Publicado por Entra y Verás
Lo más fácil es rendirse ante las dificultades y no buscar una solución. La crucifixión de Jesús llenó de temor y desencanto a todos los que habían compartido su vida con él, pero el mal no iba a salirse con la suya. No podemos ceder, tenemos que resistir aunque nos parezca que nada puede cambiar.
«Ayúdanos a ver en las penas y los conflictos de cada día oportunidades para crecer como personas y asemejarnos más a ti. Danos fuerza para vivir en medio de ellos con paciencia, pero con coraje, firmemente confiados en tu ayuda; porque sólo muriendo contigo resucitaremos contigo» afirmaba con indudable conocimiento de causa la Madre Teresa de Calcuta.
Por gracia o por desgracia, todos tenemos momentos de duda, de oscuridad, donde nos muerde la soledad, el fracaso, la miseria propia o ajena; y nos toca seguir caminando aunque lo que de verdad nos apetece es sentarnos a la orilla y dejar que la vida siga su curso, mientras, los creyentes nos preguntamos, ¿dónde está Dios ahora que me siento hecho un trapo? Puede que esta pregunta pueda hacer saltar la alarmas de la espiritualidad de la fe ciega o, peor aún, las de quienes por desgracia piensan que estos acontecimientos suceden porque Dios quiere darnos un tirón de orejas.
La duda no es inhumana, ni el enfado, ni el miedo... El reto está en no ceder, en no creer que todo ha sido una mentira, que el mal va a salirse con la suya diluyendo nuestra esperanza. El desafío es no abandonar, no rendirse en esos momentos.
Centrándonos en lo que hoy celebra la Iglesia podemos decir que la muerte de Jesús ha pasado a la historia como la muerte de Dios mismo, pues a Dios le afecta la muerte de su hijo, la compartió con él de la misma manera que comparte el sufrimiento y el dolor. Y más aún, su rostro de Padre lo vemos en que después de que condenaron a su Hijo, lo devuelve al mundo resucitado para anunciar la paz y el perdón. Al principio del evangelio, Dios aparece en Jesús como un Dios con nosotros, a lo largo de él se va mostrando como un Dios para nosotros y en la cruz aparece como un Dios a merced de nosotros, como un Dios como nosotros, crucificado. La Cruz, que hoy adoramos y que preside cada celebración y cada lugar, nos revela no la ira, ni la venganza, ni el rencor, sino el amor y el perdón. La cruz no es un designio arbitrario de Dios, ni un castigo hacia Jesús, sino la consecuencia de la opción de Dios por nosotros en la encarnación, en el acercamiento a nosotros por amor y en el amor, le lleve a donde le lleve sin salirse de la historia, sin manipularla desde fuera. No está crucificado el asesinado sino el entregado por sí mismo.
Nosotros hoy pese a quien pese tenemos que tener claro que través del dolor no se conquistan méritos. Al dolor no se le ama como si fuese un fuego que purifica o un castigo que endereza. No cabe el conformismo sino pura rebeldía. Pero rebeldía sin rencor ni hacia los demás, ni hacia Dios. Un no indignado y fuerte; un asco absoluto frente al mal y el dolor que brota de una esperanza confiada, que nos libera incluso de nuestra propia incapacidad para combatir al mal de todo corazón. Pero ningún conformismo, ningún quietismo, ninguna componenda con el mal, ninguna resignación. No es morfina, si no un estimulante para saltar. Si viviéramos en esa clase de resignación, entonces estaríamos renunciando al futuro de Dios, pues cederíamos a la desesperación, que aniquila nuestra existencia y quita a Dios la última palabra.
Hoy Dios calla, aunque tiene muchas cosas que decirnos. La Iglesia también guarda silencio y se centra hoy en la oración ante la cruz. con la mirada puesta en mañana en la Vigila Pascual, en la resurrección, en el triunfo final sobre la muerte.
Roberto Sayalero Sanz, agustino recoleto. Colegio San Agustín (Valladolid, España)
«Ayúdanos a ver en las penas y los conflictos de cada día oportunidades para crecer como personas y asemejarnos más a ti. Danos fuerza para vivir en medio de ellos con paciencia, pero con coraje, firmemente confiados en tu ayuda; porque sólo muriendo contigo resucitaremos contigo» afirmaba con indudable conocimiento de causa la Madre Teresa de Calcuta.
Por gracia o por desgracia, todos tenemos momentos de duda, de oscuridad, donde nos muerde la soledad, el fracaso, la miseria propia o ajena; y nos toca seguir caminando aunque lo que de verdad nos apetece es sentarnos a la orilla y dejar que la vida siga su curso, mientras, los creyentes nos preguntamos, ¿dónde está Dios ahora que me siento hecho un trapo? Puede que esta pregunta pueda hacer saltar la alarmas de la espiritualidad de la fe ciega o, peor aún, las de quienes por desgracia piensan que estos acontecimientos suceden porque Dios quiere darnos un tirón de orejas.
La duda no es inhumana, ni el enfado, ni el miedo... El reto está en no ceder, en no creer que todo ha sido una mentira, que el mal va a salirse con la suya diluyendo nuestra esperanza. El desafío es no abandonar, no rendirse en esos momentos.
Centrándonos en lo que hoy celebra la Iglesia podemos decir que la muerte de Jesús ha pasado a la historia como la muerte de Dios mismo, pues a Dios le afecta la muerte de su hijo, la compartió con él de la misma manera que comparte el sufrimiento y el dolor. Y más aún, su rostro de Padre lo vemos en que después de que condenaron a su Hijo, lo devuelve al mundo resucitado para anunciar la paz y el perdón. Al principio del evangelio, Dios aparece en Jesús como un Dios con nosotros, a lo largo de él se va mostrando como un Dios para nosotros y en la cruz aparece como un Dios a merced de nosotros, como un Dios como nosotros, crucificado. La Cruz, que hoy adoramos y que preside cada celebración y cada lugar, nos revela no la ira, ni la venganza, ni el rencor, sino el amor y el perdón. La cruz no es un designio arbitrario de Dios, ni un castigo hacia Jesús, sino la consecuencia de la opción de Dios por nosotros en la encarnación, en el acercamiento a nosotros por amor y en el amor, le lleve a donde le lleve sin salirse de la historia, sin manipularla desde fuera. No está crucificado el asesinado sino el entregado por sí mismo.
Nosotros hoy pese a quien pese tenemos que tener claro que través del dolor no se conquistan méritos. Al dolor no se le ama como si fuese un fuego que purifica o un castigo que endereza. No cabe el conformismo sino pura rebeldía. Pero rebeldía sin rencor ni hacia los demás, ni hacia Dios. Un no indignado y fuerte; un asco absoluto frente al mal y el dolor que brota de una esperanza confiada, que nos libera incluso de nuestra propia incapacidad para combatir al mal de todo corazón. Pero ningún conformismo, ningún quietismo, ninguna componenda con el mal, ninguna resignación. No es morfina, si no un estimulante para saltar. Si viviéramos en esa clase de resignación, entonces estaríamos renunciando al futuro de Dios, pues cederíamos a la desesperación, que aniquila nuestra existencia y quita a Dios la última palabra.
Hoy Dios calla, aunque tiene muchas cosas que decirnos. La Iglesia también guarda silencio y se centra hoy en la oración ante la cruz. con la mirada puesta en mañana en la Vigila Pascual, en la resurrección, en el triunfo final sobre la muerte.
Roberto Sayalero Sanz, agustino recoleto. Colegio San Agustín (Valladolid, España)
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