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martes, 20 de mayo de 2008

Corpus Christi - Ciclo A: La Fiesta de la Comunión



En el día del Cuerpo y la Sangre del Señor muchos pueblos y ciudades se visten de gala, sus calles se llenan de flores y alfombras de pétalos para recibir la procesión del Santísimo. Es una tradición que hoy tiene bastante de folclórica pero que expresa bien el sentir del pueblo cristiano ante ese paseo del Sacramento de la Eucaristía por las calles y las plazas donde tiene lugar la vida real y ordinaria de las personas.
Esa procesión nos dice algo muy profundo de la Eucaristía: es una sacramento que tiene que ver con la vida real de las personas, que está en relación con ellas. Es un sacramento de comunión, como deja bien claro la lectura de la primera carta a los Corintios. El cáliz y el pan son comunión, palabra clave, con el Cuerpo de Cristo.

Comunión con el Cristo Total

El Cuerpo de Cristo en este caso no se refiere a su cuerpo físico sino a su realidad global, a Cristo como cabeza del cuerpo total de la humanidad, creación de Dios, hijos suyos, miembros de su Reino. Comulgar con el Cuerpo y la Sangre de Cristo es entrar en comunión con ese cuerpo global, es sentirnos parte de esa realidad mayor que es el germen del Reino en el que todos somos hijos e hijas de Dios en el Hijo, en nuestro hermano mayor, Jesús.
La Eucaristía no tiene sentido fuera de esa comunión. La Eucaristía no es una realidad mágica que por la pronunciación de unas palabras transforme la realidad física del pan y del vino en otra realidad que cause automáticamente la salvación del que la recibe. La Eucaristía es una celebración de fe en la que todos los que participan entran en comunión con el Cuerpo de Cristo y en esa comunión se hacen Cuerpo de Cristo, se hacen comunidad de hijos en el Hijo, son presencia del Reino en el aquí y ahora de este mundo.

Alimento para la comunión

La Eucaristía, el Cuerpo y la Sangre del Señor, es alimento que da la vida al pueblo que camina en el desierto (primera lectura). Es pan y vino para continuar la marcha que nos lleva a la comunión plena con toda la humanidad y con la creación. Es un trozo de pan y un poco de vino en el que se concentra toda la energía que da la comunión con nuestro Señor. Comulgar con él es compartir su vida y su razón de vivir. Es compartir su destino y su voluntad de seguir hasta el final dando la vida por la de los demás.
Beber con él el cáliz no es refugiarnos en un nirvana de paz y lejanía muchos metros por encima de las preocupaciones y dolores de este mundo sino abajarnos con él a lo más hondo de la humanidad, allá donde el dolor se hace herida y la dignidad humana es negada. Ahí es donde la comunión se hace vida y vida en plenitud. Desde ese abajo la comunión se extiende hasta abrazar el mundo entero, creando y recreando continuamente una relación de amor que va desde los más marginados, olvidados, excluidos y perdidos hasta incluir a todos en la nueva familia de Dios, en la mesa única donde todos nos reunimos en torno al Padre.

Celebrar la comunión

La Eucaristía sale hoy a la calle, se hace vida. Como Jesús, se acerca a nosotros y toca nuestras heridas para curar, sanar y reconciliar, para salvar y arrancar de la muerte. Él es el pan vivo que ha bajado del cielo para la vida del mundo (Evangelio). Entrar en comunión con él es entrar en el torrente de vida que es Dios y vivir para siempre.
Hoy es un día para celebrar porque la Eucaristía es el mayor regalo que Dios nos podía ofrecer: su misma presencia, su misma vida, hecho alimento para nosotros. Es celebración que nos une en la fe y que a la vez nos abre a la humanidad entera, recordándonos que el Reino es el centro de la fe porque es la voluntad del Padre, que todos vivamos como lo que somos: hijos e hijas suyos. Es celebración que traspasa los límites litúrgicos para hacerse vida para todos en Jesús.

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