Por Fernando Torres Pérez, cmf
Puede ser que haya algunos que no se enteren pero hoy comienza un tiempo nuevo. Nuevo en todos los sentidos. Nuevo porque empieza un año litúrgico nuevo, todo ese ciclo de celebraciones que se repiten de un año para otro y que nos ayudan a celebrar e interiorizar los misterios de la vida de Cristo, los misterios de nuestra salvación.
Nuevo también porque nos preparamos en este tiempo para celebrar y recordar la mayor novedad que ha acontecido en la historia de la humanidad: el nacimiento de Jesús, el Hijo de Dios, el testigo vivo del amor de Dios para la humanidad, el que nos trae la salvación, el que nos abre la puerta de salida de este laberinto en el que estamos metidos todos.
Hay que tener el espíritu preparado para comenzar el Adviento, para prepararnos para la Navidad. Hay que abrir las manos y el corazón a la esperanza. No es tiempo para pensar en desastres. Es tiempo de levantar la vista al horizonte y atisbar que ya viene, que ya se acerca es el que es nuestra salvación. Con él trae la paz y la justicia.
Atentos al que viene
Llegan días en que se cumplirá la promesa. Hay que preparar el corazón para acogerla porque va a llegar de la forma más inesperada. No exactamente como nosotros la imaginamos. No va a aparecer por la autopista en una caravana triunfal. Nuestro Dios tiene otro estilo, otra forma de actuar. Lo suyo va a ser la senda, el camino, la trocha. No será fácil reconocerlo por la ropa elegante ni por los guardaespaldas no por la seguridad que le rodee. Más bien habrá que reconocerlo por la sencillez, por su despojo, por su cercanía con todos pero especialmente con los más pobres.
Por eso hay que mirar y vigilar el horizonte. Ya llega el Señor. Ya está llegando. Y la espera se hace alegría gozosa. La espera fortalece la fraternidad, el amor mutuo, el reconocernos unos a otros como hermanos que compartimos sobre todo nuestra fe en el que viene y nos trae la Vida. Vivir en esperanza es toda una forma de vivir, de relacionarnos con los demás, de ser justos, de cuidarnos unos a otros, de no dejar que nadie quede atrás. Porque la espera la hacemos juntos, en familia, en comunidad, como hijos.
Esperar, aquí y ahora
La espera, vivir esperando, no cambia la realidad. No hace que la vida que nos rodea sea más fácil, que los problemas desaparezcan, que la injusticia deje de existir, que no haya más envidias ni odios ni violencia. Las guerras, los desastres naturales, el terrorismo, la falta de libertad, la pobreza, la avaricia y tantas otras cosas siguen ahí. Basta con leer los periódicos.
La comunidad que espera no cae en la ingenuidad angelical. No se deja envolver por sus cánticos e himnos hasta pensar que el mundo se reduce a la sala donde celebra. La comunidad que espera es activa y trabaja por un mundo mejor. La comunidad que espera está comprometida con la justicia. No soporta la injusticia ni la violencia ni el odio ni ningún otro de los males que asolan a nuestra humanidad. La comunidad que espera vive en este mundo nuestro y sale a la vida comprometida a denunciar la injusticia y a comportarse de una forma nueva dominada por el amor y la misericordia.
La comunidad que espera siente ya viva en medio de ella la presencia del esperado. No por mucho esperar ha caído en la desesperanza. Sigue confiando y esperando. Sigue teniendo como punto de referencia las palabras de Jesús. No se deja llevar por el desaliento ni la ansiedad. Lo que viene no es la destrucción sino la vida. Por eso la comunidad que espera ya levanta la cabeza con gozo y alegría. La comunidad que espera sabe que se acerca su liberación.
Hoy comenzamos el Adviento y lo hacemos así: con gozo y alegría porque sabemos que se acerca nuestra liberación. Y eso no nos hace temer sino alegrarnos. No nos hace agachar la cabeza sino levantarla. Nos hace comunicativos. Nos ayuda a ser activos en favor de la justicia, del amor, de la compasión, de la misericordia. No queremos que nadie se quede sin escuchar la gran noticia: que viene nuestro salvador. Maranatha! Ven, Señor Jesús!
Nuevo también porque nos preparamos en este tiempo para celebrar y recordar la mayor novedad que ha acontecido en la historia de la humanidad: el nacimiento de Jesús, el Hijo de Dios, el testigo vivo del amor de Dios para la humanidad, el que nos trae la salvación, el que nos abre la puerta de salida de este laberinto en el que estamos metidos todos.
Hay que tener el espíritu preparado para comenzar el Adviento, para prepararnos para la Navidad. Hay que abrir las manos y el corazón a la esperanza. No es tiempo para pensar en desastres. Es tiempo de levantar la vista al horizonte y atisbar que ya viene, que ya se acerca es el que es nuestra salvación. Con él trae la paz y la justicia.
Atentos al que viene
Llegan días en que se cumplirá la promesa. Hay que preparar el corazón para acogerla porque va a llegar de la forma más inesperada. No exactamente como nosotros la imaginamos. No va a aparecer por la autopista en una caravana triunfal. Nuestro Dios tiene otro estilo, otra forma de actuar. Lo suyo va a ser la senda, el camino, la trocha. No será fácil reconocerlo por la ropa elegante ni por los guardaespaldas no por la seguridad que le rodee. Más bien habrá que reconocerlo por la sencillez, por su despojo, por su cercanía con todos pero especialmente con los más pobres.
Por eso hay que mirar y vigilar el horizonte. Ya llega el Señor. Ya está llegando. Y la espera se hace alegría gozosa. La espera fortalece la fraternidad, el amor mutuo, el reconocernos unos a otros como hermanos que compartimos sobre todo nuestra fe en el que viene y nos trae la Vida. Vivir en esperanza es toda una forma de vivir, de relacionarnos con los demás, de ser justos, de cuidarnos unos a otros, de no dejar que nadie quede atrás. Porque la espera la hacemos juntos, en familia, en comunidad, como hijos.
Esperar, aquí y ahora
La espera, vivir esperando, no cambia la realidad. No hace que la vida que nos rodea sea más fácil, que los problemas desaparezcan, que la injusticia deje de existir, que no haya más envidias ni odios ni violencia. Las guerras, los desastres naturales, el terrorismo, la falta de libertad, la pobreza, la avaricia y tantas otras cosas siguen ahí. Basta con leer los periódicos.
La comunidad que espera no cae en la ingenuidad angelical. No se deja envolver por sus cánticos e himnos hasta pensar que el mundo se reduce a la sala donde celebra. La comunidad que espera es activa y trabaja por un mundo mejor. La comunidad que espera está comprometida con la justicia. No soporta la injusticia ni la violencia ni el odio ni ningún otro de los males que asolan a nuestra humanidad. La comunidad que espera vive en este mundo nuestro y sale a la vida comprometida a denunciar la injusticia y a comportarse de una forma nueva dominada por el amor y la misericordia.
La comunidad que espera siente ya viva en medio de ella la presencia del esperado. No por mucho esperar ha caído en la desesperanza. Sigue confiando y esperando. Sigue teniendo como punto de referencia las palabras de Jesús. No se deja llevar por el desaliento ni la ansiedad. Lo que viene no es la destrucción sino la vida. Por eso la comunidad que espera ya levanta la cabeza con gozo y alegría. La comunidad que espera sabe que se acerca su liberación.
Hoy comenzamos el Adviento y lo hacemos así: con gozo y alegría porque sabemos que se acerca nuestra liberación. Y eso no nos hace temer sino alegrarnos. No nos hace agachar la cabeza sino levantarla. Nos hace comunicativos. Nos ayuda a ser activos en favor de la justicia, del amor, de la compasión, de la misericordia. No queremos que nadie se quede sin escuchar la gran noticia: que viene nuestro salvador. Maranatha! Ven, Señor Jesús!
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