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sábado, 1 de noviembre de 2008

Ante el día de los Santos. Santidad cristiana, santidad humana

Publicado por El Blog de X. Pikaza

En la terminología normal. de la iglesia católica, sólo algunos hombres y mujeres especialmente destacados por sus virtudes morales son llamados santos, a través de un proceso de canonización oficial. En cambio, para el Nuevo Testamento todos los cristianos son santos, pues han sido elegidos y santificados por el Espíritu de Cristo. Así dice Pablo a los de Roma que han sido «llamados a ser santos» (cf. Rom 1, 7; 1 Cor 1, 2). Él llama santos, de un modo especial, a los miembros de la iglesia de Jerusalén, que debió concebirse a sí misma como expresión escatológica de la santidad de Dios (cf. 2 Cor 8, 4; 9, 1; Rom 15, 26). También llama santos a los ángeles de Dios, como hacía la apocalíptica judía (cf. 1 Tes 3, 13. Pero eso no impide que llame santos a todos los cristianos (cf. Rom 16, 2. 15; 1 Cor 1, 2; 6, 1; 2 Cor 1, 1; Flp 1, 1 etc). En esa línea, santos son los más pobres, de forma que venerar a los santos, alabando así la gloria de Dios, significa ayudarles en amor gozoso. La esperanza del cielo nos hace así buscar un cielo en la tierra.

Tema

Este día de los Santos puede interpretarse de diversas formas. Por un lado, sirve para celebrar la gloria y plenitud de los hombres y mujeres que han culminado su vida en la gloria de Dios, estén o no canonizados por la iglesia, lleven o no la aureola de la beatitud celeste. Por otro lado, día puede servirnos para reflexionar sobre el misterio de la Santidad que es Dios, el Todo Santo. Podemos, finalmente, evocar este día el tema de la santidad que es propia del Cordero de Dios (el Cristo salvador de los cristianos, rodeado por los Veinticuatro Ancianos (signo de la humanidad entera), por los ángeles de Dios y por los Cuatro Vivientes, que son los poderes del cosmos. Yo aprovecharé la ocasión para hablar, en sentido general, de la santidad de Dios y de los hombres, desde una perspectiva bíblica.

Texto litúrgico del día: Apocalipsis 7,9-14

Después esto apareció en la visión una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, raza, pueblo y lengua, de pie delante del trono y del Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos. Y gritaban con voz potente: "¡La victoria es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero!" Y todos los ángeles que estaban alrededor del trono y de los ancianos y de los cuatro vivientes cayeron rostro a tierra ante el trono, y rindieron homenaje a Dios, diciendo: "Amén. La alabanza y la gloria y la sabiduría y la acción de gracias y el honor y el poder y la fuerza son de nuestro Dios, por los siglos de los siglos. Amén."

1. Principio. Lo sagrado, lo santo

En general, a partir de una obra R. OTTO, buen conocedor del judaísmo, titulada Das Heilige (Lo santo: 1917), se ha venido definiendo la religión como experiencia de santidad. Santo es aquello que se opone a lo profano (a las cosas ordinarias de cada día), viniendo a presentarse como pavoroso, tremendum (→ temor), porque se impone sobre el hombre, sacándole de sí mismo y atrayéndole de un modo muy fuerte. En ese contexto, las primeras notas de “lo santo”, que R. Otto deducía de la experiencia del judaísmo (partiendo, sobre todo de sus grandes teofanías: Ex 3; Is 6…) son la majestad y la energía.

(a) Lo santo o numinoso es majestad, del latín maius, algo que es siempre más grande. En ese sentido, lo santo es lo supremo, aquello que aparece como exceso de ser, como superabundancia o plenitud que desborda todas las posibles concreciones históricas y objetivas. En ese sentido, lo santo es siempre “más”, de manera que ante el despliegue de la Majestad surge el pavor, la sensación de pequeñez suprema: el hombre no puede esconderse o resguardarse, nada pueda hacer, sino sólo descubrirse criatura, nada, quitarse las sandalias, taparse el rostro, pues no se puede ver a Dios (cf. Ex 3, 5; 33, 20-23).

(b) Lo Santo es energía, es decir, poder originario, que se expresa en forma de fuego o de viento, de inmenso terremoto. Dios viene, todo tiembla, como en el Sinaí (cf. Ex 19, 16-22).

(c) Santo es cada hombre… Siguiendo en esa línea, podemos y debemos decir con la Biblia que cada hombre y mujer es «santo»: es presencia del misterio de Dios, tiene valor infinito, no por sus virtudes morales (¡que son muy buenas!), sino por el hecho de que Dios le ama. La vida misma, como don de Dios, es santidad.

2. Visión de Isaías 6, 1-13, el Dios Santo.

Sanctus de Dios. Este pasaje marca un momento importante en la revelación del Dios israelita como santidad. El profeta ve a Yahvé sentado sobre un trono alto y sublime, llenando el templo con los bordes de su manto. A su lado había unos serafines que cantaban Qados, Qados, Qados Yhavé Seba’ot... (¡Santo!Santo!¡Santo!). Éste es el atributo primordial de Dios, su santidad. Todo lo que existe sobre el mundo es realidad profana, valor que se consume, vanidad y muerte. A Dios se le define, en cambio, como Santo, en palabra que no pueden pronunciar los hombres de la tierra. Por eso la proclaman sin cesar, en alternancia antifonal, los músicos celestes, sacerdotes/serafines que expresan la potencia laudatoria, paradójica y sacral del cosmos.

Los hombres son santos. Éste es el canto de Yahvé, Dios que ha revelado su nombre a Moisés en el desierto (cf. Ex 3, 14). Los serafines no pueden contemplarle, pero cantan. No alcanzan su misterio más profundo pero pueden y quieren alabarle, pronunciando sacralmente su nombre y su mismo sobrenombre: es Seba´ot, el elevado, el que "hace la guerra" con su ejército de estrellas; es Dios victorioso, que reina y extiende desde el cielo su dominio sobre todo lo que existe. Por eso continúa el canto, en contrapunto de gozosa admiración: ¡la tierra toda está llena de tu gloria! Pues bien, este Dios de la santidad hace a los hombres santos, a todos…Por eso, Isaías se siente llamado a proclamar la santidad de Dios en la vida de todos los hombres.

3. Código de la santidad del AT, los hombres santos.

El llamado Código de la Santidad, que constituye la culminación del libro del Levítico (Lev 17-26), constituye una especie de “ritual de la santidad”, que debe regular la vida de lo sacerdotes (y después de todos los israelitas), manteniéndoles separados de la contaminación del mundo. Así lo indica de un modo especial el conjunto de mandamientos incluidos en el capítulo 19, que empieza así:

«Sed santos, porque yo, Yahvé, vuestro Dios, soy santo. Cada uno de vosotros respete a su madre y a su padre. Guardad mis sábados… No acudáis a los ídolos, ni os hagáis dioses de fundición…» (Lev 19, 2-4).

Los israelitas son santos en sentido ritual más que moral, en sentido religioso más que puramente ético… Son santos porque han resguardado su vida dentro del cerco de separación que Dios mismo ha fundado a través de su Ley sagrada.

Ciertamente, la santidad incluye elementos morales (como el honrar a los padres y el amar al prójimo de Lev 19, 3.18); pero en el centro de los mandamientos no hay una preocupación puramente ética, sino más bien religiosa. Toda la vida del israelita tiene que ser como un sacramento de la santidad de Dios. Ésta es la tarea de los hombres: mostrar en la tierra la santidad de Dios.


4. El Santo de los Santos.

a. Santo es el templo La santidad de Dios se hallaba vinculado de un modo muy fuerte a un “lugar” especial, situado en el interior del santuario, más allá de la segunda cortina, que separaba el “santo” (donde podían entrar los sacerdotes una vez al día, con ofrendas), del “santo de los santos” o santísimo, donde sólo entraba una vez al año el Sumo Sacerdote con la sangre de los animales especiales sacrificados el Yom Kippur:

«Di a tu hermano Aarón que no entre en cualquier tiempo en el santuario, detrás del velo, ante el propiciatorio que está sobre el arca, para que no muera, pues yo me manifestaré en la nube, sobre el propiciatorio. Aarón podrá entrar con esto en el santuario: con un novillo para el sacrificio por el pecado y un carnero para el holocausto. Se vestirá la túnica santa de lino, y los calzones de lino estarán sobre su cuerpo; se ceñirá el cinturón de lino y pondrá el turbante de lino sobre su cabeza. Éstas son las vestiduras sagradas; se vestirá con ellas después de lavar su cuerpo con agua. Tomará de la congregación de los hijos de Israel dos machos cabríos…» (cf. Lev 16, 2-5).

b. Pero santos de un modo especial son los hombres, cada uno de ellos un sagrado de la santidad de Dios. El santo de los santos es el mismo corazón del hombre, de cada hombre, como ha mostrado Jesús.

5 Jesús y la santidad cristiana.

Jesús no ha sido un sacerdote y, por eso, no ha desarrollado una visión especial de la santidad de Dios en términos sacrales. En un sentido estricto, para Jesús todo lo que existe es sangrado, siendo profano. Más aún, de un modo provocativo, Jesús ha buscado la presencia de Dios en aquellos hombres y mujeres que parecían más alejados de la santidad de Dios, en los publicanos y las prostitutas (cf. Mt 21, 31; Mc 2, 15-16). A su juicio, la santidad de Dios se revela en el amor a lo pequeños y marginados, a los excluidos y negados del pueblo. Más aún, Jesús hizo un gesto provocador contra el Templo de Jerusalén, negando en el fondo su santidad (Mc 11, 15 par).

Siguiendo en esa línea, podemos afirmar que Jesús fue crucificado, de algún modo, por “blasfemo”, por haber ido en contra de la santidad oficial de los sacerdotes de Israel, tal como se hallaba centrada en el templo (cf. Mt 26, 65). Por eso, a su muerte “el velo del templo se rasgó” (Mc 15, 38), en un sentido simbólico, pero muy real: había acabado la división ritual antigua de la santo y lo profano. Conforme a la Ley de la santidad israelita, Jesús murió como un impuro, un maldito (cf. Gal 3, 13). Sólo a partir de ahí se entienden las referencias fundamentales a la santidad en los evangelios.

(a) Oración de Jesús: santificado sea tu nombre (Lc 11, 2; Mt 6, 10). La santidad del Nombre de Dios no está en los ritos sacrales del Levítico, sino en la libertad y plenitud de los hombres (en la línea de Ez 36, 23). La Santidad de Dios se expresa en la llegada del Reino.

(b) Espíritu santo: liberación de los endemoniados. La misión de Jesús resulta inseparable de la acción del Espíritu de Dios, que es santo porque libera a los endemoniados (cf. Mt 12, 28), haciendo así que el Reino de Dios se haga presente en el mundo.

c) Los cristianos son “santos”, como ha puesto de relieve san Pablo (cf. i Cor 1, 2; 1 Cor 1, 1), pero no porque cultiven unos rituales como los del Código de la Santidad del Levítico, sino porque han sido amados por Dios y redimidos de un modo gratuito por Cristo. En ese sentido se puede y se debe decir que toda la vida de los creyentes es santa, en su carácter más normal y más profano, porque es vida de hombres y mujeres a los que Dios ama. Se ha roto el velo que dividía lo sacral y lo profano; por eso, todo es santo para aquellos que acogen la vida de Dios, para los que creen. Desde ese fondo, la Iglesia católica ha destacado un modo especial de santidad, vinculada al culto a los santos.

d) Todos los hombres son santos,… aquí en la tierra, como amados de Dios, portadores de un valor sagrado.

6. Canonizar a los santos

(a) A los santos del cielo. No está mal canonizarles, haciendo una lista de personas ejemplares que se pueden venerar e imitar: Pedro y Pablo, Antonio y Francisco, Teresa y Juan…

(b) A todos los santos de la tierra… La tarea máxima de la iglesia no es canonizar santos del cielo… sino mostrar la santidad de todos los hombres y mujeres de la tierra.

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