La balanza de lo justo se inclina a favor del interés de cada cual, lo que hace muy difícil determinar con precisión el concepto sin caer en definiciones generales que raramente lleguen a conclusiones objetivas y precisas. Una expresión que demuestra esto es la siguiente: “lo justo para vivir”. Pero, ¿qué es lo justo para vivir? Según a quién preguntes podrás recibir respuestas sorprendentes. Ni los grandes organismos internacionales logran ponerse de acuerdo a la hora de medir los umbrales de pobreza y a eso se suma que resulta muy difícil disponer de datos exactos y reales sobre los índices en educación, sanidad, vivienda, alimentación, Derechos Humanos, etc. etc. Los datos que reciben dichos organismos internacionales provienen, en muchos casos, de los propios gobiernos, lo que hace que puedan ser adaptados según el interés del país de turno. A veces interesa mantener datos que lleven a bajos índices en varios sectores para seguir siendo un país receptor de ayuda, y otras veces interesa entregar buenos datos para mostrar un país avanzado en el que se puede invertir con seguridad.
Pero no es mi intención el adentrarme en la complicada maraña internacional llena de engaños, intereses, manipulaciones, corrupción y un sinfín de enrevesados tejemanejes político-económicos. Mi reflexión surge a pie de calle, de lo que cualquier persona podría percatarse. Y es que conozco casos de personas que se quitan de comer, o mal comen, para pagar las letras de un coche. ¿Esto quiere decir que tener un coche es más necesario para vivir que una buena alimentación? Estando por España vi un programa en televisión sobre gente que se hacía tratamientos de estética. En uno de los casos que presentaban le preguntaban a una chica cuánto se gastaba en dicho tratamiento y al responder le preguntaron de nuevo de dónde sacaba el dinero para pagárselo y ella respondió con una sonrisa justificadora que lo sacaba quitando de aquí y de allá. Sería interesante saber a qué renunciaba realmente, de lo que era capaz de prescindir, por un mero tratamiento para ponerse más morena (algo que, con el tiempo, volverá a desaparecer). ¿Qué es lo que hace que unos padres claudiquen de sus férreos principios educativos para acabar cediendo a la concesión de la compra de una videoconsola? Y es que la persuasiva insistencia de un hijo que repite la tan manida frase “es que todo el mundo lo tiene” hace que cualquier muralla paternal se derrumbe ante la preocupación de que su filio acabe en la más profunda y cruel exclusión social.
Pero volvemos a la pregunta del principio: ¿Qué es lo justo para vivir? Habrá gente que conteste con conceptos tan generales como: alimentación, vivienda, ropa, salud, educación… Todos ellos son muy justos y necesarios, pero el problema no está en estos conceptos, sino en la idea que tenemos de “lo justo para vivir” de cada uno de ellos. Porque la idea de vivienda digna variará dependiendo de si es para mí y de si va a ser para los damnificados por el tsumani. La cantidad de ropa necesaria para vestir variará de si es mi armario o es la bolsa que entrego a Cáritas. Y así podríamos seguir para llegar a una misma conclusión: “Lo justo para vivir dependerá de quién estemos hablando ¿de mí o de los demás?”. Esto hace que los límites de lo justo sean tan difusos y la vara de medir las necesidades cambie según intereses. Y es que cuando vives entre gente pobre te das cuenta que lo que ellos consideran lo justo para vivir es distinto de lo que en mi país de origen se piensa como imprescindible para una vida digna, por mucha crisis que haya por medio.
En definitiva, nuestra “cesta básica” para vivir variará en función de nuestra escala de valores, de nuestras prioridades y de lo que es importante para cada uno en la vida. Y observando dicha “cesta” se podrá saber el tipo de persona que se es. Nunca viene mal mirar en nuestras cestas, de vez en cuando, y hacer una limpieza de todo aquello que realmente no es “lo justo para vivir”. Es un ejercicio de purificación personal muy sano.
* Vicente Gutiérrez es sacerdote español, misionero del IEME en Tailandia.
Pero no es mi intención el adentrarme en la complicada maraña internacional llena de engaños, intereses, manipulaciones, corrupción y un sinfín de enrevesados tejemanejes político-económicos. Mi reflexión surge a pie de calle, de lo que cualquier persona podría percatarse. Y es que conozco casos de personas que se quitan de comer, o mal comen, para pagar las letras de un coche. ¿Esto quiere decir que tener un coche es más necesario para vivir que una buena alimentación? Estando por España vi un programa en televisión sobre gente que se hacía tratamientos de estética. En uno de los casos que presentaban le preguntaban a una chica cuánto se gastaba en dicho tratamiento y al responder le preguntaron de nuevo de dónde sacaba el dinero para pagárselo y ella respondió con una sonrisa justificadora que lo sacaba quitando de aquí y de allá. Sería interesante saber a qué renunciaba realmente, de lo que era capaz de prescindir, por un mero tratamiento para ponerse más morena (algo que, con el tiempo, volverá a desaparecer). ¿Qué es lo que hace que unos padres claudiquen de sus férreos principios educativos para acabar cediendo a la concesión de la compra de una videoconsola? Y es que la persuasiva insistencia de un hijo que repite la tan manida frase “es que todo el mundo lo tiene” hace que cualquier muralla paternal se derrumbe ante la preocupación de que su filio acabe en la más profunda y cruel exclusión social.
Pero volvemos a la pregunta del principio: ¿Qué es lo justo para vivir? Habrá gente que conteste con conceptos tan generales como: alimentación, vivienda, ropa, salud, educación… Todos ellos son muy justos y necesarios, pero el problema no está en estos conceptos, sino en la idea que tenemos de “lo justo para vivir” de cada uno de ellos. Porque la idea de vivienda digna variará dependiendo de si es para mí y de si va a ser para los damnificados por el tsumani. La cantidad de ropa necesaria para vestir variará de si es mi armario o es la bolsa que entrego a Cáritas. Y así podríamos seguir para llegar a una misma conclusión: “Lo justo para vivir dependerá de quién estemos hablando ¿de mí o de los demás?”. Esto hace que los límites de lo justo sean tan difusos y la vara de medir las necesidades cambie según intereses. Y es que cuando vives entre gente pobre te das cuenta que lo que ellos consideran lo justo para vivir es distinto de lo que en mi país de origen se piensa como imprescindible para una vida digna, por mucha crisis que haya por medio.
En definitiva, nuestra “cesta básica” para vivir variará en función de nuestra escala de valores, de nuestras prioridades y de lo que es importante para cada uno en la vida. Y observando dicha “cesta” se podrá saber el tipo de persona que se es. Nunca viene mal mirar en nuestras cestas, de vez en cuando, y hacer una limpieza de todo aquello que realmente no es “lo justo para vivir”. Es un ejercicio de purificación personal muy sano.
* Vicente Gutiérrez es sacerdote español, misionero del IEME en Tailandia.
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