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domingo, 24 de julio de 2011

Domingo XVII del tiempo ordinario: Una felicidad por descubrir o por mantener

Publicado por Entra y Verás
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El título resume bien el mensaje del evangelio de este domingo. El Reino de Dios es una perla que encandila nuestras pupilas y difícilmente permite que apartemos nuestra vista de ella. Tenemos que intentar ser siempre felices y contagiar de nuestro gozo a los que comparten el día a día con nosotros.

Pensemos por un momento qué tendría que suceder para que pasásemos todo el día sonriendo. Que ni la rutina, ni las prisas, ni el trato con los demás, ni los atascos, ni las discusiones… pudieran borrar la sonrisa de nuestro rostro. En los últimos años abundan los libros de autoayuda y también las nuevas religiones que prometen una felicidad estable basándose en el auto-conocimiento y el autocontrol. Por otra parte no deja de ser sorprendente, llamativo, que en muchos casos acudan a ellas personas que no han encontrado la felicidad en las religiones tradicionales cuando ésta forma parte esencial de sus respectivos mensajes.

Si todos, yo el primero, fuésemos consecuentes con nuestra vocación de bautizados, de seguidores de Jesús, todo lo que acabo de decir estaría de sobra. En el evangelio de este domingo, por medio de dos sencillos ejemplos, se muestra como la alegría que produce encontrar el Reino hace que todo se considere ya en un segundo plano. La experiencia de Dios cambia la perspectiva de la vida. Es una alegría tan fuerte y profunda que pasa por encima de los sufrimientos, de los insultos, los sinsabores. La alegría es una característica esencial de los seguidores de Jesús. Este es el mensaje que nos trae hoy el evangelio y si aún no estamos en ese estado hemos de intentar llegar a él. Quizá estemos necesitados de conversión, de un verdadero encuentro con Dios como fuente de nuestra vida, como esa piedra preciosa que nos seduce irremediablemente.

Sin embargo a lo largo de los siglos nos hemos empeñado en teñir de sacrificios penitenciales la conversión y el encuentro verdadero con Dios. Como si se tratase de comprar la benevolencia de quien no puede ser otra cosa que bondad y amor. Creados para la felicidad, destinados a la felicidad, siendo hijos del gozo hechos a imagen y semejanza del Dios-Bien Supremo, del Dios-feliz, del Dios-Placentero. ¿Será malo buscar el placer bien entendido, es decir cuando no supone la utilización de otro ser humano o el maltrato del medio ambiente? ¿Será pecado vivir el placer? ¿habrá que buscar más dolor, fatiga, sufrimiento, escozor, pena y tristeza? ¿Acaso no hemos nacido para la felicidad, la alegría, el disfrute? ¿Por qué cuando se escribe “placer” se retrae la pluma, se arruga el corazón, miramos a ambos lados y tenemos la tentación de dar un paso atrás? El placer, la felicidad, es el fruto del amor en todas sus dimensiones, de la entrega, y éste se realiza dándose, entregándose compartiéndose pues cuando uno se entrega y comparte sus cosas no lo hace por ascética sino por el gozo del amor que hace felices a los demás y a él mismo. Nuestra Iglesia ha de ser una comunidad generadora de felicidad, de júbilo, de placer, de gozo sin medida, que pueda conducirnos a todos a las fuentes de la verdadera alegría que brotan de la buena noticia del Reino, de ese “Tesoro”, del que nos habla hoy el evangelio. La comunidad cristina no es un cenobio de ascetas sino una fraternidad en la que todos trabajan por el bien de los demás, para hacer la vida lo más agradable posible. Se busca el bien del otro, la felicidad del otro a ejemplo del samaritano.

Ojalá seamos verdaderos mensajeros de alegría, de gozo y felicidad. Ojalá el haber llegado al encuentro con el Señor, el seguirle permita que anunciemos este mensaje de vida, este Reino que seduce irremediablemente. Hemos de enseñar a los demás que la felicidad no está fuera sino dentro, que puede encontrarse en lo sencillo, en lo común. Cientos de perlas nos intentan seducir mas sólo una es capaz de hacer que nuestra vida se transforme totalmente en un gozo pleno, pues ese y no otro el deseo de Dios. Como dice la carta a los filipenses: «Estad siempre alegres en el Señor, os lo repito, estad alegres, que todo el mundo os conozca por vuestra bondad». Encontrarse con Dios es deslumbrarse con una felicidad que nos encandila, nos atrae de tal forma que impide que la sonrisa se borre de nuestros labios. Si aún no lo hemos encontrado, todavía estamos a tiempo.

Roberto Sayalero Sanz, agustino recoleto. Colegio San Agustín (Valladolid, España)

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