Solemnidad de Todos los Santos
Por José María Maruri, SJ
Por José María Maruri, SJ
1.- Dios tiene una manera singular de ver la televisión. Nosotros no vemos más allá de esas tres o cuatro personas que están teniendo un debate. El Señor no ve a ninguno de esos señorones o señoronas que si se le va el sonido al televisor gesticulan ridículamente. El Señor ve a mucha más gente y a otra clase de gente, digo, hoy nos dice que ve a 144.000 o sea una multitud que nadie puede contar. Todo eso cabe en la pantalla de Dios. Y en esa multitud no hay nadie importante, digo, más importante uno que otro. Todos son iguales porque la importancia de esa gente es ser Hijos de Dios y entre los Hijos de Dios no hay unos más que otros, como en nuestras democracias.
2.- Todos son santos, no subidos a los altares a empujones, sino esos santos de verdad, que son aquellos que a Dios le parecen buenos… ¿Y qué hijo no es bueno madre? Son esos santos de los que habla San Pablo, los canonizados no por sus más o menos rebuscadas virtudes, sino por aquello que es mucho más real y verdadero que es la mirada cariñosa de Dios, su bondad, su misericordia infinita. Cuando llama “santos” a los cristianos sabía San Pablo que entre las lavanderas de Corinto o entre los esclavos y soldados de Roma, que habían recibido el Bautismo había mucho defecto humano y, sin embargo dice que son santos, porque no nos canonizan nuestros méritos, sino la bondad de Dios. No es que yo sea bueno, si no que Él es bueno. En esas canonizaciones creo.
3.- Toda esa multitud del televisor de Dios son gente de buena voluntad, pequeños como cualquier Pérez, Gómez o Martínez, como cualquier Smith u O’Connor, o como un Tanaka japonés cualquiera.
--Hombres y mujeres llenos de defectos humanos, que no han vivido la preocupación elitista de ser perfectos, sino sencillamente se ser buenos.
--Gente sencilla que se han contentado con pasar desapercibidos en esta sociedad de grandes y poderosos, de multimillonarios, de “personajes” televisivos.
--Hombres y mujeres que por haber vivido en estrechez y haber pasado y sufrido mucho comprenden a los que lloran y saben sentarse a su lado y estar, simplemente estar porque no creen en sus propias palabras, ni en la de Dios cuando el dolor humano es demasiado grande.
--Gente de corazón recto y honrado, sin posible éxito en un mundo donde la manipulación, la comisión ilegal y la mordida son el camino de las alturas.
--Hombres y mujeres perseguidos por la incruenta persecución moderna de una pequeñísima pensión de jubilados, por un paro sin solución posible, por una asistencia médica deficiente.
--Gente que sabe reír y hacer un chiste de sus males para hacer reír a aquellos que arrastran con pesar sus vidas.
--Hacedores de paz entre las partes enfrentadas de una misma familia.
4.- Esta es la multitud que el Señor ve en su pantalla, a los que mira con cariño porque son su pueblo, hermanos de sangre suyos, porque Él también fue pueblo… con otros nombres, Ismael, María, Raquel y con otros problemas, invasión romana, zelotes, miseria… distintos problemas pero un mismo pueblo. Este es el pueblo santo de Dios que hoy conmemoramos y al que queremos pertenecer.
2.- Todos son santos, no subidos a los altares a empujones, sino esos santos de verdad, que son aquellos que a Dios le parecen buenos… ¿Y qué hijo no es bueno madre? Son esos santos de los que habla San Pablo, los canonizados no por sus más o menos rebuscadas virtudes, sino por aquello que es mucho más real y verdadero que es la mirada cariñosa de Dios, su bondad, su misericordia infinita. Cuando llama “santos” a los cristianos sabía San Pablo que entre las lavanderas de Corinto o entre los esclavos y soldados de Roma, que habían recibido el Bautismo había mucho defecto humano y, sin embargo dice que son santos, porque no nos canonizan nuestros méritos, sino la bondad de Dios. No es que yo sea bueno, si no que Él es bueno. En esas canonizaciones creo.
3.- Toda esa multitud del televisor de Dios son gente de buena voluntad, pequeños como cualquier Pérez, Gómez o Martínez, como cualquier Smith u O’Connor, o como un Tanaka japonés cualquiera.
--Hombres y mujeres llenos de defectos humanos, que no han vivido la preocupación elitista de ser perfectos, sino sencillamente se ser buenos.
--Gente sencilla que se han contentado con pasar desapercibidos en esta sociedad de grandes y poderosos, de multimillonarios, de “personajes” televisivos.
--Hombres y mujeres que por haber vivido en estrechez y haber pasado y sufrido mucho comprenden a los que lloran y saben sentarse a su lado y estar, simplemente estar porque no creen en sus propias palabras, ni en la de Dios cuando el dolor humano es demasiado grande.
--Gente de corazón recto y honrado, sin posible éxito en un mundo donde la manipulación, la comisión ilegal y la mordida son el camino de las alturas.
--Hombres y mujeres perseguidos por la incruenta persecución moderna de una pequeñísima pensión de jubilados, por un paro sin solución posible, por una asistencia médica deficiente.
--Gente que sabe reír y hacer un chiste de sus males para hacer reír a aquellos que arrastran con pesar sus vidas.
--Hacedores de paz entre las partes enfrentadas de una misma familia.
4.- Esta es la multitud que el Señor ve en su pantalla, a los que mira con cariño porque son su pueblo, hermanos de sangre suyos, porque Él también fue pueblo… con otros nombres, Ismael, María, Raquel y con otros problemas, invasión romana, zelotes, miseria… distintos problemas pero un mismo pueblo. Este es el pueblo santo de Dios que hoy conmemoramos y al que queremos pertenecer.
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