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jueves, 9 de julio de 2009

Comentario Bíblico y Pautas Homiléticas: XV Domingo del Tiempo Ordinario (San Marcos 6,7-13) - Ciclo B

Llamó a los doce y los fue enviando de dos en dos.
Publicado por Dominicos.org

Introducción

La palabra de Dios exige estar atentos a lo que nos dice. Todo cristiano responde a una vocación, a un llamado de Dios. Un llamado que conlleva una misión. Todos estamos a realizar algo para que se cumpla el proyecto de Dios en la historia. Así somos de importantes. También así hemos de ser responsables.

Recorreremos algunos hitos y aspectos significativos de las hondas e iluminadoras lecturas de este domingo 15° del tiempo ordinario. Lecturas en las que destacamos la profunda relación entre el llamado de Dios y el anuncio de su palabra, así como también la dimensión individual y comunitaria de nuestra fe.


Comentario bíblico

La misión como vocación de ser discípulo

* I ª Lectura. Amós (7,12-15): La palabra de Dios es el pan del profeta

I.1. La lectura del profeta Amós es toda una revelación de su vocación y de su misión. Este relato forma parte de un texto biográfico que marca las diferencias en un libro que están muy preñado de visiones y revelaciones (7,10-17). La llamada de un profeta verdadero siempre provoca admiración y desconcierto. Amós era un hombre de pueblo de Tecua en el reino de Judá, al sur de Jerusalén, que fue enviado por Dios al reino de norte, en el momento de mayor esplendor de Samaría, su capital, pero precisamente cuando más injusticias y tropelías podían constatarse. Porque la historia nos demuestra que en esas situaciones los egoísmos y el afán de poder y dinero de unos pocos prevalece sobre la situación límite de los pobres y la viudas. Amós se presenta en la ciudad de Betel, santuario real del reino de Israel, en el que el sacerdote Amasías le reprocha que venga a poner malos corazones y a juzgar a la monarquía, la corte entera y los oficios sagrados de los sacerdotes del santuario. Amasías tenía a sus profetas o teólogos oficiales ya amaestrados para decir y agorar lo que él quería.

I.2. Amós, sin embargo, no es un profeta de ese estilo; él ha sido llamado por Dios, le ha hecho abandonar sus campos y su rebaño, para ir a anunciar la Palabra de Dios. Por eso Amós se defiende con que “no es profeta ni hijo de profeta”; quiere decir que no es profeta de los que dicen lo que los poderosos quieren que se diga, para que el pueblo acate sus decisiones. Amós es un profeta verdadero que no puede callar la verdad de Dios. El verdadero profeta no tiene miedo a los reyes ni a los que detentan la ortodoxia religiosa. En esa escena de Betel (7,10-17), este campesino, bien cultivador de sicómoros o bien pastor de ganado bovino, no ha de dar tregua a las injusticias que se quiere legalizar de una forma religiosa. El profeta no trabaja por ganar de comer, porque quien así lo hiciera revelaría un interés de falso profeta. El verdadero pan del profeta verdadero es la “palabra de Dios”. Incluso Amós tiene que salir de su territorio, Judá, para ir al de Israel y anunciar allí ese pan de la palabra viva de Dios que debe quemar la conciencia de los instalados. El verdadero profeta pasa hambre de pan, con tal de anunciar la palabra de Dios.

* II ª Lectura: Efesios (1,3-14): Dios nos "mira" desde su Hijo

II.1. Aunque se proclame en nuestra lectura que esta carta es de San Pablo, la opinión más extendida hoy, aunque no sea general, es que es un escrito posterior de la escuela paulina. Es un escrito de una gran densidad teológica; una especie de circular para las comunidades cristianas de Asia Menor, cuya capital era Éfeso. En realidad lo que hoy nos toca leer de esta lectura es el famoso himno con el que casi se abre la epístola. Es un himno o eulogía (alabanza), a Dios, probablemente de origen bautismal, como sucede con muchos himnos del NT; desde luego ha nacido en la liturgia de las comunidades cristianas. Su autor, como Pablo hizo con Flp 2,5-11, lo ha incardinado a su escrito por la fuerza que tiene y porque no encontró ostras palabras mejores para alabar a Dios.

II.2. Se necesitarían un análisis exegético de más alcance para poder decir algo sustancial de esta pieza liturgia cristiana. Es curioso que estamos ante un himno que es como una sola frase, de principio a fin, aunque con su ritmo literario y su estética teología. Canta la exuberante gracia que Dios ha derramado, por Cristo, en sus elegidos. Vemos que, propiamente hablando, Dios es el sujeto de todas las acciones: elección, liberación, redención, recapitulación, predestinación a ser hijos. Es verdad, son fórmulas teológicas de cuño litúrgico las que nos describe este misterio. Pero todo esto acontece en Cristo, en quien tenemos la gracia y el perdón de los pecados. Y por medio de Él recibimos la herencia prometida. Y en cristo hemos sido marcados con el sello del Espíritu hasta llegar a experimentar la mismo gloria de Dios en los tiempos finales.

II.3. ¿Qué podemos retener del mismo? Entre las muchas posibilidades de lectura podríamos fijarnos en lo que sigue: que Dios, desde siempre, nos ha contemplado a nosotros, desde su Hijo. Dios mira a la humanidad desde su Hijo y por eso no nos ha condenado, ni nos condenará jamás a la ignominia. El es un Dios de gracia y de amor. La teología de la gracia es, pues, una de las claves de comprensión de este himno. Sin la gracia de Dios no podemos tener la verdadera experiencia de ser hijos de Dios. El himno define la acción amorosa de Dios como una acción en favor de todos los hombres. Estamos, pues, predestinados a ser hijos. Este es el “misterio” que quiere cantar esta alabanza a Dios. Se canta por eso; se da gracias por ello: ser hijos es lo contrario de ser esclavos, de ser una cifra o un número del universo. Este es el efecto de la elección y de la redención “en Cristo”.

* Evangelio: Marcos (6,7-13): El evangelismo itinerante

III.1. El evangelio de Marcos es una de esas piezas evangélicas que más han dado que hablar. Se trata del envío a la misión de los Doce discípulos que Jesús se había escogido (cf Mc 3,13-19). Es una misión en itinerancia, ya que el reino de Dios que deben anunciar y que Jesús está haciendo presente debe tener un carácter de peregrinación. Se ha dicho que las condiciones espartanas de este envío han sido cultivadas por los discípulos itinerantes que tuvieron que ser rechazados en muchos lugares del judaísmo. Incluso se ha pensado que para entender estas condiciones se han tenido en cuenta unas condiciones que la Mishná (libro que recoge en el s. II d. C. la enseñanzas de los rabinos) establece para la peregrinación al templo cuando todavía existía. La diferencia es que Jesús propone que se lleve bastón y sandalias, a diferencia de lo que se exige para peregrinar al templo de Jerusalén (de hecho están ausentes en el texto de Mt 10,10; Lc 9,3; 10,4). Y es que los discípulos cristianos no van a un lugar santo, sino que deben llevar un bastón para andar por todos los caminos del mundo y unas sandalias para que no se destrocen los pies.

III.2. La peregrinación cristiana, pues, es al mundo entero, a donde viven los hombres, para que conozcan el mensaje de salvación que Jesús ha traído para todos los hombres sin excepción. Los elementos más negativos, probablemente, se han podido añadir después en el mundo de los “carismáticos itinerantes” que eran rechazados por los círculos y comunidades judías o judeo-cristianas más estabilizadas. Pero el sentido genuino de las palabras de Jesús debemos valorarlo en su alcance positivo y universal. Es verdad que nos encontramos ante lo que parece un programa de crítica radical de la sociedad. Algunos han visto en estas palabras una especie de oposición entre itinerantes y sedentarios; entre carismáticos ambulantes y simpatizantes locales. No debemos cerrar los ojos a estas tensiones, pero también es verdad que el movimiento de Jesús, donde estas palabras encontraron su climax, hasta transformarlas y adaptarlas, muestran la relación entre el reino de Dios que Jesús había predicado y las opciones apocalípticas y escatológicas de algunos grupos del cristianismo primitivo. ¿Siguen teniendo valor en nuestro mundo y en nuestra cultura? ¡Claro! El valor que Jesús les dio: que el reino llegaba y la mejor manera para los suyos era un “desapego” de las cosas del mundo que no eran necesarias.

III.3. El mundo de los pobres, de los desapegados, de los “contraculturales” es algo que no podemos perder de vista en la lectura de este texto evangélico, sobre palabras de Jesús, para no entender el reino de Dios a la manera en que los hombres entienden el poder del dinero y de la efectividad. Algunos autores modernos, en la lectura de un texto como este, han recurrido a la comparación con el grupo itinerante de los “cínicos” en el mundo griego. Pero consideramos que no se debe exagerar la comparación. Los itinerantes del reino tienen otra identidad, sin duda. El radicalismo con que están formuladas estas palabras tiene acogida de muchas formas y de muchas maneras. Algunos hablan de los desarraigados sociales y de que el evangelio solamente puede vivirse desde ahí. Pero ¿no es posible “desarraigarse” sin tener que abandonar casa, familia y hogar? Desde luego que sí. El evangelio es para todos y el reino es para todos. Pero debemos aceptar que hay personas que esto no lo pueden entender sin un “desarraigo” más alternativo. Es, no una cuestión de estética, sino de conciencia personal y de libre opción en la manera de vivir el ser discípulos de Jesús.

III.4. Construir una “comunidad” sobre esta itinerancia es una de las claves de los seguidores de Jesús. El fue un itinerante que proclamaba el reino en aldeas y pueblos. La itinerancia habla en favor de algo nuevo, de algo no estable para siempre. El reino al que Jesús dedica todas sus fuerzas exige una libertad soberana que va más allá de lo que las personas normales pueden vivir. Por eso mismo no sería acertado decir que el “movimiento del reino” –como un famoso exegeta llama a los seguidores de Jesús, lo que me parece muy en consonancia con lo que Jesús predicó-, es algo semejante al movimiento “cínico”. Jesús pudo conocerlo en la Galilea urbana, en Séforis, la capital antes de su destrucción, más aún los que se consideraron de este “movimiento del reino”. Lo que sucede es que la historia social y antropológica muestra unas coincidencias a veces sorprendentes. Querer entender este evangelio de la “radicalidad” desde las claves de movimiento cínico no es pertinente. En el cristianismo primitivo hubo, sin duda, distintas corrientes y algunas ideas se apoderaron de las palabras de Jesús y las aplicaron a rajatabla. Pero el evangelismo verdadero no es interpretar a rajatabla, al pie de la letra o de forma fundamentalista, todas las expresiones.

III.5. ¿Enseña nuestro texto eso de “la felicidad por la libertad”? Desde luego que sí. Entonces algunos dirán que eso mismo era lo que pretendían los cínicos. Pero no se debe olvidar que el cristianismo verdadero no se resuelve solamente desde esta ética radical del desarraigo y el desapego. Lo más importante y decisivo es el amor, incluso a los enemigos, por muy alternativos que seamos. Jesús era un profeta con todo lo que esto significa en el mundo bíblico. Y desde luego debemos ser libres de verdad y esto es lo que Jesús inculca a los suyos. Debemos ser libres de verdad de las cosas que nos atan a este mundo. Pero el reino no se puede construir solamente desde el desarraigo alternativo y menos si este desarraigo llevara a burlarse de las costumbres y los convencionalismos de los otros (como hacían los cínicos). El reino se construye en la libertad personal y comunitaria, pero mucho más todavía sobre la misericordia y el amor a los otros en sus debilidades.

Fray Miguel de Burgos Núñez



Pautas para la homilía

* El anuncio surge de un llamado...

El anuncio de la palabra de Dios (y de la vida de Dios) nace de la vida, se hace en la vida, con la vida y para la vida… Como nos dice el Salmo 84 es: “verdad, amor, justicia y paz” (Sal. 84, 11). El salmo nos expresa una relación sombiótica, amorosa, inseparable, entre estas palabras que son carne y experiencia. No se puede hablar de una sin hacer referencia, explicita o implícitamente, a la otra… Este anuncio surge de un llamado que no tiene que ver con títulos, cargos, lugares o familias de nacimientos. Pensemos en personajes bíblicos, en María, en los discípulos, en tantos santas y santos (María Magdalena, Santa Bernardette de Lourdes, Don Bosco, San Martín de Porres), en tantos hombres, mujeres, niños a quienes Dios llamó de entre los más sencillos para ser servidores del pueblo… Pensemos en Amós, recolector de sicómoros, pastor de ovejas, a quien llamó para profetizar (Am. 7,14) para anunciar la salvación a todos los hombres y denunciar el pecado y la injusticia. Todos y cada uno de los bautizados somos sacerdotes, profetas y reyes desde el día de nuestro bautismo. A la luz de la palabra de este día nos preguntamos:

* Cómo anunciamos

¿Cuán profetas somos en este mundo? ¿Qué rol jugamos y tenemos en esta coyuntura social? ¿Qué palabra expresamos, qué acciones ejercemos a favor de la construcción de la civilización del amor? ¿Cuál es la conexión entre nuestra vida, las palabras que decimos y escuchamos y lo que hacemos? Es inseparable la relación anuncio-llamado-vida-testimonio. Nos resulta entonces bien gráfico y elocuente una cita del papa Pablo VI cuando afirma: “el hombre contemporáneo escucha más al que da testimonio que al que enseña y si escucha al que enseña es porque da testimonio” (EN, 42). En tiempos en que parece ser que la norma es que la fe queda relegada al ámbito privado, que puede existir un hacer diferente al decir y no ser cuestionado para nada ni por nadie; estamos llamados a vivir la unidad, a expresar con nuestra vida la integridad de nuestro pensar y sentir, la orientación hacia la construcción de un mundo que es aquí y ahora y es futuro y más allá desde el presente y desde cada uno.

Dios nos ha llamado para anunciar la buena nueva, y nos ha elegido desde siempre, por amor para que seamos santos (Ef. 1, 4). Esta elección es porque sí, porque se le antojó, simplemente porque quiso. Aquí hay una verdad y un tesoro que si bien no se transmite si se puede anunciar: Dios nos ama porque quiere y porque somos sus hijos, gratuitamente. ¿Cómo no dar gracias, cómo no anunciarlo? ¡El amor es gratuidad!

* La fe se vive y se anuncia en comunidad…

Un cura amigo nuestro utilizaba siempre la expresión de que al cielo se va en ómnibus. ¿Qué quería decir? Que la fe tiene, necesaria e indisolublemente una doble dimensión: personal y comunitaria. Jesús mandó a sus discípulos de dos en dos y les indicó no llevar nada, ni preocuparse por lo que van a comer, ni por lo que deben ponerse para vestirse. Indica un mensaje de confianza y de abandono en la providencia: vayan y anuncien la buena nueva. También es un mandato de confianza en el hermano: “No lleven oro ni plata…” Pero: “vayan de dos en dos” (Mc. 6, 7). Una sola cosa era importante que llevaran los que habían de anunciarlo: al hermano. También Santo Domingo, al enviar a los primeros frailes predicadores, los envía de dos en dos.

Jesús los mandó de dos en dos a cumplir una misión. Ese mandato indica que la fe es en comunidad, es con otros, con un compañero, con una compañera. Esto puede unirse con ese otro pasaje que dice que “donde dos o más estén reunidos en mi nombre allí estoy yo”. El compañero (que puede ser un catequista, un animador, un laico que desarrolla un trabajo en una parroquia, un compañero de trabajo, un hermano de comunidad religiosa, mi esposo, un militante, etc.) nos sostiene, auxilia, interpela, cuestiona, demuestra que hay testigos que nos sostienen. Es quien está convencido de que la vida de Dios es que el hombre viva, que la vida de Dios y la de Jesús nos hacen y harán felices, que la fe es sostén y alegría…

* El otro como mediación

Fue por medio de esos hombres y mujeres que la fe, don de Dios, llegó a otros y a nosotros. Puede resultar emocionante hacer el ejercicio de recorrer nuestra historia hacia atrás y descubrir aquellas personas con quienes hemos conocido la experiencia de la fe (abuelos, hermanos, padres, amigos, conocidos… apóstoles). Recordemos entonces un aspecto central de nuestra fe: su expresión y vivencia es en comunidad, es comunitaria, es don y tarea, es regalo y esfuerzo, es individual y colectiva, es anuncio y conversión, es testimonio y entrega, es abandono y sencillez, es de a muchos y para muchos. A la luz de la resonancia del Evangelio de Marcos nos preguntamos:

¿Qué lugar tiene el otro en mi vida apostólica? ¿Qué lugar ocupa esta dimensión comunitaria en nuestra acción pastoral? ¿Es la fe algo que se reduce meramente al plano personal, íntimo, individual o es algo que compartimos, difundimos, expresamos, anunciamos?

¿Damos testimonio de la sencillez de la vida y el abandono en Dios o estamos buscando tener más y más a costa de cualquier precio? ¿Por qué nos preocupan tanto lo que vamos a comer o con qué nos vamos a vestir? ¿Qué hay detrás de esas búsquedas y preocupaciones?

Así como los poblados a los que Jesús envió a los 72, muchos esperan el anuncio de la Palabra. En medio de las injusticias que hoy padecen tantos hombres y mujeres, ¿Cómo anunciarla solos? El primer anuncio es la solidaridad del que camina al lado de otro, sencillo y pobre, compartiendo lo poco que tiene.

La riqueza de esta lectura nos hace meditar profundamente acerca del misterio de la comunión, de una dimensión esencial de la fe, la dimensión comunitaria. Esto nos recuerda y refiere a algunas hermosas frases de Don Helder Cámara: “Caminar a solas es posible pero solo el buen andariego sabe que el camino de la vida requiere compañeros… Cuando sueño solo es nada mas que un sueño, cuando soñamos juntos es el comienzo de una realidad” .

Carola Arrue y Andrés Peregalli
Laicos dominicos

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