Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 9, 18-26
Se presentó a Jesús un alto jefe y, postrándose ante Él, le dijo: «Señor, mi hija acaba de morir, pero ven a imponerle tu mano y vivirá». Jesús se levantó y lo siguió con sus discípulos.
Entonces se le acercó por detrás una mujer que padecía de hemorragias desde hacía doce años, y le tocó los flecos de su manto, pensando: «Con sólo tocar su manto, quedaré sana». Jesús se dio vuelta, y al verla, le dijo: «Ten confianza, hija, tu fe te ha salvado». Y desde ese instante la mujer quedó sana.
Al llegar a la casa del jefe, Jesús vio a los que tocaban música fúnebre y a la gente que gritaba, y dijo: «Retírense, la niña no está muerta, sino que duerme». Y se reían de Él. Cuando hicieron salir a la gente, Él entró, la tomó de la mano, y ella se levantó. Y esta noticia se divulgó por aquella región.
La gente percibe y celebra la presencia de Jesús, el Salvador, el “Dios-con-nosotros”, en medio de ellos porque su presencia es una manifestación concreta de la llegada del Reino de Dios que libera y da vida.
Los capítulos 8 y 9 de Mateo, en una sección de diez milagros finamente narrados nos ha presentado una serie de encuentros de Jesús con diversas personas necesitadas que se abren a la novedad del Reino: (1) un leproso, (2) un centurión romano (pagano), (3) la suegra de Pedro, (4) los discípulos atribulados en medio de la tempestad, (5) los endemoniados gadarenos, (6) un paralítico. Hoy leemos los episodios (7) y (8): la curación de una mujer con flujo de sangre y la resurrección de una niña de doce años.
En ambos casos Jesús es buscado: Él es esperanza para Israel. Él hace presente al Dios que se venera con sacrificios en el Templo, aunque lo que Él da y requiere es misericordia (ver 9,13). Aquellos que, por las normas establecidas, no se atrevían a entrar con contacto físico con pecadores o personas impuras (leproso, pagano, publicano, mujer con flujo de sangre, un difunto), y llegaron a hacer pensar que Dios excluía a todos estos portadores de miseria, fueron contrariados por la persona de Jesús, quien yendo al fondo de la cuestión les pidió no sólo la praxis de la misericordia sino también una renovación completa (ver 9,16-17).
En el evangelio de hoy, el rostro de la opresión está en dos mujeres:
(1) El número “doce” las pone en relación: doce años de vida y doce años de sufrimiento.
(2) Una es adulta y la otra es joven.
(3) A ambas se les niega la posibilidad de la vida: una por su enfermedad que la hace estéril y la otra porque muere justo cuando puede comenzar a engendrar vida (cumple la edad en la que se hace adulta).
(4) Ambas hacen la experiencia de la muerte: una está al borde y la otra ya es como la flor cortada en su capullo.
(5) Ninguna de las dos puede ser tocada, están en situación de impureza legal.
El contacto con Jesús las salva de la muerte: la mujer con flujo de sangre toca el manto de Jesús (“Se decía para sí: ‘Con sólo tocar su manto me salvaré’”, 9,21). La joven hija del magistrado judío (jefe de sinagoga) es tomada por la mano por Jesús (“La tomó de la mano y la muchacha se levantó”, 9,25).
Pero es la doble historia de fe que aquí se narra la que hace posible esta manifestación de salvación.
El papá de la niña, en el momento más agudo de su dolor paterno (“mi hija acaba de morir”, 9,18), le suplica: “Impón tu mano sobre ella y vivirá” (9,18). Así como había hecho con el pagano, Jesús no hace interrogatorios ni pide nada, Él se dispone con prontitud a socorrer la necesidad (“Jesús se levantó y le siguió junto con sus discípulos”, 9,19), así se trate de un posible adversario, Jesús solamente vio la fe del papá que cree que con la imposición de manos de Jesús su hija vivirá. Jesús seguirá adelante a pesar de las burlas (9,23), él cuenta con la fe del papá. La misericordia de Jesús no tiene fronteras: lo que cuenta es la fe de de la persona necesitada.
La mujer con flujo de sangre, por su parte, está convencida que con el sólo hecho de tocar el borde del manto de Jesús se “salvará”. Su declaración de fe, enunciada en el secreto del pensamiento, es conocida por Jesús, quien saca a la luz pública la fuerza de su fe: “¡Ánimo!, hija, tu fe te ha salvado” (9,22a). El grito de fe de la mujer es arrancado por la voz de Jesús de de su enclaustramiento. Y es salvada desde ese preciso instante (ver 9,22b).
Dos mujeres reconducidas a la vida encuentran su esperanza en Jesús. No quedaron defraudadas. Estas mujeres quedan constituidas en el evangelio como signo de la vida que trae el Reino de Dios.
1. El contacto con Jesús da la posibilidad de retornar a la vida. ¿En qué forma concreta manifiesto que el contacto diario con Jesús me da vida?, ¿Cómo comparto con los otros esa vida que Jesús me da?
2. La historia de estas dos mujeres tiene algunos puntos en común: ¿Cuáles?, ¿Qué me dicen estas semejanzas?
3. ¿Qué podemos hacer para que en nuestro ambiente (barrio, comunidad, familia, etc.) la mujer sea más tenida en cuenta y se vaya superando en la sociedad toda forma de exclusión?
Entonces se le acercó por detrás una mujer que padecía de hemorragias desde hacía doce años, y le tocó los flecos de su manto, pensando: «Con sólo tocar su manto, quedaré sana». Jesús se dio vuelta, y al verla, le dijo: «Ten confianza, hija, tu fe te ha salvado». Y desde ese instante la mujer quedó sana.
Al llegar a la casa del jefe, Jesús vio a los que tocaban música fúnebre y a la gente que gritaba, y dijo: «Retírense, la niña no está muerta, sino que duerme». Y se reían de Él. Cuando hicieron salir a la gente, Él entró, la tomó de la mano, y ella se levantó. Y esta noticia se divulgó por aquella región.
Compartiendo la Palabra
Por CELAM - CEBIPAL
El contacto con Jesús da la posibilidad de retornar a la vida
“Con sólo tocar su manto me salvaré”
Por CELAM - CEBIPAL
El contacto con Jesús da la posibilidad de retornar a la vida
“Con sólo tocar su manto me salvaré”
La gente percibe y celebra la presencia de Jesús, el Salvador, el “Dios-con-nosotros”, en medio de ellos porque su presencia es una manifestación concreta de la llegada del Reino de Dios que libera y da vida.
Los capítulos 8 y 9 de Mateo, en una sección de diez milagros finamente narrados nos ha presentado una serie de encuentros de Jesús con diversas personas necesitadas que se abren a la novedad del Reino: (1) un leproso, (2) un centurión romano (pagano), (3) la suegra de Pedro, (4) los discípulos atribulados en medio de la tempestad, (5) los endemoniados gadarenos, (6) un paralítico. Hoy leemos los episodios (7) y (8): la curación de una mujer con flujo de sangre y la resurrección de una niña de doce años.
En ambos casos Jesús es buscado: Él es esperanza para Israel. Él hace presente al Dios que se venera con sacrificios en el Templo, aunque lo que Él da y requiere es misericordia (ver 9,13). Aquellos que, por las normas establecidas, no se atrevían a entrar con contacto físico con pecadores o personas impuras (leproso, pagano, publicano, mujer con flujo de sangre, un difunto), y llegaron a hacer pensar que Dios excluía a todos estos portadores de miseria, fueron contrariados por la persona de Jesús, quien yendo al fondo de la cuestión les pidió no sólo la praxis de la misericordia sino también una renovación completa (ver 9,16-17).
En el evangelio de hoy, el rostro de la opresión está en dos mujeres:
(1) El número “doce” las pone en relación: doce años de vida y doce años de sufrimiento.
(2) Una es adulta y la otra es joven.
(3) A ambas se les niega la posibilidad de la vida: una por su enfermedad que la hace estéril y la otra porque muere justo cuando puede comenzar a engendrar vida (cumple la edad en la que se hace adulta).
(4) Ambas hacen la experiencia de la muerte: una está al borde y la otra ya es como la flor cortada en su capullo.
(5) Ninguna de las dos puede ser tocada, están en situación de impureza legal.
El contacto con Jesús las salva de la muerte: la mujer con flujo de sangre toca el manto de Jesús (“Se decía para sí: ‘Con sólo tocar su manto me salvaré’”, 9,21). La joven hija del magistrado judío (jefe de sinagoga) es tomada por la mano por Jesús (“La tomó de la mano y la muchacha se levantó”, 9,25).
Pero es la doble historia de fe que aquí se narra la que hace posible esta manifestación de salvación.
El papá de la niña, en el momento más agudo de su dolor paterno (“mi hija acaba de morir”, 9,18), le suplica: “Impón tu mano sobre ella y vivirá” (9,18). Así como había hecho con el pagano, Jesús no hace interrogatorios ni pide nada, Él se dispone con prontitud a socorrer la necesidad (“Jesús se levantó y le siguió junto con sus discípulos”, 9,19), así se trate de un posible adversario, Jesús solamente vio la fe del papá que cree que con la imposición de manos de Jesús su hija vivirá. Jesús seguirá adelante a pesar de las burlas (9,23), él cuenta con la fe del papá. La misericordia de Jesús no tiene fronteras: lo que cuenta es la fe de de la persona necesitada.
La mujer con flujo de sangre, por su parte, está convencida que con el sólo hecho de tocar el borde del manto de Jesús se “salvará”. Su declaración de fe, enunciada en el secreto del pensamiento, es conocida por Jesús, quien saca a la luz pública la fuerza de su fe: “¡Ánimo!, hija, tu fe te ha salvado” (9,22a). El grito de fe de la mujer es arrancado por la voz de Jesús de de su enclaustramiento. Y es salvada desde ese preciso instante (ver 9,22b).
Dos mujeres reconducidas a la vida encuentran su esperanza en Jesús. No quedaron defraudadas. Estas mujeres quedan constituidas en el evangelio como signo de la vida que trae el Reino de Dios.
Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón
1. El contacto con Jesús da la posibilidad de retornar a la vida. ¿En qué forma concreta manifiesto que el contacto diario con Jesús me da vida?, ¿Cómo comparto con los otros esa vida que Jesús me da?
2. La historia de estas dos mujeres tiene algunos puntos en común: ¿Cuáles?, ¿Qué me dicen estas semejanzas?
3. ¿Qué podemos hacer para que en nuestro ambiente (barrio, comunidad, familia, etc.) la mujer sea más tenida en cuenta y se vaya superando en la sociedad toda forma de exclusión?
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