Por Juan Carlos Martos, cmf
Hace poco otro claretiano, éste gran amigo mío, dejó el sacerdocio. Como siempre fue muy doloroso para todos. Como suele suceder, hubo comentarios diversos al respecto. Y, entre otras, escuché una frase que me desconcertó. Alguien interpretó esa salida diciendo: “Eso es muy humano”. Esta frase, tan frecuente en nuestro lenguaje cotidiano antes los fallos o errores de cualquiera, tiene en Pastoral Vocacional efectos desastrosos. Porque, curiosamente, se califican como “humanos” solamente los fallos, errores y caídas, como si lo propio del ser humano fuese sólo lo que le aleja de las cumbres. Cuando… ¡lo realmente humano es también lo que nos mejora! Así lo tenemos que repetir en voz alta a los jóvenes que empiezan la aventura de la vida.
Humana es la inteligencia que nos hace permanentes buscadores de la verdad, seres ansiosos de claridad, almas hambrientas de profundidad.
Humana es la libertad, el coraje, el afán de luchar, el saber sobreponerse a la dificultad, la capacidad para esperar contra toda esperanza. Humano es el amor que se descentra y se entrega al descubrir que el mundo es mayor y más hermoso que el islote del propio ego.
Humana es la conciencia que impide la mentira de las rebajas, la voz que despierta desde dentro para seguir escalando, la exigencia que nos imposibilita dormirnos.
Humano es el afán de ser mejores, el saber que aún estamos a medio camino, el señalarnos como meta la excelencia aunque nunca lleguemos a la meta total.
Humano es el deseo de responder a las llamadas que sentimos a aplicar nuestra vida al más alto propósito y hacerlo con denuedo, con esfuerzo, sacrificando hasta el último impulso.
Eso es lo humano. Ésa es la vocación en su sentido más hondo. Y difícilmente se llega a vivirla en plenitud si empezamos por autodisculpar nuestros errores bajo capa de que son “humanos”. Otra cosa será cómo habremos de situarnos frente a nuestro límite.
Toda vocación tiene siempre un componente de riesgo. Cada cual debe apostar por lo mejor, sabiendo que puede quedarse en aquello que decía Pío Baroja del ser humano («un ser un milímetro por encima del mono, cuando no un centímetro por debajo del cerdo») o brillar como el «esplendor del universo».
Y ¿cuál es la apuesta? Es escoger entre el conformismo o el crecimiento. Apostar por el egoísmo o por la generosidad. Elegir entre una vida vivida o una vida arrastrada. Optar entre vivir despierto o vegetar. Empeñarse en realizar los mejores sueños o masticar los peores deseos.
Lo grave del asunto es que cada uno tiene que hacer la propia apuesta, sin buscarse disculpas en que los otros o las circunstancias no le dejaron. Vivir es eso: apostar y mantener la apuesta. No apostar es, simplemente, morir antes de tiempo.
La vocación entusiasma y asusta. Pero no confundamos a nuestros jóvenes, dejándoles creer que es un jueguecito sin importancia o que los años son unas fichas de cartón que nos dieron para ir entreteniéndonos mientras cae la tarde.
Humana es la inteligencia que nos hace permanentes buscadores de la verdad, seres ansiosos de claridad, almas hambrientas de profundidad.
Humana es la libertad, el coraje, el afán de luchar, el saber sobreponerse a la dificultad, la capacidad para esperar contra toda esperanza. Humano es el amor que se descentra y se entrega al descubrir que el mundo es mayor y más hermoso que el islote del propio ego.
Humana es la conciencia que impide la mentira de las rebajas, la voz que despierta desde dentro para seguir escalando, la exigencia que nos imposibilita dormirnos.
Humano es el afán de ser mejores, el saber que aún estamos a medio camino, el señalarnos como meta la excelencia aunque nunca lleguemos a la meta total.
Humano es el deseo de responder a las llamadas que sentimos a aplicar nuestra vida al más alto propósito y hacerlo con denuedo, con esfuerzo, sacrificando hasta el último impulso.
Eso es lo humano. Ésa es la vocación en su sentido más hondo. Y difícilmente se llega a vivirla en plenitud si empezamos por autodisculpar nuestros errores bajo capa de que son “humanos”. Otra cosa será cómo habremos de situarnos frente a nuestro límite.
Toda vocación tiene siempre un componente de riesgo. Cada cual debe apostar por lo mejor, sabiendo que puede quedarse en aquello que decía Pío Baroja del ser humano («un ser un milímetro por encima del mono, cuando no un centímetro por debajo del cerdo») o brillar como el «esplendor del universo».
Y ¿cuál es la apuesta? Es escoger entre el conformismo o el crecimiento. Apostar por el egoísmo o por la generosidad. Elegir entre una vida vivida o una vida arrastrada. Optar entre vivir despierto o vegetar. Empeñarse en realizar los mejores sueños o masticar los peores deseos.
Lo grave del asunto es que cada uno tiene que hacer la propia apuesta, sin buscarse disculpas en que los otros o las circunstancias no le dejaron. Vivir es eso: apostar y mantener la apuesta. No apostar es, simplemente, morir antes de tiempo.
La vocación entusiasma y asusta. Pero no confundamos a nuestros jóvenes, dejándoles creer que es un jueguecito sin importancia o que los años son unas fichas de cartón que nos dieron para ir entreteniéndonos mientras cae la tarde.
1 comentario:
Imagino que la decisión de este claretiano habrá sido para él dificilísima y muy dolorosa. Tengo amigas que son monjas y me han hablando de su "llamada"; de lo difícil que les resultó discernir si era lo que Dios les pedía, lo difícil que fue para ellas dejar todo lo que hasta ese momento era su vida; incluso su novio, con vista a un futuro matrimonio. Lo dejaron todo por esa Llamada tan rotunda e insistente en su interior. Precisamente por eso admiro tanto a quienes dijeron Sí a la vocación religiosa. No es una vida cómoda, ni escapista. Al contrario, han abandonado todo por Dios. Pienso que igualmente duro debe de ser abandonar aquello para lo que una vez se sintió llamado, aquello por lo que "apostó" y se jugó todo. Para mí, es una decisión muy dura, que seguro habrá sopesado una y mil veces. No creo que se pueda simplificar diciendo "es muy humano", y menos juzgar. Si debemos pedir por él para que encuentre "su" lugar en el mundo, aquél donde desplegar los dones entregados por Dios. Un abrazo
Publicar un comentario