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sábado, 19 de mayo de 2012

VII Domingo de Pascua (Mc 16, 15-20) - Ciclo B: JESÚS ALCANZA LA META



Nos va a costar Dios y ayuda (nunca mejor dicho) superar la visión física, corpórea y chata de la Ascensión, que venimos aceptando durante demasiados siglos. Sin embargo, hoy tenemos conocimientos suficientes para intentar una interpretación más acorde con el mensaje del NT. No podemos seguir pensando en un Jesús subiendo físicamente más allá de las nubes.

Esto no quiere decir que hoy lo podemos entender y explicar totalmente, pero por lo menos, debemos intentar acercarnos un poco al sentido que tuvieron para los primeros cristianos estos relatos. Ya dice un proverbio oriental: No hace falta que alcances la verdad, basta con que salgas de tus errores.

De los evangelistas, solo Lucas nos dice que “se separó de ellos y fue elevado al cielo”. También al comienzo de los Hechos nos cuenta, incluso con más detalles, la ascensión. Los demás evangelistas no dicen nada. El final canónico de Marcos, que hemos leído este domingo, ya sabéis que fue añadido a mediados del s. II. Un acontecimiento tan admirable, de haber sido histórico, lo hubieran narrado todos.

Lo que hace Lucas es emplear los medios literarios que tenía a su alcance para trasmitirnos una verdad de fe. La falta de originalidad de los relatos indica la nula credibilidad histórica de lo narrado.

En efecto, los raptos eran clásicos en la literatura antigua. Tito Livio, en su obra ‘histórica sobre Rómulo’, dice:

“Cierto día Rómulo organizó una asamblea popular junto a los muros de la ciudad para arengar al ejército. De repente irrumpe una fuerte tempestad. El rey se ve envuelto en una densa nube. Cuando la nube se disipa, Rómulo ya no se encontraba sobre la tierra; había sido arrebatado al cielo. El pueblo al principio quedó perplejo; después comenzó a venerar a Rómulo como nuevo dios y como padre de la ciudad de Roma”.

También se narran otras ascensiones, por ejemplo, las de Heracles, Empédocles, Alejandro Magno y Apolonio de Tiana. Todas siguen el mismo esquema.

El AT cuenta el rapto de Elías descrito por su discípulo Eliseo. También se habla de la ascensión de Henoc en Gen 5, 24.

El libro eslavo de Henoc, escrito judío del siglo primero después de Cristo, describe la «ascensión Henoc»:

“Después de haber hablado Henoc al pueblo, envió Dios una fuerte oscuridad sobre la tierra que envolvió a todos los hombres que estaban con Henoc. Y vinieron los ángeles y cogieron a Henoc y lo llevaron hasta lo más alto de los cielos. Dios lo recibió y lo colocó ante su rostro para siempre. Desapareció la oscuridad de la tierra y se hizo la luz. El pueblo asistió a todo pero no entendió cómo había sido arrebatado Henoc al cielo. Alabaron a Dios y volvieron a casa los que tales cosas habían presenciado”.

La palabra “cielo” es una de las más utilizadas en la Biblia. Todavía hoy la repetimos dos veces en el Padrenuestro, dos en el Gloria y tres en el credo. Su amplia gama de significados se arrastra desde la cultura griega y de todo el Oriente Medio. Simplificando mucho hay que tener en cuenta dos vertientes: aspecto físico astronómico y el aspecto teológico.

La complejidad de las concepciones del mundo físico en aquella época, está a la altura de los innumerables matices que podemos encontrar en el “cielo” teológico. No siempre es fácil dilucidar qué sentido se quiere dar a la palabra en cada caso.

En el bautismo de Jesús, el cielo se rasgó y quedó abierto para siempre. Desde entonces, donde está Jesús está el cielo. Cuando termina su ciclo humano, Jesús vuelve a traspasar el límite de lo humano, para entrar definitivamente en el ámbito de lo divino.

Para poder entender la fiesta de la Ascensión, debemos volver al tema central de Pascua. Solo desde esa perspectiva general podremos comprender adecuadamente lo que estamos celebrando este domingo. La Ascensión no es más que un aspecto de la cristología pascual. Hasta el s. IV no se celebra una fiesta de la Ascensión.

Resurrección, Ascensión, glorifica­ción, Pentecostés, constituyen una sola realidad, que está fuera del alcance de los sentidos. Esto no quiere decir que sea una realidad inventada. Esa realidad no temporal, no localizable, es la más importante para la primera comunidad cristiana, y es la que hay que tratar de descubrir. Para ello tenemos que superar una cosmovisión caduca, y una concepción del triunfo y de la gloria, que no está de acuerdo con el mensaje evangélico.

Por no ser realidades sujetas al tiempo, pertenecen al hoy como al ayer, son tan nuestras como de Pedro o Juan. Están sucediendo en este instante. Son realidades que están afectando hoy a nuestra propia vida. Puedo vivirlas como las vivieron los primeros cristianos.

El hombre Jesús se transforma definitivamen­te, alcanzando la meta suprema. Se hace una sola realidad con Dios. Nosotros necesitamos desglosar esa realidad única para intentar penetrar en su misterio, analizando los distintos aspectos que la integran.

Un dato muy interesante que nos proporciona la exégesis, es que las más antiguas expresiones de la experiencia pascual que han llegado hasta nosotros, sobre todo en escritos de Pablo, están formuladas en términos de exaltación y glorificación, no con la idea de resurrección. En el AT encontramos abundantes textos que hablan del siervo doliente, machacado por los hombres, pero reivindicado por Dios. Esta podría ser la base de la idea de glorificación con la que se quiso expresar la experiencia pascual.

La Ascensión quiere manifestar que el triunfo de Jesús fue total, que llegó a lo más alto. Nos está diciendo, que el hombre Jesús se integró de tal modo en Dios, que formará siempre parte de la misma divinidad. Cuando lo entendemos como una ascensión física, estamos tergiversando el sentido original de los términos y entramos en un callejón sin salida.

La verdadera ascensión de Jesús empezó en el pesebre y terminó en la cruz cuando exclamó: "consumatum est" (todo está cumplido). Ahí terminó la trayectoria humana de Jesús y sus posibilidades de crecer, de elevarse sobre sí mismo. Después de ese paso, todo es como un chispazo instantáneo que dura toda la eternidad. Pero había llegado a la meta, a la plenitud total en Dios, precisamen­te por haberse despegado (muerto) de todo lo que en él era caduco, transitorio, terreno. Solo permaneció de él lo que había de Dios y por tanto se identificó con Dios totalmente, divinamente. Esa es también nuestra meta. El camino también es el mismo que recorrió Jesús: despegarnos de nuestro ego.

La experiencia pascual, consistió en ver a Jesús de una manera nueva. El haber vivido con él, el haber escuchado lo que decía y visto lo que hacía, no les llevó a la comprensión de su verdadero ser. Estaban demasiado pegados a lo externo, y lo que hay de Divino en Jesús no puede entrar por los sentidos, ni ser fruto de la razón. Su desaparición física les obligó a mirar dentro de sí, y descubrir allí lo mismo que había vivido Jesús. Entonces ven al verdadero Jesús, el que vive y les sigue dando vida.

Nosotros hoy estamos apegados a una imagen terrena de Jesús que también nos impide descubrir su verdadero ser. Debemos ir más allá de todo lo que sabemos sobre Jesús y tratar de descubrirlo dentro de nosotros.

Esa vivencia no puede venir de fuera, sino de lo más íntimo de nosotros mismos. Por eso decía Pablo en la segunda lectura:

"Que el Dios de Nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerle; ilumine los ojos de vuestro corazón para que comprendáis cuál es la riqueza..."

No se pide ciencia, sino Sabiduría. No pide que nos ilumine los ojos del cuerpo ni de la mente, sino los del corazón... Todo lo que podamos aprender sobre Dios y Jesús, nunca podrá suplir la experiencia interior.

Debemos tener en cuenta que todos estos relatos teológicos tienen una finalidad catequética. Están elaborados para que nosotros entremos en la dinámica de Cristo. No se nos proponen para que admiremos su figura, ni siquiera para que nos sintamos atraídos por ella, sino para que repitamos su misma vivencia. "El padre que vive..." En él debemos descubrir las posibilidades que todo ser humano tiene de llegar a lo más alto del “cielo”. La verdadera salvación del hombre no está en que los libren del pecado, sino en alcanzar la plenitud a la que estamos llamados todos. Esta verdad, es la base de toda salvación.

En ninguno de los relatos, se ha podido desligar la ascensión de la misión. Esto es muy significativo, porque nos lleva a un planteamiento realista y con los pies en la tierra. El fin del periplo humano de Jesús da paso al comienzo de la nueva comunidad. Solo quien se pone a trabajar para dar a conocer a Jesús ha entendido correctamente su mensaje.

Podemos considerar la Ascensión como el final de una etapa en la que los discípulos tuvieron una experiencia singular y única de la resurrección. Sería el momento en que los primeros cristianos dejan de mirar al cielo y empiezan la tarea de llevar esa experiencia a todos los hombres. Dejan de mirar hacia el cielo y comienzan a mirar a la tierra.

Recordemos que los cuarenta días, no es una medida cronológica. Se trata de un tiempo simbólico (cairos) que da paso al desarrollo de la nueva comunidad.



Meditación-contemplación

Jesús nos ha marcado el camino de la verdadera plenitud humana.
Durante todo el año litúrgico vamos examinando los pasos que dio.
Hoy nos fijamos en la meta a la que llegó,
que es, al mismo tiempo, el punto del que partió.
…………..

Si creemos que nuestro objetivo es alcanzar la misma meta,
está claro que tenemos que caminar en la misma dirección.
Todos hemos salido del Padre y hemos llegado al mundo.
Todos tenemos que dejar el mundo y volver al Padre.
…………….

Ese Padre sigue en lo más hondo de nuestro ser
y allí tenemos que penetrar para encontrarlo.
Si me empeño en buscarlo en otra parte,
me encontraré con un dios a mi medida, pero falso.
………….


Fray Marcos

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