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martes, 30 de noviembre de 2010

Paz es Transparencia y Adviento (Ante las filtraciones de Wiki-Leaks)


Publicado por X. Pikaza

El domingo 1 de aviento empezaba con una poderosa profecía de paz, proclamada hace dos mil quinientos años.
«De las espadas forjarán arados, de las lanzas, podaderas.
No alzará la espada pueblo contra pueblo,
no se adiestrarán para la guerra» (Is 2, 2-5; cf. Miq 4).
Esas palabras fueron y son una semilla de esperanza, como puse de relieve en Camino de Paz (Khaf, Madrid 2010). Por eso vuelvo a ellas, retomando el hilo de ese libro, para ofrecer un sencillo programa de paz, en este año 2010, que va a dejarnos en manos de una guerra de economía, que condena a millones de personas a vivir a la intemperie, sin más capital que hambre, mientras otros despilfarran y gastan (¿gastamos?) sin control alguno.
Me han movido a presentarlas unas revelaciones que Wiki-Leaks comienza a ofrecer esta mañana (29 XI 10) en varios países. Nos hallamos ante un espectáculo obsceno de fuerza y engaño incivil, ante una guerra podrida de “secretos”. En contra de eso, la paz implica trasparencia y verdad, como propuso Isaías hace unos 3500 años.
La paz es trasparencia y comunicación, en camino de Adviento, don y reto de amor. Éste es el mensaje de la Iglesia, a través de del Profeta Isaías que proclamó una Marcha de Paz hacia Sión, lugar de diálogo y encuentro con Dios, donde los hombres y mujeres podrían dialogar, donde todos fundirían sus armas, convirtiéndolas en signo de un trabajo compartido (hoces, podaderas…) al servicio de la Vida.
Estemos atentos a Wiki-Leaks, pero mucho mas a Isaías, dentro de una Iglesia en Adviento, que ha de aprender (¡sobre todo ella!) a vivir en transparencia, como dijo Jesús, cuando afirmó que todo lo había revelado, sin guardar para sí ningún secreto, ningún papel oculto. De Transparencia y Adviento habla este blog. Buen día a todos, desde el frío del altiplano de Castilla
En medio de la guerra
Ciertamente, hay guerras militares, situaciones de violencia suma, hay terrorismo, son muchos los pueblos antiguos que caen y mueren ante el avance de una “cultura globalizada” (como puse de relieve hace unos días, aludiendo a la muerte de A. Labaka y al testimonio de otro misionero llamado Koldo).
Pues bien, en medio de una situación de fuerte violencia, quiero ofrecer una apuesta por la paz, una Marcha de Paz en el Adviento. Quiero el desarme (militar y verbal) de los violentos, es decir, de todos; quiero que llegue el fin de esta economía de muerte vinculada a un sistema donde el “capital” es lo primero, de manera que estados, pueblos y personas nos hallamos sometidos a su imperio obsceno. Por eso tomo la palabras centrales del post anterior, y las comento de nuevo, en una perspectiva más universal.
El Dios del Adviento
Éste es el Dios de los hebreos perseguidos, que lograron cruzar el Mar Rojo, para abrir caminos nuevos de paz, mientras el sistema (¡el sistema faraónico, no las personas!) quedaba destruido en las aguas “espumantes”. Muchos queremos también hoy la destrucción de un sistema faraónico, para que pueda surgir un pueblo humano, de hombres y mujeres el camino de paz.
Éste es el Dios del profeta Isaías, en los años en que el Rey Acaz buscaba alianzas de poder, de nuevo con Egipto, otra vez con el sistema, para oponerse con la guerra a sus enemigos. Isaías le dijo, en nombre de Dios, que la paz implicaba nacer de nuevo, aprender a vivir de un modo diferente: «Porque un niño nos ha nacido, un hijo nos ha sido dado… y se llamará Admirable Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz» (Is 9, 6).
Ésta es la paz de Jesús, que salí a la calle para presentar de nuevo el gran mensaje: «De las espadas forjarán arados, de las lanzas, podaderas. No alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra» (Is 2, 2-5). Buscó la paz sin armas, en Jerusalén, y allí se presentó a cuerpo, sólo con su palabra y su utopía de Dios, antes sacerdotes del templo soldados de la legión romana. Evidentemente, le mataron, pero somos muchos los que creemos que su proyecto y programa sigue vivo, porque Dios le ha resucitado.
Ésta es la paz de la Iglesia, esto es, de aquellos que creen (creemos) que Jesús ha vencido con su amor (con su entrega de vida), de manera que el mundo ya no sigue dominado por la guerra, ni por el poder de los especuladores (borrachos de imágenes falsas, en su juego de espejos: especular), sino que está abierto al principio de la vida, que millones de hombres y mujeres podemos y queremos cultivar.
La Iglesia-Sión, una marcha de paz
La Iglesia está comprometida a ofrecer y enseñar el camino de paz de Jesús, desde los pobres y excluidos, no con pactos de Estado, ni con grandes palabras, sino con el testimonio de su vida. Educar en la paz mesiánica no es para ella algo secundario, una asignatura más, sino su propia esencia.
Siguiendo el ejemplo de Jesús, la Iglesia debe educar para la paz, pero no desde arriba, para formar buenos dirigentes de sistema (que son necesarios en un plano), sino su propio testimonio de paz, de un modo gratuito, desde abajo (desde los niños) invitando a todos a que vengan al tren/escuela de la paz, con su proyecto y camino de alianza universal. Según eso, ella ha de ser ante todo una maestra de paz, no por lo que dice (que es bueno que lo diga), sino por lo que hace, como supone Mt 5, 14, que la presenta como ciudad elevada sobre un monte, iluminando el círculo de la tierra, conforme a la visión de los profetas (cf. Is 2, 2-4; 60, 1-9).
En otro tiempo, muchos israelitas habían pedido a Dios que les ayudará a ganar la Guerra Santa y así luchaban, confiando en la victoria. Pero los grandes profetas habían descubierto que sólo Dios (gratuidad amorosa) puede salvar a los hombres, de manera que las guerras acaban siendo inútiles, contraproducentes y dañinas (pues siguen dejando a los hombres en manos de su violencia). Por eso, en vez de crear buenas escuelas de guerra (academias militares, campos de entrenamiento de marines, legionarios o soldados de élite), Isaías 2, 4-5 afirma que Dios creará en Jerusalén una escuela universal de paz, para instruirnos según sus caminos, de manera que los hombres y mujeres no se adiestrarán para la guerra, sino que cambiarán las academias militares en escuela de abundancia y paz: de las espadas forjarán arados...). Nos gustaría que la Iglesia fuera esa escuela de paz que Is 2, 2-5 quiso instalar ya en Jerusalén
En su línea negativa (no se adiestrarán para la guerra) y positiva (de las espadas forjarán arados), esa nueva enseñanza no podrá ser resultado de un pacto del sistema (pues los pactos de sistema necesitan armas y han de ser sancionados por la fuerza), sino que ha entenderse como alianza de humanidad, alianza gratuita, expresada en voluntarios activos de la paz.
La ley del Sinaí (cf. Ex 19-24), centrada en el decálogo y dirigida a los israelitas, seguía manteniendo la paz de este mundo con medios de violencia y así justificaba la guerra y la pena de muerte. En esa línea se siguen situando muchos cristianos a lo largo de la historia. Pues bien, en contra de eso, el camino y mensaje de paz de Jesús en la Iglesia no puede imponerse por medios coactivos, no puede apelar al ejército, sino al despliegue gratuito de la vida.
En esa línea, la Iglesia está comprometida a ofrecer y enseñar ese camino de paz de Jesús, desde los pobres y excluidos (los niños, los expulsados, los oprimidos)… hablando en nombre de ellos, no con pactos de Estado (con la ONU/Mercado), sino con el testimonio de su propia vida. Ella no ha de presentarse como educadora de paz para príncipes y reyes (aunque no son malas las buenas teorías), sino ofreciendo desde abajo, desde la plaza de la vida, el testimonio de Jesús.
La Iglesia ha producido buenos documentos (como el Benedicto XVI, Caritas in Veritate), pero, como el mismo Papa dice, los documentos no bastan, ni son lo más importante, porque la Iglesia debe educar como Jesús, desde la calle, creando comunidades de paz. Así lo debe hacer, con su ejemplo, y con su palabra: ella debe introducir su palabra (introducirse) en el proceso educativo y en la vida social, en la familia y en el mundo y en los medios de comunicación, de manera que la alternativa de Jesús vaya encarnada en sus instituciones eclesiales. No se trata de enseñar contenidos para otros, ni de una crear una asignatura escolar para niños, titulada quizá, Educación para la Paz, cosa que sería buena, sino de lograr que los cristianos unidos constituyan un tren/escuela de paz, abierto a todos.
Una marcha de Iglesia. No habrá paz sin…
No habrá paz sin un cambio familiar, social y económico, superando las instituciones de violencia del Estado y de otros grupos sociales, una paz que no se logra venciendo una guerra, sino abriendo una alianza (diálogo) entre todos los grupos sociales que creen en Dios o en Realidad suprema, como Paz.
No se puede hacer la paz sin un cambio cultural y político, sin un fuerte desarrollo afectivo y personal, sin un intenso compromiso a favor de los niños… Por eso, la educación para la paz no puede ser una asignatura más (aunque puede darse tal asignatura), sino un proyecto y programa integral de vida, de niños y mayores, a favor del ser humano, un proyecto que puede y debe expresarse desde ahora como huelga activa, universal no-violenta, pero muy intensa, en contra de las instituciones y sistemas dominantes.
Aquí no podemos ser “realistas” en el sentido normal de la palabra, buscando un pacto con los poderes fácticos (capital, ejército, medios de comunicación…), como se ha venido haciendo, con resultados siempre negativos, sino que hay que pasar de la política de pactos de interés (como los que ofrecen los bancos del sistema a los países en riesgo monetario, como Irlanda), a la alianza plena de la vida. No se trata de aceptar lo que hay y decir que, por encima, existe Dios y que él nos dará su paz, cuando lo quiera, sino que debemos introducir el plan de Dios en lo que hay (en este mundo de pactos de violencia), para que surja la alianza de amor, sin pactos militares.
De Isaías a Jesús
Jesús de Nazaret ha retomado la marcha de paz de Isaías (¿vayamos a Sión!), una propuesta sencilla, pues deriva del Sermón de la Montaña (Mt 5-7; Lc 6, 21-48), con las bienaventuranzas, donde se incluye la exigencia del perdón y el amor a los enemigos, pero exige una ruptura intensa respecto del orden existente.
En ese contexto he venido hablando en mi blog de una gran huelga económica, contra las instituciones capitalistas (mientras no seamos capaces de crear una economía alternativa, no monetarista, no capitalista no habrá paz en el mundo).
También he hablado de una huelga militar, contra las instituciones de violencia armada, defendiendo la insumisión total de la Iglesia, que en este tiempo (año 2010) es ya posible. Ahora quiero hablar de una huelga total, en línea de gozo (eso significa huelga, de holgar, gozar), en línea de humanidad, es decir, de Reino.
Éste es el lema del tren de la paz, vinculado a una insumisión provocadora, como la de Jesús, cuando subió a la Jerusalén armada de sacerdotes y soldados montado en un asno de paz y llegó de esa manera hasta el mismo templo, defendido por la guardia militar del templo (cf. Mc 11, 1-11). Sólo si la Iglesia opta así, como Jesús, por una “insumisión provocadora y amorosa”, al servicio de los pobres, en gesto de paz, podrá decirse que ella cree de verdad en su evangelio.

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