Publicado por Agustinos España
"¡SEÑOR, MUÉSTRANOS LA PADRE!"
El Evangelio de este quinto domingo del Tiempo Pascual nos trae la primera parte del capítulo 14 del Evangelio de San Juan.
El Señor declara a sus discípulos que va a prepararles un lugar en la Casa de su Padre.
Jesús ya les había anunciado a los apóstoles las diferentes etapas de la Pasión y no les había ocultado que incluso uno de ellos iba a ser instrumento de la traición. Pero, para que no se aflijan sin esperanza y se desalienten, les afirma: “No se inquieten. Crean en Dios y crean también en mí”.
Nunca tenemos derecho a desanimarnos; la herencia que nos ha dejado Jesús es el optimismo y la alegría; así ni el desánimo, ni la desconfianza ni el pesimismo, ni la tristeza deben anidar en nuestros corazones, ni pueden perjudicar nuestra vida espiritual ni nuestra acción apostólica.
Nuestro apoyo está en Cristo, que es Dios. Él es nuestra esperanza y de Él recibimos la ayuda que necesitamos en cada momento. No hay horas grises con Cristo; teniéndolo a Él por Amigo, todo cambia, y los horizontes se aclaran.
Los amigos desean estar siempre juntos y hacerse mutuamente felices. Si Jesús es nuestro Amigo, tampoco quiere separase de nosotros; debiendo ir al Padre, nos advierte que no se separa de nosotros por mucho tiempo, sino que Él se nos adelanta para “prepararnos un lugar”.
El pensamiento del lugar que nos espera, gozando de la compañía de Jesús, tiene que darnos fuerzas y aliento, para soportar las contrariedades de la vida y aspirar la plenitud del cielo.
Y cuándo Tomás le pregunta por el camino para llegar a dónde el Señor va, Él responde: “Yo soy el camino”.
Jesús es el camino en cuanto nos revela al Padre, nos da a conocer el camino que conduce al Padre: Él mismo es el único acceso al Padre.
Jesús es el Camino, porque Él nos mereció la gracia, que nos hace hijos de Dios y herederos del cielo, y Él con su doctrina y con su ejemplo nos enseña el camino que hemos de seguir para llegar al cielo.
Nadie se ha atrevido a hacer las afirmaciones que Jesús hizo. En boca de otro serían una insensatez. En boca de Jesús son un verdadero consuelo. Él es la ruta que Dios nos ha trazado. Por ella andamos seguros.
Él es la Verdad; en medio de tanta mentira y falsedad como nos rodea, es una verdadera tranquilidad saber que se está en la verdad, que nunca cambia.
Él es la Vida, es el centro de los corazones y de todos los espíritus que anhelan la bondad y el amor. Fiera de Cristo no hay más que error, sombras y muerte.
Hemos de procurar conocer bien a Jesucristo para seguirle, imitando su vida, y para merecer de esta manera la vida eterna del cielo.
Como vimos repetidamente en los Evangelios de estos últimos días, Jesús ha hablado con mucha frecuencia a sus apóstoles del Padre, y de las relaciones que lo unen con el Padre. La insistencia de Jesús en tratar el tema del Padre ha suscitado en algunos el deseo de un conocimiento más hondo y más experimental del Padre, y así uno de ellos, Felipe le ruega a Jesús: “Señor, muéstranos al Padre”. No han caído en la cuenta que “el que me ha visto a Mí, ha visto al Padre”.
En Jesús se transparenta el Padre, sus palabras son las palabras del Padre. Él mismo es la Palabra del Padre hecha carne y sus obras son del Padre.
El Señor se quejó a Felipe de que todavía no lo conociera, los apóstoles aún en la última cena todavía estaban muy lejos del conocimiento de Jesucristo, a pesar de que durante tres años Jesús había estado adoctrinándolos sin cansancio. Varias veces dieron motivo, para que Jesús se quejara de que no le entendían.
Hoy vamos a examinarnos a nosotros mismos y preguntarnos si algunas veces no somos motivo de pena para el Corazón de Cristo. A cuestionarnos si a pesar de nuestra religiosidad, no hemos llegado aún al conocimiento experimental de una vida de íntima unión con Jesús.
Y vamos a pedirle a María, nuestra madre, a ella que como nadie en la tierra conoció y amó a Jesús y al Padre, que nos ayude en nuestro empeño de unirnos más al Señor.
Cristo es la piedra angular. En esta frase encontramos el elemento unificador para nuestra homilía del quinto domingo de Pascua. La primera carta de san Pedro que nos ha acompañado a lo largo de estos cuatro domingos pascuales ( 2L), nos ofrece al igual que los sinópticos una interpretación cristológica del salmo 118, 22: La piedra que los constructores desecharon se ha convertido en piedra angular; ha sido la obra de Yahveh, una maravilla a nuestros ojos. Para los creyentes se trata de una piedra preciosa, para los incrédulos es piedra de tropiezo y caída. En el Evangelio, Cristo, piedra angular, se nos muestra como el camino, la verdad y la vida. Es Él quien nos prepara un lugar en la moradas eternas, es Él el camino que nos conduce al Padre. Cristo desea que cada uno de nosotros llegue a la casa del Padre, desea que donde Él esté, nos encontremos también nosotros. ¡Qué maravilla del amor de Dios que quiso hacernos hijos suyos y que le llamáramos Padre y que tuviéramos un lugar en la familia de Dios!
1. No perdáis la calma, creed en Dios y creed también en mí. La exhortación de san Juan es muy oportuna en este tiempo pascual en el que miramos a Cristo resucitado. Los cristianos, nuevas creaturas en Cristo desde su bautismo, atraviesan situaciones difíciles. El Señor se dirige a sus discípulos y los invita: “creed en mí, tended confianza en mí pensando que aquello que Yo hago en tu vida es lo mejor para ti”. El cristiano debe pasar por momentos en los que la cruz se hace presente. Precisamente en esos momentos es cuando pueden descubrir misteriosamente que están tomando parte en el misterio pascual de Cristo. En Cristo, ellos también son piedras vivas que entran en la construcción del templo del Espíritu. Cada cristiano, por el bautismo, incorporado e injertado en Cristo, toma parte en ese camino pascual de muerte y resurrección; pasa a formar parte de un sacerdocio sagrado (sacerdocio de los fieles) para ofrecer sacrificios espirituales que Dios acepta. Es importante que en su caminar, no deje de mirar a Cristo, que no deje de creer en Cristo con fe viva y operante, que Cristo sea para él la piedra angular en donde se asienta todo su edificio, toda su existencia.
2. Jesús es el camino al Padre. Tomás pide a Cristo: muéstranos al Padre. Cristo responde sorprendido de que no hayan descubierto en Él en esos años de convivencia el Rostro del Padre: Tomás quien me ha visto a mí, ha visto al Padre. Cristo es pues la revelación del amor del Padre. Nadie va al Padre sino por Cristo. Hemos de creer firmemente que Cristo está en el Padre y el Padre en Cristo. Uno se pregunta espontáneamente ¿cómo puede una persona estar en otra? Por medio del amor, de la identificación de voluntades, con la identidad en los pensamientos, teniendo los mismos sentimientos y emociones que la persona amada. Él ha venido a cumplir la voluntad del Padre. Las palabras que Él nos dice, no las dice por cuenta propia, las pronuncia en nombre del Padre. Con acierto dice Hans Urs von Balthasar: “En Cristo, que es la palabra de Dios, Dios Padre habla al mundo”. Cristo nos muestra en último análisis que él está en el Padre mediante una obediencia absoluta a la misión que le ha sido confiada, mediante el amor y el cumplimiento de su voluntad por la salvación de los hombres.
Este Cristo que nos muestra el rostro amoroso del Padre, va a prepararnos un lugar en las moradas eternas. Él con su muerte y resurrección nos abre la vida eterna y nos reconduce a la casa del Padre.
Ser piedra viva del templo de la Iglesia. Muchos cristianos se han alejado de su prática religiosa porque no se sienten “piedras vivas” de la Iglesia. No perciben su pertenencia a Cristo y a la Iglesia como algo existencial que toca las fibras más íntimas de su alma. Su fe es un apartado de su vida y no aquello que la informa y le da sentido. Sin embargo, el hombre está siempre necesitado de Dios y de la salvación que se nos ofrece en Cristo a través de su cuerpo que es la Iglesia. El hombre y mujer de hoy tienen necesidad, como en otros tiempos, de sentirse “parte viva de esta Iglesia”. De un modo analógico él y ella son también piedras angulares, preciosas y necesarias para la edificación de la Iglesia. Ayudémosles a re-descubrir su amor a la Iglesia. Llevémosles a un compromiso apostólico que los responsabilice y los mantenga abiertos a los demás. Ellos deben construir la Iglesia con su amor, con su oración, con su sacrificio, con su entrega generosa. ¡Todos somos piedras vivas de este edificio y todos tenemos una misión que cumplir en esta edificación! La aspiración de cada cristiano debería ser la de llegar a ser “un hombre eclesiástico”, un hombre que ama entrañablemente a la Iglesia. El texto de Henri de Lubac ilustra apropiadamente esta idea:
«Eclesiástico», hombre de Iglesia, en nuestro lenguaje actual este bello nombre está desgastado, por no decir que está degradado. Se ha convertido en el título con que se designa cierta profesión determinada en los registros de la administración civil. Y en la misma Iglesia apenas lo usamos sino en un sentido puramente exterior. ¿Quién le devolverá su amplitud y nobleza? ¿Quién nos enseñará a conocer los valores que evocaba antiguamente?
En cuanto a mí, proclamaba Orígenes, mi deseo es el de ser verdaderamente eclesiástico. No hay otro medio, pensaba él con sobrada razón, para ser plenamente cristiano. El que formula semejante voto no se contenta con ser leal y sumiso en todo, exacto cumplidor de cuanto reclama su profesión de católico. Él ama la belleza de la casa de Dios. La Iglesia ha arrebatado su corazón. Ella es su patria espiritual. Ella es su madre y sus hermanos. Nada de cuanto la afecta le deja indiferente o desinteresado. Echa raíces en su suelo, se forma a su imagen, se solidariza con su experiencia. Se siente rico con todas sus riquezas. Tiene conciencia de que por medio de ella, y sólo por medio de ella, participa de la estabilidad de Dios. Aprende de ella a vivir y a morir. No la juzga, sino que se deja juzgar por ella. Acepta con alegría todos los sacrificios que exige su unidad.
La Iglesia es mi Madre, porque me ha dado la vida. Yo la he visto, la he tocado de una manera indudable, y puedo dar certeza de ello a todo el mundo. Yo he escuchado todos los reproches que se han lanzado contra mi Madre. Algunos días, mis oídos han quedado sordos ante el clamor de las quejas, no me atrevo a decir que carecen todas ellas de fundamento. Pero, contra toda evidencia, lo cierto es también que esos reproches y otros muchos que se podrían añadir no tienen ninguna fuerza.
¡Dichosos aquellos que han aprendido de su madre, desde la infancia, a mirar la Iglesia como una Madre! Ser piedra viva del templo que es la Iglesia.
El Señor declara a sus discípulos que va a prepararles un lugar en la Casa de su Padre.
Jesús ya les había anunciado a los apóstoles las diferentes etapas de la Pasión y no les había ocultado que incluso uno de ellos iba a ser instrumento de la traición. Pero, para que no se aflijan sin esperanza y se desalienten, les afirma: “No se inquieten. Crean en Dios y crean también en mí”.
Nunca tenemos derecho a desanimarnos; la herencia que nos ha dejado Jesús es el optimismo y la alegría; así ni el desánimo, ni la desconfianza ni el pesimismo, ni la tristeza deben anidar en nuestros corazones, ni pueden perjudicar nuestra vida espiritual ni nuestra acción apostólica.
Nuestro apoyo está en Cristo, que es Dios. Él es nuestra esperanza y de Él recibimos la ayuda que necesitamos en cada momento. No hay horas grises con Cristo; teniéndolo a Él por Amigo, todo cambia, y los horizontes se aclaran.
Los amigos desean estar siempre juntos y hacerse mutuamente felices. Si Jesús es nuestro Amigo, tampoco quiere separase de nosotros; debiendo ir al Padre, nos advierte que no se separa de nosotros por mucho tiempo, sino que Él se nos adelanta para “prepararnos un lugar”.
El pensamiento del lugar que nos espera, gozando de la compañía de Jesús, tiene que darnos fuerzas y aliento, para soportar las contrariedades de la vida y aspirar la plenitud del cielo.
Y cuándo Tomás le pregunta por el camino para llegar a dónde el Señor va, Él responde: “Yo soy el camino”.
Jesús es el camino en cuanto nos revela al Padre, nos da a conocer el camino que conduce al Padre: Él mismo es el único acceso al Padre.
Jesús es el Camino, porque Él nos mereció la gracia, que nos hace hijos de Dios y herederos del cielo, y Él con su doctrina y con su ejemplo nos enseña el camino que hemos de seguir para llegar al cielo.
Nadie se ha atrevido a hacer las afirmaciones que Jesús hizo. En boca de otro serían una insensatez. En boca de Jesús son un verdadero consuelo. Él es la ruta que Dios nos ha trazado. Por ella andamos seguros.
Él es la Verdad; en medio de tanta mentira y falsedad como nos rodea, es una verdadera tranquilidad saber que se está en la verdad, que nunca cambia.
Él es la Vida, es el centro de los corazones y de todos los espíritus que anhelan la bondad y el amor. Fiera de Cristo no hay más que error, sombras y muerte.
Hemos de procurar conocer bien a Jesucristo para seguirle, imitando su vida, y para merecer de esta manera la vida eterna del cielo.
Como vimos repetidamente en los Evangelios de estos últimos días, Jesús ha hablado con mucha frecuencia a sus apóstoles del Padre, y de las relaciones que lo unen con el Padre. La insistencia de Jesús en tratar el tema del Padre ha suscitado en algunos el deseo de un conocimiento más hondo y más experimental del Padre, y así uno de ellos, Felipe le ruega a Jesús: “Señor, muéstranos al Padre”. No han caído en la cuenta que “el que me ha visto a Mí, ha visto al Padre”.
En Jesús se transparenta el Padre, sus palabras son las palabras del Padre. Él mismo es la Palabra del Padre hecha carne y sus obras son del Padre.
El Señor se quejó a Felipe de que todavía no lo conociera, los apóstoles aún en la última cena todavía estaban muy lejos del conocimiento de Jesucristo, a pesar de que durante tres años Jesús había estado adoctrinándolos sin cansancio. Varias veces dieron motivo, para que Jesús se quejara de que no le entendían.
Hoy vamos a examinarnos a nosotros mismos y preguntarnos si algunas veces no somos motivo de pena para el Corazón de Cristo. A cuestionarnos si a pesar de nuestra religiosidad, no hemos llegado aún al conocimiento experimental de una vida de íntima unión con Jesús.
Y vamos a pedirle a María, nuestra madre, a ella que como nadie en la tierra conoció y amó a Jesús y al Padre, que nos ayude en nuestro empeño de unirnos más al Señor.
RECURSOS PARA LA HOMILÍA
Nexo entre las lecturas
Cristo es la piedra angular. En esta frase encontramos el elemento unificador para nuestra homilía del quinto domingo de Pascua. La primera carta de san Pedro que nos ha acompañado a lo largo de estos cuatro domingos pascuales ( 2L), nos ofrece al igual que los sinópticos una interpretación cristológica del salmo 118, 22: La piedra que los constructores desecharon se ha convertido en piedra angular; ha sido la obra de Yahveh, una maravilla a nuestros ojos. Para los creyentes se trata de una piedra preciosa, para los incrédulos es piedra de tropiezo y caída. En el Evangelio, Cristo, piedra angular, se nos muestra como el camino, la verdad y la vida. Es Él quien nos prepara un lugar en la moradas eternas, es Él el camino que nos conduce al Padre. Cristo desea que cada uno de nosotros llegue a la casa del Padre, desea que donde Él esté, nos encontremos también nosotros. ¡Qué maravilla del amor de Dios que quiso hacernos hijos suyos y que le llamáramos Padre y que tuviéramos un lugar en la familia de Dios!
Mensaje doctrinal
1. No perdáis la calma, creed en Dios y creed también en mí. La exhortación de san Juan es muy oportuna en este tiempo pascual en el que miramos a Cristo resucitado. Los cristianos, nuevas creaturas en Cristo desde su bautismo, atraviesan situaciones difíciles. El Señor se dirige a sus discípulos y los invita: “creed en mí, tended confianza en mí pensando que aquello que Yo hago en tu vida es lo mejor para ti”. El cristiano debe pasar por momentos en los que la cruz se hace presente. Precisamente en esos momentos es cuando pueden descubrir misteriosamente que están tomando parte en el misterio pascual de Cristo. En Cristo, ellos también son piedras vivas que entran en la construcción del templo del Espíritu. Cada cristiano, por el bautismo, incorporado e injertado en Cristo, toma parte en ese camino pascual de muerte y resurrección; pasa a formar parte de un sacerdocio sagrado (sacerdocio de los fieles) para ofrecer sacrificios espirituales que Dios acepta. Es importante que en su caminar, no deje de mirar a Cristo, que no deje de creer en Cristo con fe viva y operante, que Cristo sea para él la piedra angular en donde se asienta todo su edificio, toda su existencia.
2. Jesús es el camino al Padre. Tomás pide a Cristo: muéstranos al Padre. Cristo responde sorprendido de que no hayan descubierto en Él en esos años de convivencia el Rostro del Padre: Tomás quien me ha visto a mí, ha visto al Padre. Cristo es pues la revelación del amor del Padre. Nadie va al Padre sino por Cristo. Hemos de creer firmemente que Cristo está en el Padre y el Padre en Cristo. Uno se pregunta espontáneamente ¿cómo puede una persona estar en otra? Por medio del amor, de la identificación de voluntades, con la identidad en los pensamientos, teniendo los mismos sentimientos y emociones que la persona amada. Él ha venido a cumplir la voluntad del Padre. Las palabras que Él nos dice, no las dice por cuenta propia, las pronuncia en nombre del Padre. Con acierto dice Hans Urs von Balthasar: “En Cristo, que es la palabra de Dios, Dios Padre habla al mundo”. Cristo nos muestra en último análisis que él está en el Padre mediante una obediencia absoluta a la misión que le ha sido confiada, mediante el amor y el cumplimiento de su voluntad por la salvación de los hombres.
Este Cristo que nos muestra el rostro amoroso del Padre, va a prepararnos un lugar en las moradas eternas. Él con su muerte y resurrección nos abre la vida eterna y nos reconduce a la casa del Padre.
Sugerencias pastorales
Ser piedra viva del templo de la Iglesia. Muchos cristianos se han alejado de su prática religiosa porque no se sienten “piedras vivas” de la Iglesia. No perciben su pertenencia a Cristo y a la Iglesia como algo existencial que toca las fibras más íntimas de su alma. Su fe es un apartado de su vida y no aquello que la informa y le da sentido. Sin embargo, el hombre está siempre necesitado de Dios y de la salvación que se nos ofrece en Cristo a través de su cuerpo que es la Iglesia. El hombre y mujer de hoy tienen necesidad, como en otros tiempos, de sentirse “parte viva de esta Iglesia”. De un modo analógico él y ella son también piedras angulares, preciosas y necesarias para la edificación de la Iglesia. Ayudémosles a re-descubrir su amor a la Iglesia. Llevémosles a un compromiso apostólico que los responsabilice y los mantenga abiertos a los demás. Ellos deben construir la Iglesia con su amor, con su oración, con su sacrificio, con su entrega generosa. ¡Todos somos piedras vivas de este edificio y todos tenemos una misión que cumplir en esta edificación! La aspiración de cada cristiano debería ser la de llegar a ser “un hombre eclesiástico”, un hombre que ama entrañablemente a la Iglesia. El texto de Henri de Lubac ilustra apropiadamente esta idea:
«Eclesiástico», hombre de Iglesia, en nuestro lenguaje actual este bello nombre está desgastado, por no decir que está degradado. Se ha convertido en el título con que se designa cierta profesión determinada en los registros de la administración civil. Y en la misma Iglesia apenas lo usamos sino en un sentido puramente exterior. ¿Quién le devolverá su amplitud y nobleza? ¿Quién nos enseñará a conocer los valores que evocaba antiguamente?
En cuanto a mí, proclamaba Orígenes, mi deseo es el de ser verdaderamente eclesiástico. No hay otro medio, pensaba él con sobrada razón, para ser plenamente cristiano. El que formula semejante voto no se contenta con ser leal y sumiso en todo, exacto cumplidor de cuanto reclama su profesión de católico. Él ama la belleza de la casa de Dios. La Iglesia ha arrebatado su corazón. Ella es su patria espiritual. Ella es su madre y sus hermanos. Nada de cuanto la afecta le deja indiferente o desinteresado. Echa raíces en su suelo, se forma a su imagen, se solidariza con su experiencia. Se siente rico con todas sus riquezas. Tiene conciencia de que por medio de ella, y sólo por medio de ella, participa de la estabilidad de Dios. Aprende de ella a vivir y a morir. No la juzga, sino que se deja juzgar por ella. Acepta con alegría todos los sacrificios que exige su unidad.
La Iglesia es mi Madre, porque me ha dado la vida. Yo la he visto, la he tocado de una manera indudable, y puedo dar certeza de ello a todo el mundo. Yo he escuchado todos los reproches que se han lanzado contra mi Madre. Algunos días, mis oídos han quedado sordos ante el clamor de las quejas, no me atrevo a decir que carecen todas ellas de fundamento. Pero, contra toda evidencia, lo cierto es también que esos reproches y otros muchos que se podrían añadir no tienen ninguna fuerza.
¡Dichosos aquellos que han aprendido de su madre, desde la infancia, a mirar la Iglesia como una Madre! Ser piedra viva del templo que es la Iglesia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario