Publicado por Entra y Verás
A veces la espiritualidad ha presentado a Jesús como un detergente mágico que borra y quita pecados. Pero lo que Jesús demostró con su vida es que las faltas se borran a base de amor, no de sacrificios y esfuerzos innecesarios. El blanco nuclear se consigue a fuerza de ternura con los de cerca.
Los anuncios de detergentes intentan convencernos de que su fórmula es la mejor para acabar con las manchas sin que tengamos que frotar y utilizando para ello la menor cantidad de producto. El blanco nuclear no resulta tan complicado de obtener. Nosotros puede que también confundamos a Jesús con un poco de detergente o los sacramentos con un quitamanchas que, sin frotar, sin que nos enteremos, sólo con ponernos a remojo cada domingo ya quedamos limpios a los ojos de Dios.
Hoy Juan al definir a Jesús como Cordero de Dios le atribuye por analogía la figura del siervo de Yahvé que carga con el pecado del mundo y que le lleva a la muerte. Esto era algo que se entendía muy bien en la mentalidad judía de la época para quienes el castigo estaba indisolublemente unido al pecado, que podía recaer en el pecador o en otro de su familia, de su pueblo, etc… Para liberarse del pecado utilizaban el chivo expiatorio que enviaban al desierto.
Este título, mal interpretado, es del gusto de la más rancia teología que ve en Jesús un extraterrestre o un robot a quien no le importaron un bledo los problemas del mundo, porque Él sólo estaba programado para morir y alcanzarnos la salvación. Esto no deja de ser una barbaridad, pero no está muy lejos de la representación de un cordero con unas alforjas llenas de pecados destinado a pagar hasta la ultima gota de su sangre. Aceptar y defender esto supone cortar de raíz la dimensión profética de Jesús. Todo lo que fue su vida y su predicación en la que a fuerza de ternura, de compasión, de cariño y de denuncia, eliminó el sufrimiento y la discriminación. Jesús, como el nuevo Cordero muerto en la cruz por amor, por medio de su sangre derramada, inaugura el camino que permita liberar al hombre del pecado del mundo, es decir, de todo lo que oprime, explota, adocena, manipula, maltrata, ahoga y asesina la vida humana.
En mi opinión hoy se hace necesaria esta reflexión pues nos lleva a ver un Jesús humano, de carne y hueso y cercano con los problemas y sufrimientos de su época, que marca un camino de amor al que no hay nada que se resista. Si nos quedamos con un Jesús detergente concentrado o quitamanchas de bolsillo que podemos utilizar en cualquier momento para borrar nuestras manchas ¿Qué puede decirnos? ¿Qué puede decirle al hombre de hoy? Parece que la única tarea del cristiano es intentar aplacar cada día la ira de Dios a fuerza de sacrificios. ¿Ese es a quien hay que seguir, una persona que en vez de felicidad trajo un manual de instrucciones para hacer la colada de nuestra conciencia: agachar la cabeza y ser buenas ovejas? Seguimos a Jesús que no fue ningún alma en pena, ni ningún místico de mercadillo con cara de ido que fuese repartiendo jaculatorias y bendiciones como quien espera aplausos y palmaditas para sentirse importante. Jesús tenía ideas claras no era ningún melindres. Fue un hombre carismático movido por el Espíritu y en permanente comunicación con Dios; capaz de plantear exigencias radicales y de suscitar adhesión en sus oyentes entusiasmados por sus ideas, que esperaban que con Él sus condiciones de vida cambiasen radicalmente. Sinceramente creo que esto tiene bastante poco que ver con un manso corderito con vocación masoquista.
Los seguidores de Jesús estamos llamados a liberar de la injusticia, intentar borrar las manchas del dolor y del sufrimiento a fuerza de cariño y cercanía. Basta ya de pensar que nuestras lágrimas aquí equivalen a una habitación con vistas al trono de Dios en el cielo. Vale ya de pensar y de decir que Jesús sonreía ante un dolor de muelas porque esa era su vocación. Jesús, como veíamos el domingo pasado, contaba con todo el amor de Dios y estaba lleno del Espíritu. Ese si es un buen quitamanchas para nuestro mundo. no sólo para nosotros. No pensemos en Jesús como un Cordero, sin iniciativa, ni pensamiento propio destinado a sufrir. Eso quizá sirva para un guión de cine pero no para dar sentido a nuestras vidas.
Roberto Sayalero Sanz, agustino recoleto. Colegio San Agustín (Valladolid, España)
Los anuncios de detergentes intentan convencernos de que su fórmula es la mejor para acabar con las manchas sin que tengamos que frotar y utilizando para ello la menor cantidad de producto. El blanco nuclear no resulta tan complicado de obtener. Nosotros puede que también confundamos a Jesús con un poco de detergente o los sacramentos con un quitamanchas que, sin frotar, sin que nos enteremos, sólo con ponernos a remojo cada domingo ya quedamos limpios a los ojos de Dios.
Hoy Juan al definir a Jesús como Cordero de Dios le atribuye por analogía la figura del siervo de Yahvé que carga con el pecado del mundo y que le lleva a la muerte. Esto era algo que se entendía muy bien en la mentalidad judía de la época para quienes el castigo estaba indisolublemente unido al pecado, que podía recaer en el pecador o en otro de su familia, de su pueblo, etc… Para liberarse del pecado utilizaban el chivo expiatorio que enviaban al desierto.
Este título, mal interpretado, es del gusto de la más rancia teología que ve en Jesús un extraterrestre o un robot a quien no le importaron un bledo los problemas del mundo, porque Él sólo estaba programado para morir y alcanzarnos la salvación. Esto no deja de ser una barbaridad, pero no está muy lejos de la representación de un cordero con unas alforjas llenas de pecados destinado a pagar hasta la ultima gota de su sangre. Aceptar y defender esto supone cortar de raíz la dimensión profética de Jesús. Todo lo que fue su vida y su predicación en la que a fuerza de ternura, de compasión, de cariño y de denuncia, eliminó el sufrimiento y la discriminación. Jesús, como el nuevo Cordero muerto en la cruz por amor, por medio de su sangre derramada, inaugura el camino que permita liberar al hombre del pecado del mundo, es decir, de todo lo que oprime, explota, adocena, manipula, maltrata, ahoga y asesina la vida humana.
En mi opinión hoy se hace necesaria esta reflexión pues nos lleva a ver un Jesús humano, de carne y hueso y cercano con los problemas y sufrimientos de su época, que marca un camino de amor al que no hay nada que se resista. Si nos quedamos con un Jesús detergente concentrado o quitamanchas de bolsillo que podemos utilizar en cualquier momento para borrar nuestras manchas ¿Qué puede decirnos? ¿Qué puede decirle al hombre de hoy? Parece que la única tarea del cristiano es intentar aplacar cada día la ira de Dios a fuerza de sacrificios. ¿Ese es a quien hay que seguir, una persona que en vez de felicidad trajo un manual de instrucciones para hacer la colada de nuestra conciencia: agachar la cabeza y ser buenas ovejas? Seguimos a Jesús que no fue ningún alma en pena, ni ningún místico de mercadillo con cara de ido que fuese repartiendo jaculatorias y bendiciones como quien espera aplausos y palmaditas para sentirse importante. Jesús tenía ideas claras no era ningún melindres. Fue un hombre carismático movido por el Espíritu y en permanente comunicación con Dios; capaz de plantear exigencias radicales y de suscitar adhesión en sus oyentes entusiasmados por sus ideas, que esperaban que con Él sus condiciones de vida cambiasen radicalmente. Sinceramente creo que esto tiene bastante poco que ver con un manso corderito con vocación masoquista.
Los seguidores de Jesús estamos llamados a liberar de la injusticia, intentar borrar las manchas del dolor y del sufrimiento a fuerza de cariño y cercanía. Basta ya de pensar que nuestras lágrimas aquí equivalen a una habitación con vistas al trono de Dios en el cielo. Vale ya de pensar y de decir que Jesús sonreía ante un dolor de muelas porque esa era su vocación. Jesús, como veíamos el domingo pasado, contaba con todo el amor de Dios y estaba lleno del Espíritu. Ese si es un buen quitamanchas para nuestro mundo. no sólo para nosotros. No pensemos en Jesús como un Cordero, sin iniciativa, ni pensamiento propio destinado a sufrir. Eso quizá sirva para un guión de cine pero no para dar sentido a nuestras vidas.
Roberto Sayalero Sanz, agustino recoleto. Colegio San Agustín (Valladolid, España)
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