Por José María Maruri, SJ
1.- Todos caminamos atados a la cadena de la muerte, para unos, más larga; para otros, más corta. Y nadie ha roto esa cadena. Sólo el Señor Jesús se ha atrevido a proclamarse resurrección y vida. Solo Él, a través de la muerte, no escamoteando la muerte, ha llagado a la vida, a la vida plena, vida todo vida, no añadiendo eslabones a esa cadena, sino rompiéndola. Sólo Él ha vencido a la muerte. Y hoy que la Iglesia –y en domingo—celebra a todos esos hermanos nuestros que nos han precedido en la muerte, sólo se me ocurre pensar en la resurrección…
Creo, por otro lado, que la palabra resurrección sobre todo aplicada a nosotros nos lleva al equívoco. Creo que la mayoría lo único que en realidad creemos es en una especie de prolongación de la vida actual. No pensamos en vencer la muerte, sino en retrasarla, no en poseer la vida total, toda vida, sino en regresar a nuestras calles y plazas, atravesar a la inversa la puerta de la muerte… Regresar. Y sin querer arrojamos esa misma imagen sobre la Resurrección del Señor y la entendemos mal, porque la Resurrección del Señor no es el recular del tren que ya se perdía en el túnel de la muerte para dejar el andén de la vida a ese Jesús en el mismo sitio en que subió al tren.
La Resurrección del Señor no es un segundo tomo de su vida, no es añadir un trozo a su vida. De esa manera efímera resucitaron el hijo de la viuda de Naín, la hija de Jairo y Lázaro, el de Marta y María, de Betania. Todos resucitaron encadenados de nuevo a la cadena de una nueva muerte. Y es que la resurrección del de Naín, la de Jairo y la de Lázaro fue un milagro y la Resurrección del Señor es un misterio.
2.- Jesús al resucitar da un vertiginoso salto adelante para entrar en la vida total. No regresa a la vida se convierte en Viviente, se manifiesta en lo que siempre fue vida eterna y fuente de vida –un día--- para todos nosotros y para los que no han antecedido en este mundo. Y, entre ellos, claro, esos seres queridos que especialmente recordamos hoy. Jesús es el primer astronauta que por su propia energía rompe la barrera de la gravedad de la muerte para lanzarse a un maravilloso viaje por la infinitud de su propia belleza y amor, fundiéndose en un abrazo con su Padre Dios. Su penosa muerte no ha sido más que el traqueteo del tren al pasar agujas. Para pasar del antiguo TALGO al moderno AVE.
3.- Y en Él –y es importante recordarlo hoy en este domingo que conmemoramos a los fieles difuntos—hemos resucitado todos porque vamos montados en el mismo tren, no sólo arrastrados por la energía divina del Señor que va en cabeza, sino porque desde el bautismo llevamos nosotros esa energía divina energía. Por eso esta fiesta, esta eucaristía de hoy, debe ser de alegría y vida. El Señor, Hijo de Dios Vivo, es capaz de sacar vida de la misma muerte, como de la muerte de la semilla saca vida pujante de la espiga, como en la destrucción de una estrella saca luz para millones de años y del sepulcro de los que creemos en Él saca una vida transformada, desatada para siempre de la cadena de la muerte. Y por eso, y como decía al principio, hoy hay que hablar de Resurrección, no de muerte.
Creo, por otro lado, que la palabra resurrección sobre todo aplicada a nosotros nos lleva al equívoco. Creo que la mayoría lo único que en realidad creemos es en una especie de prolongación de la vida actual. No pensamos en vencer la muerte, sino en retrasarla, no en poseer la vida total, toda vida, sino en regresar a nuestras calles y plazas, atravesar a la inversa la puerta de la muerte… Regresar. Y sin querer arrojamos esa misma imagen sobre la Resurrección del Señor y la entendemos mal, porque la Resurrección del Señor no es el recular del tren que ya se perdía en el túnel de la muerte para dejar el andén de la vida a ese Jesús en el mismo sitio en que subió al tren.
La Resurrección del Señor no es un segundo tomo de su vida, no es añadir un trozo a su vida. De esa manera efímera resucitaron el hijo de la viuda de Naín, la hija de Jairo y Lázaro, el de Marta y María, de Betania. Todos resucitaron encadenados de nuevo a la cadena de una nueva muerte. Y es que la resurrección del de Naín, la de Jairo y la de Lázaro fue un milagro y la Resurrección del Señor es un misterio.
2.- Jesús al resucitar da un vertiginoso salto adelante para entrar en la vida total. No regresa a la vida se convierte en Viviente, se manifiesta en lo que siempre fue vida eterna y fuente de vida –un día--- para todos nosotros y para los que no han antecedido en este mundo. Y, entre ellos, claro, esos seres queridos que especialmente recordamos hoy. Jesús es el primer astronauta que por su propia energía rompe la barrera de la gravedad de la muerte para lanzarse a un maravilloso viaje por la infinitud de su propia belleza y amor, fundiéndose en un abrazo con su Padre Dios. Su penosa muerte no ha sido más que el traqueteo del tren al pasar agujas. Para pasar del antiguo TALGO al moderno AVE.
3.- Y en Él –y es importante recordarlo hoy en este domingo que conmemoramos a los fieles difuntos—hemos resucitado todos porque vamos montados en el mismo tren, no sólo arrastrados por la energía divina del Señor que va en cabeza, sino porque desde el bautismo llevamos nosotros esa energía divina energía. Por eso esta fiesta, esta eucaristía de hoy, debe ser de alegría y vida. El Señor, Hijo de Dios Vivo, es capaz de sacar vida de la misma muerte, como de la muerte de la semilla saca vida pujante de la espiga, como en la destrucción de una estrella saca luz para millones de años y del sepulcro de los que creemos en Él saca una vida transformada, desatada para siempre de la cadena de la muerte. Y por eso, y como decía al principio, hoy hay que hablar de Resurrección, no de muerte.
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