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domingo, 24 de julio de 2011

El tesoro escondido es Dios


Por Fray Marcos

El evangelio nos propone las tres últimas parábolas del capítulo 13 de Mateo. Comentaremos las dos primeras que tienen un mismo mensaje. Si descubrimos lo que más vale, aseguramos el primer objetivo de nuestra voluntad, porque la voluntad no puede ser movida más que por el bien, descubierto como tal y en el caso de dos bienes siempre será movida por el mayor.

Conocer lo que Dios es en mí, es descubrir el tesoro. No se trata de un conocimiento discursivo o racional, sino de una experiencia en lo más hondo de mi ser. Seguimos empeñados en descubrir a un Dios que está fuera, y que además nos da seguridades materiales; ese es un camino equivocado que no nos puede conducir a la meta.

Menos mal que Mateo (la comunidad) no se atrevió a alegorizarlas. No lo tenía fácil. El mensaje es idéntico en las dos; la única diferencias es que en un caso, el encuentro es fortuito. Y en el otro, es consecuencia de una búsqueda. Las dos opciones se hacen con un grado de incertidumbre. No se puede valorar el tesoro ni la perla de un vistazo.

La verdad es que me siento muy a gusto con el mensaje de estas dos parábolas porque apuntan a los dos ejes de mi predicación: por una parte que la plenitud es fruto de un conocimiento. Por otra, que la realidad descubierta, está dentro de cada uno de nosotros.

La parábola, al contrario de la alegoría, no juzga la moralidad de las acciones narradas; simplemente propone unos hechos para que nosotros nos traslademos a otro ámbito. En efecto, tanto el campesino, como el comerciante, obran de forma fraudulenta y por lo tanto injusta (aunque legal).

Los dos se aprovechan de unos conocimientos privilegiados para engañar al vecino. Los dos actúan, no por desprendimiento, como se quiere hacer ver, sino por egoísmo. “Renuncian” a unos bienes para conseguir más bienes. No es su objetivo vivir de otra manera, sino conseguir una vida material mejor, engañando.

En estas dos parábolas vemos bien claro, cómo no se puede aprovechar todo lo que dicen. Jesús en el evangelio advierte una y mil veces del peligro de las riquezas; no puede aquí invitarnos a conseguirlas en sumo grado.

El mensaje es muy concreto. El punto de inflexión en las dos parábolas es el mismo: “vende todo lo que tiene y compra”. Nadie puede vender todo lo que tiene para comprar un campo o una piedra preciosa. Sería sencillamente una locura. Si lo vende todo para comprar la perla, ¿qué comería al día siguiente? ¿dónde viviría? Esa imposibilidad radical en el orden material, es precisamente lo que nos hace saltar a otro orden. Ahí está la clave del mensaje.

Hay dos elementos de la parábola, que nos dan la clave del mensaje.

El primero es el abismo que existe entre lo que tienen y lo que descubren.
El segundo es la alegría que les produce el hallazgo.

Cuando ponemos el acento en otra parte, tergiversamos la parábola. Yo la haría todavía más simple:

Un campesino pobre que sólo tiene un pequeño campo, en el que cava cada vez más hondo buscando mayor productividad, de repente, encuentra en su propio campo un tesoro...

Un comerciante de perlas que un día descubre entre las que tiene almacenadas, una de inmenso valor...

Evitaríamos así que se ponga el énfasis en la venta (renuncia) de todo lo que tiene, que no es el objetivo de la parábola.

Son dos parábolas, que explican por qué no damos un paso en nuestra vida espiritual:

No hemos descubierto el tesoro entre los bienes que ya poseemos.

Sin este descubrimiento, todo lo que hagamos por alcanzar una religiosidad auténtica, será pura programación y por lo tanto inútil. Nada, absoluta­mente nada vamos a conseguir si previamente no descubrimos el tesoro.

Nuestra principal tarea será tomar conciencia de lo que somos. Si lo descubrimos, prácticamen­te está todo hecho.

La parábola al revés, no funciona. El vender todo lo que tienes, antes de descubrir el tesoro, que es lo que siempre se nos ha propuesto, no es garantía ninguna de encontrarlo.

Hay un ancestral relato oriental que nos puede ayudar a comprender las parábolas de hoy:

“Cuando los dioses crearon al hombre, pusieron en él algo de su divinidad, pero el hombre hizo un mal uso de esa divinidad y decidieron quitársela.

Se reunieron en gran asamblea para ver donde podían esconder esa divinidad que le habían dado. Uno se levantó y dijo: pongámosla en la cima de la montaña más alta. Pero otro dijo: No, que terminará escalándola y dará con ella. Otro dijo: La pondremos en lo más hondo del océano. Pero alguien respondió: No, que terminará bajando a lo más hondo y la descubrirá.

Por fin dijo uno: ¡Ya sé donde la esconderemos! La pondremos en lo más hondo de su corazón. Allí nunca la buscará”.

¡Qué razón tenía!

En primer lugar, tenemos que aclarar que el tesoro no es Jesús, como deja entender Pablo, y sobre todo los santos padres. Jesús descubrió la divinidad dentro de él. Este es el principal dogma cristiano. “Yo y el Padre somos uno”.

Tampoco la Escritura puede considerarse el tesoro. En muchas homilías, he visto estas interpretaciones de las parábolas. La Escritura es el mapa, que nos puede conducir al tesoro, pero no es el tesoro.

Tampoco podemos presentar a la Iglesia como tesoro o perla. En todo caso, sería el campo donde tengo que cavar (a veces muy hondo) para encontrar el tesoro.

La alegría es uno de los elementos a destacar en el relato. Los dos se alegran porque van a ser inmensamente ricos, no porque hayan descubierto otros valores. Jesús no pide más perfección, más santidad, sino más alegría, más felicidad. Es bueno todo lo que produce felicidad en ti y en los demás.

Es negativa la alegría que se consigue a costa de las lágrimas de los demás. Cualquier renuncia que produzca sufrimiento, en ti o en otro, no puede ser evangélica. Fijaos que he dicho sufrimiento, no esfuerzo. Sin esfuerzo no hay progreso en humanidad, pero ese esfuerzo tiene que sumirme en la alegría de ser más.

Lo que el evangelio valora no es el hecho de renunciar. Lo que me tiene que hacer feliz, es el conseguir mi plenitud. Si mi dios hace más infeliz mi vida, es que no hemos encontrado el tesoro.

La diferencia entre el valor del Reino y los valores terrenos estriba que el primero enriquece al que lo encuentra y a los demás; el segundo se consigue a costa de pobreza para los demás. El valor auténtico aporta una alegría continuada. Los valores terrenos aportan una alegría pasajera y que además se consigue con la tristeza de muchos.

El tesoro es el mismo Dios presente en cada uno de nosotros. Es la verdadera realidad que soy, y que son todas las demás criaturas.

Lo que hay de Dios en mí es el fundamento de todos los valores. El Reino que es Dios está en mí. Esa presencia es el valor supremo, el hombre es el valor supremo. Es lo que descubrimos en la manera de actuar Jesús. En cuanto las religiones olvidan esto, se convierten en ideologías esclavizantes.

El tesoro, la perla, no representan valores supremos, sino una realidad que está más allá de toda valoración. El que encuentra la perla preciosa, no desprecia las demás. Dios no se contrapone a ningún valor, sino que potencia el valor de todo lo bueno. Presentar a Dios como contrario a otros valores, es la mejor manera de hacerle ídolo.

Si soy capaz de ver a Dios en todo, evitaré toda idolatría, y seré libre para vivir una vida verdaderamente humana. No es que todas las cosas palidezcan ante el Reino (como he leído en una homilía), es precisamente lo contrario. Todo se ilumina cuando pones en el centro de tu vida el Reino que es Dios. No se trata de renuncia, ni de sacrificio. Dios no puede querer que renunciemos a nada, sino que vivamos todo en plenitud.

No es fácil descubrir el auténtico valor. Nos ha tocado vivir en una sociedad que funciona a base de engaños. Si fuésemos capaces de llamar a las cosas por su nombre, la sociedad quedaría colapsada. Si los políticos nos dijeran simplemente la verdad, ¿a quién votaríamos? Si los jefes religiosos dejaran de meter miedo con un dios justiciero, ¿cuántos seguirían creyendo? Si de la noche a la mañana todos nos convenciéramos de que ni el dinero ni la salud ni el poder ni el sexo ni la religión eran los valores supremos, nuestra sociedad quedaría paralizada.

Solo lo que me hace más humano, y en la medida en que me haga más humano, será positivo. No se trata de fastidiarme aquí y ahora para alcanzar un más allá, sino de encontrar aquí y ahora una plenitud de vida humana. Pablo dice: “A los que buscan a Dios, todo les sirve para el bien”. El “ama y haz lo que quieras” de S. Agustín.

Tener la referencia del valor supremo, me permite valorar en su justa medida todo lo demás. No se trata de despreciar lo demás, sino de tener clara una escala de valores. El “tesoro” nunca será incompatible con todos los demás valores que nos ayudan a ser más humanos.

Es una constante tentación de las religiones ponernos en el brete de tener que elegir entre un bien y un mal. Radicalmente equivocado. Lo que hay que tener muy claro es cuáles son las prioridades, dentro de los valores, y qué valores son en realidad falsos.



Meditación-contemplación

En tu propio campo tienes un fabuloso tesoro.
Si aún no te has dado cuenta,
es que lo has buscado en otro campo
o que no has ahondado lo suficiente.
…………….

Tu tarea más importante en esta vida
es buscar ese valor incalculable.
No es objetivo fácil,
porque no se descubre por los sentidos ni por la razón.
…………………………

Una vez descubierto lo que hay de Dios en ti,
todo lo demás es coser y cantar.
Si no experimentas al Dios vivo en el fondo de tu ser,
todos los esfuerzos por llegar, serán inútiles.
………………


Fray Marcos

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