Por P. Félix Jiménez Tutor, escolapio
Un día le preguntaron a un profesor: ¿cuál es el sentido de la vida?
Y éste sacando del bolsillo un trozo de espejo dijo a sus alumnos.
Cuando yo era pequeño me encontré un espejo roto y me quedé con este trozo y empecé a jugar con él. Era maravilloso, podía iluminar agujeros profundos y hendiduras oscuras. Podía reflejar la luz en esos lugares inaccesibles y esto se convirtió para mi en un juego fascinante.
Cuando ya me hice hombre comprendí que no era un juego de infancia sino un símbolo de lo que yo podía hacer con mi vida. Comprendí que yo no soy la luz ni la fuente de la luz. Pero supe que la luz existe y ésta sólo brillará en la oscuridad si yo la reflejo.
Soy un trozo de espejo y aunque no poseo el espejo entero, con el trocito que tengo puedo reflejar luz en los corazones de los hombres y cambiar algunas cosas en sus vidas. Ese soy yo. Ese es el significado de mi vida.
Juan, el hombre enviado por Dios, el presentador de Jesús, el vocero del bautismo en el Espíritu, comprendió también que él no era la luz, sino un reflejo de la luz, él era sólo el despertador que anuncia la luz del nuevo día, y al Señor de todos los días.
Juan, un predicador al aire libre y callejero, metía mucho ruido y atraía a mucha gente y bautizaba en el río Jordán y tenía sus seguidores y esto preocupaba a las autoridades.
Así pues el alcalde y las autoridades de Jerusalén le enviaron unos periodistas del Heraldo de Soria para hacerle una entrevista y tomar algunas fotos a Juan bautizando.
¿Quién eres tú?, le preguntaron.
"Yo no soy el Cristo. Yo no soy Elías. Yo no soy el Profeta."
Podía haber contestado: soy el hijo de Zacarías e Isabel. Mi padre es sacerdote del templo de Jerusalén.
Juan se describe a si mismo en función de su trabajo, de su misión, de su ministerio. Su identidad, su ID se lo da Cristo. Es un hombre, enviado por Dios, para predicar el camino del Señor. Juan no quiere títulos para él, no quiere ser confundido ni revestirse con las ropas de otro.
"Yo soy la voz del que grita en el desierto".
Juan es una voz anónima y pasajera.
Lo que importa es la voz.
Lo que importa es lo que la voz grita.
Lo que importa es que el mensaje se escuche.
Lo que importa es que Jesús sea anunciado.
Lo que no importa es de quién es la voz.
Y Juan fue por uno días el altoparlante de Dios que anunciaba a "uno que está en medio de ustedes y que no conocen".
En mis rondas nocturnas visitando a las familias del barrio llamé a una puerta y la abrió un joven y éste dijo es el Padre. Y su hermano dijo: "Déjale entrar , esa voz la he oído yo predicar en las calles".
No me conocía ni sabía mi nombre. Pero conocía la voz.
La voz que habla y anuncia a Jesús, eso es lo importante, la voz que llega al corazón y lo prepara para acoger la Palabra eterna de Dios.
En otro apartamento nos reímos mucho. Sobre la mesa tenían un libro titulado: "Los sueños y los números. El libro supremo de la suerte". El número 71 era el de la suerte para el mes de diciembre.
En ese desierto hay que poner otro libro, hay que anunciar que la suerte, la mejor suerte es oír la voz de Jesús, la mejor suerte es "conocer al que está en medio de nosotros y aún no lo conocemos", la mejor suerte es ser vivificado y renovado con la unción del Espíritu.
Juan vino para ser testigo de la luz y para que creas en el que es la luz.
Ante los problemas de la vida necesitamos acudir a los profesionales.
Que tengo un accidente: un abogado.
Que estoy enfermo: un médico.
Que el coche no funciona: un mecánico.
Que voy mal en los estudios: una academia.
En las cosas de Dios no hay profesionales, sólo hay testigos del Dios que viene; sólo hay voces que anuncian al Dios que viene.
Y como Juan Bautista, usted y yo y todos los bautizados estamos llamados a ser testigos y voz de Dios, en Jerusalén, en Soria, en Almazán, en Noviercas y...
¿Difícil? Sí. Porque no conocemos al que es más grande que nosotros y está en medio de nosotros.
¿Fácil? Sí. Cuando conocemos, creemos y amamos al que está en medio de nosotros.
Y éste sacando del bolsillo un trozo de espejo dijo a sus alumnos.
Cuando yo era pequeño me encontré un espejo roto y me quedé con este trozo y empecé a jugar con él. Era maravilloso, podía iluminar agujeros profundos y hendiduras oscuras. Podía reflejar la luz en esos lugares inaccesibles y esto se convirtió para mi en un juego fascinante.
Cuando ya me hice hombre comprendí que no era un juego de infancia sino un símbolo de lo que yo podía hacer con mi vida. Comprendí que yo no soy la luz ni la fuente de la luz. Pero supe que la luz existe y ésta sólo brillará en la oscuridad si yo la reflejo.
Soy un trozo de espejo y aunque no poseo el espejo entero, con el trocito que tengo puedo reflejar luz en los corazones de los hombres y cambiar algunas cosas en sus vidas. Ese soy yo. Ese es el significado de mi vida.
Juan, el hombre enviado por Dios, el presentador de Jesús, el vocero del bautismo en el Espíritu, comprendió también que él no era la luz, sino un reflejo de la luz, él era sólo el despertador que anuncia la luz del nuevo día, y al Señor de todos los días.
Juan, un predicador al aire libre y callejero, metía mucho ruido y atraía a mucha gente y bautizaba en el río Jordán y tenía sus seguidores y esto preocupaba a las autoridades.
Así pues el alcalde y las autoridades de Jerusalén le enviaron unos periodistas del Heraldo de Soria para hacerle una entrevista y tomar algunas fotos a Juan bautizando.
¿Quién eres tú?, le preguntaron.
"Yo no soy el Cristo. Yo no soy Elías. Yo no soy el Profeta."
Podía haber contestado: soy el hijo de Zacarías e Isabel. Mi padre es sacerdote del templo de Jerusalén.
Juan se describe a si mismo en función de su trabajo, de su misión, de su ministerio. Su identidad, su ID se lo da Cristo. Es un hombre, enviado por Dios, para predicar el camino del Señor. Juan no quiere títulos para él, no quiere ser confundido ni revestirse con las ropas de otro.
"Yo soy la voz del que grita en el desierto".
Juan es una voz anónima y pasajera.
Lo que importa es la voz.
Lo que importa es lo que la voz grita.
Lo que importa es que el mensaje se escuche.
Lo que importa es que Jesús sea anunciado.
Lo que no importa es de quién es la voz.
Y Juan fue por uno días el altoparlante de Dios que anunciaba a "uno que está en medio de ustedes y que no conocen".
En mis rondas nocturnas visitando a las familias del barrio llamé a una puerta y la abrió un joven y éste dijo es el Padre. Y su hermano dijo: "Déjale entrar , esa voz la he oído yo predicar en las calles".
No me conocía ni sabía mi nombre. Pero conocía la voz.
La voz que habla y anuncia a Jesús, eso es lo importante, la voz que llega al corazón y lo prepara para acoger la Palabra eterna de Dios.
En otro apartamento nos reímos mucho. Sobre la mesa tenían un libro titulado: "Los sueños y los números. El libro supremo de la suerte". El número 71 era el de la suerte para el mes de diciembre.
En ese desierto hay que poner otro libro, hay que anunciar que la suerte, la mejor suerte es oír la voz de Jesús, la mejor suerte es "conocer al que está en medio de nosotros y aún no lo conocemos", la mejor suerte es ser vivificado y renovado con la unción del Espíritu.
Juan vino para ser testigo de la luz y para que creas en el que es la luz.
Ante los problemas de la vida necesitamos acudir a los profesionales.
Que tengo un accidente: un abogado.
Que estoy enfermo: un médico.
Que el coche no funciona: un mecánico.
Que voy mal en los estudios: una academia.
En las cosas de Dios no hay profesionales, sólo hay testigos del Dios que viene; sólo hay voces que anuncian al Dios que viene.
Y como Juan Bautista, usted y yo y todos los bautizados estamos llamados a ser testigos y voz de Dios, en Jerusalén, en Soria, en Almazán, en Noviercas y...
¿Difícil? Sí. Porque no conocemos al que es más grande que nosotros y está en medio de nosotros.
¿Fácil? Sí. Cuando conocemos, creemos y amamos al que está en medio de nosotros.
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