Por mucho que digamos y queramos aparecer como insensibles, la vida se va jalonando de acontecimientos que dejan nuestros ojos nublados por las lágrimas, el corazón decimos, se nos hace un nudo estrecho que dificulta respirar y pensar, pero no todas las lágrimas son iguales.
Hay quien llora de alegría o de emoción ante un acontecimiento esperado o no, que llena el corazón de gozo y la vida de sentido. Es como contemplar el nacimiento de algo nuevo, la maduración de un fruto y aún desconociendo el futuro la satisfacción del momento llena los ojos de lágrimas.
Una pena también nos hace llorar. Hay penas silenciosas, quizás esperadas, como puede ser el dolor que nos genera la separación de un ser querido. En otros momentos lloramos por algún acontecimiento que modifica nuestras perspectivas y las como oscurece, pareciendo incluso que todo ha cambiado de sentido.
Pero más allá de cualquier lágrima el Señor nos devuelve la vista, abre nuestros ojos, nos ayuda y sostiene. El verdadero sentido de la vida lo hallamos en el Señor, el gozo bendito de una ilusión colmada, el sufrimiento silencioso y sereno por un corazón roto, sólo alcanzan su verdadera plenitud en el Dios que nos ama.
Seguramente aquellos con los que vivimos serán los instrumentos que el Señor pone a nuestro lado para que por medio de ellos descubramos el obrar de Dios quien después de una pena hará brillar nuevamente la luz, y sólo Él nos sostendrá cuando la alegría se quiebre.
Texto: Hna. Carmen Solé.
Publicado por Mi Vocación
Hay quien llora de alegría o de emoción ante un acontecimiento esperado o no, que llena el corazón de gozo y la vida de sentido. Es como contemplar el nacimiento de algo nuevo, la maduración de un fruto y aún desconociendo el futuro la satisfacción del momento llena los ojos de lágrimas.
Una pena también nos hace llorar. Hay penas silenciosas, quizás esperadas, como puede ser el dolor que nos genera la separación de un ser querido. En otros momentos lloramos por algún acontecimiento que modifica nuestras perspectivas y las como oscurece, pareciendo incluso que todo ha cambiado de sentido.
Pero más allá de cualquier lágrima el Señor nos devuelve la vista, abre nuestros ojos, nos ayuda y sostiene. El verdadero sentido de la vida lo hallamos en el Señor, el gozo bendito de una ilusión colmada, el sufrimiento silencioso y sereno por un corazón roto, sólo alcanzan su verdadera plenitud en el Dios que nos ama.
Seguramente aquellos con los que vivimos serán los instrumentos que el Señor pone a nuestro lado para que por medio de ellos descubramos el obrar de Dios quien después de una pena hará brillar nuevamente la luz, y sólo Él nos sostendrá cuando la alegría se quiebre.
Texto: Hna. Carmen Solé.
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