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domingo, 3 de julio de 2011

Domingo XIV del tiempo ordinario: Amar sin manual


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A la hora de aprender para unas cosas necesitamos estudiar, reflexionar, esforzarnos. Otras las entendemos en la propia vida a medida que vamos ejercitando el sentido común y la conciencia cívica. El mensaje de Jesús no necesita de demasiadas profundidades, es una carga ligera. Solamente hay que amar.

A medida que la tecnología ha ido avanzando se han ido añadiendo más funciones y utilidades a los más sencillos artilugios, de manera que nos vemos condenados a la tortura de leer un interminable manual de instrucciones en el que se detallan las infinitas capacidades del aparato por no soportar el “cargo de conciencia” de explotar a medias las capacidades del aparato.

Por el contrario, el mensaje que intentó transmitir Jesús no necesitaba de mucha formación, ni de muchos estudios para ser entendido, ni tampoco de muchos manuales de instrucciones en dieciocho idiomas. Simplemente alzó la bandera del sentido común y trató de lograr la felicidad para todos por medio de la igualdad y el respeto de los unos a los otros. Por este motivo, su mensaje fue acogido rápidamente por aquellos que estaban ansiando una liberación y lo anunciado por Jesús era para ellos una verdadera Buena Noticia, que iba bastante más allá de la palabrería pues contaba con el aval de las obras. Estos eran los más sencillos de la sociedad, no solo los ignorantes sino también los pobres, enfermos y pecadores públicos, vejados y oprimidos todos ellos por los sabios y poderosos de la época. Los seguidores de Jesús eran considerados incultos, poco piadosos y despreciables desde el punto de vista de los cumplidores, atornillados en los primeros puestos.

A continuación, Jesús invita a todos seguirle usando una expresión muy utilizada entre los rabinos para referirse a la obligatoriedad de cumplir todos y cada uno de los 613 preceptos que componían la Torá, de la misma forma que un esclavo ha de cumplir con su trabajo: Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré, porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera. La condición necesaria para la llegada del Reino era que todo el pueblo se sometiese a la ley, aceptar el yugo del reino era sinónimo de cumplir hasta la última coma de la ley, y por tanto tener asegurado el favor de Dios. Una vez más Jesús hace saltar por los aires esa concepción pues su mensaje, el Reino que anunciaba, será llevadero, agradable; no un fardo pesado y alienante. Pero eso no significa que Jesús haya rebajado la exigencia si no que ha puesto el acento en el amor que libera, acoge y construye fraternidad entre todos.

Creo que a nadie en sus cabales tenemos que darle ningún libro de instrucciones para ser feliz y contribuir a la felicidad de los demás. El mensaje del Reino, que nos conduce hacia el encuentro con Dios, a través del resto de seres humanos con quienes compartimos existencia, no es difícil de entender. De nada sirve cumplir seiscientos o mil preceptos si estos están huecos y no contribuyen más que a inflar nuestro ego y a que miremos a los demás por encima del hombro. Aquí no vale decir que no lo vivo porque no lo entiendo. La dificultad no está en cumplir sino en vivir, en poner, patas y rostro a nuestra fe. Aquí no hay libros de instrucciones interminables.

En mi opinión a la hora de presentar el evangelio nos quedamos muy por las ramas sin llegar a lo fundamental que consiste en abandonar el infantilismo de hacer las cosas por miedo para llegar a la madurez y la responsabilidad de quien hace algo por propia iniciativa, y porque considera que es bueno para él. Jesús no quiso complicar la vida a nadie si no hacerla más sencilla, y apetecible; lección no siempre tenida en cuenta por no pocos clérigos, confesores, directores espirituales y catequistas, miembros del gremio de los profetas de calamidades incapaces de cambiar el púlpito por la arena y la condena por la acogida ¿Acaso alguien va a encontrar descanso alguno si vive atemorizado por este Dios cascarrabias y negrero que vigila todos y cada uno de nuestros pasos? Tristemente, todavía tienen demasiado eco en la vida de muchos cristianos, los negros nubarrones cargados con un buen chaparrón de castigos para quien se desvíe del, para muchos, recto y único camino para el encuentro con Dios.

Ya es hora de dejar de calentarnos la cabeza y creer que la vida cristiana es un pulso entre Dios y nosotros o un galimatías en un libro de instrucciones en 20 idiomas. Hablemos claro: Vivimos para ser felices y para que los otros lo sean, si es posible más que nosotros. Jesús nos ofrece alivio y descanso. Sólo exige una cosa: amar y para eso no es necesario manual alguno. Solamente sentido común.

Roberto Sayalero Sanz, agustino recoleto. Colegio San Agustín (Valladolid, España)

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