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domingo, 29 de mayo de 2011

Evangelio Misionero del Día: 29 de Mayo de 2011 - Sexto Domingo de Pascua - Ciclo A


Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 14, 15-21

Durante la Última Cena, Jesús dijo a sus discípulos:
Si ustedes me aman, cumplirán mis mandamientos.
y Yo rogaré al Padre,
y Él les dará otro Paráclito
para que esté siempre con ustedes:
el Espíritu de la Verdad,
a quien el mundo no puede recibir,
porque no lo ve ni lo conoce.
Ustedes, en cambio, lo conocen,
porque Él permanece con ustedes y estará en ustedes.
No los dejaré huérfanos,
volveré a ustedes.
Dentro de poco el mundo ya no me verá,
pero ustedes sí me verán,
porque Yo vivo y también ustedes vivirán.
Aquel día comprenderán que Yo estoy en mi Padre,
y que ustedes están en mí y Yo en ustedes.
El que recibe mis mandamientos y los cumple,
ése es el que me ama; ;
y el que me ama será amado por mi Padre,
y Yo lo amaré y me manifestaré a él.

Compartiendo la Palabra
Por José Antonio Pagola

En lo cotidiano

NUESTRA vida se decide en lo cotidiano. Por lo general, no son los momentos extraordinarios y excepcionales los que marcan más nuestra existencia. Es más bien esa vida ordinaria de todos los días, con las mismas tareas y obligaciones, en contacto con las mismas personas, la que nos va configurando. En el fondo, somos lo que somos en la vida cotidiana.

Esa vida no tiene muchas veces nada de excitante. Está hecha de repetición y rutina. Pero es nuestra vida. Somos «seres cotidianos». La cotidianeidad es un rasgo esencial de la persona humana. Somos al mismo tiempo responsables y víctimas de esa vida aparentemente pequeña de cada día.

En esa vida de lo normal y ordinario podemos crecer como personas y podemos también echarnos a perder. En esa vida crece nuestra responsabilidad o aumenta nuestra desidia y abandono; cuidamos nuestra dignidad o nos perdemos en la mediocridad; nos inspira y alienta el amor o actuamos desde el resentimiento o la indiferencia; nos dejamos arrastrar por la superficialidad o enraizamos nuestra vida en lo esencial; se va disolviendo nuestra fe o se va reafirmando nuestra confianza en Dios.

La vida cotidiana no es algo que hay que soportar para luego vivir no sé qué. Es en la normalidad de cada día donde se decide nuestra calidad humana y cristiana. Ahí se fortalece la autenticidad de nuestras decisiones; ahí se purifica nuestro amor a las personas; ahí se configura nuestra manera de pensar y de creer. K. Rahner llega a decir que «para el hombre interior y espiritual no hay mejor maestro que la vida cotidiana».

Según la teología del cuarto evangelio, los seguidores de Jesús no caminan por la vida solos y desamparados. Los acompaña y defiende día a día «el Espíritu de la verdad», es decir, la presencia viva de Cristo que los ilumina y alienta poniendo verdad en su vida cotidiana. Se ponen en boca de Cristo estas palabras: «Vosotros viviréis porque yo sigo viviendo».

Lo importante es recordar la consigna: «No busquéis entre los muertos al que está vivo». En el día a día de la vida cotidiana hemos de buscar al Resucitado en el amor, no en la letra muerta; en la autenticidad, no en las apariencias; en la verdad, no en los tópicos; en la creatividad, no en la pasividad y la inercia; en la luz, no en la oscuridad de las segundas intenciones; en el silencio interior, no en la agitación superficial.

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