Solidaridad
Esta mañana, cuando caminaba desde mi casa hasta la sede de CONFER, he reparado en los pequeños brotes que ya se insinúan en las ramas de los árboles con ganas de reventar en colores. Es la intuición de una primavera cercana, o de una cuaresma iniciada, que camina sin desfallecer hasta la Pascua. El color y la luz se empeñan en hacerse protagonistas cuando más falta nos hace después de un invierno crudo e inmisericorde.
La cuaresma ha sido siempre en la vida consagrada comienzo y final de un periodo de crecimiento y de gracia. Podíamos decir que la cuaresma es la subida por la falda de la montaña hacia la cumbre de la Pascua. La vida consagrada agradece y cuida la cuaresma como una oportunidad regalada para no detener su paso hacia la mañana del domingo esperado. Parece claro que sin cuaresma de cruz no hay Pascua de luz.
En otros momentos, no lejanos, la cuaresma se asociaba a la tristeza y a la penitencia; en estos tiempos la cuaresma se asocia a la itinerancia. Hemos de cruzar el desierto cuaresmal con sus noches de ayuno y de cruz pero sin detenernos demasiado en ella para que no perdamos la mirada de conjunto o la perspectiva de lo deseable. Penitencia, sí, pero para algo, para alguien. Renuncia sí, pero sólo para regalar. ¿Penitencia por penitencia? No, gracias.
La vida consagrada se sabe caminante por un erial cubierto de cenizas. Y no es malo comenzar la cuaresma entre cenizas para que descubramos el largo trecho que existe entre lo que anhelamos -la irrenunciable utopía- y lo que alcanzamos -la cruda realidad-. Ha sido muy bueno comenzar entre cenizas la cuaresma para ver si logramos atisbar algún rescoldo que guarde todavía un destello de fuego. El Espíritu sigue soplando y no habrá ascua encendida que pueda resistirse a su brisa. Esta certeza nos pone en tensión y nos empuja a caminar. Es posible en cada cuaresma presentir el gozo pascual al que nos encaminamos y la serena alegría de quien se sabe pobre y convocado a caminar con los pobres.
No insistáis, por favor, en nuestra precariedad cenicienta; fijaos bien en nuestra vocación pascual y en nuestra mirada compasiva y hermana. Así queremos caminar. Si es verdad que hay mucha ceniza, no es menos cierto que están a punto de arder los tizones atizados por el calor de una vocación que nos une y nos consume, que nos alerta y nos despierta para que gritemos la esperanza a nuestro pueblo. Exactamente igual que los pequeños brotes maltratados por la crueldad del invierno quieren reventar ahora sin permiso de nadie. Ni siquiera la crisis anunciada en todas las portadas ha conseguido doblegarnos a la tristeza o al cansancio, más bien nos ha lanzado a la solidaridad. Por eso no entendemos una cuaresma sin solidaridad, sin abrazos, sin preocupación por la justicia, sin manos estrechadas, sin perder el paso para quedarnos en los últimos lugares y con los últimos. En medio de la noticias acerca de la crisis, los consagrados conocemos una buena noticia para el mundo: Jesucristo. Estamos contentos.
Resulta conmovedor e interpelante estar rodeados de consagrados y consagradas ancianos dispuestos a empujar, con sus fuerzas disminuidas, en la misma dirección y a mirar con sus ojos apagados hacia la misma cumbre del Tabor.
Resulta estimulante e interpelante estar rodeados de jóvenes consagrados y consagradas que tienen los ojos puestos en el mundo y el corazón en Dios.
La vida consagrada, a pesar de los vaivenes de la modernidad, sigue empeñada en nadar contracorriente para llegar a la fuente de aguas incontaminadas y sofocar la sed del sediento.
Cuaresma, tiempo de paso; de paso firme hacia delante, nunca hacia atrás; de mirada amplia y cariñosa; de proyectos de solidaridad que quieren ser anuncio y denuncia de una cuaresma que algunos se empeñan en que no desemboque en la Pascua. La vida consagrada se siente a gusto en la cuaresma; ha sido siempre mujer cenicienta y sacrificada, arrodillada y ceñida, porque ha sabido separar un poco de lo mucho para compartirlo con los que no tienen nada. Ha entendido muy bien eso de "misericordia quiero y no sacrificios". La vida consagrada se ha sentido siempre muy bien en la cuaresma pero no quiere quedarse en ella. Sueña con la Pascua de todos, con el paso hacia la justicia y la solidaridad.
Hermanos y hermanas consagrados/as; es tiempo de cuaresma; nuestro tiempo. Preludio de una Pascua que se avecina y a la que no queremos renunciar. "Mirad que todo lo hago nuevo". ¡Feliz cuaresma! ¿Feliz? Sí, muy feliz, si nos acerca a la tumba vacía.
Esta mañana, cuando caminaba desde mi casa hasta la sede de CONFER, he reparado en los pequeños brotes que ya se insinúan en las ramas de los árboles con ganas de reventar en colores. Es la intuición de una primavera cercana, o de una cuaresma iniciada, que camina sin desfallecer hasta la Pascua. El color y la luz se empeñan en hacerse protagonistas cuando más falta nos hace después de un invierno crudo e inmisericorde.
La cuaresma ha sido siempre en la vida consagrada comienzo y final de un periodo de crecimiento y de gracia. Podíamos decir que la cuaresma es la subida por la falda de la montaña hacia la cumbre de la Pascua. La vida consagrada agradece y cuida la cuaresma como una oportunidad regalada para no detener su paso hacia la mañana del domingo esperado. Parece claro que sin cuaresma de cruz no hay Pascua de luz.
En otros momentos, no lejanos, la cuaresma se asociaba a la tristeza y a la penitencia; en estos tiempos la cuaresma se asocia a la itinerancia. Hemos de cruzar el desierto cuaresmal con sus noches de ayuno y de cruz pero sin detenernos demasiado en ella para que no perdamos la mirada de conjunto o la perspectiva de lo deseable. Penitencia, sí, pero para algo, para alguien. Renuncia sí, pero sólo para regalar. ¿Penitencia por penitencia? No, gracias.
La vida consagrada se sabe caminante por un erial cubierto de cenizas. Y no es malo comenzar la cuaresma entre cenizas para que descubramos el largo trecho que existe entre lo que anhelamos -la irrenunciable utopía- y lo que alcanzamos -la cruda realidad-. Ha sido muy bueno comenzar entre cenizas la cuaresma para ver si logramos atisbar algún rescoldo que guarde todavía un destello de fuego. El Espíritu sigue soplando y no habrá ascua encendida que pueda resistirse a su brisa. Esta certeza nos pone en tensión y nos empuja a caminar. Es posible en cada cuaresma presentir el gozo pascual al que nos encaminamos y la serena alegría de quien se sabe pobre y convocado a caminar con los pobres.
No insistáis, por favor, en nuestra precariedad cenicienta; fijaos bien en nuestra vocación pascual y en nuestra mirada compasiva y hermana. Así queremos caminar. Si es verdad que hay mucha ceniza, no es menos cierto que están a punto de arder los tizones atizados por el calor de una vocación que nos une y nos consume, que nos alerta y nos despierta para que gritemos la esperanza a nuestro pueblo. Exactamente igual que los pequeños brotes maltratados por la crueldad del invierno quieren reventar ahora sin permiso de nadie. Ni siquiera la crisis anunciada en todas las portadas ha conseguido doblegarnos a la tristeza o al cansancio, más bien nos ha lanzado a la solidaridad. Por eso no entendemos una cuaresma sin solidaridad, sin abrazos, sin preocupación por la justicia, sin manos estrechadas, sin perder el paso para quedarnos en los últimos lugares y con los últimos. En medio de la noticias acerca de la crisis, los consagrados conocemos una buena noticia para el mundo: Jesucristo. Estamos contentos.
Resulta conmovedor e interpelante estar rodeados de consagrados y consagradas ancianos dispuestos a empujar, con sus fuerzas disminuidas, en la misma dirección y a mirar con sus ojos apagados hacia la misma cumbre del Tabor.
Resulta estimulante e interpelante estar rodeados de jóvenes consagrados y consagradas que tienen los ojos puestos en el mundo y el corazón en Dios.
La vida consagrada, a pesar de los vaivenes de la modernidad, sigue empeñada en nadar contracorriente para llegar a la fuente de aguas incontaminadas y sofocar la sed del sediento.
Cuaresma, tiempo de paso; de paso firme hacia delante, nunca hacia atrás; de mirada amplia y cariñosa; de proyectos de solidaridad que quieren ser anuncio y denuncia de una cuaresma que algunos se empeñan en que no desemboque en la Pascua. La vida consagrada se siente a gusto en la cuaresma; ha sido siempre mujer cenicienta y sacrificada, arrodillada y ceñida, porque ha sabido separar un poco de lo mucho para compartirlo con los que no tienen nada. Ha entendido muy bien eso de "misericordia quiero y no sacrificios". La vida consagrada se ha sentido siempre muy bien en la cuaresma pero no quiere quedarse en ella. Sueña con la Pascua de todos, con el paso hacia la justicia y la solidaridad.
Hermanos y hermanas consagrados/as; es tiempo de cuaresma; nuestro tiempo. Preludio de una Pascua que se avecina y a la que no queremos renunciar. "Mirad que todo lo hago nuevo". ¡Feliz cuaresma! ¿Feliz? Sí, muy feliz, si nos acerca a la tumba vacía.
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