Jesús vive y nos ha salido al encuentro, lo hemos visto. Este es el gran anuncio que cambia la historia del mundo. Es la experiencia de la que arranca la vida de la Iglesia. Es un anuncio proclamado a los cuatro vientos por aquellos que se han encontrado con el Señor, que le han visto, les han escuchado y han sido trastornados por ese encuentro. Paz y alegría profundas son los signos de su presencia, una nueva manera de vivir la fraternidad su fruto.
Primero lectura: Hechos de los Apóstoles: 4,32-35.
Marco: Es el segundo sumario que Lucas dedica a la vida en común de los creyentes. A Lucas le gusta introducir frecuentemente sumario se mayor o menor extensión en su relato de los Hechos. Entre ellos dedica tres a la vida en común: Hch 2,42-47 (que tiene como tema dominante la vida litúrgica y edificante de la primera comunidad); Hch 4,32-35 (con el tema dominante de la comunidad de bienes entre los primeros hermanos); Hch 5,12-15 (con el tema principal de la actividad taumatúrgica de los Apóstoles).
Reflexiones:
1ª) ¡Vivían unánimes y compartiendo como hermanos!
En el grupo de los creyentes todos pensaban y sentían lo mismo: lo poseían todo en común y nadie llamaba suyo propio nada de lo que tenía. Un fruto espléndido de la Resurrección es la vuelta a la armonía original. La división, la rivalidad, el enfrentamiento son expresiones visibles y dramáticas del pecado que rompió la comunión con Dios, entre los hombres y de los hombres con la naturaleza. Restaurada la situación del hombre se hace posible la comunión y la solidaridad entre todos. Por eso la vida en común de los creyentes de Jesús es una expresión plástica y convincente del Cristo Resucitado y Glorioso. La expresión utilizada por Lucas (koinonía) abarca todos los aspectos: comunión con Dios, con el Espíritu, con el Evangelio, con el Cuerpo de Cristo, con los hermanos y la expresión visible que es el compartir los bienes materiales. Los creyentes cuando viven y experimentan esta comunión dan testimonio convincente del Cristo Resucitado y Libertador en todos los ámbitos de la vida humana en todas sus vertientes. Y este testimonio es hoy particularmente urgente en nuestro mundo que se debate en un conflicto permanente entre el deseo de comunión y solidaridad a todos los niveles y que a la vez se experimenta una división dramática entre los hombres y entre los pueblos.
2ª) ¡Testigos de la Resurrección!
Los apóstoles daban testimonio de la Resurrección del Señor con mucho valor. El propio Lucas nos recuerda, cuando narra la elección de Matías, las condiciones para ocupar el lugar de Judas: Se impone que uno de los que nos acompañaron durante todo el tiempo que el Señor Jesús estuvo con nosotros, comenzando desde el bautismo de Juan hasta el día que fue elevado a los cielos, para formar parte de nuestro grupo, para ser con nosotros testigo de su Resurrección (Hch 1,21-22). El destino de los Apóstoles es ser testigos de Jesús. Testifican de una experiencia y revelación singular e irrepetible, individual y de todos juntos. Eso significa la expresión utilizada por los evangelistas para explicar el acontecimiento de la Resurrección y su comprobación por los Apóstoles. Jesús, el que fue crucificado, ha vuelto a la vida, vive para siempre y no morirá jamás. Esta experiencia apostólica que es fundamental para toda la humanidad pues significa la llamada a la vida que no terminará jamás. Y este testimonio es el corazón de la Iglesia y de todos los creyentes. Esta es la tarea y misión de los discípulos de Jesús en medio del mundo como el propio Jesús se lo anunció en la Última Cena: Cuando venga el Paráclito, el Espíritu de la verdad que yo os enviaré y que procede del Padre, el dará testimonio sobre mí. Vosotros mismos seréis mis testigos, porque habéis estado conmigo desde el principio (Jn 15,26-27).
Segunda lectura: Primera Carta de San Juan 5,1-6.
Marco: Este pequeño fragmento que proclamamos hoy forma parte de un conjunto más amplio (4,7-5,13) que podría llevar como título: en las fuentes de la caridad y de la fe. El entretejido de amor y de fe centrado en la persona de Jesús, expresión y presencia del amor del Padre que nos presenta ahora el autor de la Carta, es una de las preocupaciones fundamentales del evangelista Juan. Y constituye un punto de referencia permanente para todos los hombres y para todos los tiempos.
Reflexiones:
1ª) ¡Fuerza regeneradora de la fe en Cristo!
Todo el que cree que Jesús es el Cristo, ha nacido de Dios; y todo el que ama a Aquel que da el ser, ama también al que na nacido de él. En estas afirmaciones del autor de la Carta se refleja una de las grandes preocupaciones que vivió y es cómo entender la comunidad eclesial. En el pensamiento de este autor la Iglesia es principalmente una familia de Dios. Y estas afirmaciones fundamenta el amor a los hermanos precisamente recurriendo al sentido de familia de Dios. Si no todos hemos regenerados por el mismo Jesús y todo en él y por él nos convertimos en hijos verdaderos, aunque adoptivos, de Dios, la lógica consecuencia que deduce el autor es que el amor mutuo es o ha de ser espontáneo. Todos los que nacen del mismo padre humano son hermanos, se sienten atraídos por la sangre y, habitualmente, son los seres más queridos. El autor de la carta traslada esta experiencia al ámbito de la fe y deduce esta admirable conclusión. En nuestro mundo urge el testimonio de fraternidad de los creyentes en Jesús. Una fraternidad comprometida y alegre. Y el creyente la puede ofrecer por esta experiencia de filiación divina en la Resurrección y por la Resurrección de Cristo Jesús. Con una fuerza nueva se puede construir un mundo nuevo.
2ª) ¡Sólo podemos vivir esta experiencia de fraternidad si vivimos primero la experiencia de la filiación!
En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios: si amamos a Dios y cumplimos sus mandamientos. Todo el que ha nacido de Dios vence al mundo. Ya nos había enseñado el Maestro en la Última Cena que el amor fraterno sólo es posible si va por delante la experiencia del que él nos tiene a todos: Este es mi mandamiento (el mandamiento nuevo) que os améis mutuamente porque yo os he amado primero (Jn 15,12). El amor de Dios y de Jesús con el Espíritu manifestado en el don de la vida del propio Jesús es la causa fontal y generadora que hace posible el verdadero amor (ágape) entre los hombres. Es cierto que además de la causa es el modelo al que mirar para realizarlo. Pero el discípulo de Jesús debe vivir en la seguridad y certeza de que al amor del Padre precede y genera esta posibilidad de amar hasta dar la vida por los amigos (Jn 15,13). Esta forma de amar hasta el don de la propia vida es la característica del creyente en Jesús y fruto del acontecimiento pascual. Por eso es un signo ante el mundo para que pueda ser conducido a la fe en Jesús y en su misión (Jn 17, 21ss). También hoy es necesario que todos nos sintamos comprometidos en tan urgente tarea. Los hombres y mujeres de nuestro entorno lo necesitan como nunca. El Evangelio del amor gozoso y vivificante que suscita toda clase de solidaridades entre los hombres sigue vivo y vigente.
3ª) ¡El acontecimiento pascual, garantía de la victoria de los hombres en Cristo Jesús!
Y ésta es la victoria que vence al mundo: nuestra fe; porque ¿quién es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios? La Escritura nos enseña que la fe es principalmente la adhesión personal a un Dios que se revela en la Historia de la Salvación. Y, a partir de esta experiencia, se eleva hasta entrar en el misterio personal de Dios, hasta donde el hombre puede alcanzar, ayudado por la revelación. La fe es un encuentro entre personas: Dios que se presenta y se manifiesta como Luz-Verdad y Amor-Bondad y el hombre que lo acoge en su intimidad personal (compuesta de inteligencia que acoge la luz y la verdad y la voluntad que se abraza a la bondad, al bien y al amor). En la fe entra en juego todo el ser del hombre en su más profunda intimidad. Por eso recuerda el autor que la fe consiste en aceptar a Jesús como Hijo de Dios. Como el Enviado singular en favor de los hombres. Aquél que siendo siempre Hijo se hace presente entre los hombres.
Los creyentes son llamados a hacer presente en el mundo este sentido globalizador y transformador de la fe. Todavía más, este sentido humanizador descubre la verdadera dimensión del hombre, el verdadero sentido de su relación con un Dios que se hace presente y realiza esta humanización a través de su propio Hijo hecho realmente un hombre. En el misterio pascual se revela y se manifiesta de modo muy singular la verdadera entidad y destino del hombre.
Tercera lectura: Juan 20,19-31.
Marco: Seguimos proclamando el Evangelio de Juan.
Reflexiones:
1ª) ¡Tenían miedo a los judíos!
Al anochecer de aquel día, el día primero se la semana, estaban los discípulos en una casa con la puertas cerradas, por miedo a los judíos. Los Apóstoles, antes de la Resurrección y donación del Espíritu, no estaban capacitados para comprender este Acontecimiento. San Lucas que, normalmente, se distingue por su delicadeza con los discípulos y sus dificultades para entender a Jesús, afirma con motivo del tercer anuncio de la pasión: Ellos nada de esto comprendieron; estas palabras les quedaban ocultas y no entendían lo que había dicho (Lc 18,34). Estas palabras reflejan adecuadamente el estado de ánimo de los discípulos cuando se encuentran ya a las puertas de Jerusalén, a las puertas de la Pasión. Es necesario leer los relatos evangélicos con detenimiento. Entre la muerte de Jesús y la plena convicción de los apóstoles de que estaba vivo pasó un tiempo probablemente largo. Los relatos actuales están presentados en una forma pedagógica para la comprensión de lo que significa "al tercer día". Mientras tanto, nos recuerdan los evangelistas, los apóstoles tienen miedo. Y se explica que insistan en sus relatos en esta experiencia de miedo. Y es sumamente aleccionador para los creyentes de todo el mundo y de todos los tiempos. El creyente sabe que sus certezas son una gracia de Dios. Esta experiencia de miedo-seguridad la necesitan también los hombres de nuestro mundo en todos los ámbitos: familiar, social, laboral, profesional. Y en todas las situaciones de la vida.
2ª) Jesús se hace presente y se identifica.
En esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: Paz a vosotros. Y diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Sólo en el marco descrito anteriormente se comprende lo sorprendente de la aparición de Jesús para los discípulos. Y es Jesús quien toma la iniciativa de acercarse a los suyos. El saludo y la presencia representan la respuesta definitiva a los que habían de ser sus testigos por todo el mundo. Jesús comienza por relacionar su situación actual con la anterior. Era necesario esta profunda identificación. El que vivió realmente en esta historia nuestra y murió en un aparente fracaso ahora está vivo, vencedor de la muerte. El Crucificado y el Resucitado son el mismo. Era necesario caer en la cuenta de esta identificación que asegura la continuidad del proyecto de Dios y aleja la tentación de separarlos, como ocurrirá más adelante y más de una vez. Esta identificación es el fundamento de la fe cristológica y de la oferta sincera de salvación hecha por Dios.
3ª) Pascua, fuente de la verdadera alegría.
Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Paz y alegría son frutos exquisitos como resultado del acontecimiento pascual. Sabemos que la esperanza engendra alegría. La alegría es un motivo que aparece repetidamente en las apariciones del Resucitado. La alegría que es un bien mesiánico, que alcanza a la profundidad del hombre. Porque Dios mismo quiere al hombre feliz. La Resurrección responde de este modo a otro de los anhelos más profundos del hombre que es la necesidad de felicidad auténtica. Una alegría que, en el estadio de peregrinación, la Iglesia habrá de amasar con la persecución y las amarguras de las dificultades. Pero estará siempre presente como oferta del Cristo Glorioso presente entre los hombres.
4ª) Dichosos los que creen sin haber visto.
¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto. Esta bienaventuranza espléndida es una respuesta a las preocupaciones de los cristianos de finales del s.I que preguntan al Apóstol dónde apoyar su fe. Y el evangelista les recuerda que el camino es el Jesús real y humano. La fe entra así en el campo de las bienaventuranzas. Dichosos los que se fían del testimonio en favor de Jesús. Pero esta dinámica producirá siempre dificultades, porque los motivos de credibilidad quedan muy cortos ante la realidad a la que quieren conducir. Por eso se declara felices a los que son capaces de superar el "escándalo" o la "precariedad" de los motivos de credibilidad y se abren a la acción y presencia del Resucitado.
Nuestros encuentros
Nuestra vida está hecha de encuentros. Unos los buscamos, con frecuencia tienen detrás causas diversas: el trabajo, la amistad, los lazos familiares… Pero no siempre nuestros encuentros los buscamos ni los programamos. Con frecuencia son esos encuentros inesperados los que nos dejan más profunda huella, quizás por la sorpresa, quizás por lo gratuito. Cada encuentro nos deja una huella, de modo que nuestra vida se va viendo afectada por ellos, hasta tal punto que lo que somos es fruto de los encuentros personales que hemos tenido
El encuentro con el resucitado
La experiencia pascual es la experiencia del encuentro con el resucitado, un encuentro que cambia radicalmente la vida de los que habían vivido con Él. De alguna forma, los primeros discípulos experimentaron que Jesús estaba vivo, que aquél a quienes los poderes de este mundo habían ajusticiado, había sido resucitado por Dios. Y esa experiencia cambió sus vidas y la de los creyentes de todos los tiempos.
Juan nos relata en el texto de hoy esa experiencia de encuentro de los discípulos con el resucitado, subrayando los efectos que ese encuentro produce en aquellos que estaban “encerrados por miedo a los judíos”:
Pasan del temor a la valentía, que les permitirá a partir de ese momento ser testigos sin temor a la persecución o la muerte.
Descubren que la paz es la señal de la presencia del resucitado.
Vivencian la alegría como fruto de esa presencia.
Se sienten enviados a dar continuidad a la misión de Jesús
Acogen el Espíritu Santo que Jesús les invita a recibir y que les da poder para testimoniar.
A partir de ese momento la persona de los díscipulos queda afectada radicalmente y su identidad ahora es la de testigos. Son lo que son gracias al encuentro con el resucitado.
A pesar de la incredulidad
No se le escapa al evangelista la incredulidad de Tomás, de tantos de nosotros tantas veces, para creer a los discípulos. En el fondo todo necesitamos “ver” para creer. Nada sustituye a nuestra experiencia personal. También el Señor resucitado conoce nuestra necesidad y, como a Tomás, siempre nos sale al encuentro, a cada uno, a sabiendas de que nada puede sustituir la experiencia personal. Creemos sí, apoyados en la fe de los testigos, pero también nos es dado experimentar el encuentro de modo personal. Nos es dada la gracia del encuentro, que por gratuito y sorpresivo, no puede ser neutralizado por nuestra débil fe.
La comunidad
La comunidad cristiana, desde el comienzo de su historia, nace del encuentro con el resucitado, así lo afirman los hechos de los Apóstoles. Quienes se habían encontrado con el resucitado, transformados por esa experiencia, viven de una manera nueva: “todos pensaban y sentían lo mismo”. El encuentro con Jesús les había cambiado los ejes vitales, ahora están convencidos de que Dios tiene la última palabra y de que la victoria frente al mundo, como afirma la carta de Juan, es de aquellos que creen en Jesús, que le reconocen vivo y tratan de vivir como Él, amando sin límites. Esa es la fuente de su unidad.
Esa unidad se expresa, tal como narran los Hechos de los Apóstoles, en una fraternidad que atiende solícita a las necesidades de todos. Y esa manera de vivir, en sí misma, se vuelve también testimonio a los ojos de los demás: “todos eran muy bien vistos”.
Hay encuentros.. y encuentros
Cuando cada día salimos a los caminos de la vida, los cristianos lo hacemos sabiendo que nos saldrá al encuentro Jesús resucitado, que sigue estando con nosotros hasta el final de los tiempos. Reconoceremos su presencia en todas las realidades humanas que nos dejan paz profunda, en las situaciones en que, ya sean fáciles o difíciles, experimentamos la alegría y el amor, los encuentros humanos en que renace la esperanza más honda, la que está anclada en esta victoria de Dios sobre el mal y la muerte, en la certeza de que Jesús vive.
Es este encuentro con Jesús resucitado el que nos configura como creyentes, es el encuentro que nos da la identidad más profunda, el sentido último de nuestra existencia. Toca estar atentos para que sepamos reconocer sus huellas, escuchar su saludo de paz, reconocernos enviados y acoger su Espíritu, no sea que, como tantas veces en la vida, pasemos de largo, sin ver.
Y no caminaremos solos, lo hacemos con la nube de testigos de Jesús resucitado, con los que hacemos realidad un mundo más fraterno, donde a nadie falte lo necesario para vivir, donde cada uno de nuestros hermanos y hermanas sean tratados con igual dignidad. Ahí veremos al resucitado.
Hna. Pilar del Barrio
Comunidad Sto. Domingo de Guzmán. Los Negrales (Madrid)
Comunidad Sto. Domingo de Guzmán. Los Negrales (Madrid)
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Comentario Biblico
Comentario Biblico
Primero lectura: Hechos de los Apóstoles: 4,32-35.
Marco: Es el segundo sumario que Lucas dedica a la vida en común de los creyentes. A Lucas le gusta introducir frecuentemente sumario se mayor o menor extensión en su relato de los Hechos. Entre ellos dedica tres a la vida en común: Hch 2,42-47 (que tiene como tema dominante la vida litúrgica y edificante de la primera comunidad); Hch 4,32-35 (con el tema dominante de la comunidad de bienes entre los primeros hermanos); Hch 5,12-15 (con el tema principal de la actividad taumatúrgica de los Apóstoles).
Reflexiones:
1ª) ¡Vivían unánimes y compartiendo como hermanos!
En el grupo de los creyentes todos pensaban y sentían lo mismo: lo poseían todo en común y nadie llamaba suyo propio nada de lo que tenía. Un fruto espléndido de la Resurrección es la vuelta a la armonía original. La división, la rivalidad, el enfrentamiento son expresiones visibles y dramáticas del pecado que rompió la comunión con Dios, entre los hombres y de los hombres con la naturaleza. Restaurada la situación del hombre se hace posible la comunión y la solidaridad entre todos. Por eso la vida en común de los creyentes de Jesús es una expresión plástica y convincente del Cristo Resucitado y Glorioso. La expresión utilizada por Lucas (koinonía) abarca todos los aspectos: comunión con Dios, con el Espíritu, con el Evangelio, con el Cuerpo de Cristo, con los hermanos y la expresión visible que es el compartir los bienes materiales. Los creyentes cuando viven y experimentan esta comunión dan testimonio convincente del Cristo Resucitado y Libertador en todos los ámbitos de la vida humana en todas sus vertientes. Y este testimonio es hoy particularmente urgente en nuestro mundo que se debate en un conflicto permanente entre el deseo de comunión y solidaridad a todos los niveles y que a la vez se experimenta una división dramática entre los hombres y entre los pueblos.
2ª) ¡Testigos de la Resurrección!
Los apóstoles daban testimonio de la Resurrección del Señor con mucho valor. El propio Lucas nos recuerda, cuando narra la elección de Matías, las condiciones para ocupar el lugar de Judas: Se impone que uno de los que nos acompañaron durante todo el tiempo que el Señor Jesús estuvo con nosotros, comenzando desde el bautismo de Juan hasta el día que fue elevado a los cielos, para formar parte de nuestro grupo, para ser con nosotros testigo de su Resurrección (Hch 1,21-22). El destino de los Apóstoles es ser testigos de Jesús. Testifican de una experiencia y revelación singular e irrepetible, individual y de todos juntos. Eso significa la expresión utilizada por los evangelistas para explicar el acontecimiento de la Resurrección y su comprobación por los Apóstoles. Jesús, el que fue crucificado, ha vuelto a la vida, vive para siempre y no morirá jamás. Esta experiencia apostólica que es fundamental para toda la humanidad pues significa la llamada a la vida que no terminará jamás. Y este testimonio es el corazón de la Iglesia y de todos los creyentes. Esta es la tarea y misión de los discípulos de Jesús en medio del mundo como el propio Jesús se lo anunció en la Última Cena: Cuando venga el Paráclito, el Espíritu de la verdad que yo os enviaré y que procede del Padre, el dará testimonio sobre mí. Vosotros mismos seréis mis testigos, porque habéis estado conmigo desde el principio (Jn 15,26-27).
Segunda lectura: Primera Carta de San Juan 5,1-6.
Marco: Este pequeño fragmento que proclamamos hoy forma parte de un conjunto más amplio (4,7-5,13) que podría llevar como título: en las fuentes de la caridad y de la fe. El entretejido de amor y de fe centrado en la persona de Jesús, expresión y presencia del amor del Padre que nos presenta ahora el autor de la Carta, es una de las preocupaciones fundamentales del evangelista Juan. Y constituye un punto de referencia permanente para todos los hombres y para todos los tiempos.
Reflexiones:
1ª) ¡Fuerza regeneradora de la fe en Cristo!
Todo el que cree que Jesús es el Cristo, ha nacido de Dios; y todo el que ama a Aquel que da el ser, ama también al que na nacido de él. En estas afirmaciones del autor de la Carta se refleja una de las grandes preocupaciones que vivió y es cómo entender la comunidad eclesial. En el pensamiento de este autor la Iglesia es principalmente una familia de Dios. Y estas afirmaciones fundamenta el amor a los hermanos precisamente recurriendo al sentido de familia de Dios. Si no todos hemos regenerados por el mismo Jesús y todo en él y por él nos convertimos en hijos verdaderos, aunque adoptivos, de Dios, la lógica consecuencia que deduce el autor es que el amor mutuo es o ha de ser espontáneo. Todos los que nacen del mismo padre humano son hermanos, se sienten atraídos por la sangre y, habitualmente, son los seres más queridos. El autor de la carta traslada esta experiencia al ámbito de la fe y deduce esta admirable conclusión. En nuestro mundo urge el testimonio de fraternidad de los creyentes en Jesús. Una fraternidad comprometida y alegre. Y el creyente la puede ofrecer por esta experiencia de filiación divina en la Resurrección y por la Resurrección de Cristo Jesús. Con una fuerza nueva se puede construir un mundo nuevo.
2ª) ¡Sólo podemos vivir esta experiencia de fraternidad si vivimos primero la experiencia de la filiación!
En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios: si amamos a Dios y cumplimos sus mandamientos. Todo el que ha nacido de Dios vence al mundo. Ya nos había enseñado el Maestro en la Última Cena que el amor fraterno sólo es posible si va por delante la experiencia del que él nos tiene a todos: Este es mi mandamiento (el mandamiento nuevo) que os améis mutuamente porque yo os he amado primero (Jn 15,12). El amor de Dios y de Jesús con el Espíritu manifestado en el don de la vida del propio Jesús es la causa fontal y generadora que hace posible el verdadero amor (ágape) entre los hombres. Es cierto que además de la causa es el modelo al que mirar para realizarlo. Pero el discípulo de Jesús debe vivir en la seguridad y certeza de que al amor del Padre precede y genera esta posibilidad de amar hasta dar la vida por los amigos (Jn 15,13). Esta forma de amar hasta el don de la propia vida es la característica del creyente en Jesús y fruto del acontecimiento pascual. Por eso es un signo ante el mundo para que pueda ser conducido a la fe en Jesús y en su misión (Jn 17, 21ss). También hoy es necesario que todos nos sintamos comprometidos en tan urgente tarea. Los hombres y mujeres de nuestro entorno lo necesitan como nunca. El Evangelio del amor gozoso y vivificante que suscita toda clase de solidaridades entre los hombres sigue vivo y vigente.
3ª) ¡El acontecimiento pascual, garantía de la victoria de los hombres en Cristo Jesús!
Y ésta es la victoria que vence al mundo: nuestra fe; porque ¿quién es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios? La Escritura nos enseña que la fe es principalmente la adhesión personal a un Dios que se revela en la Historia de la Salvación. Y, a partir de esta experiencia, se eleva hasta entrar en el misterio personal de Dios, hasta donde el hombre puede alcanzar, ayudado por la revelación. La fe es un encuentro entre personas: Dios que se presenta y se manifiesta como Luz-Verdad y Amor-Bondad y el hombre que lo acoge en su intimidad personal (compuesta de inteligencia que acoge la luz y la verdad y la voluntad que se abraza a la bondad, al bien y al amor). En la fe entra en juego todo el ser del hombre en su más profunda intimidad. Por eso recuerda el autor que la fe consiste en aceptar a Jesús como Hijo de Dios. Como el Enviado singular en favor de los hombres. Aquél que siendo siempre Hijo se hace presente entre los hombres.
Los creyentes son llamados a hacer presente en el mundo este sentido globalizador y transformador de la fe. Todavía más, este sentido humanizador descubre la verdadera dimensión del hombre, el verdadero sentido de su relación con un Dios que se hace presente y realiza esta humanización a través de su propio Hijo hecho realmente un hombre. En el misterio pascual se revela y se manifiesta de modo muy singular la verdadera entidad y destino del hombre.
Tercera lectura: Juan 20,19-31.
Marco: Seguimos proclamando el Evangelio de Juan.
Reflexiones:
1ª) ¡Tenían miedo a los judíos!
Al anochecer de aquel día, el día primero se la semana, estaban los discípulos en una casa con la puertas cerradas, por miedo a los judíos. Los Apóstoles, antes de la Resurrección y donación del Espíritu, no estaban capacitados para comprender este Acontecimiento. San Lucas que, normalmente, se distingue por su delicadeza con los discípulos y sus dificultades para entender a Jesús, afirma con motivo del tercer anuncio de la pasión: Ellos nada de esto comprendieron; estas palabras les quedaban ocultas y no entendían lo que había dicho (Lc 18,34). Estas palabras reflejan adecuadamente el estado de ánimo de los discípulos cuando se encuentran ya a las puertas de Jerusalén, a las puertas de la Pasión. Es necesario leer los relatos evangélicos con detenimiento. Entre la muerte de Jesús y la plena convicción de los apóstoles de que estaba vivo pasó un tiempo probablemente largo. Los relatos actuales están presentados en una forma pedagógica para la comprensión de lo que significa "al tercer día". Mientras tanto, nos recuerdan los evangelistas, los apóstoles tienen miedo. Y se explica que insistan en sus relatos en esta experiencia de miedo. Y es sumamente aleccionador para los creyentes de todo el mundo y de todos los tiempos. El creyente sabe que sus certezas son una gracia de Dios. Esta experiencia de miedo-seguridad la necesitan también los hombres de nuestro mundo en todos los ámbitos: familiar, social, laboral, profesional. Y en todas las situaciones de la vida.
2ª) Jesús se hace presente y se identifica.
En esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: Paz a vosotros. Y diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Sólo en el marco descrito anteriormente se comprende lo sorprendente de la aparición de Jesús para los discípulos. Y es Jesús quien toma la iniciativa de acercarse a los suyos. El saludo y la presencia representan la respuesta definitiva a los que habían de ser sus testigos por todo el mundo. Jesús comienza por relacionar su situación actual con la anterior. Era necesario esta profunda identificación. El que vivió realmente en esta historia nuestra y murió en un aparente fracaso ahora está vivo, vencedor de la muerte. El Crucificado y el Resucitado son el mismo. Era necesario caer en la cuenta de esta identificación que asegura la continuidad del proyecto de Dios y aleja la tentación de separarlos, como ocurrirá más adelante y más de una vez. Esta identificación es el fundamento de la fe cristológica y de la oferta sincera de salvación hecha por Dios.
3ª) Pascua, fuente de la verdadera alegría.
Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Paz y alegría son frutos exquisitos como resultado del acontecimiento pascual. Sabemos que la esperanza engendra alegría. La alegría es un motivo que aparece repetidamente en las apariciones del Resucitado. La alegría que es un bien mesiánico, que alcanza a la profundidad del hombre. Porque Dios mismo quiere al hombre feliz. La Resurrección responde de este modo a otro de los anhelos más profundos del hombre que es la necesidad de felicidad auténtica. Una alegría que, en el estadio de peregrinación, la Iglesia habrá de amasar con la persecución y las amarguras de las dificultades. Pero estará siempre presente como oferta del Cristo Glorioso presente entre los hombres.
4ª) Dichosos los que creen sin haber visto.
¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto. Esta bienaventuranza espléndida es una respuesta a las preocupaciones de los cristianos de finales del s.I que preguntan al Apóstol dónde apoyar su fe. Y el evangelista les recuerda que el camino es el Jesús real y humano. La fe entra así en el campo de las bienaventuranzas. Dichosos los que se fían del testimonio en favor de Jesús. Pero esta dinámica producirá siempre dificultades, porque los motivos de credibilidad quedan muy cortos ante la realidad a la que quieren conducir. Por eso se declara felices a los que son capaces de superar el "escándalo" o la "precariedad" de los motivos de credibilidad y se abren a la acción y presencia del Resucitado.
Fr. Gerardo Sánchez Mielgo
Convento de Santo Domingo. Torrent (Valencia)
Convento de Santo Domingo. Torrent (Valencia)
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Pautas para la Homilía
Pautas para la Homilía
Nuestros encuentros
Nuestra vida está hecha de encuentros. Unos los buscamos, con frecuencia tienen detrás causas diversas: el trabajo, la amistad, los lazos familiares… Pero no siempre nuestros encuentros los buscamos ni los programamos. Con frecuencia son esos encuentros inesperados los que nos dejan más profunda huella, quizás por la sorpresa, quizás por lo gratuito. Cada encuentro nos deja una huella, de modo que nuestra vida se va viendo afectada por ellos, hasta tal punto que lo que somos es fruto de los encuentros personales que hemos tenido
El encuentro con el resucitado
La experiencia pascual es la experiencia del encuentro con el resucitado, un encuentro que cambia radicalmente la vida de los que habían vivido con Él. De alguna forma, los primeros discípulos experimentaron que Jesús estaba vivo, que aquél a quienes los poderes de este mundo habían ajusticiado, había sido resucitado por Dios. Y esa experiencia cambió sus vidas y la de los creyentes de todos los tiempos.
Juan nos relata en el texto de hoy esa experiencia de encuentro de los discípulos con el resucitado, subrayando los efectos que ese encuentro produce en aquellos que estaban “encerrados por miedo a los judíos”:
Pasan del temor a la valentía, que les permitirá a partir de ese momento ser testigos sin temor a la persecución o la muerte.
Descubren que la paz es la señal de la presencia del resucitado.
Vivencian la alegría como fruto de esa presencia.
Se sienten enviados a dar continuidad a la misión de Jesús
Acogen el Espíritu Santo que Jesús les invita a recibir y que les da poder para testimoniar.
A partir de ese momento la persona de los díscipulos queda afectada radicalmente y su identidad ahora es la de testigos. Son lo que son gracias al encuentro con el resucitado.
A pesar de la incredulidad
No se le escapa al evangelista la incredulidad de Tomás, de tantos de nosotros tantas veces, para creer a los discípulos. En el fondo todo necesitamos “ver” para creer. Nada sustituye a nuestra experiencia personal. También el Señor resucitado conoce nuestra necesidad y, como a Tomás, siempre nos sale al encuentro, a cada uno, a sabiendas de que nada puede sustituir la experiencia personal. Creemos sí, apoyados en la fe de los testigos, pero también nos es dado experimentar el encuentro de modo personal. Nos es dada la gracia del encuentro, que por gratuito y sorpresivo, no puede ser neutralizado por nuestra débil fe.
La comunidad
La comunidad cristiana, desde el comienzo de su historia, nace del encuentro con el resucitado, así lo afirman los hechos de los Apóstoles. Quienes se habían encontrado con el resucitado, transformados por esa experiencia, viven de una manera nueva: “todos pensaban y sentían lo mismo”. El encuentro con Jesús les había cambiado los ejes vitales, ahora están convencidos de que Dios tiene la última palabra y de que la victoria frente al mundo, como afirma la carta de Juan, es de aquellos que creen en Jesús, que le reconocen vivo y tratan de vivir como Él, amando sin límites. Esa es la fuente de su unidad.
Esa unidad se expresa, tal como narran los Hechos de los Apóstoles, en una fraternidad que atiende solícita a las necesidades de todos. Y esa manera de vivir, en sí misma, se vuelve también testimonio a los ojos de los demás: “todos eran muy bien vistos”.
Hay encuentros.. y encuentros
Cuando cada día salimos a los caminos de la vida, los cristianos lo hacemos sabiendo que nos saldrá al encuentro Jesús resucitado, que sigue estando con nosotros hasta el final de los tiempos. Reconoceremos su presencia en todas las realidades humanas que nos dejan paz profunda, en las situaciones en que, ya sean fáciles o difíciles, experimentamos la alegría y el amor, los encuentros humanos en que renace la esperanza más honda, la que está anclada en esta victoria de Dios sobre el mal y la muerte, en la certeza de que Jesús vive.
Es este encuentro con Jesús resucitado el que nos configura como creyentes, es el encuentro que nos da la identidad más profunda, el sentido último de nuestra existencia. Toca estar atentos para que sepamos reconocer sus huellas, escuchar su saludo de paz, reconocernos enviados y acoger su Espíritu, no sea que, como tantas veces en la vida, pasemos de largo, sin ver.
Y no caminaremos solos, lo hacemos con la nube de testigos de Jesús resucitado, con los que hacemos realidad un mundo más fraterno, donde a nadie falte lo necesario para vivir, donde cada uno de nuestros hermanos y hermanas sean tratados con igual dignidad. Ahí veremos al resucitado.
Hna. Pilar del Barrio
Comunidad Sto. Domingo de Guzmán. Los Negrales (Madrid)
Comunidad Sto. Domingo de Guzmán. Los Negrales (Madrid)
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