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domingo, 1 de marzo de 2009

1 de Marzo: DÍA DE HISPONOAMÉRICA



El domingo 1 de marzo la Iglesia española celebra el Día de Hispanoamérica. El lema de este año –"América con Cristo, vive la misión"– está en sintonía con el Congreso Americano Misionero (CAM3), celebrado en Quito del 12 al 18 de agosto pasado, evento que constituyó un anticipo de la Gran Misión Continental que vienen lanzando en los últimos meses los distintos episcopados. Y es que, desde la celebración en mayo de 2007 de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano (V CELAM) en Aparecida (Brasil), el subcontinente hermano se halla en "estado permanente de misión".

Un año más por estas fechas, como cada primer domingo de marzo, la Iglesia española celebra el Día de Hispanoamérica. Se trata de una jornada misionera cuya organización corre a cargo de la Comisión Episcopal de Misiones y Cooperación entre las Iglesias de la CEE. Con ella se quiere “prestar atención al gran puente que une a aquellas Iglesias con las de España desde hace siglos”, en palabras de monseñor Ramón del Hoyo, obispo de Jaén y presidente de dicha Comisión. “En la gran casa de la familia humana que es la Iglesia, España mira a Hispanoamérica con especial atención”, añade el prelado.

A algunos quizás les pueda extrañar esta jornada –no existen otras similares para otros continentes–, máxime cuando desde Roma cada año se estimula y apoya su celebración con un Mensaje emitido por la Pontificia Comisión para América Latina (PCAL). No habrá tal sorpresa si se tiene en cuenta que el territorio que se extiende desde México hasta la Tierra de Fuego alberga a casi la mitad de los católicos del mundo. En él se hallan también cuatro de los diez mayores países católicos: Brasil, México, Colombia y Argentina. La Iglesia siempre ha concedido a la evangelización de la región una gran importancia. De hecho, hasta los propios textos y documentos vaticanos aluden a esta parte del mundo como el “continente de la esperanza”. Por algo será.

Esta jornada, en suma, quiere fomentar, y así lo hace desde 1959, la responsabilidad misionera de las comunidades cristianas de nuestro país para con las jóvenes Iglesias de América Latina. Responsabilidad en cuanto a apoyo económico (cada año con la colecta se recaudan entre 60.000 y 90.000 euros, más o menos), pero también, y sobre todo, en lo que atañe a solidaridad y compromiso misionero. Más de 2.300 sacerdotes españoles han acudido a América Latina de la mano de la Obra de Cooperación Sacerdotal Hispano-Americana (OCSHA) desde 1948, año en que fue creada esta institución para canalizar la cooperación entre las Iglesias hermanas. El pasado año seguían trabajando en aquel continente 785 sacerdotes de nuestro país.


Evangelizar la vida pública

El Día de Hispanoamérica de este año llega en un momento muy especial para el continente, cuyas Iglesias llevan meses preparando la puesta en marcha de la Gran Misión Continental emanada de la Conferencia General de Aparecida, con la que se quiere relanzar la evangelización. “América Latina –puede leerse en el mensaje elaborado por la Presidencia de la PCAL– en la actualidad necesita rescatar y reafirmar los valores cristianos que están en la raíz de su cultura y de sus tradiciones. Es urgente y necesario hacer llegar la luz del Evangelio a la vida pública, cultural, económica y política”.

Este llamamiento a los fieles católicos a profundizar su fe para, acto seguido, “proponer a Jesucristo con claridad y humildad” al hombre de hoy (Benedicto XVI) figura –con estas o parecidas palabras– en casi todos los documentos elaborados por los episcopados latinoamericanos en el último año. Y no han sido pocos, la verdad.

Pero, ¿qué se quiere decir exactamente con “proponer a Jesucristo con claridad”? ¿Acaso no se ha estado haciendo así hasta ahora?... La respuesta a esta última pregunta tiene que ser afirmativa. Claro que se predica al Profeta de Nazaret y su Buena Nueva, faltaría más. El problema es otro: la falta de motivación, de implicación y de resultados. En algo se tiene que estar fallando cuando el propio Benedicto XVI insiste en que “es indispensable que la Iglesia conozca y viva lo que anuncia, para que su predicación sea creíble”. Y es que, bien por falta de preparación de los agentes de evangelización; por falta de coherencia entre lo que éstos predican y su testimonio de vida; por no haber suficiente personal evangelizador; por un poco de todo ello; o por otras causas relacionadas más bien con los fieles, el hecho es que la Iglesia latinoamericana no logra hacer calar su mensaje como debiera y, en muchos sitios, pierde terreno ante las llamadas “sectas” protestantes.

La respuesta a esta realidad, dada en la Conferencia de Aparecida, ha sido la Misión Continental. Hay que ponerse “en estado de misión”, se dice. ¿Qué significa esto exactamente? Pues que hay que sustituir “una pastoral meramente conservadora” como la actual, por otra “de decidida acción misionera”, según han explicado los Obispos de América Central (SEDAC) en el mensaje final de su última plenaria. Ello quiere decir que, en adelante, “no puede haber persona, grupo o institución de la Iglesia que no oriente su formación y acción hacia la misión”. “Estado permanente de misión”, añaden, por su parte, los obispos de Paraguay, quienes lanzaron oficialmente la Misión Continental el pasado 8 de diciembre, implica también estar dispuestos a repensar y reformar muchas estructuras pastorales.

“No podemos pensar en una Iglesia confinada en la sacristía. Somos atacados constantemente, pero no podemos estar simplemente a la defensiva”, añade al respecto monseñor Héctor Miguel Cabrejos, arzobispo de Trujillo y presidente de la Conferencia Episcopal Peruana.

Para incidir en el deber misionero de los cristianos, ningún momento más oportuno que éste en el que la Iglesia festeja el Año Paulino. “¡Ay de mí si no predico el Evangelio!”, dice el apóstol de los gentiles en su carta a los Corintios. Recuérdese, además, que en noviembre pasado tuvo lugar en Roma un Sínodo de Obispos en el que se subrayó, precisamente, que todos los cristianos tienen el deber de colocar la Palabra de Dios en el centro de sus vidas.


Retos y desafíos

Pero, ¿cómo es la realidad actual de América Latina?, cabe preguntarse. ¿Y cuáles son los retos y desafíos a los que se enfrenta su Iglesia? A la primera pregunta ha respondido el propio cardenal Re en su mensaje como presidente de la PCAL. América Latina, dice el purpurado italiano, vive “una realidad compleja”, con “cambios vertiginosos en los diferentes ámbitos de la vida política, económica, social, e incluso religiosa, que ejercen una notoria influencia, no siempre positiva, en la vida privada de las personas”.

El subcontinente sufre también, como tantas otras partes del mundo, los efectos –positivos y negativos a un tiempo– de la globalización. Consecuencia directa de estos últimos es el relativismo cultural dominante, tantas veces denunciado por el Papa. “La abundancia de ofertas que ofrece la tecnología y el acceso casi ilimitado a la información –insiste monseñor Re– (…) han traído aparejadas una aguda crisis de sentido y de valores, como también una grave dificultad, cada vez más común entre las personas, para ver el mundo exterior con objetividad y entrar en contacto con la Verdad”.

A esa crisis de valores ya se aludió en Aparecida. “Vivimos un cambio de época cuyo nivel más profundo es el cultural. Se desvanece la concepción integral del ser humano, su relación con el mundo y con Dios”, afirma el punto 44 del documento final de este encuentro, en el que se habla también del individualismo creciente, de la cultura de consumo, de la crisis que vive la institución familiar, etc.

El otro gran rasgo inherente al continente es la pobreza, la lacerante pobreza que sufren la mayor parte de sus gentes y las diferencias cada vez más acusadas entre unos pocos ricos y todo un océano de empobrecidos. Para combatir esta realidad, en algunos países, como Venezuela, Bolivia o Ecuador, se han retomado en los últimos años “modelos ideológicos que ya anteriormente se han mostrado ineficaces como respuesta a los problemas sociales”, en palabras del cardenal Re. Como quiera que sea, con un modelo político vigente u otro, un hecho está claro: la Iglesia latinoamericana está llamada a ser “abogada de la justicia y defensora de los pobres” antes esas “intolerables desigualdades sociales y económicas” que “claman al cielo”. (Documento de Aparecida, punto 395). De ahí que renueve frecuentemente su compromiso de una “opción preferencial” por los más desfavorecidos asumido en Medellín, asamblea profética de la que en agosto pasado se cumplieron cuarenta años y en la que se denunció las injustas estructuras económicas y sociales que están en el origen de esa pobreza, así como las categorías mentales que las avalan. “Hoy –escribieron los obispos en Aparecida– queremos ratificar y potenciar la opción del amor preferencial por los pobres hechas en las Conferencias anteriores. Que sea preferencial implica que debe atravesar todas nuestras estructuras y prioridades pastorales”.

El obispo brasileño de Xingú, monseñor Edwin Kräutler, ha aventurado en la revista Misiones Extranjeras que “la Iglesia de América Latina y del Caribe tiene delante de sí tres alternativas: vivir acobardada y enterrar los muchos talentos que ha recibido; ajustarse al sistema capitalista y proponer pequeñas memorias; o intervenir con señales de justicia en el mundo injusto y lanzar las semillas del Reino”. El propio prelado asegura que, en Aparecida, se ha aceptado no ser tanto la abogada de los pobres (que también), sino su casa, su hogar de esperanza.

Ese cometido, en cualquier caso, lo habrá de llevar a cabo una nueva generación de prelados como la que poco a poco está relevando a los “pesos pesados” de los distintos episcopados. En el último año, sin ir más lejos, han fallecido pastores de la talla del cardenal Aloysio Lorscheider (arzobispo emérito de Aparecida) o el obispo Alfonso Felippe Gregory (ex presidente de Cáritas Internacional) en Brasil; los cardenales Corripio Ahumada (Ciudad de México) y Suárez Rivera (Monterrey) en México; el también purpurado Antonio José González Zumárraga en Ecuador, y el cardenal de Curia Alfonso López Trujillo, de Colombia.

En este último año también, por último, Brasil ha suscrito un nuevo “acuerdo bilateral” con la Santa Sede, instrumento que regulará en adelante, entre otros asuntos, el estatuto jurídico de la Iglesia en el país o la enseñanza religiosa en las escuelas públicas. En Paraguay, un ex obispo, Fernando Lugo, ha acabado con seis décadas de hegemonía (y corrupción) del Partido Colorado y se ha convertido en el flamante nuevo presidente de la República. Y en Cuba, en donde Castro parece estar viviendo sus últimos días, ha tenido lugar otro hecho digno de ser reseñado: la beatificación en noviembre último del hermano hospitalario de San Juan de Dios José Olallo Valdés (1820-1889), en la que ha sido la primera ceremonia de esta naturaleza en celebrarse en la llamada “Perla de las Antillas”.

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