Publicado por Iglesia que Camina
“SI CONOCIERAS EL DON DE DIOS”
La gran pregunta que inquieta a la mujer samaritana es: “Si conocieras el don de Dios...” La acusa de no aceptar a Dios. Ni la acusa de tener en su corazón tantos dioses. Simplemente le hace sentir que aún no ha descubierto a Dios como don, como regalo.
Es el problema de cada uno de nosotros. Hoy, con suma facilidad, excluimos a Dios de nuestras vidas. Preferimos vivir sin Él o al margen de Él. Como que no lo necesitamos o, incluso, como si Dios fuese un estorbo en nuestras vidas.
¿Será porque somos malos? Yo no lo creo. Más bien me atrevo a decir que nuestro problema es que no conocemos a Dios como “don”, como el gran “regalo de nuestras vidas”.
Para muchos, Dios resulta algo intrascendente. Se puede vivir tranquilamente sin Él.
Para otros, Dios suele ser un estorbo que nos impide vivir y siempre nos está poniendo cortapisas.
Para otros, Dios termina siendo un fastidio porque nos impide disfrutar de aquello que a nosotros nos interesa y nos gusta.
No. Yo no creo que haya mala voluntad en nuestros corazones. Sencillamente que no hemos descubierto a Dios como el gran bien de nuestras vidas, como el único que puede apagar nuestra sed y el único que puede llenarnos y dar sentido a nuestras vidas. Tal vez la culpa no esté en la gente, sino en quienes hemos presentado un Dios, por una parte complicado y fastidioso y, por otra, un Dios inútil sin el cual se puede vivir tranquilamente y sin mayores conflictos y problemas.
No hemos descubierto a Dios como nuestro gran “don”, como el gran regalo que se nos hace. Ese era el problema de la samaritana que llena su vida de maridos y no lograba apagar su sed. Llenaba su vida de hombres y su corazón seguía vacío. Cada día tenía que cargar con su cubo y venir al pozo a buscar agua porque la que tenía en casa se agotaba cada día.
Descubrir a Dios como “don” es reconocerlo como un regalo, como el que es capaz de darnos sentido, de hacernos felices, de apagar nuestra sed de felicidad, de apagar nuestras ansias y anhelos de las cosas. En realidad, nuestras vidas podrán tener momentos de alegría y de placer y hasta pasar los días inútilmente, aunque sólo Él es capaz de llenarnos y darnos plenitud. Esto no se logra con simples ideas, sino sólo cuando le abrimos nuestro corazón y dejamos que Él lo llene. Conocer a Dios como don no es cuestión de ideas, es problema de experiencias, de experimentarlo y vivirlo. Hay que hacer la prueba.
Es curioso el encuentro de Jesús con la mujer de Samaria. No discute con ella. No discute de religión. No discute sobre sus dioses. No discute sobre tantos maridos. Es que discutir es poner al otro en autos para comenzar a defenderse. Dios prefiere que bajemos la guardia y vayamos abriéndole nuestro corazón. Jesús sencillamente dialoga y lo hace de la manera más sencilla. Es por ese camino que va entrando en ella como el aceite sobre la madera, se va metiendo en su corazón casi sin que ella se entere.
Jesús dialoga sin ofenderse. La mujer comienza muy tiesa, retadora: “¿Cómo tú siendo judío me pides a mí de beber?” Jesús no responde al reto, sencillamente desvía la conversación y la va envolviendo en el misterio de la sed y de la gracia. Tampoco le echa discursos vacíos, sencillamente se mete por las pocas rendijillas que ella deja abiertas. Comienza por la sed, sigue con el agua, la lleva a un agua nueva, a un sed nueva hasta que termina dentro de su secreto: sus maridos. Cuando uno se siente tocado por dentro, comienza a abrirse. Se ve en el diálogo: primero Jesús es un judío, un enemigo, luego pasa a ser “Señor”, luego ya lo ve como un “profeta” y termina reconociéndole como el Mesías.
¿Por qué discutiremos tanto y tan inútilmente? Discutir es distanciarnos más y aferrarnos más a nuestras seguridades.
¿Por qué no dialogaremos más? Dialogar no sobre ideas, sino hablar desde el otro, desde lo que al otro le duele, desde lo que el otro lleva dentro. Entrar dentro del otro sin herirlo sino con amabilidad, con bondad, con respeto y deseos de responder a sus inquietudes. Ese es el verdadero diálogo, ese es el diálogo que nos lleva al encuentro, a bajar cada uno las armas y abrirnos mutuamente el corazón. ¿No podrían dialogar así los maridos y esposas? ¿No podrían dialogar así los padres y los hijos? ¿No podríamos dialogar así los pastores con nuestros fieles?
De ordinario todos caemos, de una u otra manera, en la autosuficiencia. Siempre nos presentamos como superiores a los demás. Los padres como superiores a los hijos. Los maridos como superiores a las esposas. Los sacerdotes superiores a los fieles. Los pastores como superiores al rebaño. Por eso resulta tan difícil entablar esa relación de tú a tú con los demás.
Es todo lo contrario a la actitud de Jesús. Jesús no se presenta ante la Samaritana como el que manda, que tiene la verdad, como el que lo tiene todo, se presenta como el “cansado que tiene que sentarse en el brocal del pozo”, como el que tiene sed, el que tiene el agua cerca, pero no tiene cubo. Como el que comienza no predicando ni exigiendo a la mujer, sino como el que se hace débil y comienza no por dar sino por pedir. “Dame de beber.” Resulta curioso que quien es capaz de saciar la sed de todos, se rebaje a pedir que una mujer de poca reputación le “de de beber a El”.
¿No podríamos comenzar por preguntar antes de comenzar por dar respuestas?
¿No podríamos comenzar por expresar que también nosotros nos podemos equivocar antes de presentar como los que lo sabemos todo y somos infalibles?
¿No podríamos comenzar por pedir consejo antes de atiborrar de consejos a los demás?
¿No podríamos comenzar por sentir que necesitamos de los demás antes de presentarnos como los que somos indispensables para todo el mundo?
Dios comienza siempre desde abajo. Nosotros nos empeñamos en comenzar siempre desde arriba. Por eso nadie nos hace caso. Por eso no llegamos ni al corazón de la esposa ni al corazón de los hijos, ni al corazón de los fieles. Es que la autosuficiencia no es el mejor camino para abrir los corazones. En cambio, la sencillez, el sentirnos necesitamos, en demostrar que los demás son importantes para nosotros, nos abre el camino del corazón de los demás.
“Allí, junto a aquel pozo,
Convidaste, Señor, a mi alma herida
Con las aguas eternas, que, gustadas,
Encienden más la sed del agua viva.
Ella, la pecadora,
Del mal de tus ausencias padecía,
Y en un instante descubrió los hondos,
Los claros manantiales de la dicha.
Nueva samaritana,
Mi alma se hace, Señor, la encontradiza
En tus caminos interiores.
¡Oye, no pases de prisa!
¡He aquí el pozo, el corazón, el agua,
Reposa tu fatiga!
¡Oiga yo tus palabras! ¡Haga un alto
Tu amor en mi conquista!
¡He aquí el brocal del corazón!
¡Sentaos aquí, junto a mi vida!”
(Chaupourcin)
Todos vamos sedientos por la vida.
Todos buscando el agua fresca.
Todos necesitamos encontrarnos
con Él sentado junto a la fuente.
Todos necesitamos de un Dios sentado a nuestro lado,
que algún día nos pida también a nosotros de beber.
Cuando Él beba nuestra agua,
nosotros beberemos de la suya.
Entonces ya no tendremos más
de tantas cosas inútiles de la vida.
¿Sabes las veces que tu lado,
también agua Él te ha pedido?
¿Y sabes cuántas veces
con sed de tu vida le has dejado?
Pues aunque Él agua te pida,
Él será el agua viva.
Mañana todo puede ser diferente dentro de ti, si te decides tú mismo a cambiar. Es tan fácil eso que te basta decir un “sí”. Te he dicho un “sí” y no un “me gustaría”. Atrévete a decirte sí a ti mismo y verás que mañana te sientes otro diferente a los que eres hoy.
Mañana todo puede ser diferente en tu hogar, si tú te decides a ser diferente contigo mismo y con los tuyos. No les culpes a ellos de las cosas que pasan. Tú eres el primer culpable de que las cosas no anden y también de que las cosas sean distintas.
Mañana todo puede ser diferente en tu trabajo. Basta que mañana, cuando llegues, vean todos que tú has cambiado, que eres otro. Que ya no regañas, ya no te molestas, ni te enfadas sino que sonríes y cantas. De ti depende eso. ¿No te parece fácil?
Mañana todo puede ser diferente en la Iglesia. Claro, si tú te decides a cambiar y en vez de ser un tipo pasivo que todo lo espera de la Iglesia te decides a construir Iglesia, hacer Iglesia y darle vida a la Iglesia. ¿Sabías que el hoy y el mañana de la Iglesia dependen de ti?
Mañana puede ser todo diferente en el mundo, siempre y cuando tú seas diferente. El mundo nunca fue malo, somos nosotros quienes lo reventamos y averiamos. Por eso, basta que tú cambies, que tú seas distinto, para que todo cambie en torno a ti. ¡Qué baratos suelen ser los cambios en la vida!
Mañana pude ser todo diferente. ¿Sabes por qué? Porque mañana tú puedes mirar la vida con ojos distintos, con ojos nuevos, con ojos de esperanza. Mañana puedes mirar las cosas por encima de lo que son, verlas como tienen que ser, y el mundo habrá cambiado.
Mañana puede ser todo diferente. ¿Sabes por qué? Porque hoy Dios es capaz de cambiarte el corazón, cambiarte la cabeza, cambiarte el egoísmo que llevas dentro. ¿Te atreves a dejarte cambiar por Él para que mañana todo sea diferente? Dios tiene la oferta y tú tienes la palabra.
Es el problema de cada uno de nosotros. Hoy, con suma facilidad, excluimos a Dios de nuestras vidas. Preferimos vivir sin Él o al margen de Él. Como que no lo necesitamos o, incluso, como si Dios fuese un estorbo en nuestras vidas.
¿Será porque somos malos? Yo no lo creo. Más bien me atrevo a decir que nuestro problema es que no conocemos a Dios como “don”, como el gran “regalo de nuestras vidas”.
Para muchos, Dios resulta algo intrascendente. Se puede vivir tranquilamente sin Él.
Para otros, Dios suele ser un estorbo que nos impide vivir y siempre nos está poniendo cortapisas.
Para otros, Dios termina siendo un fastidio porque nos impide disfrutar de aquello que a nosotros nos interesa y nos gusta.
No. Yo no creo que haya mala voluntad en nuestros corazones. Sencillamente que no hemos descubierto a Dios como el gran bien de nuestras vidas, como el único que puede apagar nuestra sed y el único que puede llenarnos y dar sentido a nuestras vidas. Tal vez la culpa no esté en la gente, sino en quienes hemos presentado un Dios, por una parte complicado y fastidioso y, por otra, un Dios inútil sin el cual se puede vivir tranquilamente y sin mayores conflictos y problemas.
No hemos descubierto a Dios como nuestro gran “don”, como el gran regalo que se nos hace. Ese era el problema de la samaritana que llena su vida de maridos y no lograba apagar su sed. Llenaba su vida de hombres y su corazón seguía vacío. Cada día tenía que cargar con su cubo y venir al pozo a buscar agua porque la que tenía en casa se agotaba cada día.
Descubrir a Dios como “don” es reconocerlo como un regalo, como el que es capaz de darnos sentido, de hacernos felices, de apagar nuestra sed de felicidad, de apagar nuestras ansias y anhelos de las cosas. En realidad, nuestras vidas podrán tener momentos de alegría y de placer y hasta pasar los días inútilmente, aunque sólo Él es capaz de llenarnos y darnos plenitud. Esto no se logra con simples ideas, sino sólo cuando le abrimos nuestro corazón y dejamos que Él lo llene. Conocer a Dios como don no es cuestión de ideas, es problema de experiencias, de experimentarlo y vivirlo. Hay que hacer la prueba.
DIOS NO DISCUTE SINO QUE DIALOGA
Es curioso el encuentro de Jesús con la mujer de Samaria. No discute con ella. No discute de religión. No discute sobre sus dioses. No discute sobre tantos maridos. Es que discutir es poner al otro en autos para comenzar a defenderse. Dios prefiere que bajemos la guardia y vayamos abriéndole nuestro corazón. Jesús sencillamente dialoga y lo hace de la manera más sencilla. Es por ese camino que va entrando en ella como el aceite sobre la madera, se va metiendo en su corazón casi sin que ella se entere.
Jesús dialoga sin ofenderse. La mujer comienza muy tiesa, retadora: “¿Cómo tú siendo judío me pides a mí de beber?” Jesús no responde al reto, sencillamente desvía la conversación y la va envolviendo en el misterio de la sed y de la gracia. Tampoco le echa discursos vacíos, sencillamente se mete por las pocas rendijillas que ella deja abiertas. Comienza por la sed, sigue con el agua, la lleva a un agua nueva, a un sed nueva hasta que termina dentro de su secreto: sus maridos. Cuando uno se siente tocado por dentro, comienza a abrirse. Se ve en el diálogo: primero Jesús es un judío, un enemigo, luego pasa a ser “Señor”, luego ya lo ve como un “profeta” y termina reconociéndole como el Mesías.
¿Por qué discutiremos tanto y tan inútilmente? Discutir es distanciarnos más y aferrarnos más a nuestras seguridades.
¿Por qué no dialogaremos más? Dialogar no sobre ideas, sino hablar desde el otro, desde lo que al otro le duele, desde lo que el otro lleva dentro. Entrar dentro del otro sin herirlo sino con amabilidad, con bondad, con respeto y deseos de responder a sus inquietudes. Ese es el verdadero diálogo, ese es el diálogo que nos lleva al encuentro, a bajar cada uno las armas y abrirnos mutuamente el corazón. ¿No podrían dialogar así los maridos y esposas? ¿No podrían dialogar así los padres y los hijos? ¿No podríamos dialogar así los pastores con nuestros fieles?
LA AUTOSUFICIENCIA ES UN ESTORBO
De ordinario todos caemos, de una u otra manera, en la autosuficiencia. Siempre nos presentamos como superiores a los demás. Los padres como superiores a los hijos. Los maridos como superiores a las esposas. Los sacerdotes superiores a los fieles. Los pastores como superiores al rebaño. Por eso resulta tan difícil entablar esa relación de tú a tú con los demás.
Es todo lo contrario a la actitud de Jesús. Jesús no se presenta ante la Samaritana como el que manda, que tiene la verdad, como el que lo tiene todo, se presenta como el “cansado que tiene que sentarse en el brocal del pozo”, como el que tiene sed, el que tiene el agua cerca, pero no tiene cubo. Como el que comienza no predicando ni exigiendo a la mujer, sino como el que se hace débil y comienza no por dar sino por pedir. “Dame de beber.” Resulta curioso que quien es capaz de saciar la sed de todos, se rebaje a pedir que una mujer de poca reputación le “de de beber a El”.
¿No podríamos comenzar por preguntar antes de comenzar por dar respuestas?
¿No podríamos comenzar por expresar que también nosotros nos podemos equivocar antes de presentar como los que lo sabemos todo y somos infalibles?
¿No podríamos comenzar por pedir consejo antes de atiborrar de consejos a los demás?
¿No podríamos comenzar por sentir que necesitamos de los demás antes de presentarnos como los que somos indispensables para todo el mundo?
Dios comienza siempre desde abajo. Nosotros nos empeñamos en comenzar siempre desde arriba. Por eso nadie nos hace caso. Por eso no llegamos ni al corazón de la esposa ni al corazón de los hijos, ni al corazón de los fieles. Es que la autosuficiencia no es el mejor camino para abrir los corazones. En cambio, la sencillez, el sentirnos necesitamos, en demostrar que los demás son importantes para nosotros, nos abre el camino del corazón de los demás.
JUNTO AL POZO
“Allí, junto a aquel pozo,
Convidaste, Señor, a mi alma herida
Con las aguas eternas, que, gustadas,
Encienden más la sed del agua viva.
Ella, la pecadora,
Del mal de tus ausencias padecía,
Y en un instante descubrió los hondos,
Los claros manantiales de la dicha.
Nueva samaritana,
Mi alma se hace, Señor, la encontradiza
En tus caminos interiores.
¡Oye, no pases de prisa!
¡He aquí el pozo, el corazón, el agua,
Reposa tu fatiga!
¡Oiga yo tus palabras! ¡Haga un alto
Tu amor en mi conquista!
¡He aquí el brocal del corazón!
¡Sentaos aquí, junto a mi vida!”
(Chaupourcin)
Todos vamos sedientos por la vida.
Todos buscando el agua fresca.
Todos necesitamos encontrarnos
con Él sentado junto a la fuente.
Todos necesitamos de un Dios sentado a nuestro lado,
que algún día nos pida también a nosotros de beber.
Cuando Él beba nuestra agua,
nosotros beberemos de la suya.
Entonces ya no tendremos más
de tantas cosas inútiles de la vida.
¿Sabes las veces que tu lado,
también agua Él te ha pedido?
¿Y sabes cuántas veces
con sed de tu vida le has dejado?
Pues aunque Él agua te pida,
Él será el agua viva.
MAÑANA TODO SERÁ DIFERENTE
Mañana todo puede ser diferente dentro de ti, si te decides tú mismo a cambiar. Es tan fácil eso que te basta decir un “sí”. Te he dicho un “sí” y no un “me gustaría”. Atrévete a decirte sí a ti mismo y verás que mañana te sientes otro diferente a los que eres hoy.
Mañana todo puede ser diferente en tu hogar, si tú te decides a ser diferente contigo mismo y con los tuyos. No les culpes a ellos de las cosas que pasan. Tú eres el primer culpable de que las cosas no anden y también de que las cosas sean distintas.
Mañana todo puede ser diferente en tu trabajo. Basta que mañana, cuando llegues, vean todos que tú has cambiado, que eres otro. Que ya no regañas, ya no te molestas, ni te enfadas sino que sonríes y cantas. De ti depende eso. ¿No te parece fácil?
Mañana todo puede ser diferente en la Iglesia. Claro, si tú te decides a cambiar y en vez de ser un tipo pasivo que todo lo espera de la Iglesia te decides a construir Iglesia, hacer Iglesia y darle vida a la Iglesia. ¿Sabías que el hoy y el mañana de la Iglesia dependen de ti?
Mañana puede ser todo diferente en el mundo, siempre y cuando tú seas diferente. El mundo nunca fue malo, somos nosotros quienes lo reventamos y averiamos. Por eso, basta que tú cambies, que tú seas distinto, para que todo cambie en torno a ti. ¡Qué baratos suelen ser los cambios en la vida!
Mañana pude ser todo diferente. ¿Sabes por qué? Porque mañana tú puedes mirar la vida con ojos distintos, con ojos nuevos, con ojos de esperanza. Mañana puedes mirar las cosas por encima de lo que son, verlas como tienen que ser, y el mundo habrá cambiado.
Mañana puede ser todo diferente. ¿Sabes por qué? Porque hoy Dios es capaz de cambiarte el corazón, cambiarte la cabeza, cambiarte el egoísmo que llevas dentro. ¿Te atreves a dejarte cambiar por Él para que mañana todo sea diferente? Dios tiene la oferta y tú tienes la palabra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario