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jueves, 12 de agosto de 2010

Comentario Bíblico y Pautas para la homilía: Asunción de María (Lc 1, 39-45) - Domingo 15 de Agosto


"¡Bendita me dirán todas las generaciones!"
Publicado por Dominicos.org

Introducción

La solemnidad de la Asunción de la virgen María en cuerpo y alma a los cielos viene a recordarnos –justamente en el corazón del verano– el destino de nuestra vida: «vivir eternamente con Dios»; y cuál será nuestra morada verdadera y definitiva, pues como subraya la carta a los Hebreos: «no tenemos aquí ciudad permanente, sino que andamos buscando la del futuro» (13, 14). Pero ese destino únicamente se alcanza después de la victoria sobre nuestra propia muerte; victoria que sólo Cristo puede conseguir para nosotros. Al final de su vida terrena María fue resucita en todo su ser, en cuerpo y alma. Lo que todos esperan alcanzar ya se ha realizado en María como prenda de nuestra futura resurrección, también en cuerpo y alma.

Comentario bíblico

La Asunción

1ª Lectura: Apocalipsis 11, 19a; 12, 1-6.10: ¡El cielo siempre nos espera!

I.1. Se ha querido comenzar esta lectura poniendo la manifestación celestial del Arca de la Alianza, que ya había desaparecido del Santuario de Jerusalén, probablemente con la conquista de los babilonios. ¡Es imposible encontrarla en alguna parte, a pesar de que se alimente la leyenda de mil maneras! Y ni siquiera será necesaria en un cielo nuevo, porque entonces habrá perdido su sentido. En nuestro texto es todo un símbolo de una nueva época escatológica que revela las nuevas relaciones entre Dios y la humanidad.

I.2. Y si de signos se trata, el de la mujer encinta ha sido identificado en María durante mucho tiempo. Esta lectura ya no tiene sentido, aunque se haya escogido este texto para la fiesta de la Asunción. No es posible que el niño que ha de nacer se identifique con Jesús que sería arrebatado al cielo para evitar que sea destrozado por el dragón. Si fuera así, toda la historia de Jesús de Nazaret, el Señor encarnado que vivió como nosotros y fue crucificado, perdería todo su sentido. La transposición no sería muy acertada.

I.3. El símbolo del cielo, apocalíptico desde luego, es el de la nueva comunidad, la Iglesia liberada y redimida por Dios que engendra hijos a los que les espera una vida nueva más allá de la historia. También María es “hija” de esa Iglesia liberada y salvada que vive como nosotros, siente con nosotros y es resucitada como nosotros, aunque sea madre de nuestro Salvador. Y por eso es también “madre” nuestra.



2ª Lectura: Primera a los Corintios 15, 20-26: En Cristo, todos tendremos una vida nueva

II.1. Cuando Pablo se enfrenta a los que niegan la resurrección de entre los muertos, se apoya en la resurrección de Cristo que ha proclamado como kerygma en los primeros versos de esta carta (1Cor 15,1-5). En el v. 20 el apóstol da un grito de victoria, con una afirmación desafiante frente a los que afirman que tras la muerte no hay nada. Si Cristo ha resucitado, hay una vida nueva. De lo contrario, Cristo que es hombre como nosotros, tampoco habría resucitado.

II.2. Podríamos decir muchas más cosas que Pablo sugiere en este momento. Él le llama “primicia” (aparchê), no en el sentido temporal, sino de plenitud. En Cristo es en quien Dios ha manifestado de verdad lo que nos espera a sus hijos. Él es el nuevo Adán, en él se resuelve el drama de la humanidad; por eso es desde aquí desde donde debe arrancar la verdadera teología de la Asunción, es decir, de la resurrección de María. Porque la Asunción no es otra cosa que la resurrección, que tiene en la de Cristo su eficiencia y su modelo; lo mismo que sucederá con nosotros.



Evangelio según san Lucas 1, 39-56: Un canto de “enamorada” de Dios

III.1. La visitación da paso a un desahogo espiritual de María por lo que ha vivido en Nazaret ¡había sido demasiado!. El Magnificat es un canto sobre Dios y a Dios. No sería adecuado ahora desentrañar la originalidad literaria del mismo, ni lo que pudiera ser un “problema” de copistas que ha llevado a algunos intérpretes a opinar que, en realidad, es un canto de Isabel, tomado del de Ana, la madre de Samuel (1Sam2,1-10) casi por los mismos beneficios de un hijo que llena la esterilidad materna. En realidad existen indicios de que podía ser así, pero la mayoría piensa que Lucas se lo atribuye a María a causa de la bendición como respuesta a las palabras de Isabel. Así quedará para siempre, sin que ello signifique que es un canto propio de María en aquel momento y para esa ocasión que hoy se nos relata.

III.2. Se dice que el canto puede leerse en cuatro estrofas con unos temas muy ideales, tanto desde el punto de vista teológico como espiritual; con gran sabor bíblico, que se actualiza en la nueva intervención de Dios en la historia de la humanidad, por medio de María, quien acepta, con fe, el proyecto salvífico de Dios. Ella le presta a Dios su seno, su maternidad, su amor, su persona. No se trata de una madre de “alquilér”, sino plenamente entregada a la causa de Dios. Deberíamos tener muy presente, se mire desde donde se mire, que Lucas ha querido mostrarnos con este canto (no sabemos si antes lo copistas lo habían transmitido de otra forma o de otra manera) a una joven que, después de lo que “ha pasado” en la Anunciación, es una joven “enamorada de Dios”. Esa es su fuerza.

III.3. Los temas, pues, podrían exponerse así: (1) la gozosa exaltación, gratitud y alabanza de María por su bendición personal; (2) el carácter y la misericordiosa disposición de Dios hacia todos los que le aceptan; (3) su soberanía y su amor especial por los humildes en el mundo de los hombres y mujeres; y (4) su especial misericordia para con Israel, que no ha de entenderse de un Israel nacionalista. La causa del canto de María es que Dios se ha dignado elegirla, doncella campesina, de condición social humilde, para cumplir la esperanza de toda doncella judía, pero representando a todas las madres del mundo de cualquier raza y religión. Y si en el judaísmo la maternidad gozosa y esperanzada era expectativa del Mesías, en María su maternidad es en expectativa de un Liberador.

III.4. Este canto liberador (no precisamente libertario) es para mostrar que, si se cuenta con Dios en la vida, todo es posible. Dios es la fuerza de los que no son nada, de los que no tienen nada, de los que no pertenecen a los poderosos. Es un canto de “mujer” y como tal, fuerte, penetrante, acertado, espiritual y teológico. Es un canto para saber que la muerte no tiene las últimas cartas en la mano. Es un canto a Dios, y eso se nota. No se trata de una plegaria egocéntrica de María, sino una expansión feminista y de maternidad de la que pueden aprender hombres y mujeres. Es, desde luego, un canto de libertad e incluso un programa para el mismo Jesús. De alguna manera, también así lo ha concebido Lucas, fuera o no su autor último.

Fray Miguel de Burgos Núñez
Lector y Doctor en Teología. Licenciado en Sagrada Escritura




Pautas para la homilía

Orígenes de la fiesta

Esta fiesta es la más antigua de las solemnidades marianas; surgió en Oriente, aunque no se sabe con exactitud ni el momento ni el lugar donde comenzó a celebrarse. En un leccionario gregoriano del siglo VIII, que refleja las prácticas litúrgicas anteriores de la Iglesia de Jerusalén, se testimonia una celebración mariana el día 15 de agosto en la iglesia construida por la emperatriz Eudoxia en Getsemaní. Si tenemos en cuenta que en el siglo VI se creía que en esta iglesia estaba el lugar donde fue sepultada la virgen María, es probable que esta celebración del 15 de agosto tuviera carácter de fiesta. Ésta parece ser hoy la hipótesis más probable respecto a su origen. A finales del siglo VI el emperador Mauricio (582-602) mandó que esta fiesta se celebrara en todo el imperio. De este modo esta fiesta se hizo muy popular.

Entre los bizantinos la fiesta se denomina Koímisis o Dormición, se trata de la celebración mariana por excelencia, que ocupa con su presencia casi todo el mes de agosto y se convierte casi en el vértice del año litúrgico. Va precedida de 14 días de preparación (la pequeña cuaresma de la Virgen) y seguida de ocho días de celebración; es decir, se abre con el primer día del mes y se extiende hasta el día 23, haciendo así del mes de agosto el mes mariano bizantino. Además, si tenemos en cuenta que el año litúrgico bizantino comienza el 1 de septiembre y se cierra el 31 de agosto, nos damos cuenta de que María lo abre con su aparición en el mundo (Natividad de la Virgen) y lo cierra con su regreso a Dios (Dormición); de este modo todo el año litúrgico se pone bajo el patrocinio de la madre de Dios.

En Occidente la fiesta de la Dormición o del Tránsito (pausatio o dormitio) no parece haber estado en un primer momento muy determinada, poco a poco se convirtió en la fiesta de la Asunción, en el sentido que esta palabra tiene para nosotros hoy. La fiesta de la Dormición es mencionada por Gregorio de Tours en el siglo VI. Un canon del sínodo de Maguncia, del año 813, la extendió a todo el imperio franco.

En Roma esta fiesta fue introducida en el siglo VII por los monjes orientales que habían emigrado en masa a Occidente en las primeras décadas de ese siglo. En el año 863 el papa Nicolás I la equiparó a Navidad, Pascua y Pentecostés.
Los textos litúrgicos han sido enriquecidos con las reformas litúrgicas efectuadas en el siglo XX. Hoy la liturgia trata de poner en relación esta celebración mariana con el misterio total de Cristo y con el misterio de la Iglesia.

María, «Arca de Dios»

La primera lectura de la misa del día de la Asunción parece pretender que centremos nuestra atención en ese objeto de culto ya desaparecido, como era el Arca de la Alianza, construida con madera de acacia y revestida de oro, en la que se guardaba el documento de la Alianza, las diez palabras por la que se regían las relaciones entre Dios y su pueblo. En la cubierta del Arca estaba «el propiciatorio», placa de oro macizo que tenía dos ángeles de oro en los extremos. El espacio entre esos dos ángeles era el lugar de la presencia de Dios.

Esta lectura parece sugerirnos que María es el Arca de la Nueva Alianza, porque en sus entrañas se hizo carne la presencia de Dios. Este hecho se convirtió en uno de los argumentos a favor de este misterio de la Asunción que no se encuentra explicitado en la Escritura: ¿Cómo podría Dios dejar que se corrompieran en el sepulcro las entrañas que contuvieron al Autor de la Vida?

El pasaje de la visitación de María a su pariente Isabel que leemos en el evangelio del día está redactado minuciosamente a partir de los textos del Antiguo Testamento que nos hablan del traslado del Arca de la Alianza. María es presentada aquí como Arca de Yahvé, como morada de su presencia, porque es el momento en el que lleva en su seno a Jesús. Esto habla de María, pero es ante todo una confesión de fe en Jesús como presencia encarnada de Dios en nuestro mundo.

Isabel recibió a María con un brevísimo canto ensalzando la fe de la madre de Dios: «Dichosa la que ha creído, porque se cumplirá lo que se le ha dicho de parte del Señor». Es una bienaventuranza donde se califica a María como creyente, como la que creyó en Dios.

María retoma esta alabanza y la proyecta hacia Dios, traspasándole a él todo el mérito, en un himno que podemos decir que es litánico, porque va enumerando las razones por las que ella engrandece a Dios:

– porque ha mirado la pequeñez de su esclava
– porque ha hecho en mí maravillas
– (porque) su misericordia se derrama de generación en generación
– (porque) desplegó el poder de su brazo
– (porque) derribó a los potentados de sus tronos y ensalzó a los humildes
– (porque) acogió a Israel su siervo, acordándose de su misericordia…

Cristo ha resucitado

La segunda lectura, tomada de san Pablo, conecta el sentido de la fiesta con el misterio de la resurrección de María y la de todos los fieles discípulos de Jesús. La asunción de María a los cielos viene a fortalecer nuestra fe en la resurrección. Pero no hay que olvidar que no todos los caminos conducen a la resurrección. Para resucitar tenemos que seguir los pasos de María, la más fiel de todos los discípulos de su Hijo. Para resucitar hay que formar parte de la familia de Jesús. La única forma que nosotros tenemos de pertenecer a la familia de Jesús es –como el mismo Jesús nos enseña– escuchando la Palabra de Dios y poniéndola en práctica.

Cuando –como se lee en el pasaje evangélico de la misa vespertina de esta fiesta– una mujer de entre el gentío felicitó a María diciendo: «Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te criaron», Jesús la corrigió sugiriendo implícitamente que la dicha de su madre no está principalmente en lo meramente biológico, sino en escuchar y cumplir la Palabra de Dios. Ciertamente, Dios concedió a María –como al rey Salomón y mejor que a él– un corazón que escucha. En el episodio de la Anunciación María se muestra todo oídos para Dios. Su escucha va acompañada del servicio y de la obediencia a todo lo que Dios le pide. Todo su itinerario espiritual está marcado por la escucha y la obediencia a Dios.
El camino de la resurrección pasa también por la cruz y la humillación. Hay una intuición que recorre toda la Escritura y que Jesús expresa diciendo: «quien se humilla será ensalzado, y quien se ensalza será humillado». El camino de la humillación y de la cruz es el que también recorrieron Jesús y María.

Creer en la resurrección es ante todo una confesión de fe en el poder de Dios. Esa es la primera afirmación del Credo: «Creo en Dios, Padre todopoderoso». Para Dios no hay nada imposible, como repite la Escritura. Creer en la resurrección es creer en la fuerza del amor de Dios. El amor es más fuerte que la muerte. El poder de Dios es poder de salvación.
En el Credo decimos también que creemos «en la resurrección de la carne». Como en el caso de María, todo nuestro ser, alma y cuerpo, está llamado a resucitar. Somos alma y cuerpo al mismo tiempo. De la fe en la resurrección los cristianos de todos los tiempos han deducido el respeto al cuerpo. El dogma de la asunción fue proclamado justamente cuando la concepción materialista reducía al ser humano únicamente a su cuerpo, y cuando, por una parte, más se comenzó a despreciar el cuerpo, y, por otra, a cuidarlo como si fuera lo único definitivo. Según la visión materialista todo se acaba con la corrupción del cuerpo. La asunción de María en cuerpo y alma al cielo viene a recordarnos el sentido sagrado del cuerpo humano, pero sin convertirlo en un absoluto ni separarlo artificialmente del alma. Nadie fuera del cristianismo ha dado un valor tan duradero al cuerpo humano, ni le ha prometido tanto. Pero la Iglesia no huye sólo de las concepciones materialistas del ser humano, sino también de las espiritualistas. No entiende el cuerpo con «cárcel del alma», de la que hay que liberarse cuanto antes, sino que cree en la unidad del cuerpo y del alma.

Asunción y maternidad espiritual de María

«Has dejado este mundo, pero no te has alejado del pueblo cristiano […] estás muy cerca de los que te invocan y haces que te encuentren cuantos te buscan con fidelidad» (San Germán de Constantinopla).

Desde su asunción a los cielos María puede ejercer de forma más consciente la función de «madre» de todos los discípulos amados de su Hijo, o incluso «de todos los hombres», como se le llama en los documentos del concilio Vaticano II. En el fiat de la Anunciación y en el Calvario María concibió y dio a luz a la humanidad, pero sólo colectivamente. En cambio, desde el cielo su relación materna con cada uno de los discípulos de su Hijo, o incluso con todo ser humano, se convierte en personal. Desde el cielo, desde el mundo de Dios, María nos conoce uno a uno, por nuestro nombre y apellido y a lo largo de toda nuestra vida; nos sigue paso a paso y conoce todas nuestras preocupaciones e inquietudes; intercede por nosotros y nos ofrece su ayuda maternal. El hecho de estar ya disfrutando de la presencia de Dios no la aparta de nosotros, todo lo contraria, desde el mundo de Dios intensifica su presencia en la vida de sus hijos e personaliza su amor.

Que esta fiesta avive nuestra esperanza en la futura resurrección y dé un nuevo impulso a todas nuestras tareas presentes. Que sepamos comunicar a todos esta esperanza y que no nos apartemos nunca del camino que conduce a la resurrección.

Fray Manuel Ángel Martinez Juan
Doctor en Teología - Salamanca

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