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sábado, 28 de junio de 2008

XIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO - CICLO A: Principes de los Apostoles

Solemnidad de San Pedro y San Pablo
Publicado por Parroquia Cristo Rey

Celebra la Comunidad cristiana la fiesta de los Santos apóstoles Pedro y Pablo. Jesús pudo haber hecho que su mensaje se hiciera realidad en nuestro mundo de mil formas diversas pero optó por elegir a un grupo de amigos que le acompañaron durante tres largos años; amigos a los que preparó de una forma especial para enviarlos, más tarde, con la misión de hacerle presente a Él y a su mensaje en todos los pueblos.

Cuando en el Credo de la Misa decimos: “Creemos en la Iglesia que es una, santa, católica, apostólica” estamos afirmando nuestra fe en la Iglesia tal como salió de las manos de Cristo. Una Iglesia abierta a la pluralidad pero fundamentada en la unidad al tener un mismo Señor, al vivir un mismo amor y al mantener una misma esperanza. Una Iglesia santa, compuesta de pecadores, es cierto, pero santa por su fundador y por la meta a la que todos estamos llamados. Una Iglesia católica, es decir, universal. Una Iglesia, finalmente, apostólica o, lo que es lo mismo, una Iglesia edificada sobre las personas, las vidas, las palabras de aquellos amigos de Jesús que fueron los apóstoles y sin los cuales no sería posible entender, en toda su plenitud, a la Iglesia tal como ha llegado hasta nosotros.

Esta fiesta nos invita a meditar, como decimos, en el misterio de la Iglesia. De esa Iglesia que Jesús quiso que estuviera presidida, en el amor, por Pedro y sus sucesores. El ministerio de Pedro y el de los Papas posteriores hasta hoy, debe ser considerado por los creyentes como un servicio a la comunidad eclesial. El Papa es un signo de unidad dentro de la comunidad eclesial. Es también, como nos recuerda otro pasaje evangélico, el que tiene la misión de confirmar en la fe a los creyentes. Misión suya es la de mantener intacta la fe que ha recibido de sus predecesores y hacer que esa Fe impregne, de verdad, la vida de los creyentes y se anuncie a los no creyentes así como la de impulsar la unión con todas las Iglesias cristianas no católicas.

Desde luego, no es fácil su misión y es normal que, a veces, pueda sentirse abrumado por la responsabilidad que los cristianos hemos colocado sobre sus hombros. Por eso, siempre es necesario que se sienta apoyado por los miembros de la comunidad eclesial más allá de progresismos o conservadurismos de unos y de otros. La primera lectura nos decía a este respecto que cuando Pedro, el primer Papa, fue encarcelado con la intención de ser ejecutado unos días más tarde “la Iglesia entera oraba a Dios insistentemente por él”. Esto es también lo que nosotros podemos y debemos hacer con frecuencia: Orar a Dios insistentemente por quien, en cada momento histórico, presida en el amor a la gran familia de los cristianos.

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Hechos de los Apóstoles 12, 1 11
2 Timoteo 4,6 8.17 18
Mateo 16,13 19

LEER Y ENTENDER

Celebramos la solemnidad de san Pedro y san Pablo. Estos dos apóstoles, a quienes la liturgia llama «príncipes de los apóstoles», a pesar de sus diferencias personales y culturales, por el misterioso designio de la Providencia divina, fueron asociados en una única misión apostólica. Y la Iglesia los une en una única memoria.

La solemnidad es muy antigua, fue incluida en el Santoral romano mucho antes que la de Navidad. En el siglo IV era costumbre, en dicha fecha, celebrar en Roma tres santas misas: una en la basílica de San Pedro en el Vaticano; otra, en la de San Pablo «extra muros»; y la tercera en las catacumbas de San Sebastián, donde, en la época de las invasiones, según la tradición, habrían sido escondidos durante un tiempo los cuerpos de los dos apóstoles.

San Pedro, pescador de Betsaida, fue elegido por Cristo como piedra fundamental de la Iglesia. San Pablo, cegado en el camino de Damasco, de perseguidor de los cristianos se convirtió en apóstol de los gentiles. Ambos concluyeron su existencia con el martirio en la ciudad de Roma. Por medio de ellos, el Señor «entregó a la Iglesia las primicias de su obra de salvación».

Entre los signos que, según una tradición consolidada, enriquecieron la liturgia está el antiguo rito de la «imposición del palio». El palio es una pequeña cinta circular en forma de estola, marcada por seis cruces. Se hace con lana blanca, que procede de los corderitos bendecidos el 21 de enero de cada año, en la festividad de santa Inés. El Papa entrega el palio a los arzobispos metropolitanos nombrados recientemente. El palio expresa la potestad que, en comunión con la Iglesia de Roma, el arzobispo metropolitano adquiere de derecho en su provincia eclesiástica.

Testimonios arqueológicos e iconográficos, además de diversos documentos escritos, nos permiten remontarnos, en la datación de este rito, a los primeros siglos de la era cristiana. Por tanto, nos encontramos ante una tradición antiquísima, que ha acompañado prácticamente toda la historia de la Iglesia.

(Catequesis de Juan Pablo II en la audiencia general de los miércoles; 30 de junio de 1.999)

Este comentario está tomado del libro “LA PALABRA DEL DOMINGO Y FIESTAS” cuyos autores son Mari Patxi Ayerra y Álvaro Ginel. EDITORIAL CCS

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