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miércoles, 30 de marzo de 2011

IV Domingo de Cuaresma (Jn 9,1-41) - Ciclo A: ABRIR LOS OJOS



Posiblemente, bastantes juzgarán excesivamente negativa la afirmación del pensador húngaro Ladislaus Boros cuando dice que «nuestra vida es en gran parte una mentira».
Es cierto que hay en nosotros momentos de honradez, lealtad y franqueza, y, sin embargo, ¿no es también cierto que, de alguna manera, nos mentimos a nosotros mismos a lo largo de toda la vida?
Con esto no queremos decir que nos pasemos la vida falseando los hechos o tratando de engañar a los que nos rodean. Se trata de algo más sutil y profundo. Lo podríamos llamar «inautenticidad de nuestra existencia».
Nuestra vida consiste, en gran parte, en eludir. No queremos enfrentarnos a lo que nos obligaría a cambiar. No queremos reconocer nuestras equivocaciones y nuestro pecado. Quizás no obramos con mala intención. Sencillamente eludimos lo que nos urgiría a vivir con más verdad.
No escuchamos las llamadas que nacen desde nuestra conciencia, invitándonos a ser mejores. Pasamos de largo ante todo aquello que cuestiona nuestra vida. No mentimos con nuestra boca, pero mentimos con nuestra vida.
Preferimos seguir cerrando los ojos y el corazón. Tal vez, proclamamos los grandes ideales de «verdad», «justicia» y «paz» para otros. Pero nosotros no damos ningún paso para transformar nuestra vida.
Entonces corremos el riesgo de limitarnos a «vegetar». Casi sin advertirlo, nuestra vida se va haciendo monótona e insulsa. Tratamos de reavivarla con mil distracciones y proyectos, pero la monotonía va envolviendo lentamente toda nuestra existencia de tedio y vaciedad.
El que no vive su vida desde su verdad más honda, puede conocer el éxito y el bienestar, pero no sabrá nunca lo que es la felicidad interior. Y la razón de este descontento es muy simple, aunque hoy casi todos lo olviden: el ser humano es incapaz de ser totalmente superficial.
De ahí la necesidad de reaccionar y dejar brotar en nosotros esa «verdad interior» que, una y otra vez, pugna por abrirse camino en nuestra vida.
Lo que necesitamos es mayor lealtad ante nosotros mismos y ante Dios. Una actitud más sincera y transparente que nos permita vernos tal como somos y abrirnos más humildemente a la verdad.
No encerrarnos tercamente en nuestra ceguera. No obstinarnos en defender lo que es indefendible en nuestra vida. No seguir engañándonos por más tiempo. Abrir los ojos.
El episodio de la curación del ciego de Siloé nos recuerda que cuando un hombre se deja iluminar y trabajar por Cristo, se le abren los ojos y comienza a verlo todo con luz nueva.

1 comentario:

JORGE dijo...

Cometemos una falta y a continuación nos engañamos relativizando (no es malo si es necesidad, no le hago daño a nadie, y por que no voy a hacerlo), y así muchas veces nos engañamos a nosotros mismos.

Gracias y bendiciones