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domingo, 16 de febrero de 2014

Contemplaciones del Evangelio: Los pequeños mandamientos (Mt 5, 17-37)


Apenas releí esta mañana el evangelio saltó la imagen de “los pequeños mandamientos…”. El que no los cumple, el que los deja pasar por pequeños será considerado “pequeño en el Reino”. Nunca me había fijado en la paradoja: resulta que “en el Reino, hay que ser grande (mega, dice el griego, con esta palabra que está de moda en la tecnología). Y, para ser grande hay que cumplir y enseñar “los pequeños mandamientos”. Lo uno con la vida, con esas “pequeñas situaciones de todos los días”. Porque resulta que siempre, para rezar, busco una palabra que haya dicho alguna persona o que esté en el evangelio y que me llama la atención porque tiene un sabor especial, o da un golpecito en lo más tierno de mi corazón. Pensar en “los pequeños mandamientos” se me hizo agua a la boca, suscitó el recuerdo de Jesús, en quien Dios se ha enamorado de nuestra pequeñez, trajo como de la mano a la Virgen, rezando consolada el magníficat, haciéndonos sentir mirados con bondad en nuestra pequeñez, y como una cosa trae a la otra, ahí nomás aparece Teresita, con su caminito de pequeñez, y, por supuesto, el Papa Francisco, en su homilía de ayer: “Hay una relación entre Dios y nosotros pequeños: Dios, es grande, y nosotros pequeños. Cuando debe elegir a las personas, también a su pueblo, Dios siempre elige a los pequeños. Custodiemos nuestra pequeñez para dialogar con la grandeza del Señor.” Pero decía que lo uno con la vida. Estaba ayer por irme del Hogar, luego de la visita de la tarde, en la que constatamos que el Cif saca toda la mugre de los azulejos y los deja como nuevos, cuando caí en la cuenta de que eran justo las 6 y tenía que entrar la gente. Como Cristian estaba solo le ofrecí, si querés te ayudo y me dijo que sí, que yo los recibiera en la puerta y él revisaba los bolsos. Entonces yo “huelo” y vos “revisás”, le dije riendo, mientras bajaba los tres escalones y abría. Es que en el Hogar hacemos aplicación de sentidos: hay que “oler” si hay alcohol, “mirar” si hay pupilas dilatadas, “tocar” los bolsos a ver si hay objetos punzantes, “oír” si la gente habla pastoso o con el tono de voz más elevado de lo habitual… Después que entró alguno mal, se hace difícil pedirle que se vaya, generalmente ahí vienen los problemas. Bueno, la cuestión es que hice pasar la gente y el último me dice “lo descendieron, padre”, pasa y sube un escaloncito antes que le responda: para nosotros los jesuitas, el papa Francisco siempre nos enseñó que ascender es bajar –abajarse, decía él-. Me miró con cara de asombro y siguió adelante diciendo “Esa no la tenía. La verdad que no”. Me sonreí para adentro y quedó ahí la cosa. Pero al leer el evangelio de hoy volvió la escena. Me encantó la frase “Esa no la tenía”. Que la diga uno que está en el Hogar es fuerte. Porque si casi todo argentino cree que se las sabe todas, los argentinos que están en situación de calle no sólo se lo creen sino que lo “experimentan”. Hace falta una especie de síntesis vital para quedarse en la calle y quizás la primera tarea del Hogar sea la de hacer experimentar a una persona que otra vida es posible, que hay algunas cosas que no probó hacer para salir, que se puede. Pocas cosas los sorprenden y cuando algo de verdad los sorprende lo valoran muchísimo. El papa Francisco me decía hace un tiempo, cuando le conté de esa persona del Hogar que lloraba de emoción porque “nuestro Papa había dicho que aunque uno no tuviera fe se podía salvar si tenía buen corazón (y el lloraba porque decía: yo no tengo fe, pero igual me puedo salvar, padre, ¿me entiende? Lo dijo nuestro Papa”), me decía, digo, que “es tanta la gente que siente que no tiene salvación, que está afuera de la vida…” Lo decía reflexionando para sí. Y creo que eso le confirma su apuesta a la misericordia infinita del Padre, que no se cansa de perdonar (Guardini dice que Dios hace que “nuestro pecado no exista más”, no es que lo olvide o lo perdone o lo remiende, sino que hace “que deje de existir!”. Y eso implica una imagen de “un Dios que es más que Dios”, en el sentido de que es algo inconcebible, pero que hay que experimentar). Pues bien, la señal de que todo esto es verdad, se juega en torno a los “pequeños mandamientos”. El que de verdad siente que “sus pecados no existen más a los ojos de Dios”, no puede “soportar” otra vida que no sea “cumpliendo los más pequeños mandamientos”. Esa es la otra cara de la medalla: de un lado la imagen del Padre con la inscripción “Misericordia absoluta”, y del otro lado, la imagen nuestra con la inscripción “Pequeños mandamientos”. Por eso me encanta aprender de esa gente que, en nuestras obras, uno descubre cumpliendo con infinita alegría y dedicación, las tareas más pequeñas y que nadie ve, con esa paz del que saborea la vida a sorbitos y goza con los detalles. Enseguida pienso, ahí hay uno de esos a los que “porque aman mucho se les ha perdonado mucho”; o “ahí hay un hermano mío que ha hecho la síntesis y porque es muy inteligente y ha explorado los límites de su inteligencia, ha optado por tener una gran fe en Jesús”, o “ahí hay una que tiene una esperanza a toda prueba, porque es capaz de comenzar algo nuevo y chiquitito como si fuera la solución a todos los problemas del mundo”. Quisiera ser siempre de la gente “esa no la tenía” y no de la gente “yo te lo dije”. Son dos tipos de seres humanos. Los neurobiólogos más materialistas (si se puede hablar así) dicen que la evolución pasa por los primeros. Son los que levantan la mirada y se abren a lo nuevo, en vez de quejarse y repetir los errores ya consagrados de las especies que desaparecen. Esto para quitarle “romanticismo” al evangelio y ver a Jesús cómo el único que –con los que hacen todo lo que él les dice – está transformando la realidad “desde la cocina”, como en Caná, desde la fe de los pequeñitos, que son miles de millones, desde lo insolucionable (salvo que se la abrace y se la cargue en la esperanza, junto con Él) de la cruz, en la que están clavados todos los crucificados del mundo. Hay que animarse y probar. Elegir uno el mandamiento que considere más pequeño y jugarse a cumplirlo, dedicándoselo a Jesús con todo cariño. Hay para todos los gustos. El criterio no iría por la obligación “tengo que descubrir lo más pequeño y luego hacerlo y hacerlo”, sino por lo que es pequeño en todas sus dimensiones: pequeño porque no pesa, pequeño porque no lleva mucho tiempo, pequeño porque es fugaz y no hay que repetirlo, pequeño porque el otro ni se da cuenta, pequeño porque yo mismo no considero que sea una gran cosa, quizás porque es algo que hago siempre y que no lo valoraba como importante, pero sí lo es para Jesús. Puede ser rezar un Ave María en la pieza, darle un vasito de agua al que tiene sed (hoy sería una latita bien fría a algún chico de la calle), poner la otra mejilla y no defenderme ante ese comentario que siempre me molesta, acompañar cinco minutos al que me pide dos, rebajar una deuda y no hacer notar sino la cuarta parte de lo que me hicieron esperar… Dar una limosna a escondidas, hacer, por una mañana, primero todo lo que los otros me pidan en el trabajo, dejando para luego lo propio. Jesús pone algunas sugerencias en el Evangelio. Pero santas como Teresita se especializaban en encontrar miles de “pequeños mandamientos” fruto de sentir la predilección de Dios por su pequeñez. Me vienen tres ejemplos de “pequeñas virtudes” en el trato con el prójimo. Uno de Teresita, otro de Hurtado y otro del Papa Francisco. Teresita cuenta cómo maneja esto de la pequeñez en el trato con las almas: “Le he dicho, Madre querida, que yo misma había aprendido mucho instruyendo a las demás. Lo primero que descubrí es que todas las almas sufren más o menos las mismas luchas, pero que, por otra parte, son tan diferentes las unas de las otras, que no me resulta difícil comprender lo que decía el P. Pichón: «Hay mucha más diferencia entre las almas que entre los rostros». Por tanto, no se las puede tratar a todas de la misma manera. Con ciertas almas, veo que tengo que hacerme pequeña, no tener reparo en humillarme confesando mis luchas y mis derrotas. Al ver que yo tengo las mismas debilidades que ellas, mis hermanitas me confiesan a su vez las faltas que se reprochan a sí mismas y se alegran de que las comprenda por experiencia. Con otras, por el contrario, he comprobado que, para ayudarlas, hay que tener una gran firmeza y no dar nunca marcha atrás de lo que se ha dicho. Abajarse no sería humildad, sino debilidad” (Historia de un alma). Del tiempo que Hurtado pasó en Córdoba se recuerda una cosa: “pedía los trabajos humildes de la cocina”. Los escritos de esta época reflejan un sincero esfuerzo por avanzar en el camino de la santidad: toma muy en serio su formación, la oración y los estudios; y se empeña en pequeñas virtudes como no hablar mal de los demás, ser amable, o destacar las virtudes ajenas. Entre sus apuntes personales, escribe: “No criticar a mis hermanos, velar sus defectos, hablar de sus cualidades… Hablar siempre bien de los Superiores y de sus disposiciones. Hablar siempre bien de mis hermanos, disculpar sus defectos, poner de relieve sus cualidades”. Algo del papa Francisco, releyendo cuadernos del 78 al 82, antes de ir de maestrillo al Ecuador, Jorge era nuestro Rector y la vida se tejía entre las idas a los Barrios, las clases, los trabajos en el Máximo y los retiros… No me acuerdo qué macana me habría mandado o de qué cosa obvia para un jesuita no había dado señales de tener ni la menor idea, pero el hecho es que luego de una charla con Bergoglio anoté: “me admira su paciencia y su total y absoluta falta de impaciencia”. Me hizo sonreír la frase porque creo que nunca antes había escrito algo así. Los que comenzábamos nuestra vida en la Compañía, sin una generación intermedia, porque se habían ido casi todos, veíamos a estos hombres de cuarenta, liderados por Jorge, como jesuitas totalmente abocados a nuestra formación, y, aunque lo tomábamos bastante naturalmente, como toman los hijos como natural la dedicación de sus padres, no dejaba de asombrarnos esa apuesta tan radical a una tarea sin mucho brillo como era la de formar a las nuevas vocaciones. Bueno, bastan estos ejemplos de gente enamorada de estos “pequeños mandamientos” de “elegir las tareas pequeñas”, de no tener vergüenza de contar las propias pequeñeces y de soportar con paciencia las pequeñeces de los demás.


Evangelio Según Mateo 5, 17-37

No piensen que vine para disolver la Ley o los Profetas: yo no he venido a disolver sino a plenificar. Les aseguro que no desaparecerá ni una i ni una coma de la Ley, antes que desaparezcan el cielo y la tierra, hasta que todo se realice. El que no cumpla el más pequeño de estos mandamientos, y enseñe a los otros a hacer lo mismo, será considerado el menor en el Reino de los Cielos. En cambio, el que los cumpla y enseñe (los más pequeños de los mandamientos), será considerado grande en el Reino de los Cielos. Les aseguro que si la justicia de ustedes no sobreabunda más que la de los escribas y fariseos, no entrarán en el Reino de los Cielos

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