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miércoles, 13 de octubre de 2010

XXIX Domingo del Tiempo Ordinario (Lc 18, 1-8) - Ciclo C: LA SORDERA DE DIOS



1.- El sentido de la parábola está bien claro, ya que el mismo evangelista nos lo dice: “Jesús quería explicarles que tenían que orar siempre sin desfallecer”. Aquí hay una parte fuerte que es un mal juez, que ni teme a Dios ni le importan los hombres y la pobre viuda que ni puede pagarse un abogado, y ni siquiera tiene un trozo de pan que llevarse a la boca. Pero la viuda tiene una fortaleza que es su debilidad y el juez tiene su debilidad que es su egoísmo, que le dejen en paz.

En la historia del mundo hay no pocos ejemplos de débiles que han vencido a los fuertes. Hemos oído la actitud de Moisés contra los amalecitas, a los que vence con su oración. Jesús clavado en la cruz venció al pecado y a la muerte. Y en tiempos más próximos, contemporáneos, a mitad del siglo pasado, Gandhi venció al Imperio Británico consiguiendo la independencia de la India con su obstinada oposición pacífica.

2.- Pues de esta constancia nos habla el Señor. Creo que no es falsear la parábola pensando que la pobre viuda más de una vez estuvo a punto de abandonar la lucha. ¿Os imagináis lo que hubiera sido que cuando el mal juez, al fin harto, dijera al alguacil que fuera buscar a la viuda, para hacerle justicia, la viuda ya hubiera desaparecido? ¿Pues no será que muchas veces cuando el Señor va a firmar la concesión de la gracia que le hemos pedido nosotros ya nos hemos cansado?

3.- Como aquel juez injusto, también el Señor tiene su punto débil. Al juez no le importaban los hombres, al Señor le importamos tanto que se ha hecho uno de nosotros. Al Señor le importamos más que su propia vida, que dio por nosotros. Somos tan importantes para él, que se ha quedado con nosotros ante el fin del mundo. Pero eso el mismo Señor nos dice hoy: ¿va dejar Dios de oírnos? ¿Dejará de hacernos justicia? Nuestra lucha es la de nuestra debilidad contra la debilidad de Dios.

4.- Recordáis que hay otra parábola en que se nos vuelve a hablar y a aconsejar que seamos constantes y hasta pesados con Dios. Y es la de aquel amigo que viene a altas horas de la noche a pedir pan para atender a un huésped tardío, y el amigo se lo niega porque no son horas de venir a aporrear su puerta. Pero el otro insiste tan pesadamente que al fin baja, abre la puerta y le da el pan, si no por amigo a menos por pesado.

No pocas veces decimos que el Señor no nos oye, que está sordo, y parece que Él mismo reconoce su sordera (tiene ya tantos años el pobre) y por eso quiere que le demos la lata pidiendo sin cesar, a ver si al final entra sonido en sus oídos.

Ya sé que no pocos de vosotros lleváis pidiendo años una gracia que os parece absolutamente necesaria, como puede ser la salud de una madre joven con niños pequeños, amenazada por una grave enfermedad. Perdonad… pero yo no tengo respuesta y no nos queda más que apretando los dientes repetir aquella durísima frase del Padrenuestro: “Hágase tu voluntad”, que para el mismo Jesucristo fueron duros, muy duros, el Huerto de los Olivos y la Cruz.

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