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martes, 24 de marzo de 2009

La Anunciación


Por Pablo Largo, cmf
Publicado por Ciudad Redonda

María pertenece al pueblo de Israel. Dios había inaugurado un coloquio con este pueblo en la persona de Abraham. Y María, en un momento decisivo de la historia, entra personalmente y a fondo en la ronda de conversaciones de Dios con los suyos.

Un anuncio singular

En el relato lucano de la Anunciación (Lc 1,26-38) asistimos al diálogo del ángel con María. El evangelista tiene interés en señalar las circunstancias de tiempo y de lugar, y en identificar por su nombre a los implicados: Gabriel, José, María, Isabel. La historia la hace Dios con personas, no con simples objetos materiales.

El mensajero dialoga con la joven nazarena. Tratándose de maternidades, parece lo más normal; pero no lo era tanto. Podemos señalar, sí, que el ángel del Señor se aparece a la anónima mujer de Manoaj y le anuncia el nacimiento de Sansón Jue 13,3-5); pero no dialogan ella y el ángel, es Manoaj el interlocutor (13,8-18). En el anuncio del hijo de la promesa, Isaac, es a Abraham, no a Sara, a quien el misterioso personaje da la noticia (Gen 18,10); la intervención de Sara y la réplica del personaje no son propiamente un diálogo (18,12-15). En el mismo evangelio de san Lucas, el anuncio del nacimiento del Bautista se hace a Zacarías (Le 1,30-33), no a la futura madre. En cambio, en el anuncio a María, el enviado le habla a ella y habla con ella; esta mujer joven es una real interlocutora.

Los investigadores han estudiado el género del relato. Proponen la presencia de uno o más de estos cuatro esquemas literarios: el del anuncio de un nacimiento maravilloso, el de vocación, el apocalíptico, el de alianza. No interesa entrar en más detalles. Basta señalar que los esquemas segundo y cuarto permiten destacar lo apuntado en el párrafo anterior: Dios no es un monarca absoluto que tiene por lema "todo por el pueblo, pero sin el pueblo"; y María no es una simple oyente y toma parte activa en la realización del propósito de Dios.

La palabra del mensajero se despliega en cuatro momentos: el saludo festivo: "alégrate, llena de gracia"; el anuncio del gran acontecimiento: María concebirá y alumbrará al descendiente de David; el anuncio del modo: la concepción será virginal en virtud de una actuación extraordinaria de Dios; la do-nación de un signo: el embarazo de la anciana Isabel. La reacción de María ante el saludo es la turbación y la perplejidad; el gran anuncio la lleva a preguntar por el modo en que se cumplirá; tras la explicación y el signo viene la intervención decisiva en que María pronuncia el hágase. De la turbación se pasa a la comprensión, y de ésta al consentimiento personal.

La respuesta de María

Examinemos con detalle este fiat. Comprobamos que María no da la callada por respuesta, ni se anda con evasivas. Éstas son el intento de eludir la carga que se nos viene encima al dar la palabra; nos asusta la responsabilidad que contraemos al decir sí, o al decir no. Pero la evasiva no borra la llamada, que es-pera una respuesta inequívoca. María contesta al portavoz divino: "He aquí la esclava del Señor. Hágase en mí según tu palabra".

María acoge en fe el anuncio. Cuando Sara oyó desde la tienda el que hizo Dios a Abraham, estalló en una risa incrédula (Gen 18,12-13). Como si dijera: "no nos vengas con historias: a la vejez, madre. ¡A otra con ese cuento! Hace años que se me pasó el arroz y el sueño de la maternidad". María es, al contrario, la virgen oyente y la virgen creyente: llena de fe, acogerá a Cristo en su mente antes que en su seno (San Agustín).

Recelamos del término "esclava". Resulta estridente para nuestra sensibilidad, a la vista de lo que ha significado en la historia ese régimen inhumano: el esclavo es una mercancía, su dueño tiene derechos omnímodos sobre él y puede incluso quitarle la vida. El término que emplea María es dúle, y se puede traducir también por "sierva", "servidora". Era un título de dignidad en el mundo religioso: a Moisés, a David y a otras grandes figuras se los llama "siervos del Señor". Expresa en María la disponibilidad plena. Otra mujer, Teresa de Jesús, reflejaba lo mismo en una de sus poesías: "Vuestra soy, para vos nací. ¿Qué mandáis hacer de mí?".

Podemos recordar también el testimonio de un teólogo, Hans Urs von Balthasar. Refiere que en su camino de búsqueda juvenil, tomó parte en unos Ejercicios de treinta días para estudiantes laicos en la Selva Negra, cerca de Basilea (Suiza). Cierto día tuvo una iluminación. Varios años más tarde recordaba incluso el árbol bajo el que -dice él- "me vi alcanzado como por un relámpago", Describe así su experiencia: "Fue simplemente esto: no tienes que elegir nada, has sido elegido; no necesitas nada, se te necesita; no tienes que hacer planes, eres una pequeña tesela en un mosaico ya existente. Sólo tenía que 'dejarlo todo y seguirle', sin intenciones, deseos, expectativas; sencillamente quedarme quieto, esperando a ver en qué me usaban".

El consentimiento de María no fue un sí agónico. Lo señalaba ya san Justino (siglo II): Eva «concibió la palabra de la serpiente y parió desobediencia y muerte; por el contrario, María, la Virgen, acogió con fe y alegría cuando el ángel Gabriel le llevó el feliz anuncio». La gramática confirma la aceptación cordial de María: en su respuesta usa un modo griego, el optativo, que se emplea para expresar los deseos. María con-siente con gozo.

La segunda anunciación

Cuando los padres de Jesús presentan al niño, entra en escena Simeón. Toma al niño en brazos y prorrumpe en un canto de alabanza: por fin ha llegado el consuelo de Israel. Acto seguido hace un anuncio a la Madre. Se lo ha llamado "la segunda anunciación". La primera fue un misterio de puro gozo; en ésta se avistan ya misterios de dolor. Al "será grande" le hace de contrapunto "será bandera de división"; y el saludo "alégrate, llena de gracia" queda tocado por el anuncio "una espada te traspasará el alma".

El mensajero, un anciano, no pretende ser profeta de calamidades: sus ojos han visto al Salvador. Pero Lucas señala en varias ocasiones que el Mesías debe pasar por trances de dolor antes de entrar en su gloria. ¿Qué sentido tiene la espada que traspasa a María? Ha sido corriente verla asociada al dolor de Jesús: la pasión del Hijo repercute en el alma de la madre; sus destinos no se pueden separar. Otros han pensado en el camino personal de María: la palabra de Dios, espada de doble filo que penetra hasta las junturas y tuétanos, también a ella la hace pasar por desgarros y opciones dolorosas. Ella acoge esta nueva palabra en silencio; en él atisbamos un nuevo hágase.

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