Seguimos en el discurso de despedida. El tema del domingo pasado era el amor manifestado en la entrega a los demás. Terminábamos diciendo que ese amor era la consecuencia de una experiencia interior, relación con uno mismo y con Dios que está en lo hondo de mi ser. Hoy nos habla el evangelio de lo que significa esa vivencia intima. Lo que sucede dentro de cada uno de nosotros tiene que ser el iceberg del que sólo se apreciará una pequeña parte, que es el amor manifestado en el servicio a los demás.
Recordemos que el discurso de despedida del evangelio de Juan es un montaje teológico que pone en boca de Jesús lo que había sido la experiencia de la comunidad durante setenta años. Eso lo hace mucho más interesante aún, que si hubiera sido pronunciado por Jesús. Nos habla de cómo entendía y practicaba aquella comunidad el seguimiento de Jesús.
No se trataba de seguir a un líder que desde fuera les marcaba el camino, sino de descubrir la experiencia más profunda de Jesús, y repetirla en cada uno de los cristianos. El cristianismo fue en sus orígenes una manera de vivir la presencia de Dios por cada uno de los miembros de la comunidad, teniendo como modelo al mismo Jesús.
En estos siete versículos podemos descubrir las dificultades que encuentra el ser humano cuando trata de expresar la experiencia interior. Por cada afirmación que se hace en los versículos que hemos leído hoy, encontramos en el evangelio otra, que dice exactamente lo contrario. Es la mejor prueba de que las expresiones sobre Dios no se pueden entender al pie de la letra porque nunca son apropiadas.
Necesitan interpretación porque los conceptos no son adecuados para expresar las realidades trascendentes. En este orden, que intenta ir más allá del mundo conceptual, puede ser verdad una afirmación y la contraria.
En Jn 15,9 dice: Como el Padre me ha amado así os he amado yo, permaneced en mi amor. Aquí dice: si alguno me ama le amará mi Padre y le amaré yo. ¿Quién ama primero?
Jesús había dicho que iba a prepararles sitio en el hogar del Padre para después llevarles con él (14.2). Ahora dice que el Padre y él mismo vendrán al interior de cada uno.
Les había advertido que seguirle sería motivo de conflicto. Como me persiguieron a mí, os perseguirán a vosotros (Jn 16,2). Ahora nos dice que trae la paz.
Nos había dicho: yo y el Padre somos uno (10,30). Quien me ve a mí ve a mi Padre (14,9). Ahora nos dice: El Padre es más que yo.
En otro lugar: No os dejaré huérfanos, volveré para estar con vosotros (14,18). Y ahora nos dice que el Padre mandará el Espíritu en su lugar.
Digerir estas aparentes contradicciones es una de las claves para entender la experiencia pascual.
Insisto, una cosa es el lenguaje y otra la realidad que queremos manifestar con él. Ni Dios ni Jesús tienen que venir de ninguna parte para estar en lo hondo de nuestro ser. Está ahí desde antes de existir nosotros. No existe "alguna parte" donde Dios pueda estar fuera de mí y del resto de la creación.
Dios es lo que hace posible mi existencia. Soy yo el que estoy fundamentado en Él desde el primer instante de ser. El descu brirlo en mí, el tomar conciencia de esa presencia, es como si viniera. Esta verdad es la fuente de toda religiosidad. Porque Dios está en lo hondo de mi ser, puedo descubrir y vivir esa presencia.
El hecho de que no llegue a mí desde fuera ni a través de los sentidos, hace imposible toda mediación. Es más, todo intermediario, sean personas, sean instituciones, me alejan de Él más que me acercan.
En el Antiguo Testamento la presencia de Dios se localizaba en un lugar, la tienda del encuentro o el templo. La “total presencia” debía ser una de las características de los tiempos mesiánicos. Desde Jesús, el lugar de la presencia de Dios es el hombre.
Dentro de ti lo tienes que experimentar; pero también descubrirlo dentro de cada uno de los demás seres humanos. Pero ¡ojo! Surge de dentro, pero no será únicamente interna. Si esa presencia no la manifiestas en tus relaciones con los demás, es que no te has enterado.
El Espíritu es el garante de esa presencia dinámica (“os irá enseñando todo...”). Por cinco veces, en este discurso de despedida, hace Jesús referencia al Espíritu. No se trata de la tercera persona de la Trinidad, sino de la divinidad como fuerza (ruaj).
“Santo” significa separado; pero no separado de Dios, sino separado del mundo. Separado y separador de las actitudes del mundo. Si esa Fuerza de Dios no nos separa del mundo (opresión), no podremos comprender el sentido del verdadero amor (servicio).
En diversas partes del evangelio se repite la idea de que Jesús tiene que irse para que los discípulos puedan acceder al verdadero conocimiento de Dios. "Os conviene que yo me vaya, porque si no el Espíritu no vendrá a vosotros."
Ni el mismo Jesús con sus palabras y acciones fue capaz de llevar a los apóstoles hasta el conocimiento de Dios, que les haría cambiar su manera de ver al mismo Jesús.
Mientras estaba con ellos, estaban apegados a su físico, a sus palabras, a sus manifestaciones humanas. Todo muy bonito, pero les impedía darse cuenta de la verdadera identidad de Jesús. Al no ver a Dios en Jesús, tampoco descubrieron la realidad de Dios dentro de ellos. Solamente cuando desapareció, se vieron obligados a buscar dentro de ellos, y allí encontraron lo que no podían descubrir fuera.
El Espíritu no añadirá ninguna enseñanza nueva. Sólo aclarará lo que Jesús ya enseñó, que es a su vez lo mismo que enseña Dios. Las enseñanzas de Jesús y las del Espíritu son las mismas, sólo hay una diferencia. Con Jesús, la Verdad viene a ellos de fuera. El Espíritu las suscita dentro de cada uno como vivencia irrefutable.
Mientras el Espíritu no nos separe del mundo, no podremos comprender las enseñanzas de Jesús. Esto explica tantas conclusiones equivocadas de los discípulos durante la predicación de Jesús. Las palabras (aunque sean las de Jesús) y los razonamientos no pueden llevar a la comprensión. El Espíritu les llevará a experimentar dentro de ellos la misma realidad que Jesús quería explicarles. Entonces no necesitarán argumentos, sino que lo verán todo claramente.
“Paz” era el saludo ordinario entre los semitas. No sólo al despedirse, sino al encontrarse. Ya el “shalom” Judío era mucho más rico que nuestro concepto de paz, pero es que el evangelio de Juan hace hincapié en el “plus” de significado sobre el ya rico significado judío.
La paz de la que habla Jesús tiene su origen en el interior de cada uno. Es la armonía total, no sólo dentro de cada persona, sino con los demás y con la creación entera. Sería el fruto primero de unas relaciones auténticas en todas direcciones. Sería la consecuencia del amor de Dios en nosotros, descubierto y vivido.
La paz no se puede buscar directamente. Es fruto del amor. Solo el Amor descubierto dentro y manifestado fuera, lleva a la verdadera paz.
Deben alegrarse de que se vaya, porque ir al Padre, aunque sea a través de la muerte, no es ninguna tragedia. Será la manifestación suprema de amor, por lo tanto, será la verdadera victoria sobre el mundo y la muerte.
El Padre es mayor que él porque es el origen. Todo lo que posee Jesús procede de Él. Aquí tampoco habla la segunda persona de la Trinidad; estaríamos poniendo en boca de Jesús una herejía.
No olvidemos que Jesús, para el evangelista, es un ser humano a pesar de su preexistencia: “Tomó la condición de esclavo, pasó por uno de tantos...” Cuando decimos sin matizaciones que Jesús es Dios, estamos cayendo en una trampa. Dios se manifiesta, también en Jesús, en lo humano, pero Dios no es lo que se ve ni lo que se palpa ni lo que se oye de Jesús. Dios es otra cosa.
“El Padre es más que yo". Dios se manifiesta y se vela en la humanidad de Jesús. Por eso la presencia de Dios en él no es demostrable. Está en el hombre sin añadir nada y sin obrar nada, según la manera que tenemos de entender el estar y el obrar.
El verdadero Dios es siempre un Dios escondido. Decía Pascal: "Toda religión que no afirme que Dios está oculto, no es verdadera". ¿Qué pensaría de una religión, que lo sabe todo sobre Dios y que nos dice cómo es y dónde está?
Un sufí persa de la Edad Media lo dejó bien claro cuando dijo:
Calle mi labio carnal,
habla en mi interior la calma
voz sonora de mi alma
que es el alma de otra alma
eterna y universa.
¿Dónde tu rostro reposa
alma que a mi alma das vida?
Nacen sin cesar las cosas,
mil y mil veces ansiosas
de ver tu faz escondida.
En toda la Biblia se descubre una tensión entre la trascendencia y la inmanencia de Dios. El hombre no puede ver ni oír a Dios sin morir. No puede ser representado por ninguna imagen. No puede ser nombrado. Pero a la vez, se presenta como compasivo, como pastor de su pueblo, como esposo, como madre que no puede olvidarse del fruto de su vientre.
En el Nuevo Testamento se descubre un intento de acercar a Dios al hombre. Los conceptos de "Mesías", "Siervo", "Hijo de hombre", "Palabra", "Espíri tu", "Sabiduría", incluso "Padre", son todos ejemplos de ese intento de hacer a Dios cercano al ser humano.
Hoy sabemos que no se trata de una simple cercanía, sino de una identificación entre lo que hay de Dios en mí y lo que hay de mí mismo. Nuestra tarea como cristianos hoy, es dar este último paso.
Recordemos que el discurso de despedida del evangelio de Juan es un montaje teológico que pone en boca de Jesús lo que había sido la experiencia de la comunidad durante setenta años. Eso lo hace mucho más interesante aún, que si hubiera sido pronunciado por Jesús. Nos habla de cómo entendía y practicaba aquella comunidad el seguimiento de Jesús.
No se trataba de seguir a un líder que desde fuera les marcaba el camino, sino de descubrir la experiencia más profunda de Jesús, y repetirla en cada uno de los cristianos. El cristianismo fue en sus orígenes una manera de vivir la presencia de Dios por cada uno de los miembros de la comunidad, teniendo como modelo al mismo Jesús.
En estos siete versículos podemos descubrir las dificultades que encuentra el ser humano cuando trata de expresar la experiencia interior. Por cada afirmación que se hace en los versículos que hemos leído hoy, encontramos en el evangelio otra, que dice exactamente lo contrario. Es la mejor prueba de que las expresiones sobre Dios no se pueden entender al pie de la letra porque nunca son apropiadas.
Necesitan interpretación porque los conceptos no son adecuados para expresar las realidades trascendentes. En este orden, que intenta ir más allá del mundo conceptual, puede ser verdad una afirmación y la contraria.
En Jn 15,9 dice: Como el Padre me ha amado así os he amado yo, permaneced en mi amor. Aquí dice: si alguno me ama le amará mi Padre y le amaré yo. ¿Quién ama primero?
Jesús había dicho que iba a prepararles sitio en el hogar del Padre para después llevarles con él (14.2). Ahora dice que el Padre y él mismo vendrán al interior de cada uno.
Les había advertido que seguirle sería motivo de conflicto. Como me persiguieron a mí, os perseguirán a vosotros (Jn 16,2). Ahora nos dice que trae la paz.
Nos había dicho: yo y el Padre somos uno (10,30). Quien me ve a mí ve a mi Padre (14,9). Ahora nos dice: El Padre es más que yo.
En otro lugar: No os dejaré huérfanos, volveré para estar con vosotros (14,18). Y ahora nos dice que el Padre mandará el Espíritu en su lugar.
Digerir estas aparentes contradicciones es una de las claves para entender la experiencia pascual.
Insisto, una cosa es el lenguaje y otra la realidad que queremos manifestar con él. Ni Dios ni Jesús tienen que venir de ninguna parte para estar en lo hondo de nuestro ser. Está ahí desde antes de existir nosotros. No existe "alguna parte" donde Dios pueda estar fuera de mí y del resto de la creación.
Dios es lo que hace posible mi existencia. Soy yo el que estoy fundamentado en Él desde el primer instante de ser. El descu brirlo en mí, el tomar conciencia de esa presencia, es como si viniera. Esta verdad es la fuente de toda religiosidad. Porque Dios está en lo hondo de mi ser, puedo descubrir y vivir esa presencia.
El hecho de que no llegue a mí desde fuera ni a través de los sentidos, hace imposible toda mediación. Es más, todo intermediario, sean personas, sean instituciones, me alejan de Él más que me acercan.
En el Antiguo Testamento la presencia de Dios se localizaba en un lugar, la tienda del encuentro o el templo. La “total presencia” debía ser una de las características de los tiempos mesiánicos. Desde Jesús, el lugar de la presencia de Dios es el hombre.
Dentro de ti lo tienes que experimentar; pero también descubrirlo dentro de cada uno de los demás seres humanos. Pero ¡ojo! Surge de dentro, pero no será únicamente interna. Si esa presencia no la manifiestas en tus relaciones con los demás, es que no te has enterado.
El Espíritu es el garante de esa presencia dinámica (“os irá enseñando todo...”). Por cinco veces, en este discurso de despedida, hace Jesús referencia al Espíritu. No se trata de la tercera persona de la Trinidad, sino de la divinidad como fuerza (ruaj).
“Santo” significa separado; pero no separado de Dios, sino separado del mundo. Separado y separador de las actitudes del mundo. Si esa Fuerza de Dios no nos separa del mundo (opresión), no podremos comprender el sentido del verdadero amor (servicio).
En diversas partes del evangelio se repite la idea de que Jesús tiene que irse para que los discípulos puedan acceder al verdadero conocimiento de Dios. "Os conviene que yo me vaya, porque si no el Espíritu no vendrá a vosotros."
Ni el mismo Jesús con sus palabras y acciones fue capaz de llevar a los apóstoles hasta el conocimiento de Dios, que les haría cambiar su manera de ver al mismo Jesús.
Mientras estaba con ellos, estaban apegados a su físico, a sus palabras, a sus manifestaciones humanas. Todo muy bonito, pero les impedía darse cuenta de la verdadera identidad de Jesús. Al no ver a Dios en Jesús, tampoco descubrieron la realidad de Dios dentro de ellos. Solamente cuando desapareció, se vieron obligados a buscar dentro de ellos, y allí encontraron lo que no podían descubrir fuera.
El Espíritu no añadirá ninguna enseñanza nueva. Sólo aclarará lo que Jesús ya enseñó, que es a su vez lo mismo que enseña Dios. Las enseñanzas de Jesús y las del Espíritu son las mismas, sólo hay una diferencia. Con Jesús, la Verdad viene a ellos de fuera. El Espíritu las suscita dentro de cada uno como vivencia irrefutable.
Mientras el Espíritu no nos separe del mundo, no podremos comprender las enseñanzas de Jesús. Esto explica tantas conclusiones equivocadas de los discípulos durante la predicación de Jesús. Las palabras (aunque sean las de Jesús) y los razonamientos no pueden llevar a la comprensión. El Espíritu les llevará a experimentar dentro de ellos la misma realidad que Jesús quería explicarles. Entonces no necesitarán argumentos, sino que lo verán todo claramente.
“Paz” era el saludo ordinario entre los semitas. No sólo al despedirse, sino al encontrarse. Ya el “shalom” Judío era mucho más rico que nuestro concepto de paz, pero es que el evangelio de Juan hace hincapié en el “plus” de significado sobre el ya rico significado judío.
La paz de la que habla Jesús tiene su origen en el interior de cada uno. Es la armonía total, no sólo dentro de cada persona, sino con los demás y con la creación entera. Sería el fruto primero de unas relaciones auténticas en todas direcciones. Sería la consecuencia del amor de Dios en nosotros, descubierto y vivido.
La paz no se puede buscar directamente. Es fruto del amor. Solo el Amor descubierto dentro y manifestado fuera, lleva a la verdadera paz.
Deben alegrarse de que se vaya, porque ir al Padre, aunque sea a través de la muerte, no es ninguna tragedia. Será la manifestación suprema de amor, por lo tanto, será la verdadera victoria sobre el mundo y la muerte.
El Padre es mayor que él porque es el origen. Todo lo que posee Jesús procede de Él. Aquí tampoco habla la segunda persona de la Trinidad; estaríamos poniendo en boca de Jesús una herejía.
No olvidemos que Jesús, para el evangelista, es un ser humano a pesar de su preexistencia: “Tomó la condición de esclavo, pasó por uno de tantos...” Cuando decimos sin matizaciones que Jesús es Dios, estamos cayendo en una trampa. Dios se manifiesta, también en Jesús, en lo humano, pero Dios no es lo que se ve ni lo que se palpa ni lo que se oye de Jesús. Dios es otra cosa.
“El Padre es más que yo". Dios se manifiesta y se vela en la humanidad de Jesús. Por eso la presencia de Dios en él no es demostrable. Está en el hombre sin añadir nada y sin obrar nada, según la manera que tenemos de entender el estar y el obrar.
El verdadero Dios es siempre un Dios escondido. Decía Pascal: "Toda religión que no afirme que Dios está oculto, no es verdadera". ¿Qué pensaría de una religión, que lo sabe todo sobre Dios y que nos dice cómo es y dónde está?
Un sufí persa de la Edad Media lo dejó bien claro cuando dijo:
Calle mi labio carnal,
habla en mi interior la calma
voz sonora de mi alma
que es el alma de otra alma
eterna y universa.
¿Dónde tu rostro reposa
alma que a mi alma das vida?
Nacen sin cesar las cosas,
mil y mil veces ansiosas
de ver tu faz escondida.
En toda la Biblia se descubre una tensión entre la trascendencia y la inmanencia de Dios. El hombre no puede ver ni oír a Dios sin morir. No puede ser representado por ninguna imagen. No puede ser nombrado. Pero a la vez, se presenta como compasivo, como pastor de su pueblo, como esposo, como madre que no puede olvidarse del fruto de su vientre.
En el Nuevo Testamento se descubre un intento de acercar a Dios al hombre. Los conceptos de "Mesías", "Siervo", "Hijo de hombre", "Palabra", "Espíri tu", "Sabiduría", incluso "Padre", son todos ejemplos de ese intento de hacer a Dios cercano al ser humano.
Hoy sabemos que no se trata de una simple cercanía, sino de una identificación entre lo que hay de Dios en mí y lo que hay de mí mismo. Nuestra tarea como cristianos hoy, es dar este último paso.
Meditación- contemplación
“Vendremos a él y haremos morada en él”.
Jesús descubrió esa presencia absoluta de Dios.
Todo lo que vivió y enseñó, fue consecuencia de esa experiencia.
Sabía que era la clave para que el hombre alcanzase plenitud;
...................
Sin experiencia interior no hay posibilidad de salvación.
Sin identificación con lo divino no puede haber verdadera espiritualidad.
Sin descubrir el tesoro que hay dentro de ti,
nunca estarás dispuesto a vender todo lo demás para adquirirlo.
.......................
Debo preocuparme mucho menos por los que hago.
Tengo que dedicar mis energías a descubrir lo que soy.
Lo que haga, será inevitablemente, consecuencia de lo que creo ser.
Una vez más estoy ante la alternativa: Programación o vivencia.
......................
Fray Marcos
“Vendremos a él y haremos morada en él”.
Jesús descubrió esa presencia absoluta de Dios.
Todo lo que vivió y enseñó, fue consecuencia de esa experiencia.
Sabía que era la clave para que el hombre alcanzase plenitud;
...................
Sin experiencia interior no hay posibilidad de salvación.
Sin identificación con lo divino no puede haber verdadera espiritualidad.
Sin descubrir el tesoro que hay dentro de ti,
nunca estarás dispuesto a vender todo lo demás para adquirirlo.
.......................
Debo preocuparme mucho menos por los que hago.
Tengo que dedicar mis energías a descubrir lo que soy.
Lo que haga, será inevitablemente, consecuencia de lo que creo ser.
Una vez más estoy ante la alternativa: Programación o vivencia.
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Fray Marcos
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