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jueves, 21 de octubre de 2010

Queremos ver a Jesús


Por Clemente Sobrado C. P.
Domingo 30 c DOMUND

En su Mensaje con motivo del Domund 2010, Benedicto XVI repite casi literalmente las palabras de Juan Pablo II en su Exhortación “Novo Milenio Ineunte”, donde ambos citan el texto del Evangelio de Juan: “Queremos ver a Jesús”.

Aquellos griegos llegados para la fiesta:
No piden que se les hable de Jesús.
No piden que se les regale una estampita de Jesús.
No piden que les demos discursos ni teologías sobre Jesús.
Ellos “quieren ver”.
Ellos quieren verlo con sus propios ojos.
Ellos quieren experimentarlo personalmente.
Nada de conocer a Jesús de segunda mano.

“Como aquellos peregrinos de hace dos mil años, los hombres de nuestro tiempo, quizás no siempre conscientemente, piden a los creyentes de hoy no sólo “hablar” de Cristo, sino en cierto modo “hacérselo ver”. (NMI n.16)
Y que Benedicto XVI traduce así: “también los hombres de nuestro tiempo, quizás no siempre conscientemente, piden a los creyentes no sólo que “hablen” de Jesús, sino que “hagan ver” a Jesús, que hagan resplandecer el Rostro del Redentor en todo rincón de la tierra ante las generaciones del nuevo milenio, especialmente, ante los jóvenes de cada continente, destinatarios privilegiados y sujetos del anuncio evangélico. Estos deben percibir que los cristianos llevan la palabra de Cristo porque El es la Verdad, porque han encontrado en El, el sentido, la verdad para su vida”.

Es cierto que Jesús envió a los suyos a “anunciar” a “proclamar” el Evangelio a toda la creación.
La palabra es necesaria.
La palabra sola no es suficiente.
La palabra hablada necesita de la palabra vida.
La palabra que no se revela en la vida está vacía.
Es la vida la que se hace la mejor palabra.
Es la vida la que hace creíble la palabra.

La Iglesia habla mucho de Jesús.
Pero los hombres y mujeres de hoy “aguantan escuchar”, pero prefieren “ver”.
No quieren tanto predicadores sino los testigos.
No quieren tanto la elocuencia sino el testimonio.
No quieren escuchar, quieren ver.

Por eso, el DOMUND que quiere ser “la ocasión para renovar el compromiso de anunciar el Evangelio y dar a las actividades pastorales un más amplio respiro misionero”, implica también una revisión de nuestra propia fe que queremos compartir con los demás.
No podemos ofrecerles una fe que a nosotros ya no nos sirve.
No podemos ofrecerles una fe que nosotros tenemos en desuso.
No podemos ofrecerles una fe que ya no alumbra y no da sentido a nuestras vidas.

Ser misionero y tener conciencia misionera no es darles lo que a nosotros nos sobra.
Ser misionero no significa regalar a los demás aquello que a nosotros nos estorba.
Ser misioneros no significa comprometer a los demás con algo de lo que nosotros decimos habernos liberado.

El verdadero problema misionero de la Iglesia está en la sinceridad entre lo que anunciamos y lo que vivimos.
Las palabras abundan.
Lo que se necesita es el testimonio de vida.
Es preciso que escuchen. Para ello requieren de alguien que les anuncie.
Pero es preciso que “vean”. Para ello es indispensable el testimonio de una Iglesia que respalde la palabra y revele el verdadero rostro de Jesús.

Todos estamos llamados a ser ese rostro vivo de Jesús.
Dios es invisible y se hace visible en Jesús.
“El que me ve a mí, ve al Padre que me ha enviado”.
Jesús hoy, ya resucitado y ascendido al cielo, es invisible.
Pero Jesús se hace visible en cada uno de los creyentes en él.
“El que nos ve a nosotros, ve a Jesús que nos ha enviado”.

Para ser una Iglesia auténticamente misionera, todos tendremos que revisar muchas cosas que oscurecen y nublan el rostro de Jesús. Mientras tanto, los hombres y mujeres de hoy nos siguen gritando, a veces en silencio: “Queremos ver a Jesús”. ¿A caso no nos cuestiona esa frase tan corriente de hoy de “Yo creo en Jesús, pero no en la Iglesia”. Posiblemente sea una excusa. Pero no puede dejar de ser una interrogante.

www.iglesiaquecamina.com

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