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domingo, 22 de enero de 2012

PUREZA DE INTENCIÓN Y ATENCIÓN


Publicado por A.M.D.G.

Pedir gracia a Dios nuestro Señor para que todas mis intenciones, acciones y operaciones sean puramente ordenadas en servicio y alabanza de su divina Majestad [Ej 46].
En momento de su muerte, Plotino dijo: “Me he esforzado por devolver al Dios que está en mí el Dios que está en todo”[1]. ¿No es este otro modo expresar lo mismo que diciendo que el fin de la existencia humana es la alabanza, la reverencia y el servicio de Dios y que así se da la salvación del alma y la gloria de Dios? ¿Hay otra cosa que pueda salvarnos más que devolver a Dios lo que es de Dios y en esto consiste su gloria? Devolverle a nosotros mismos, eso de Él que ha puesto en nosotros para que lo retornemos al Origen, a través de la aventura de nuestra individuación y de la transformación del mundo.
La intención se dirige hacia el horizonte de trascendencia de la mayor gloria de Dios (Qadosh), y la atención, a la densidad de la presencia inmanente de Dios en el mundo (la shekinah). Esta shekinah que desciende de su fuente está llamada a volver de nuevo a ella con toda la creación. Este retorno no es sólo escatológico, al final de los tiempos, sino que está llamado a que acontezca en cada momento, en cada pensamiento, palabra, acción y operación que gestamos y emprendemos. El ad maiorem Dei gloriam adquiere así toda su densidad existencial y mística: la in-tentio ad magis, la tensión hacia el más de esa gloria divina, para que se unifique la gloria trascendente (Qadosh) –relacionada con la alabanza- con la gloria inmanente al mundo que espera ser reconducida (shekinah) –relacionada con el servicio- se convierte en la clave del dinamismo ignaciano y es sostenido por la intención, la atención y la contemplación en cada momento.
“Todo lo que tenemos que hacer en esta vida –dice san Agustín- es curar el ojo del corazón, ese ojo con el que vemos a Dios”. Y el Maestro Eckhart dice más: “El ojo con el que veo a Dios es el mismo con el que Dios me ve a mí”[2]. Esta mirada mutua se transparenta y se agranda cuanto mayor es la entrega que se expresa en el “tomar, Señor, y recibid” del final de los Ejercicios. Nada queda fuera ni puede quedar fuera de esta mutua entrega. La intención convertida en atención deviene extensión de la mirada, del impulso, de este dejarse atraer por la gloria de Dios. Pero esa extensión ya no es dispersión porque la mirada se ha hecho simple gracias a la pureza de intención.


Lo que al comienzo se presenta como una lucha por desprenderse de aquello que nos impide el impulso hacia el Fin último, un esfuerzo por liberarse de todo lo que nos distrae, ata o condiciona, se va convirtiendo en una destreza y una claridad cada vez mayores para captar que nada puede ser separado del Fondo de donde todo emerge y se sumerge continuamente. Así se van consolidando y extendiendo los efectos de la consolación: “Cuando ninguna cosa creada sobre el haz de la tierra puede amar en sí sino en el Creador de todas ellas” [Ej 316]. La atención sobre este fondo de presencia hace que las cosas no se vivan independientemente de su fuente. La certeza de que en Él nos movemos, somos y existimos (Hech 17,28) hace que intención y atención se transformen en contemplación en cada situación por la que captamos que Él se nos entrega. Así, nuestra existencia se va convirtiendo en ofrenda y vamos siendo capaces de reconocer que todo lo que vivimos es el modo por el que Dios llega hasta nosotros.
¿Habrá mayor pureza de intención que la que devuelve a todas las cosas su transparencia?

JAVIER MELLONI, SJ

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