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martes, 4 de agosto de 2009

Homilía y Recursos para la Homilía: XIX Domingo del T.O. (Juan 6,41-52) - Ciclo B

"EL QUE COMA DE ESTE PAN VIVIRÁ PARA SIEMPRE"
Publicado por Agustinos España


-¡Basta ya, Señor!

Elías es uno de los grandes profetas de Israel. Pero a Elías le tocan tiempos difíciles. Se ha consumado la división del reino de David. Y el reino separado va de mal en peor. El pueblo decepcionado vuelve la espalda a Dios y busca consuelo en los "baales". Elías es el encargado por Dios para mantener en la fe a su pueblo, pero la palabra del profeta se estrella contra las intrigas de Jezabel, casada con el poder.

Poco importa el éxito de Elías frente a los sacerdotes de Baal. Jezabel trama y consigue su destierro. En la huida, Elías se siente desfallecer, incapaz de sacar adelante la causa de Dios.

En esos momentos de abatimiento pide a Dios la muerte, pues su vida ya no tiene sentido. Este cansancio del profeta, amigos míos, bien pudiera expresar situaciones análogas por las que atravesamos a veces los creyentes. El camino de la fe es arduo y a veces insoportable. ¿Qué sacamos con ser creyentes? ¿Para qué sirve la fe? ¿qué hemos conseguido los cristianos después de dos mil años? ¿No parece que vamos hacia atrás? Nos asusta en ocasiones este mundo pluralista y secularizado, donde la religión parece aparcada.

-El pan del caminante.

En el desierto de la soledad, en el desierto de la desolación se puede escuchar la voz de Dios. Un ángel despierta al profeta y le invita a comer y beber, porque el camino es superior a sus fuerzas. Elías recupera las fuerzas con aquel elemental alimento, pan y agua, pero sobre todo recuerda el ánimo tras el consuelo de Dios. Cuarenta días caminará por el desierto, es decir, toda la vida, hasta llegar al monte de Dios.

Los creyentes tampoco podemos recorrer toda la vida sin la ayuda de Dios. Creer nos resulta casi evidente en ocasiones, pero en otras nuestra fe se estrella en las dificultades de la vida. A veces tenemos la impresión de que creer implica una desventaja respecto de los no creyentes. Nosotros tenemos la vida más complicada, más difícil. Y a veces volvemos la espalda a nuestra responsabilidad y tenemos la dura impresión de que Dios está mudo, ausente. ¿Cómo perseverar en la fe? ¿Cómo traducir nuestra fe en circunstancias difíciles?.

-La palabra de Dios.

El episodio de Elías nos ayuda a entender el mensaje del evangelio, que hemos proclamado y escuchado. Jesús es el pan que baja del cielo, es el maná del éxodo, el pan elemental de Elías, pero es mucho más. Porque el maná y el pan eran símbolos. Así como el hombre recobra las fuerzas por el alimento, así el creyente recupera el ánimo por toda palabra que procede de la boca de Dios. Así superó Jesús la tentación en el desierto. Y así podemos vencer el desaliento los creyentes. Dios permanece oculto. En realidad, a Dios nadie lo ha visto. Pero sí se ha dejado ver Jesús. Los apóstoles son testigos de excepción. Y Jesús es la palabra de Dios, o sea, la revelación de Dios hecha de un modo definitivo en la historia para los hombres. Quien me ve a mí, decía Jesús a Felipe, ve al Padre. Quien me escucha a mí, repetía, escucha al que me envió. Jesús es la palabra de Dios a los hombres. Por eso es el pan vivo que ha bajado del cielo a la tierra, se ha acercado a los hombres. Es el pan vivo, porque es pan de vida y para la vida. Por eso añade Jesús que quien come de ese pan vivirá eternamente y no sólo unos años, como ocurrió con el maná y el propio Elías.

-Pan y vino.

El pan que yo daré, dice Jesús, es mi carne para la vida del mundo. Todo este discurso que desarrolla Juan a partir de la multiplicación de los panes tiene aquí su conclusión: en el anuncio de la eucaristía. Pan y agua, poca cosa, fue el alimento de Elías para caminar por el desierto. Pan y vino, poca cosa también, es el alimento de los cristianos para recorrer todo el camino de la fe. Pan y vino, símbolos para expresar el cuerpo y la sangre de Jesús, la persona de Jesús, el Hijo de Dios, obediente hasta la muerte en la cruz.

En la eucaristía se resume el misterio de la vida de Jesús que, por obediencia al Padre, se entrega a la muerte para poner de manifiesto la resurrección y la vida eterna. Por eso la eucaristía es, lo proclamamos solemnemente todas las veces, "el sacramento de nuestra fe".

Porque en la eucaristía expresamos y celebramos nuestra fe, que es confianza en la promesa de Dios. Y porque la eucaristía deviene así el alimento que reanima y sostiene a los creyentes en la fe.

- Dichosos los llamados a esta cena.

Celebrar la eucaristía no es simplemente venir a misa, y menos aún cumplir con una obligación sagrada. Celebrar la eucaristía es sabernos invitados y aceptar la invitación de Dios para sentarnos con él a la mesa, hoy simbólicamente, mañana realmente, en la casa de Dios. Es traer aquí nuestra fe y nuestros problemas de fe para esclarecerlos a la luz de la palabra de Dios y recuperar el aliento. Es venir aquí con nuestra vida y los problemas de la vida, para confrontarlos con la de Jesús y así entrar en comunión con él y los hermanos. No podemos comulgar con Jesús, si no comulgamos con su causa, que es la causa del hombre. Pero si lo hacemos así, con esa buena disposición, con ese sentido de compromiso... ¡Dichosos nosotros! Porque saldremos reanimados, reconfortados, dispuestos, como Elías, a recorrer durante cuarenta días todo el desierto de la vida.




RECURSOS PARA LA HOMILÍA


Nexo entre las lecturas

La semana pasada la liturgia subrayaba el poder de la fe. La actual liturgia pone el acento en la eficacia, el poder, de la Eucaristía. El pan eucarístico que Cristo nos da está prefigurado en el pan que un mensajero de Dios ofrece a Elías, "con la fuerza del cual caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta el monte de Dios, el Horeb" (primera lectura). El pan del que Cristo habla en el Evangelio es el pan bajado del cielo, es el pan de vida, de una vida que dura para siempre, es su carne por la vida del mundo (Evangelio). Esa carne ofrecida como oblación y víctima de suave aroma, que da fuerza a los cristianos "para vivir en el amor con que Cristo amó" (segunda lectura).


Mensaje doctrinal

1. El Pan que hace fuertes. Elías se encuentra en una situación algo desesperada. Jezabel le ha amenazado de muerte. Para evitar lo peor se echa a la fuga. Al llegar a Berseba de Judá no sabe qué hacer, está sin orientación. Angustiado se desea la muerte. En ese momento Dios interviene mandándole por medio de un ángel pan del cielo. El pan que Dios le da le saca primeramente de su angustia y de su descarrío, y luego le da fuerzas extraordinarias para marchar hasta el monte Horeb, hasta las fuentes mismas del yahvismo, donde Dios se reveló a Moisés como Yahvéh, donde Dios hizo alianza con su pueblo y donde Dios entregó a Moisés las dos Tablas de la Ley. Ese pan del cielo que fortificó a Elías es prefiguración del pan bajado del cielo, que es el mismo Jesucristo. Es tal la fuerza de ese pan divino que puede cambiar radicalmente al hombre, haciéndole "amable, compasivo, capaz de perdonar y de amar como Cristo". Ese pan de vida infunde tal vigor en el alma que vence "toda amargura, ira, cólera, maledicencia y cualquier clase de maldad". Ese pan del cielo ha sostenido y dado fuerza a millones de millones de seres humanos en el transcurso de los siglos. La Eucaristía no sólo es el centro de todos los sacramentos y de la misma vida cristiana, sino también la mayor fuerza del cristianismo.

2. El Pan de vida. A Elías el pan que el ángel le ofrece le hace olvidarse de su hastío de la vida y le infunde nuevas ganas de vivir para ser propagador y defensor de la fe en Yahvéh. Jesús es el pan vivo, bajado del cielo; es decir, el pan que da la vida nueva, cuyo poder insospechado obró maravillas en los primeros cristianos que se reunían semanalmente para la fracción del pan. Fortalecidos con ese alimento celestial difundieron la Buena Nueva de Jesucristo en todos los ángulos del imperio romano, se esforzaron por vivir una vida moral que llamaba la atención de los paganos, estuvieron dispuestos a sufrir persecuciones e incluso el martirio. Cuando en el corazón del hombre habita Jesucristo, haciéndole partícipe de su propia vida divina mediante el pan de la Eucaristía, entonces "ya no soy yo quien vivo -por usar palabras de san Pablo-, es Cristo quien vive en mí". Por otra parte, el pan que da la vida de Cristo al creyente, es también el pan que hace vivir. Hace vivir al hombre desanimado, infundiéndole razones para vivir; hace vivir al hombre desorientado, abriéndole horizontes de futuro y esperanza; hace vivir al hombre descarriado enderezando sus pasos por el camino del amor para ser como Jesús un pedazo de pan para sus hermanos los hombres; hace vivir al hombre desesperado de la vida mostrándole que es bello entregarse a Dios y a los demás, con Jesucristo, como oblación y víctima de suave aroma. Ese pan divino nos da la vida, nos hace vivir y además nos enseña el arte de vivir. Arte que consiste en ser grano de trigo que muere, se pudre, revive, se convierte en espiga, es triturado para llegar a ser harina, es amasado y puesto al fuego para convertirse en pan dorado para saciar el hambre de Dios que tienen tantos hombres.


Sugerencias pastorales

1. Los frutos de la Eucaristía. De forma sencilla y muy rica el Catecismo de la Iglesia habla de los frutos de la comunión. Son extraordinarios. En primer lugar, la Eucaristía acrecienta nuestra unión con Cristo. Recibiendo la comunión, recibimos al mismo Cristo y estrechamos nuestros lazos de amor y de unión con él. Todas las almas enamoradas de Jesucristo saben lo que esto significa. En segundo lugar, la Eucaristía nos separa del pecado, a nosotros que tan fácilmente nos vemos inclinados a él. Cristo Eucaristía borra nuestros pecados veniales, haciéndonos capaces de romper los lazos desordenados con las criaturas. Cristo Eucaristía nos preserva de futuros pecados mortales, porque nos hace experimentar la dulzura de su amistad. Cristo Eucaristía nos hace Iglesia, es decir, nos da conciencia de estar unidos en la fe de la Iglesia y de ser todos hermanos porque todos nos alimentamos con un mismo Pan. Cristo Eucaristía nos pide un compromiso en favor de los pobres, para demostrar con la vida nuestra fraternidad y para hacer visible entre los hombres que el amor a Dios y a Jesucristo no sólo no nos exime, sino que nos obliga a amar a los más necesitados. Cristo Eucaristía es, finalmente, prenda de la gloria futura o, como dice san Ignacio de Antioquía, remedio de inmortalidad. Es de mucha necesidad explicar a los fieles, especialmente a los niños y jóvenes, los frutos de la Eucaristía con palabras llanas, claras, eficaces. Una buena catequesis es la mejor manera para fomentar una frecuente y fructuosa recepción del Cuerpo de Cristo.

2. . La Eucaristía no da frutos de modo automático, aunque su eficacia provenga no del hombre, sino del sacramento. Como todo don divino fructifica sólo en la tierra de la fe y del amor. Si somos pobres de fe y de amor, pidamos al Señor que acreciente en nosotros las virtudes teologales. Si tenemos dudas sobre los frutos de la Eucaristía, estemos seguros de que nuestra fe y nuestro amor no son todavía lo suficientemente grandes para hacer florecer y fructificar en nosotros el cuerpo y la sangre de Cristo. La eucaristía tiene en sí toda la fuerza de Dios, somos nosotros con nuestra pequeñez, con nuestro orgullo, con nuestra poca fe los que impedimos a la fuerza de Dios que se manifieste en nuestras vidas. Digamos al Señor con toda el alma: "Señor Jesús, creo en la Eucaristía, aumenta mi fe", "Señor Jesús, amo la Eucaristía, aumenta mi amor". Pidamos al Señor una fe y un amor gigantes, para que en nuestra vida se haga verdad la eficacia de la Eucaristía y así ser testimonio vivo de esa eficacia en nuestro ambiente de familia y de trabajo. Es éste también un momento muy propicio para examinar nuestro fervor eucarístico, cómo participamos en la misa, cómo y con qué frecuencia recibimos a Jesucristo en la comunión, qué resonancia tiene la comunión en nuestra conducta diaria.

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