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domingo, 29 de mayo de 2011

EL PARÁCLITO


Por Fray Marcos
VI Domingo de Pascua (Jn 14, 15-21) - Ciclo A

El evangelio que acabamos de leer es prácticamente continuación del que leímos la semana pasada. Es una teología muy elaborada de la presencia de Dios en la primera comunidad. El evangelio de Juan escenifica esa teología y la pone en boca de Jesús.

Juan trata de hacer ver a los cristianos de finales del siglo primero, que no estaban en inferioridad de condiciones con relación a los que habían conocido a Jesús; por eso es tan importante este tema, también para nosotros hoy.

Nos pone ante la realidad de Jesús vivo que nos hace vivir a nosotros con la misma Vida que él tenía antes y después de su muerte; y que ahora se manifiesta de una manera nueva. Se trata de la misma Vida de Dios. Esto explica que entre en juego un nuevo protagonista: el Espíritu.

No debemos dejarnos confundir por la manera de formular estas esenciales ideas sobre la relación de Jesús, Dios y el Espíritu con aquellos cristianos de finales del siglo I. No se trata de una relación con alguna entidad exterior al ser humano. Tampoco se está hablando de tres realidades separadas.

A pesar de las apariencias, si uno se fija bien en el lenguaje, descubrirá que se habla de la misma realidad con nombres distintos. Una y otra vez insisten los textos en la identidad de los tres. Después de morir, el Jesús que vivió en Galilea, se identificó absolutamente con Dios que es Espíritu. Ahora los tres son indistinguibles.

“Si me amáis, guardaréis mis mandamientos”. Mandamientos que en el capítulo anterior quedaron reducidos a uno solo: amar. Quien no ama a los demás no puede amar a Jesús, ni a Dios.

Los mandamientos pierden su carácter de imposición; son exigencia interna del amor. No se trata de una obediencia a normas externas, sino manifestación de un impulso interior.

Si conserva el nombre de “mandamientos” es para distinguirlos de la “Ley”. Las “exigencias” no son obligaciones impuestas desde fuera, sino respuesta del amor a las posibilidades de llegar a la plenitud humana que se debe manifestar en cada circunstancia concreta.

Para Juan, “el pecado del mundo” era uno: la opresión, que después se manifiesta en toda clase de injusticias. El “amor” es también único, que se despliega en toda clase de solidaridad y entrega a los demás.

Yo pediré al Padre que os mande otro defensor que esté con vosotros siempre. Cuando Jesús dice que el Padre mandará otro defensor, no está hablando de una realidad distinta de lo que él es o de lo que es Dios. Está hablando de una nueva manera de experimentar el amor, que será mucho más cercana y efectiva que su presencia física durante la vida terrena.

Primero dice que mandará al Espíritu, después que él volverá para estar con ellos, y por fin que el Padre y él vendrán y se quedarán. Esto significa que se trata de una realidad múltiple y a la vez única, Dios.

“Defensor” (paraklêtos) = el que ayuda en cualquier circunstancia; abogado defensor cuando se trata de un juicio.

Naturalmente se trata de una expresión metafórica. La defensa a la que se refiere, no va a venir de otra entidad, sino que será la fuerza de Dios-Espíritu que actuará desde dentro de cada uno.

De hecho tiene un doble papel: mantener vivo e interpretar el mensaje de Jesús y dar seguridad y guiar a los discípulos en su lucha contra el mundo. El Espíritu será otro valedor. Mientras estaba con ellos, era el mismo Jesús quien les enseñaba y defendía. Cuando él se vaya, será el Espíritu el único defensor, pero será mucho más eficaz, porque defenderá desde dentro a cada uno.

“El Espíritu de la verdad”. La ambivalencia del término griego (alêtheia) = verdad y lealtad, pone la verdad en conexión con la fidelidad, es decir con el amor.

“De la verdad” es genitivo epexegético; quiere decir, El Espíritu que es la verdad. Jesús acaba de decir que él era la verdad.

“El mundo” es aquí el orden injusto que profesa la mentira, la falsedad. El mundo propone como valor lo que merma o suprime la vida del hombre. Lo contrario de Dios.

Los discípulos tienen ya experiencia del Espíritu, pero será mucho mayor cuando esté en ellos como principio dinámico interno.

“No os voy a dejar desamparados. En griego órfanoús=huérfanos se usa muchas veces en sentido figurado. En 13,33 había dicho Jesús: hijitos míos. En el AT el huérfano era prototipo de aquel con quien se pueden cometer impunemente toda clase de injusticias. Jesús no va a dejar a los suyos indefensos ante el poder del mal.

El mundo dejará de verme; vosotros, en cambio, me veréis, porque yo tengo vida y también vosotros la tendréis. La profundidad del mensaje puede dejarnos en lo superficial de la letra.

“Dejará de verme” y “me veréis”, no hace referencia a la visión física. No se trata de verlo resucitado, sino de descubrir que sigue dándoles Vida.

Esta idea es clave para entender bien la resurrección. El mundo dejará de verlo, porque sólo es capaz de verlo corporalmente. Ellos que durante la vida terrena lo habían visto como el mundo, externamente, ahora serán capaces de verlo de una manera nueva. Lo seguirán viendo y aún con mayor claridad.

Se describe en términos de visión la comunión de Vida con él.

Aquel día experimentaréis que yo estoy identificado con mi Padre, vosotros conmigo y yo con vosotros. Al participar de la misma Vida de Dios, de la que el mismo Jesús participa, experimentarán la completa unidad con Jesús y con Dios.

Es una experiencia de unidad e identificación tan viva que nada ni nadie podrá arrancársela. Es una comunión de ser absoluta entre Dios y el hombre.

Por eso, al amar ellos, es el mismo Dios quien ama. El amor que es Dios se manifiesta en ellos como se manifestó en Jesús.

El que acepta mis mandamientos y los guarda ese me ama de verdad; a quien me ama le amará mi Padre y le amaré yo y yo mismo me manifestaré a él. Su mensaje es el del amor al hombre y no el del sometimiento.

La presencia de Jesús y Dios se experimenta como una cercanía interior, no externa. En (14,2) Jesús iba a preparar sitio a los suyos en el “hogar” del Padre. Aquí son el Padre y Jesús los que vienen a vivir con el discípulo.

En el AT la presencia de Dios se localizaba en un lugar, la tienda del encuentro o el templo, ahora cada miembro de la comunidad será morada de Dios.

No será solo una experiencia interior; el amor manifestado hará visible esa presencia. La “presencia” sería una característica de los tiempos mesiánicos (Ez 37,26) (Zac 2,14)

A una pregunta del otro Judas, no el Iscariote, responde Jesús: Uno que me ama cumplirá mi mensaje y mi Padre le demostrará su amor: vendremos a él y permaneceremos con él. Repite lo ya dicho. Los discípulos tienen garantizada la presencia del Padre y la de él mismo.

Esa presencia no va a ser puntual, sino continuada. Una vez más se utiliza el verbo “permanecer” que expresa una actitud decidida de Dios para con el hombre.

También queda una vez más confirmada la identidad de Jesús con Dios, una vez que ha terminado su trayectoria terrena.

“Os dejo dichas estas cosas mientras vivo con vosotros”. Juan sigue en la ficción de la doble perspectiva. Todo lo que hace decir a Jesús, lo está diciendo él mismo, pero tiene que hacer ver que Jesús había preparado a los discípulos para afrontar la nueva etapa en la que él ya no estaría con ellos. Una vez más se hace referencia a la partida.

Les acaba de exponer el plan de Dios para el hombre, lo irán comprendiendo porco a poco. Estos textos están escritos a finales del siglo I.

“El Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, él os lo irá enseñando todo, recordándoos todo lo que yo os he expuesto. La total comprensión de lo que les ha dicho, llegará por la ayuda del Espíritu.

Esta era ya la experiencia de las primeras comunidades. Se le llama ahora Espíritu Santo. Es santo o separado porque pertenece a la esfera de lo divino. Es santificador o separador, porque lleva de la tiniebla-muerte a la luz-vida.

La enseñanza del Espíritu es la de Jesús mismo. Mientras el Espíritu no nos separe del mundo injusto, no podremos comprender el mensaje de Jesús. Por esa falta de Experiencia se dieron tantas conclusiones equivocadas cuando vivían con Jesús.

Jesús vivió una identificación con Dios que no podemos expresar con palabras. "Yo y el Padre somos uno."

A esa misma identificación estamos llamados nosotros. Hacernos una cosa con Dios, que es espíritu y que no está en nosotros como parte alícuota de un todo que soy yo, sino como fundamento de mi ser, sin el cual nada puede haber de mí.

Esa presencia de Dios en mí no altera para nada mi individualidad. Yo soy totalmente yo y totalmente (de) Dios. El vivir esta realidad es lo que constituye la plenitud del hombre.

En esto consiste todo el mensaje de Jesús. Descubrir y vivir esa presencia es nuestra tarea como cristianos, es decir, como seguidores de Cristo. Es también el objetivo de todos los seres humanos, porque todos estamos llamados a alcanzar esa misma meta.



Meditación-contemplación


“Yo estoy identificado con mi Padre,
vosotros conmigo y yo con vosotros”
Nos empeñamos en meter en conceptos lo indecible.
El místico, desde su experiencia, apunta al sol.
Como la luz nos deslumbra, nos quedamos mirando al dedo.
.............

Solo la vivencia puede saciar el ansia de conocer y amar.
Lo que te empeñas en buscar fuera de ti, no existe más que dentro.
El dedo que señala es sólo una ilusión.
El ojo ya no existe, ni hay nada que mirar.
................

Vete al centro de ti y descubre tu esencia.
Ese descubrimiento colmará tus anhelos.
Descubre que la Luz, desde el centro de ti,
ha transformado todo tu ser en Luz.
..................


Fray Marcos

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