esto reivindica la tradición joánica al pescador de Galilea. Sus negaciones, sus miserias, su debilidad, no impiden que pueda ser el guía de la comunidad de los discípulos. No es el discípulo perfecto (eso para el evangelio joánico es el “discípulos amado”), pero su amor al Señor ha curado su pasado, sus negaciones. En realidad, en el evangelio de Juan todo se cura con el amor. Y esta, pues, es una experiencia fundamental de la resurrección, porque en Tiberíades, quien se hacen presente con sus signos y pidiendo amor y dando amor, es el Señor resucitado.
Fray Miguel de Burgos Núñez
Lector y Doctor en Teología. Licenciado en Sagrada Escritura
Lector y Doctor en Teología. Licenciado en Sagrada Escritura
Pautas para la homilía
* ¡Es el Señor!
* ¡Es el Señor!
Fue la exclamación gozosa y espontánea del discípulo amado dirigiéndose a Simón Pedro. Aquel desconocido de la orilla del lago, el que les había indicado dónde echar la red después de una infructuosa noche de duro bregar, era sin duda el Señor. Con el día recién amanecido y la red sobrecargada de peces amanecía también un nuevo horizonte en sus vidas: Jesús vivía, no les había abandonado.
Esta fue “la 3ª manifestación” de Jesús a sus discípulos, la que confirmaba definitivamente su presencia entre ellos: “la Vida se manifestó y nosotros la hemos visto y damos testimonio” (1 Jn 1,2). Era el Mesías que había de manifestarse (Jn 1,31), el mismo que ya había manifestado su gloria en la boda de Caná (2,11) y en la curación del ciego de nacimiento (9,3). La pesca milagrosa y la comida rubricaban ahora las otras dos apariciones a los discípulos en Jerusalén: era verdad, Jesús había resucitado de entre los muertos. Con el clarear del día quedaban disipados los interrogantes y el vacío de aquella larga y triste noche. La red “llena de peces” inauguraba el nuevo camino esperanzador del Dios fiel a sus promesas.
* Señor, tu lo sabes todo, tu sabes que te quiero
El reconocimiento del Señor desembocaba en una renovada confesión de fe. Para que no hubiera dudas, a la triple manifestación del Resucitado corresponde ahora la triple declaración de amor en la persona de Pedro, el que antes le había negado tres veces. Y será justamente esta rehabilitación, enraizada en la adhesión total y el servicio exclusivo a Jesús (Jn 15,5), la que capacite en adelante al discípulo para ser su portavoz autorizado en la misión apostólica de echar las redes y pastorear el rebaño. “Sígueme”: el programa era claro, si bien el camino a seguir largo y costoso.
La acogida de la manifestación del Señor avala en el discípulo su investidura autorizada para la misión, pero no a cualquier precio. Se trata de una autoridad delegada para pastorear unas ovejas que no son suyas. Una autoridad envasada en el frágil molde de la debilidad humana, con sus limitaciones y contradicciones. Una autoridad asentada sobre la prerrogativa del servicio gratuito y desinteresado (Jr 3,15; Ez 34; 1 Pe 5, 1-5).
* Anunciamos tu resurrección
El evangelio de hoy está impregnado de simbolismo sacramental. Como en el relato de Emaús (Lc 24,30-31.35), el reconocimiento del Señor en la comida desemboca en la “partición del pan”. De hecho, la iconografía primitiva testifica este tipo de comidas a base de pan y pescado como símbolo común de la eucaristía.
Cada vez que celebramos la eucaristía reconociendo la presencia transfigurada de Jesús en medio de la comunidad proclamamos que la muerte no tuvo la última palabra en su vida. ¿No ha incidido excesivamente la tradición popular cristiana en el dolor y el sufrimiento dejando ensombrecido o en un segundo plano este misterio glorioso? Pero, por otra parte, ¿cómo manifestar la contagiante alegría del Resucitado sin antes percibir las huellas del Crucificado en cada paso de la vida? La comunidad que lo reconoce en la fe es la misma que lo celebra transformado y glorioso en “la fracción del pan” recorriendo el camino previo de su ministerio público hacia la Cruz.
Fray Juan Huarte Osácar
Convento de San Esteban (Salamanca)
Convento de San Esteban (Salamanca)
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