En un ambiente con poca luz o delante del Santísimo, tratar de lograr orar en actitud ignaciana: “como si presente me hallase”, sin prisa, leer despacio e interiorizar cada frase.
Como cantos a lo largo de la celebración recomendamos, “Tierra firme, te siento en mis pies descalzos”, “Como el Padre me amó así os he amado”, “Quedaos aquí” (Canto de Taizé), “Hágase tu voluntad” (Canto de Ignacio Yepes).
El sentido de la oración de esta noche es contemplar a Jesús orando antes de su muerte, acompañarle en su soledad y tristeza, estar aquí, aunque no se nos ocurra nada, aunque no acabemos de ver su utilidad, vamos a estar y a escuchar, a hacer nuestra su situación y su oración desde la contemplación.
Vamos a hacer memoria de lo que allí se oyó y se vivió con intensidad. Hacer memoria no es sólo recordar, es revivir. Jesús se hace presente aquí esta noche con los mismos sentimientos de entrega y servicio, con los mismos deseos de expresarnos su amor. Nosotros somos hoy los discípulos amados, que quieren escuchar y acompañar, quieren orar y velar, quieren aunque no lo logran, queremos.
Queremos estar aquí contigo Jesús, porque sabemos que fue una hora difícil para ti, porque cuánto más sentías la necesidad de cercanía, te dejaron solo, porque en la hora de tu mayor lucidez, sus íntimos dormían, porque en esta hora de consciencia de todo lo que está por caerte encima, ellos no entienden nada.
Descubriremos hoy nuevamente, con qué amor más grande amó Jesús, especialmente a los doce, y qué distancia tan grande se contempla entre el maestro y los discípulos. Él tan divino, ellos tan humanos, él tan elevado, ellos tan mezquinos, cómo le dolería en el alma esa soledad tan grande que se percibe en Getsemaní. Por eso estamos aquí.
Iniciamos esta hora de oración haciendo silencio para preparar nuestro corazón para el encuentro con el Dios de Jesús, porque fue una hora difícil, hoy queremos regalarte una hora de nuestro tiempo, hacerte al menos hoy y nosotros compañía.
Empezamos leyendo pausadamente el texto del Evangelio de San Marcos:
“Cuando llegaron a un lugar llamado Getsemaní, dijo Jesús a sus discípulos:
- Sentaos aquí, mientras yo voy a orar.
Tomó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan. Comenzó a sentir pavor y angustia, y les dijo:
- Siento una tristeza mortal. Quedaos aquí y velad.
Y avanzando un poco más, se postró en tierra y suplicaba que, a ser posible, no tuviera que pasar por aquel trance. Decía:
- ¡Abba, Padre! Todo te es posible. Aparta de mí esta copa de amargura. Pero no se haga como yo quiero, sino como quieres tú.
Volvió y se los encontró dormidos. Y dijo a Pedro:
- Simón ¿duermes? ¿No has podido velar ni siquiera una hora? Velad y orad para que podáis hacer frente a la prueba, que el espíritu está bien dispuesto, pero la carne es débil.
Se alejó de nuevo y oró repitiendo lo mismo. Regresó y volvió a encontrarlos dormidos, pues sus ojos estaban cargados. Ellos no sabían que responderle. Volvió por tercera vez y les dijo:
- ¿Todavía estáis durmiendo y descansando? ¡Basta ya! Ha llegado la hora. Mirad el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. ¡Levantaos! Ya está aquí el que me va a entregar.” (Mc 14, 32-42)
Damos 5 minutos de silencio para releer personalmente y en silencio el texto varias veces, dejando que las palabras cobren vida en nuestro interior, nos imaginamos que estamos allí, que somos uno de los doce, o quizás Pedro, Santiago o Juan, vemos a Jesús alejado entre los olivos, nos vemos a nosotros mismos viéndolo y vamos dejando que el Evangelio cobre vida en nosotros, vamos perdiendo que el Espíritu penetre en nosotros a través de los ecos que el texto va despertando en nosotros, va generando Palabras nuevas y llamadas distintas.
Entre algunos voluntarios se leen nuevamente los versículos del Evangelio y su comentario, que pueden dar nuevos ecos del Espíritu a los suscitados en los 5 minutos de silencio y oración anteriores.
Yo voy a orar. Tomó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan.
Comenzó a sentir pavor y angustia, y les dijo:
Siento una tristeza mortal. Quedaos aquí y velad.
Jesús presiente que ha llegado su hora y siente necesidad de buscar al Padre, de estar con Él. Se acercan momentos duros. Los suyos no sólo no parecen enterarse, siguen sin hacerlo, Jesús no confía en que le puedan acompañar en este trance. No se lo pide, siente la soledad y acude a Dios que sabe no le va a dejar solo. Le duele la inconsciencia de sus discípulos por más que se ha esforzado en abrir sus ojos, le duele su no poder acompañarle, pero sabe que no es cosas de ellos, que todavía no están preparados, que ya lo estarán. Ahora es su hora, más tarde llegará la de ellos. A sus más cercanos les confiesa la tristeza que siente, empieza la hora triste, después de tanta vida compartida, de tantos momentos, de tanto camino recorrido, después de tantas emociones vividas, llega el bajón. Las tinieblas entran en su corazón: pavor, angustia, tristeza hasta la muerte. El mal no se da por vencido nunca, nunca tira la toalla, vuelve a la carga contra Jesús, ahora no le tienta con halagos sino con el miedo, el asco y el sinsentido. Es el misterio de la noche, de la debilidad, de la tentación.
Jesús se enfrentó al poder del mal, entró en conflicto con los poderosos que mantenían al pueblo oprimido, que distorsionaban a su favor la imagen de Dios, que colaboraban con un sistema injusto que ponía por encima de la persona al dinero, que marginaba por impuros a extranjeros y enfermos, que culpabilizaba al enfermo por su dolencia (‘si no pecó él, pecaron sus padres’), que había puesto la ley por encima del hombre, convertido el templo en un mercado o el mercado en el templo. Jesús cuestionó la blasfemia de quienes habían convertido a Dios en un ídolo manejable y denunció que el Dios que mostraban no era el Dios de la Alianza, aunque fue Él el condenado por blasfemo…
Jesús sabe que saldrá mal parado del enfrentamiento con los dueños de las tinieblas, y decide irrevocablemente subir a Jerusalén, donde afrontará la violencia del mal, la Pascua no ocurre porque sí, sino porque Jesús afronta el conflicto con la religiosidad establecida, con la complicidad de los jefes del pueblo y las fuerzas de la ocupación romana. Ante las posturas tomadas conscientemente a lo largo de su vida, no podía huir y renunciar a lo que era y pactar con los intereses del mal, tras la dura pelea en el desierto de Judea, Jesús volverá a enfrentarse con la mentira, llega ‘la hora y el poder de las tinieblas’, no seamos ingenuos, no menospreciemos el inmenso poder del mal…Jesús no lo hizo.
Se postró en tierra y suplicaba que, a ser posible,
no tuviera que pasar por aquel trance. Decía:
¡Abba, Padre! Todo te es posible. Aparta de mí esta copa de amargura.
Pero no se haga como yo quiero, sino como quieres tú.
Jesús se siente derrotado, cae de rodillas al suelo y suplica a su Padre, es demasiado el peso que cae sobre él, le pesa el futuro negro, le pesa el pecado del mundo, le pesa el sufrimiento humano, le pesa el mundo entero. No puede más y se derrumba. Pero queda de rodillas suplicando. Se siente tentado de echarse atrás, no quiere lo que se le avecina. Pero se deja vencer por Dios, se agarra a la fidelidad, al proyecto de persona y de mundo que ha mostrado, a no desdecirse, a no acobardarse, el Padre vence al mal.
En esta noche de oración en Getsemaní, Jesús refuerza su confianza en el Abba, quizás en el peor momento de su vida sigue descubriendo que su Padre le ama y protege, por ello Jesús, vulnerable, pero firme y con ánimo fuerte, con la confianza invencible de quien ‘ha conocido y creído’ lleva la decisión a las últimas consecuencias, actúa, afronta libre y valiente el conflicto, la hora del mal ha llegado, porque no hay escapatoria sin traicionar todo lo que ha dicho y hecho.
Volvió y se los encontró dormidos. Y dijo a Pedro:
Simón ¿duermes? ¿No has podido velar ni siquiera una hora?
Velad y orad para que podáis hacer frente a la prueba,
que el espíritu está bien dispuesto, pero la carne es débil.
En Getsemaní se hace palpable la decisión de Jesús y cómo asume la soledad que de ella se deriva. Se hace evidente que sabe lo que va a pasar, y que está dispuesto a pasar por ello. Jesús se siente solo, por la torpeza y cansancio de los suyos, ni siquiera sus amigos comprenden su decisión y entienden lo que va a pasar… ellos, ciegos e inconscientes, duermen mientras Él ve lo que se le viene encima.
En la oración de Getsemaní, Jesús sabe que no está solo, Dios está de su lado… aunque no pueda librarle de ese cáliz, aunque no pueda intervenir en la historia, aunque aparentemente nada cambie, todo cambia. Preparado y confiado en la fuerza de Dios, sin ser arrastrado por nadie, apoyado interiormente, aunque despojado de armaduras como David ante Goliat. Jesús consiente a ese amor que viene y nos toma, da su sí filial. Dios no violenta nunca la libertad de hombre, tampoco la de su Hijo.
Se alejó de nuevo y oró repitiendo lo mismo
La hora se hizo larga, Jesús no sabe más que repetir la misma oración al Abba, ¿cuántas veces lo diría? Pero era como si el Padre estuviera sordo, parecía que la oración rebotaba en el cielo. Jesús seguía suplicando, sólo Tú puedes, sé que Tú puedes, aparta de mía esta copa de amargura, cambia el curso de la historia, cambia el corazón de los hombres, vence al mal antes del combate final que me cueste la vida… Tú puedes
Volvió por tercera vez y les dijo:
¿Todavía estáis durmiendo y descansando?
Ni haberlos despertado en dos ocasiones anteriores, ni su haber compartido esa tristeza mortal que siente, ni haberlo visto caer al suelo y suplicar, quizás sollozando, puede con el cansancio de los discípulos. Cuántas veces tras la crucifixión volverían los discípulos a acordarse de esta escena, cuántas se dirían como no velamos y oramos con Él y por Él, cómo fuimos tan necios, tan egoístas, tan ciegos, cómo nos puedo el cansancio tan rápida y fácilmente, cómo… son tantas las lecturas que solemos hacer a posteriori cuando ya conocemos el desenlace los hechos, tantas… cómo no nos dimos cuenta…
¡Basta ya! Ha llegado la hora.
Mirad el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores.
¡Levantaos! Ya está aquí el que me va a entregar
En esta hora de la conciencia, de la entrega definitiva, Jesús asume que ha llegado la hora de dar la vida. Jesús se enfrenta al conflicto no desde la pasividad sacrificial, como quien ‘es llevado’ a la muerte presionado por las circunstancias, sino que se dirige a ese combate desigual que le llevará al patíbulo, la Cruz, como oveja llevada al matadero pero voluntariamente ‘yo doy mi vida para tomarla de nuevo. Nadie tiene poder para quitármela; soy Yo quien la doy por mi propia voluntad’ (Jn.10,17-18). Ya está aquí el que me va a entregar, pero yo tomo la iniciativa, antes de que me Judas me entregue, me entrego yo, se anticipó la gracia al mal. Por voluntad de Dios y de Jesús la iniciativa ya no es del pecado, sino del amor. La salvación no viene por una traición, sino por una ofrenda de amor. No es consecuencia de decisiones humanas, sino del compromiso de Dios con los hombres.
Damos 15 minutos para orar el texto del Evangelio y los comentarios. Cada uno elige las frases que mayor le resuenen en el corazón, y las repite y les da vida nueva, hasta que vayan cobrando significado para mí, para mi vida, para mis circunstancias.
Si hay tiempo y confianza podemos invitar a compartir lo que se ha orado personalmente y el significado que el Espíritu me ha revelado para mi vida.
Canto: “Padre me pongo en tus manos”
Padre, Padre, Padre, / Me pongo en tus manos. / Haz de mí lo que quieras / Sea lo que sea / Te doy las gracias. / Lo acepto todo, / Con tal de que tu voluntad / Se cumpla en mí / Y en todas tus criaturas.
No deseo nada más, Padre, / No deseo nada más. / Yo te ofrezco mi alma / Y te la doy con todo el amor de que soy capaz, / Porque deseo darme, / Ponerme en tus manos sin medida con infinita confianza, / Porque Tú eres mi Padre.
Jesús quiere en esta noche oscura dar la vida por cada uno de nosotros, por nuestras heridas, por nuestro pecado, por nuestro sufrir, por nuestro mal moral, por nuestra frágil condición. Por ti, Yo doy la vida por ti, quizás hoy no lo sepas o no lo quieras ver, pero cuando me entregué libremente y sin violencia alguna pensaba en ti, en que ti que necesitabas hoy que Yo te mostrara el camino del sentido.
Hemos contemplado a Jesús, su silencio, su oración, su tristeza y angustia, su petición de compañía y oración a sus amigos más íntimos, su perseverancia en pedirles por segunda vez que velen y oren para acabar desistiendo, su confianza en Dios, su afrontar el conflicto, su mantenerse en sus opciones vitales, su aceptar su vulnerabilidad y utilizar como única coraza de protección la confianza en Dios, su acción decidida: ¡Levantaos!, ¡vámonos!, su no querer sufrir pero aceptar el sufrimiento, su sí filial, su respuesta amorosa al amor primero: darlo todo, hasta la vida (no hay amor tan grande). Ya no puedo decir que nadie haya hecho por mí semejante acto de generosidad y entrega, semejante acto de amor. Jesús dio la vida por mí, ponle a ese mí tu nombre y hazte consciente del sacrificio que Jesús hizo esa noche oscura por ti, por tus pecados, por tu vida nueva. La entrega de Jesús debería engendrar en nosotros un deseo firme, una capacidad nueva: estar con Él, subir con Él a Jerusalén y acompañarle en su destino, sea el que sea. ¡Después ya se verá de lo que somos capaces!
Dejaremos 5 minutos de silencio para que los presentes se hagan más conscientes de que Jesús dio la vida por cada uno de nosotros.
Canto: “Como el Padre me amó yo os he amado”
Acabamos esta Hora Santa haciéndonos consciente de los miles de crucificados y despojados de nuestro mundo de hoy. Cristo es también hoy crucificado en ellos por todos los poderes del mal que siguen hoy actuando. En nuestro velar y orar, no sólo velamos y oramos con Cristo, sino por tantos hermanos nuestros que sufren hoy el destino de Cristo: las víctimas de las guerras y del terrorismo, los niños esclavos, los niños de la guerra, las niñas víctimas de la violencia sexual, las mujeres víctimas de la violencia de género, los hijos que son víctima de la violencia familiar, tantos seres inocentes que mueren hoy de hambre en un mundo donde hay recursos para todos, tantos hermanos que sufren y mueren por enfermedades hoy curables o que pueden prevenirse con vacuna, los inmigrantes que dejan todo lo que tienen y conocer para irse en busca de un presente mejor a países desconocidos, los enfermos, los que viven en la más absoluta soledad, los que viven en basureros de la basura que desechan los poderosos,… tantos y tanto crucificados y despojados, tantos empobrecidos para que otros podamos disfrutar de lo que no debería ser nuestro, tantos hermanos que viven en condiciones indignas, explotados laboralmente, sin derechos en su trabajo, sin descanso ni vacaciones, son tantos los que viven y trabajan en condiciones infrahumanas para que el Norte pueda consumir y mantener un nivel de vida mundialmente insostenible… tanto hermanos nuestros son los que sufren…
La vivencia del Espíritu debe cambiar nuestra mirada hacia los crucificados y despojados, hacia las criaturas heridas en su dignidad y machacadas en sus cuerpos. Cuando la mirada ha cambiado, al "yo" espiritual se le conmueven las entrañas, se enternece, se altera y descubre que la paz y la alegría del Espíritu aparecen cuando la vulnerabilidad te devuelve solidariamente a las criaturas. Tenemos la honda percepción que los que sufren ya no son un pretexto para mi correcta actuación sino que el Espíritu nos abraza en comunión solidaria. También hoy les traemos a nuestra oración, y velamos y oramos por todos ellos.
Finalizamos poniendo en común situaciones de injusticia, trayendo a este momento los nombres de personas que conozcamos son hoy crucificados y despojados de su dignidad de Hijos de Dios, para hacernos más conscientes de su vida, de su sufrir, de su soledad, y salir de aquí con el compromiso firme de estar más con ellos, de sentirnos más unidos a su dolor, de querer acompañarles en su cruz, de sentir la llamada de Dios a cambiar nuestra vida para hacer la suya algo menos dolorosa.
Como cantos a lo largo de la celebración recomendamos, “Tierra firme, te siento en mis pies descalzos”, “Como el Padre me amó así os he amado”, “Quedaos aquí” (Canto de Taizé), “Hágase tu voluntad” (Canto de Ignacio Yepes).
El sentido de la oración de esta noche es contemplar a Jesús orando antes de su muerte, acompañarle en su soledad y tristeza, estar aquí, aunque no se nos ocurra nada, aunque no acabemos de ver su utilidad, vamos a estar y a escuchar, a hacer nuestra su situación y su oración desde la contemplación.
Vamos a hacer memoria de lo que allí se oyó y se vivió con intensidad. Hacer memoria no es sólo recordar, es revivir. Jesús se hace presente aquí esta noche con los mismos sentimientos de entrega y servicio, con los mismos deseos de expresarnos su amor. Nosotros somos hoy los discípulos amados, que quieren escuchar y acompañar, quieren orar y velar, quieren aunque no lo logran, queremos.
Queremos estar aquí contigo Jesús, porque sabemos que fue una hora difícil para ti, porque cuánto más sentías la necesidad de cercanía, te dejaron solo, porque en la hora de tu mayor lucidez, sus íntimos dormían, porque en esta hora de consciencia de todo lo que está por caerte encima, ellos no entienden nada.
Descubriremos hoy nuevamente, con qué amor más grande amó Jesús, especialmente a los doce, y qué distancia tan grande se contempla entre el maestro y los discípulos. Él tan divino, ellos tan humanos, él tan elevado, ellos tan mezquinos, cómo le dolería en el alma esa soledad tan grande que se percibe en Getsemaní. Por eso estamos aquí.
Iniciamos esta hora de oración haciendo silencio para preparar nuestro corazón para el encuentro con el Dios de Jesús, porque fue una hora difícil, hoy queremos regalarte una hora de nuestro tiempo, hacerte al menos hoy y nosotros compañía.
Empezamos leyendo pausadamente el texto del Evangelio de San Marcos:
“Cuando llegaron a un lugar llamado Getsemaní, dijo Jesús a sus discípulos:
- Sentaos aquí, mientras yo voy a orar.
Tomó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan. Comenzó a sentir pavor y angustia, y les dijo:
- Siento una tristeza mortal. Quedaos aquí y velad.
Y avanzando un poco más, se postró en tierra y suplicaba que, a ser posible, no tuviera que pasar por aquel trance. Decía:
- ¡Abba, Padre! Todo te es posible. Aparta de mí esta copa de amargura. Pero no se haga como yo quiero, sino como quieres tú.
Volvió y se los encontró dormidos. Y dijo a Pedro:
- Simón ¿duermes? ¿No has podido velar ni siquiera una hora? Velad y orad para que podáis hacer frente a la prueba, que el espíritu está bien dispuesto, pero la carne es débil.
Se alejó de nuevo y oró repitiendo lo mismo. Regresó y volvió a encontrarlos dormidos, pues sus ojos estaban cargados. Ellos no sabían que responderle. Volvió por tercera vez y les dijo:
- ¿Todavía estáis durmiendo y descansando? ¡Basta ya! Ha llegado la hora. Mirad el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. ¡Levantaos! Ya está aquí el que me va a entregar.” (Mc 14, 32-42)
Damos 5 minutos de silencio para releer personalmente y en silencio el texto varias veces, dejando que las palabras cobren vida en nuestro interior, nos imaginamos que estamos allí, que somos uno de los doce, o quizás Pedro, Santiago o Juan, vemos a Jesús alejado entre los olivos, nos vemos a nosotros mismos viéndolo y vamos dejando que el Evangelio cobre vida en nosotros, vamos perdiendo que el Espíritu penetre en nosotros a través de los ecos que el texto va despertando en nosotros, va generando Palabras nuevas y llamadas distintas.
Entre algunos voluntarios se leen nuevamente los versículos del Evangelio y su comentario, que pueden dar nuevos ecos del Espíritu a los suscitados en los 5 minutos de silencio y oración anteriores.
Yo voy a orar. Tomó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan.
Comenzó a sentir pavor y angustia, y les dijo:
Siento una tristeza mortal. Quedaos aquí y velad.
Jesús presiente que ha llegado su hora y siente necesidad de buscar al Padre, de estar con Él. Se acercan momentos duros. Los suyos no sólo no parecen enterarse, siguen sin hacerlo, Jesús no confía en que le puedan acompañar en este trance. No se lo pide, siente la soledad y acude a Dios que sabe no le va a dejar solo. Le duele la inconsciencia de sus discípulos por más que se ha esforzado en abrir sus ojos, le duele su no poder acompañarle, pero sabe que no es cosas de ellos, que todavía no están preparados, que ya lo estarán. Ahora es su hora, más tarde llegará la de ellos. A sus más cercanos les confiesa la tristeza que siente, empieza la hora triste, después de tanta vida compartida, de tantos momentos, de tanto camino recorrido, después de tantas emociones vividas, llega el bajón. Las tinieblas entran en su corazón: pavor, angustia, tristeza hasta la muerte. El mal no se da por vencido nunca, nunca tira la toalla, vuelve a la carga contra Jesús, ahora no le tienta con halagos sino con el miedo, el asco y el sinsentido. Es el misterio de la noche, de la debilidad, de la tentación.
Jesús se enfrentó al poder del mal, entró en conflicto con los poderosos que mantenían al pueblo oprimido, que distorsionaban a su favor la imagen de Dios, que colaboraban con un sistema injusto que ponía por encima de la persona al dinero, que marginaba por impuros a extranjeros y enfermos, que culpabilizaba al enfermo por su dolencia (‘si no pecó él, pecaron sus padres’), que había puesto la ley por encima del hombre, convertido el templo en un mercado o el mercado en el templo. Jesús cuestionó la blasfemia de quienes habían convertido a Dios en un ídolo manejable y denunció que el Dios que mostraban no era el Dios de la Alianza, aunque fue Él el condenado por blasfemo…
Jesús sabe que saldrá mal parado del enfrentamiento con los dueños de las tinieblas, y decide irrevocablemente subir a Jerusalén, donde afrontará la violencia del mal, la Pascua no ocurre porque sí, sino porque Jesús afronta el conflicto con la religiosidad establecida, con la complicidad de los jefes del pueblo y las fuerzas de la ocupación romana. Ante las posturas tomadas conscientemente a lo largo de su vida, no podía huir y renunciar a lo que era y pactar con los intereses del mal, tras la dura pelea en el desierto de Judea, Jesús volverá a enfrentarse con la mentira, llega ‘la hora y el poder de las tinieblas’, no seamos ingenuos, no menospreciemos el inmenso poder del mal…Jesús no lo hizo.
Se postró en tierra y suplicaba que, a ser posible,
no tuviera que pasar por aquel trance. Decía:
¡Abba, Padre! Todo te es posible. Aparta de mí esta copa de amargura.
Pero no se haga como yo quiero, sino como quieres tú.
Jesús se siente derrotado, cae de rodillas al suelo y suplica a su Padre, es demasiado el peso que cae sobre él, le pesa el futuro negro, le pesa el pecado del mundo, le pesa el sufrimiento humano, le pesa el mundo entero. No puede más y se derrumba. Pero queda de rodillas suplicando. Se siente tentado de echarse atrás, no quiere lo que se le avecina. Pero se deja vencer por Dios, se agarra a la fidelidad, al proyecto de persona y de mundo que ha mostrado, a no desdecirse, a no acobardarse, el Padre vence al mal.
En esta noche de oración en Getsemaní, Jesús refuerza su confianza en el Abba, quizás en el peor momento de su vida sigue descubriendo que su Padre le ama y protege, por ello Jesús, vulnerable, pero firme y con ánimo fuerte, con la confianza invencible de quien ‘ha conocido y creído’ lleva la decisión a las últimas consecuencias, actúa, afronta libre y valiente el conflicto, la hora del mal ha llegado, porque no hay escapatoria sin traicionar todo lo que ha dicho y hecho.
Volvió y se los encontró dormidos. Y dijo a Pedro:
Simón ¿duermes? ¿No has podido velar ni siquiera una hora?
Velad y orad para que podáis hacer frente a la prueba,
que el espíritu está bien dispuesto, pero la carne es débil.
En Getsemaní se hace palpable la decisión de Jesús y cómo asume la soledad que de ella se deriva. Se hace evidente que sabe lo que va a pasar, y que está dispuesto a pasar por ello. Jesús se siente solo, por la torpeza y cansancio de los suyos, ni siquiera sus amigos comprenden su decisión y entienden lo que va a pasar… ellos, ciegos e inconscientes, duermen mientras Él ve lo que se le viene encima.
En la oración de Getsemaní, Jesús sabe que no está solo, Dios está de su lado… aunque no pueda librarle de ese cáliz, aunque no pueda intervenir en la historia, aunque aparentemente nada cambie, todo cambia. Preparado y confiado en la fuerza de Dios, sin ser arrastrado por nadie, apoyado interiormente, aunque despojado de armaduras como David ante Goliat. Jesús consiente a ese amor que viene y nos toma, da su sí filial. Dios no violenta nunca la libertad de hombre, tampoco la de su Hijo.
Se alejó de nuevo y oró repitiendo lo mismo
La hora se hizo larga, Jesús no sabe más que repetir la misma oración al Abba, ¿cuántas veces lo diría? Pero era como si el Padre estuviera sordo, parecía que la oración rebotaba en el cielo. Jesús seguía suplicando, sólo Tú puedes, sé que Tú puedes, aparta de mía esta copa de amargura, cambia el curso de la historia, cambia el corazón de los hombres, vence al mal antes del combate final que me cueste la vida… Tú puedes
Volvió por tercera vez y les dijo:
¿Todavía estáis durmiendo y descansando?
Ni haberlos despertado en dos ocasiones anteriores, ni su haber compartido esa tristeza mortal que siente, ni haberlo visto caer al suelo y suplicar, quizás sollozando, puede con el cansancio de los discípulos. Cuántas veces tras la crucifixión volverían los discípulos a acordarse de esta escena, cuántas se dirían como no velamos y oramos con Él y por Él, cómo fuimos tan necios, tan egoístas, tan ciegos, cómo nos puedo el cansancio tan rápida y fácilmente, cómo… son tantas las lecturas que solemos hacer a posteriori cuando ya conocemos el desenlace los hechos, tantas… cómo no nos dimos cuenta…
¡Basta ya! Ha llegado la hora.
Mirad el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores.
¡Levantaos! Ya está aquí el que me va a entregar
En esta hora de la conciencia, de la entrega definitiva, Jesús asume que ha llegado la hora de dar la vida. Jesús se enfrenta al conflicto no desde la pasividad sacrificial, como quien ‘es llevado’ a la muerte presionado por las circunstancias, sino que se dirige a ese combate desigual que le llevará al patíbulo, la Cruz, como oveja llevada al matadero pero voluntariamente ‘yo doy mi vida para tomarla de nuevo. Nadie tiene poder para quitármela; soy Yo quien la doy por mi propia voluntad’ (Jn.10,17-18). Ya está aquí el que me va a entregar, pero yo tomo la iniciativa, antes de que me Judas me entregue, me entrego yo, se anticipó la gracia al mal. Por voluntad de Dios y de Jesús la iniciativa ya no es del pecado, sino del amor. La salvación no viene por una traición, sino por una ofrenda de amor. No es consecuencia de decisiones humanas, sino del compromiso de Dios con los hombres.
Damos 15 minutos para orar el texto del Evangelio y los comentarios. Cada uno elige las frases que mayor le resuenen en el corazón, y las repite y les da vida nueva, hasta que vayan cobrando significado para mí, para mi vida, para mis circunstancias.
Si hay tiempo y confianza podemos invitar a compartir lo que se ha orado personalmente y el significado que el Espíritu me ha revelado para mi vida.
Canto: “Padre me pongo en tus manos”
Padre, Padre, Padre, / Me pongo en tus manos. / Haz de mí lo que quieras / Sea lo que sea / Te doy las gracias. / Lo acepto todo, / Con tal de que tu voluntad / Se cumpla en mí / Y en todas tus criaturas.
No deseo nada más, Padre, / No deseo nada más. / Yo te ofrezco mi alma / Y te la doy con todo el amor de que soy capaz, / Porque deseo darme, / Ponerme en tus manos sin medida con infinita confianza, / Porque Tú eres mi Padre.
Jesús quiere en esta noche oscura dar la vida por cada uno de nosotros, por nuestras heridas, por nuestro pecado, por nuestro sufrir, por nuestro mal moral, por nuestra frágil condición. Por ti, Yo doy la vida por ti, quizás hoy no lo sepas o no lo quieras ver, pero cuando me entregué libremente y sin violencia alguna pensaba en ti, en que ti que necesitabas hoy que Yo te mostrara el camino del sentido.
Hemos contemplado a Jesús, su silencio, su oración, su tristeza y angustia, su petición de compañía y oración a sus amigos más íntimos, su perseverancia en pedirles por segunda vez que velen y oren para acabar desistiendo, su confianza en Dios, su afrontar el conflicto, su mantenerse en sus opciones vitales, su aceptar su vulnerabilidad y utilizar como única coraza de protección la confianza en Dios, su acción decidida: ¡Levantaos!, ¡vámonos!, su no querer sufrir pero aceptar el sufrimiento, su sí filial, su respuesta amorosa al amor primero: darlo todo, hasta la vida (no hay amor tan grande). Ya no puedo decir que nadie haya hecho por mí semejante acto de generosidad y entrega, semejante acto de amor. Jesús dio la vida por mí, ponle a ese mí tu nombre y hazte consciente del sacrificio que Jesús hizo esa noche oscura por ti, por tus pecados, por tu vida nueva. La entrega de Jesús debería engendrar en nosotros un deseo firme, una capacidad nueva: estar con Él, subir con Él a Jerusalén y acompañarle en su destino, sea el que sea. ¡Después ya se verá de lo que somos capaces!
Dejaremos 5 minutos de silencio para que los presentes se hagan más conscientes de que Jesús dio la vida por cada uno de nosotros.
Canto: “Como el Padre me amó yo os he amado”
Acabamos esta Hora Santa haciéndonos consciente de los miles de crucificados y despojados de nuestro mundo de hoy. Cristo es también hoy crucificado en ellos por todos los poderes del mal que siguen hoy actuando. En nuestro velar y orar, no sólo velamos y oramos con Cristo, sino por tantos hermanos nuestros que sufren hoy el destino de Cristo: las víctimas de las guerras y del terrorismo, los niños esclavos, los niños de la guerra, las niñas víctimas de la violencia sexual, las mujeres víctimas de la violencia de género, los hijos que son víctima de la violencia familiar, tantos seres inocentes que mueren hoy de hambre en un mundo donde hay recursos para todos, tantos hermanos que sufren y mueren por enfermedades hoy curables o que pueden prevenirse con vacuna, los inmigrantes que dejan todo lo que tienen y conocer para irse en busca de un presente mejor a países desconocidos, los enfermos, los que viven en la más absoluta soledad, los que viven en basureros de la basura que desechan los poderosos,… tantos y tanto crucificados y despojados, tantos empobrecidos para que otros podamos disfrutar de lo que no debería ser nuestro, tantos hermanos que viven en condiciones indignas, explotados laboralmente, sin derechos en su trabajo, sin descanso ni vacaciones, son tantos los que viven y trabajan en condiciones infrahumanas para que el Norte pueda consumir y mantener un nivel de vida mundialmente insostenible… tanto hermanos nuestros son los que sufren…
La vivencia del Espíritu debe cambiar nuestra mirada hacia los crucificados y despojados, hacia las criaturas heridas en su dignidad y machacadas en sus cuerpos. Cuando la mirada ha cambiado, al "yo" espiritual se le conmueven las entrañas, se enternece, se altera y descubre que la paz y la alegría del Espíritu aparecen cuando la vulnerabilidad te devuelve solidariamente a las criaturas. Tenemos la honda percepción que los que sufren ya no son un pretexto para mi correcta actuación sino que el Espíritu nos abraza en comunión solidaria. También hoy les traemos a nuestra oración, y velamos y oramos por todos ellos.
Finalizamos poniendo en común situaciones de injusticia, trayendo a este momento los nombres de personas que conozcamos son hoy crucificados y despojados de su dignidad de Hijos de Dios, para hacernos más conscientes de su vida, de su sufrir, de su soledad, y salir de aquí con el compromiso firme de estar más con ellos, de sentirnos más unidos a su dolor, de querer acompañarles en su cruz, de sentir la llamada de Dios a cambiar nuestra vida para hacer la suya algo menos dolorosa.
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