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domingo, 10 de octubre de 2010

JESUS INICIA LA TRAVESIA QUE CULMINARA EN EL CALVARIO



«Sucedió que, yendo camino de Jerusalén, también él, Jesús, se puso a atravesar por entre Samaria y Galilea» (17,11). Nuevo escenario: la tierra de nadie, como quien dice, que discurre 'por entre Samaria' (región intermedia, heterodoxa) 'y Galilea' (re gión del Norte), camino de 'Jerusalén' (capital de la Judea, región del Sur, designada con el nombre sacro, en representación de la institución judía política y religiosa). La expresión 'también él' es anafórica, es decir, hace referencia a otro personaje que, como Jesús, inició una 'travesía' que ha quedado grabada en la memoria de los oyentes. Lucas emplea con frecuencia esta expre sión. Recordad la escena de Marta y María: «Sucedió que, mientras ellos (los discípulos) hacían camino, también él, Jesús, entró en una aldea» (10,38). Jesús inicia, pues, una nueva travesía histórica en dirección a 'Jerusalén', la capital y punto neurálgico de la tierra prometida. (De hecho, la 'travesía' culminará en el templo, con la denuncia de la institución religiosa del judaísmo: 19,45-46.) Es probable que Lucas haga referencia ya sea al paso del mar Rojo, por obra de Moisés (Ex 14), ya sea a la travesía del Jordán, antes de entrar en la tierra prometida, por obra de Josué (= Jesús, en griego: Jos 3): en una y otra travesía se subraya un 'atravesar por entre' dos cosas. Según eso, Jesús emprendería ahora la última 'travesía' en el marco del 'camino' que lo llevará al futuro de la tierra prometida, 'Jerusalén'/el templo. Según se ha dicho al comienzo de este 'camino', Jesús se encamina hacia allí con el fin de encararse con la institución judía y denunciar la mentalidad idólatra de Israel.


LA «ALDEA», FIGURA DE LA MENTALIDAD CERRADA

Y NACIONALISTA

La travesía, por lo que dice el texto, la inicia Jesús solo: «Yendo camino de Jerusalén, también él se puso a atravesar... » (17,11). Evidentemente, se trata de un artificio literario. Lo me nos que se puede decir es que Lucas quiere centrar la atención sobre la persona de Jesús. (Una función semejante a la de los focos en un escenario.) Pero hay más. En el versículo siguiente se insiste en este singular: «Y al entrar él en una aldea, le salieron al encuentro diez individuos leprosos» (17, la). Por lo que se ve, los discípulos, que hasta ahora lo acompañaban durante el viaje, se han escabullido.

Lo bueno del caso es que, en la secuencia siguiente, serán mencionados al lado de los fariseos, encontrándose ambos grupos en la misma 'aldea' que los 'leprosos', pues no hay nueva composición de lugar y, por tanto, no hay cambio de escenario. Sorprende que los 'leprosos', figura de los marginados por la teocracia de Israel, no vivan fuera de la 'aldea'; al contrario, desde allí 'salieron al encuentro' de Jesús y «se pararon a lo lejos», delimitando escrupulosamente la esfera de la vida, en que se mueve Jesús, de la suya, llena de impureza y de muerte. Como habitantes que son de esta 'aldea', participan de su mentalidad: en oposición a la 'ciudad', la 'aldea' es en el lenguaje figurado de los evangelistas el reducto de la ideología nacionalista y faná­tica de Israel.

Por otro lado, a pesar de habitar en la 'aldea', propiamente no son considerados ciudadanos, sino que se les mantiene mar ginados en el ghetto de los 'leprosos', por alguna razón que tiene que ver con la mentalidad allí imperante. Finalmente, el término 'aldea' está precedido de un indefinido, «cierta aldea», típica forma de dar representatividad a un personaje individual o colectivo. La «lepra» está íntimamente relacionada con esta 'aldea' indeterminada en la que 'entra' Jesús (v. 12a) y de la que los invita a salir (v. 14a) y, al volver el samaritano (v. 15), a irse de allí definitivamente (v. 19b).


SAMARITANO Y LEPROSO, DOBLEMENTE MARGINADO

Más adelante Lucas nos dará a conocer la diversa condición de los diez 'leprosos' (un nuevo artificio literario, destinado a crear 'suspense'). Así, del único de los diez que regresa, puntua lizará: «y éste era samaritano» (17,16b); y más adelante: «¿No ha habido quien vuelva para agradecérselo a Dios, excepto este extranjero?» (17,18). Esto quiere decir que los otros nueve eran 'galileos' (¡la 'aldea' se encuentra 'entre Samaria y Galilea'!) y 'auctóctonos', de raza judía. El grito que lanzan a Jesús es muy revelador: «¡Jesús, jefe, ten compasión de nosotros!» (17,13). Lucas es el único evangelista que emplea el término «jefe/caudi llo» (seis veces: 5,5; 8,24.45; 9,33.49 y aquí); hasta ahora siempre lo ha puesto en boca de los discípulos, quienes, por otro lado, evitan llamarlo «maestro» cuando se dirigen a Jesús. Nótese que los 'diez leprosos' quedan 'limpios' (lit. 'libres de impureza') al salir precisamente de la aldea. Jesús no los toca, ni los libra directamente del yugo de la impureza: cf. 5,13). Eso corrobora que la impureza los afecta porque condividen la mentalidad que allí impera, mientras que al salir se ven libres de ella. Decir de un 'samaritano' que es un 'leproso' no tendría nada de extraño: lo es, por su condición de heterodoxo, a los ojos de los judíos. Decirlo de un 'galileo' significa que, por su mal comportamiento, ha quedado moralmente manchado e impuro a los ojos de los judíos ortodoxos.

Por otro lado, el grupo constituido por los diez leprosos es un grupo mixto (9 galileos + 1 samaritano), unidos todos ellos por una misma 'suerte': ser 'leprosos' a los ojos de la institución religiosa. A partir del momento en que todos ellos aceptan some terse a las reglas del juego de la institución judía («Id a presen taros a los sacerdotes», 17,14a, tal como prescribía la Ley), dejan de ser marginados («Mientras iban de camino, quedaron lim pios», 17,14b). Los nueve 'galileos' continúan haciendo camino hacia Jerusalén, con el fin de 'presentarse a los sacerdotes': la institución judía les abrirá de nuevo las puertas y los reintegrará al pueblo de Israel. El 'samaritano', en cambio, se ha quitado de encima una marginación, la moral, pero le queda la étnica. Por esto es capaz de darse cuenta de que Jesús es el único que lo puede liberar definitivamente de toda mancha o impureza legal, ya que simplemente no cree en nada de todo esto: «Uno de ellos, dándose cuenta de que había quedado curado, se volvió alabando a Dios a grandes voces y se echó a sus pies rostro a tierra, dándole las gracias: éste era samaritano» (17,15-16).


«LEPROSO» DISCIPULO QUE SIGUE CREYENDO

EN LA VALIDEZ DE LA LEY

Todos esos trazos que hemos aducido sólo tienen una expli cación plausible: los 'diez leprosos' que, a pesar de comulgar con la mentalidad de la 'aldea', son considerados 'impuros', representan el grupo de los discípulos de Jesús. Estos, por más que le hayan prestado su adhesión personal, siguen creyendo en la validez de la Ley de lo puro e impuro y, en el fondo, en las prerrogativas de Israel, apoyadas por la Ley, a manera de Cons titución de un pueblo teocrático. El hecho de sentirse 'leprosos' hace que puedan convivir juntos en la marginación judíos y samaritanos. Tienen una Ley común (el Pentateuco), si bien no la observan al pie de la letra, a diferencia de los judíos ortodoxos. La mayoría («nueve») seguirá aferrada a la mentalidad naciona lista de Israel; pero una pequeña parte («uno», «samaritano», «extranjero») se ha distanciado definitivamente de ella y ha com prendido cuál era el alcance de su compromiso con Jesús al saltarse olímpicamente la Ley a la que hasta ahora se sentía obligado, pero que, al no poder observarla, lo declaraba impuro, «leproso».

Los discípulos israelitas han quedado puros por el mero hecho de haberse reintegrado a la institución, convencidos de que Jesús compartía aún los principios constitutivos de Israel (lo han visto entrar en la 'aldea' y les ha ordenado 'presentarse a los sacerdotes') Como quiera que suspiraban por ser recono cidos, lo han interpretado como mejor les convenía. Jesús preten día que se liberasen ellos mismos de las ataduras que los retenían, como 'leprosos', dentro de la 'aldea'; que no viviesen divididos, dándole la adhesión a él y compartiendo al mismo tiempo la mentalidad de la institución que él iba a denunciar. Pero en vano. No pudieron seguir en el camino que lo conducía al fracaso en Jerusalén y se quedaron atrapados en la aldea. Ahora bien: los judíos ortodoxos les pasaron factura y los marginaron. Mo mentáneamente han quedado limpios, pero volverán a las anda das. Hasta que no se den cuenta, como el samaritano, de que la única forma de evitar toda clase de 'lepra' es dejar de creer en la Ley que divide el mundo en sagrado y profano, puro e impuro, buenos y malos, observantes y pecadores, no se zafarán de la poderosa y omnipresente influencia de la institución judía.


EL «LEPROSO» SE HA CURADO EL SOLO

La última frase de la pequeña secuencia no hace sino re machar el clavo. Esta secuencia tiene dos partes: en la primera (vv. 12- 14a) son presentados los diez leprosos como un conjunto; en la segunda (vv. 14b- 19) se centra la atención en el de origen samaritano. Este representa, dentro del grupo de discípulos, la fracción de creyentes que, por su pasado, no ha comulgado nunca del todo con la institución y que, por tanto, a pesar de las presiones ambientales, conseguirá distanciarse de ella: «Le vántate, vete; tu fe te ha salvado» (17,19). Estaba postrado en la 'aldea', por haber creído por unos momentos en la validez de la Ley: Jesús lo invita a levantarse; permanecía allí inmovilizado, incapaz de seguir a Jesús hacia Jerusalén: Jesús lo invita a salir, a hacer también él su éxodo personal; estaba enfermo, con el corazón dividido por su doble adhesión, a Jesús y a su pasado nacional: su adhesión total a Jesús lo ha salvado ahora definiti vamente.

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