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martes, 21 de octubre de 2008

QUEDARSE CON LO ESENCIAL

Mateo 22, 34-40
XXX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO - CICLO A
Por P. José Antonio Pagola

No era fácil para los judíos contemporáneos de Jesús tener una visión clara de lo que constituía el núcleo de su religión. La gente sencilla se sentía perdida. Los escribas hablaban de seiscientos trece mandamientos contenidos en la Ley. ¿Cómo orientarse en una red tan complicada de preceptos y prohibiciones? En algún momento, el planteamiento llegó hasta Jesús: ¿Qué es lo más importante y decisivo? ¿Cuál es el mandamiento principal, el que puede dar sentido a los demás?

Jesús no se lo pensó dos veces y respondió recordando unas palabras que todos los judíos varones repetían diariamente al comienzo y al final del día: «Escucha Israel: El Señor nuestro Dios es el único Señor. Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser». Él mismo había pronunciado aquella mañana estas palabras. A él le ayudaban a vivir centrado en Dios. Esto era para él lo primero.

Enseguida añadió algo que nadie le había preguntado: «El segundo mandato es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo». Nada hay más importante que estos dos mandamientos. Para Jesús estos dos mandamientos son inseparables. No se puede amar a Dios y desentenderse del vecino.

A nosotros se nos ocurren muchas preguntas. ¿Qué es amar a Dios? ¿Cómo se puede amar a alguien a quien no es posible comprender ni ver? Al hablar del amor a Dios, los hebreos no pensaban en los sentimientos que pueden nacer en nuestro corazón. La fe en Dios no consiste en un «estado de ánimo». Amar a Dios es sencillamente centrar la vida en él, vivirlo todo desde su voluntad.

Por eso añade Jesús el segundo mandamiento. No es posible amar a Dios y vivir olvidado de gente que sufre y a la que Dios ama tanto. No hay un «espacio sagrado» en el que podamos «entendernos» a solas con Dios, de espaldas a los demás. Un amor a Dios que olvida a sus hijos e hijas es una gran mentira.

La religión cristiana les resulta hoy a no pocos complicada y difícil de entender. Probablemente, necesitamos en la Iglesia un proceso de concentración en lo esencial para desprendernos de añadidos secundarios y quedarnos con lo importante: amar a Dios con todas mis fuerzas y querer a los demás como me quiero a mi mismo.

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