Publicado por Peregrinos
Las emociones básicas del ser humano son seis: Miedo, tristeza, alegría, ira, sorpresa y aversión. Todas ellas están presentes en la Escritura. La intención de este Ciclo de Meditación Bíblico es favorecer la lectura de la Palabra de Dios a partir de la situación vital de las personas, en la cual las emociones fundamentales juegan un papel decisivo.
Concéntrate. Lee calmadamente estas líneas:
El placer, el gozo, la satisfacción y la alegría son expresiones de la felicidad. La alegría puede ser un rasgo de carácter. Si una persona no la tiene por temperamento, sí puede experimentarla muchas veces. Esta emoción le confirmará que la vida tiene sentido. Hay personas alegres, hay personas que tienen alegrías. La alegría, a la vez, llama a la alegría. Es contagiosa. La alegría de alguien puede producirnos envidia. ¡Lamentable! Pues también puede iluminarnos y llenarnos de esperanza justo en esos días en que hubiéramos preferido no levantarnos.
La alegría es un don espiritual por excelencia. San Ignacio de Loyola la identifica con la consolación propia del amor: “…llamo consolación quando en el ánima se causa alguna moción interior, con la cual viene la ánima a inflamarse en amor de su Criador y Señor, y consecuentemente, cuando ninguna cosa criada sobre la faz de la tierra puede amar en sí, sino en el Criador de todas ellas.” (Ejercicios espirituales, 316). En otras palabras, la alegría espiritual tiene que ver la libertad que Dios da para no aferrarnos a aquellas cosas con las cuales pretendemos asegurarnos la vida, pero que, a la larga, nos van haciendo avaros, opacos, desconfiados.
¿Recuerdas las primeras alegrías de tu infancia? ¿Hubo gente alegre que te alegró la vida? ¿Has tenido alguna vez una alegría espiritual? Revive esos momentos….
Haz memoria, además, de esta última etapa de tu vida. ¿Qué es lo que hoy más te alegra? ¿Quiénes te hacen la vida feliz? Si pudieras elegir de acuerdo a lo que te da más alegría, ¿qué te gustaría hacer? ¿Qué alegría querrías que los demás te dieran?
Lee este episodio del Evangelio: Mt 13, 44
Orientación: En la vida se dan algunas oportunidades extraordinarias –normalmente pocas- de tomar una decisión fundamental. En estas ocasiones, hay que arriesgar mucho o todo. De esta decisión puede depender ni más ni menos que la felicidad. ¡Qué alegría se siente cuando se da el paso! La decisión puede causar miedo, inseguridad, pero nada debiera impedir que se concrete. Hay momentos en que lo que está en juego es muy grande: la mujer o el hombre soñado, el trabajo que se desea, la casa anhelada, la vocación sacerdotal o religiosa… Se trata de un tesoro escondido en un campo. El que compra el campo se queda con él. Pero si no lo hace, nunca más encontrará un tesoro semejante. Sería muy raro que se repitiera un hallazgo así. Como enseña el sabio Ribhu: “Renunciar a todo es felicidad eterna. Renunciar a todo es un gran gozo. Renunciar a todo es la Felicidad suprema.” (Ribhu Gita, capítulo 15). Para ser más precisos habría que decir que, para ganarlo todo, hay que estar dispuesto a perderlo todo.
¿Has sentido alguna vez la alegría de tomar una decisión que cambiará para siempre tu destino? ¿Has averiguado qué es lo que quieres en lo más profundo de ti? Trabaja tu interior. El momento se puede presentar pronto. Si no conoces tus deseos se te puede pasar la oportunidad de la vida. Y si ya pasaste por la alegría de haber encontrado el tesoro del que habla Jesús, ¿lo compraste? Gózalo como se merece. No vuelvas a lamentarte de nada. Lo tienes todo.
Lee este episodio del Evangelio: Jn 16, 20-22
Orientación: La alegría que inspira la fe es mucho más que jovialidad u optimismo. Para quienes creen en Cristo, es posible alegrarse incluso en medio de las persecuciones. Aun en el caso que no fuera posible alegrarse, porque lo que predomina es la adversidad, existe al menos el consuelo del triunfo futuro. La mujer que ha tenido un hijo lo sabe. Ella pasó por los dolores del parto. La esperanza de un niño le bastó para soportarlo. Jesús insta a sus discípulos a creer en la alegría. Esta se hará realidad infaliblemente. Es tan cierta la victoria que ya ahora es posible alegrarse. Los que viven del triunfo de la fe, pueden alegrarse anticipadamente en medio de las penurias y las injusticias del presente. Bien vale vivir para la alegría y de la alegría.
¿Crees que esto vale para ti? Créelo, y verás cómo comienzan a disiparse tus tristezas. Cristo triunfó. Vamos ganando. Lávate la cara, cámbiate de ropa, busca una buena colonia… Llegará el día en que no llorarás más. Créelo, y alégrate ya, ahora. Mientras más te apures más pronto sucederá.
Lee este episodio del Evangelio: Lc 19, 1-10
Orientación: Hay un cambio que espera en ti. Una revolución completa en tu modo de organizar tu vida está por ocurrir. O tal vez ya ocurrió. La señal para reconocer una mejoría general de la vida es la alegría que produce. Zaqueo, el cobrador de impuestos que sale al encuentro de Jesús, probablemente anhelaba en su corazón la conversión antes de experimentarla. El bienestar de sus riquezas no era comparable con la alegría que en algún momento explotaría en él. Jesús, con un solo gesto de amor, al recibir de Zaqueo la hospitalidad que este nunca había podido dar a alguien, desencadena en él un cambio total en su modo de relacionarse con los demás. De un brinco, el cobrador de impuestos se compromete a resarcir, con una enorme generosidad, los perjuicios que ha podido cometer contra su prójimo. La alegría se apodera de Zaqueo. No volverá a ser más el mismo.
Y a ti, ¿te llegó la alegría? Vive de acuerdo al giro que diste a tu vida el día que descubriste tu vocación. Si te muerde la tristeza, pon atención. No la dejes entrar. Dale un portazo. Si tienes sólo un gramo de alegría, sácale el máximo provecho. Todo lo que hagas, hazlo con Él. Como enseña Krishna en el Bhagavad Gita: “El hombre que, sea cual fuere su condición kármica, realiza su trabajo con gozo, con seguridad alcanza la perfección” (capítulo 18, 45). La alegría crece con los que la cultivan. Mantén a raya el desánimo, el pesimismo, la desesperanza. No tienen derecho a amargarte la vida.
Lee este episodio del Evangelio: Lc 15, 8-10
Orientación: A veces la alegría está asociada a una pérdida. La recuperación de lo perdido produce una alegría muy especial. Podemos perder algo, el celular, los anteojos, dinero… Podemos perder un/a amigo/a. Podemos sufrir la pérdida de un pariente: el papá o la mamá. La alegría que produce recuperar a la persona o la cosa perdida, puede ser muy grande. En cambio, no recuperar a la pareja o al hijo muerto, por poner dos ejemplos, requiere un duelo complejo, que puede durar años.
El caso de la mujer que pierde la dracma es sencillo, pero muy expresivo. La mujer explota de gozo cuando encuentra la moneda perdida. Ella, como nosotros, tiene un afecto especial por el dinero. Llama a las amigas para celebrar. Incluso pudo gastarse la dracma en la celebración. Pero este es un cuento de Jesús para hablarnos de otra “pérdida” y de otra “alegría”. La alegría de Dios consiste en que nadie se pierda. La pérdida es la del pecado, el pecado que hace que no perdamos unos a otros. Dios no lo quiere, sólo quiere la alegría de nuestra reconciliación.
¿Cómo están tus pérdidas? ¿Cuáles son tus asuntos pendientes? No temas cambiar. Arregla pronto tus cuentas pendientes. No te dejes estar. Prepárale el camino a la alegría. Trabaja tus problemas, reconcíliate; da vuelta tu casa hasta encontrar la dracma perdida. Tú sabes mejor que nadie qué quieres. Si no los sabes, esfuérzate por llegar a saberlo. De esto depende tu felicidad.
Jorge Costadoat SJ
Cristo en Construcción
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