EVANGELIO
Marcos 8, 27-33
27Salió Jesús con sus discípulos para las aldeas de Cesarea de Filipo. En el camino les hizo esta pregunta:
-¿Quién dice la gente que soy yo?
28Ellos le contestaron:
-Juan Bautista; otros, Elías; otros, en cambio, uno de los profetas.
29Entonces él les preguntó:
-Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?
Intervino Pedro y le dijo:
-Tú eres el Mesías.
30Pero él les conminó a que no lo dijeran a nadie.
31Empezó a enseñarles que el Hombre tenía que padecer mucho, ser rechazado por los senadores, los sumos sacerdotes y los letrados, sufrir la muerte y, a los tres días, resucitar.
32 Y exponía el mensaje abiertamente. Entonces Pedro lo tomó consigo y empezó a increparlo. 33El se volvió y, de cara a sus discípulos, increpó a Pedro diciéndole:
-¡Quítate de mi vista, Satanás!, porque tu idea no es la de Dios, sino la humana.
v. 27 Salió Jesús con sus discípulos para las aldeas de Cesarea de Filipo. En el camino les hizo esta pregunta: «¿Quién dice la gente que soy yo?»
Reaparece el nombre de Jesús, que no se había mencionado desde 6,30, cuando la vuelta de los enviados, lo que sitúa la narración en un terreno más cercano a la historia. La escena se desarrolla en territorio pagano, donde los discípulos pueden estar más libres de la presión ideo¬lógica de su sociedad, en particular de los fariseos, y se plantea en ella la cuestión de la identidad de Jesús (4,41; 6,14-16). Las dos preguntas que Jesús hace a los discípulos corresponden a los dos momentos de la cura¬ción del ciego (8,24.27). En primer lugar les pregunta cuál es la opinión de la gente (los hombres) sobre su persona.
v. 28 Ellos le contestaron: «Juan Bautista; otros, Elías; otros, en cambio, uno de los profetas».
La gente adicta al sistema judío sigue teniendo las mismas opiniones sobre Jesús que aparecieron después del envío de los discípulos: lo iden¬tifica con figuras del pasado (Juan Bautista, Elías, un profeta) (cf. 6,14-16), con personajes reformistas, pero cuyo mensaje no realiza la expectativa que el pueblo ha ido acumulando a lo largo de su historia; la gente lo juzga positivamente, pero lo que han aprendido del Mesías les impide identificarlo con Jesús. Son gente adoctrinada por la institución judía y su opinión permanece inmóvil. Las señales mesiánicas que Jesús ha dado en los episodios de los panes no han tenido repercusión en ellos.
v. 29 Entonces él les preguntó: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» Respondió Pedro así «Tú eres el Mesías».
La segunda pregunta de Jesús, la decisiva, pretende averiguar si los discípulos continúan aún en la misma mentalidad de «los hombres» o si han comprendido las señales. Espera una respuesta distinta de la de la gente común. Pedro, por propia iniciativa, se hace portavoz del grupo (cf. 1,36). Su respuesta es clara: Tú eres el Mesías.
v. 30 Pero él les conminó a que no lo dijeran a nadie.
Esta declaración, sin embargo, no es aceptada por Jesús: el Mesías, determinado, se identifica con el de la expectación popular nacionalista, en concreto con la del «Mesías hijo de David» (cf. 12,35-37) (recuérdese el título del evangelio, 1,1: «Jesús, Mesías Hijo de Dios»): han sobrepasa¬do la opinión popular sobre Jesús y comprenden que inaugura una nueva época, la mesiánica, la del reinado de Dios, pero mezclan ese conocimiento con la concepción mesiánica nacionalista; en realidad, a pesar del esfuerzo de Jesús, no acaban de salir de «la aldea» (8,26). Por eso Jesús les conmina, como había hecho con los espíritus inmundos que lo habían reconocido como «el Consagrado por Dios» (1,24) o «el Hijo de Dios» (3,12), títulos equivalentes al de Mesías. La declaración que ha hecho Pedro es tan poco aceptable como aquéllas y Jesús no quiere que difundan esa opinión sobre él, pues podría suscitar un entusiasmo mesiánico falso.
Mc pone de relieve la resistencia de los discípulos/los Doce (segui¬dores procedentes del judaísmo) al universalismo del mensaje (4,11: «el secreto del Reino»), debido a su nacionalismo exclusivista. Es evidente el conflicto entre dos programas mesiánicos: el de los discípulos y el de Jesús.
v. 31 Empezó a enseñarles que el Hijo del hombre tenía que padecer mucho, siendo rechazado por los senadores, los sumos sacerdotes y los letrados y sufriendo la muerte, y que, a los tres días, tenía que resucitar.
La frase empezó a enseñarles (proponer el mensaje tomando pie del AT) queda completada por la que sigue al dicho de Jesús: «exponía el mensaje abiertamente» (32). Son las mismas que abrían y cerraban la enseñanza en parábolas a la multitud (4,2.33). Esta enseñanza (por pri¬mera vez a ellos) muestra que su incomprensión es tal, que se encuen¬tran al nivel «de los de fuera» (4,11); Jesús continúa la explicación que tuvo que darles después de aquel discurso (4,34); hasta ahora, todos sus esfuerzos por hacerlos comprender han sido vanos.
El contenido del dicho de Jesús corresponde, por tanto, al «secreto del Reino» expuesto en aquel discurso mediante las dos parábolas fina¬les: en el plano individual, lo que constituye al seguidor es la disposición a la entrega (4,26-29); en el plano social, la nueva comunidad universal no tendrá rasgos de esplendor y grandeza, pero ofrecerá acogida a todos los hombres que aspiren a la plenitud (4,30-32). El éxito de la persona y del mensaje depende de la calidad de la entrega.
Siendo enseñanza, no se trata de dar mera información, sino de comunicar un saber que el discípulo debe aplicar a su propia vida y con¬ducta.
Para aclarar a los discípulos la índole de su mesianismo, Jesús susti¬tuye el término «Mesías», perteneciente a la tradición judía, por el Hijo del hombre, de alcance universal, cuyas características han sido ya expuestas en el evangelio (2,10; 2,28): siendo portador del Espíritu de Dios (1,10), posee la condición divina, cima del desarrollo humano; su misión, ejercida con independencia de normas o leyes religiosas (2,28), es la de comunicar vida a los hombres, liberándolos de su pasado pecador (2,3-13). Pero la denominación «el Hijo del hombre», aunque designa primordialmente a Jesús, el prototipo de Hombre, se aplica, por exten¬sión, a los que de él reciben el Espíritu y siguen su camino; el dicho siguiente implica, por tanto, que lo que se afirma de Jesús afecta, en su medida, a todos sus seguidores.
Ahora bien, el destino de «el Hijo del hombre», portador del Espíritu, que constituye su ser e informa su actividad, tiene dos fases: padecer-morir y resucitar. Su actividad en favor de los hombres, en particular de los más oprimidos por el sistema religioso judío, suscita inevitablemente (tiene que) la hostilidad de los círculos de poder de ese sistema, que se oponen al desarrollo humano. Por eso ha de padecer mucho, frase que comprende desde el rechazo inicial por parte de las autoridades (ser rechazado) hasta su acto final (sufrir la muerte); las tres categorías que componen el Sanedrín judío, senadores (poder económico-político), sumos sacerdotes (poder religioso-político), letrados (poder ideológico), conside¬rarán intolerable su actividad. Es la reacción inevitable de un sistema social injusto al mensaje de Jesús. Pero la muerte del Hijo del hombre no será definitiva: la vida indestructible del Espíritu triunfará sobre ella (al tercer día resucitar, cf. Os 6,2).
v. 32 Y exponía el mensaje abiertamente. Entonces Pedro lo tomó consigo y empezó a conminarle.
Les exponía el mensaje, como antes a la multitud, pero abiertamente, sin parábolas (4,33). La reacción es inmediata: Pedro, que se hace de nuevo portavoz del grupo de discípulos (8,29), conmina a Jesús, como antes éste había conminado al grupo (8,30), es decir, considera que su concepto de Mesías rechazado y sujeto a la muerte es contrario al plan de Dios; lo anunciado por Jesús significa para Pedro el fracaso de todas sus aspira¬ciones; reafirma su idea de un Mesías poderoso y triunfador.
v. 33 El se volvió y, de cara a sus discípulos, conminó a Pedro diciéndo¬le: «¡Ponte detrás de mí, Satanás!, porque tu idea no es la de Dios, sino la hu¬mana».
Jesús, de cara a sus discípulos, a los que Pedro representa, conmina a su vez a Pedro: lo identifica con Satanás, el tentador, el enemigo del hombre y de Dios (1,13); la idea humana/de los hombres es la de la tradición farisea y rabínica (7,8), la de los que «no ven ni oyen» (8,24.27), opuesta a la de Dios. Se enfrentan dos mesianismos: el del Mesías Hijo de Dios (1,1; 14,61s), que se entrega por la humanidad (1,9-11), y el del Mesías hijo / sucesor de David (10,47.48; 12,35-37), victorioso y restaurador de Israel. De nuevo se presenta a Jesús la tentación del poder dominador (1,13.24.34; 3,11; 8,11), esta vez por parte de sus discípulos mismos.
Jesús pone en su sitio a Pedro (ponte detrás de mí) porque el seguidor pretendía ser seguido por Jesús.
La liturgia de la Palabra quiere hacernos caer en la cuenta de que quién iba a ofrecer el supremo sacrificio no sólo como sacerdote sino como rey, sería Jesús, quien no sólo ofrece, sino que se ofrece de manera plena por toda la humanidad. Por eso san Pablo afirma que la eucaristía, el sacrificio del Señor, es por todos y no por unos pocos; y que tal celebración debe llevar a la vivencia en comunión de la salvación de Dios en su Hijo dejando afuera el egoísmo. El apóstol ha estampado su reclamo a la comunidad de Corinto porque en ella se vivían escándalos al momento de celebrar la cena eucarística: se discriminaba a unos y se beneficiaba a otros. San Lucas nos comparte cómo Jesús, luego de una dura jornada, decide alimentar hasta la saciedad a una gran muchedumbre hambrienta, a pesar de las dificultades que en principio le presentaron los discípulos por no comprender cómo podría hacerlo. Él es Dios mismo; es quien alimenta, quien sirve, quien sacia a todos los que en él confían. La eucaristía es, por tanto, el banquete al que está invitada toda la humanidad; en el que encontrará al Sumo y Eterno Sacerdote que la sacia con su propia vida.
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-¿Quién dice la gente que soy yo?
28Ellos le contestaron:
-Juan Bautista; otros, Elías; otros, en cambio, uno de los profetas.
29Entonces él les preguntó:
-Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?
Intervino Pedro y le dijo:
-Tú eres el Mesías.
30Pero él les conminó a que no lo dijeran a nadie.
31Empezó a enseñarles que el Hombre tenía que padecer mucho, ser rechazado por los senadores, los sumos sacerdotes y los letrados, sufrir la muerte y, a los tres días, resucitar.
32 Y exponía el mensaje abiertamente. Entonces Pedro lo tomó consigo y empezó a increparlo. 33El se volvió y, de cara a sus discípulos, increpó a Pedro diciéndole:
-¡Quítate de mi vista, Satanás!, porque tu idea no es la de Dios, sino la humana.
COMENTARIOS I
v. 27 Salió Jesús con sus discípulos para las aldeas de Cesarea de Filipo. En el camino les hizo esta pregunta: «¿Quién dice la gente que soy yo?»
Reaparece el nombre de Jesús, que no se había mencionado desde 6,30, cuando la vuelta de los enviados, lo que sitúa la narración en un terreno más cercano a la historia. La escena se desarrolla en territorio pagano, donde los discípulos pueden estar más libres de la presión ideo¬lógica de su sociedad, en particular de los fariseos, y se plantea en ella la cuestión de la identidad de Jesús (4,41; 6,14-16). Las dos preguntas que Jesús hace a los discípulos corresponden a los dos momentos de la cura¬ción del ciego (8,24.27). En primer lugar les pregunta cuál es la opinión de la gente (los hombres) sobre su persona.
v. 28 Ellos le contestaron: «Juan Bautista; otros, Elías; otros, en cambio, uno de los profetas».
La gente adicta al sistema judío sigue teniendo las mismas opiniones sobre Jesús que aparecieron después del envío de los discípulos: lo iden¬tifica con figuras del pasado (Juan Bautista, Elías, un profeta) (cf. 6,14-16), con personajes reformistas, pero cuyo mensaje no realiza la expectativa que el pueblo ha ido acumulando a lo largo de su historia; la gente lo juzga positivamente, pero lo que han aprendido del Mesías les impide identificarlo con Jesús. Son gente adoctrinada por la institución judía y su opinión permanece inmóvil. Las señales mesiánicas que Jesús ha dado en los episodios de los panes no han tenido repercusión en ellos.
v. 29 Entonces él les preguntó: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» Respondió Pedro así «Tú eres el Mesías».
La segunda pregunta de Jesús, la decisiva, pretende averiguar si los discípulos continúan aún en la misma mentalidad de «los hombres» o si han comprendido las señales. Espera una respuesta distinta de la de la gente común. Pedro, por propia iniciativa, se hace portavoz del grupo (cf. 1,36). Su respuesta es clara: Tú eres el Mesías.
v. 30 Pero él les conminó a que no lo dijeran a nadie.
Esta declaración, sin embargo, no es aceptada por Jesús: el Mesías, determinado, se identifica con el de la expectación popular nacionalista, en concreto con la del «Mesías hijo de David» (cf. 12,35-37) (recuérdese el título del evangelio, 1,1: «Jesús, Mesías Hijo de Dios»): han sobrepasa¬do la opinión popular sobre Jesús y comprenden que inaugura una nueva época, la mesiánica, la del reinado de Dios, pero mezclan ese conocimiento con la concepción mesiánica nacionalista; en realidad, a pesar del esfuerzo de Jesús, no acaban de salir de «la aldea» (8,26). Por eso Jesús les conmina, como había hecho con los espíritus inmundos que lo habían reconocido como «el Consagrado por Dios» (1,24) o «el Hijo de Dios» (3,12), títulos equivalentes al de Mesías. La declaración que ha hecho Pedro es tan poco aceptable como aquéllas y Jesús no quiere que difundan esa opinión sobre él, pues podría suscitar un entusiasmo mesiánico falso.
Mc pone de relieve la resistencia de los discípulos/los Doce (segui¬dores procedentes del judaísmo) al universalismo del mensaje (4,11: «el secreto del Reino»), debido a su nacionalismo exclusivista. Es evidente el conflicto entre dos programas mesiánicos: el de los discípulos y el de Jesús.
v. 31 Empezó a enseñarles que el Hijo del hombre tenía que padecer mucho, siendo rechazado por los senadores, los sumos sacerdotes y los letrados y sufriendo la muerte, y que, a los tres días, tenía que resucitar.
La frase empezó a enseñarles (proponer el mensaje tomando pie del AT) queda completada por la que sigue al dicho de Jesús: «exponía el mensaje abiertamente» (32). Son las mismas que abrían y cerraban la enseñanza en parábolas a la multitud (4,2.33). Esta enseñanza (por pri¬mera vez a ellos) muestra que su incomprensión es tal, que se encuen¬tran al nivel «de los de fuera» (4,11); Jesús continúa la explicación que tuvo que darles después de aquel discurso (4,34); hasta ahora, todos sus esfuerzos por hacerlos comprender han sido vanos.
El contenido del dicho de Jesús corresponde, por tanto, al «secreto del Reino» expuesto en aquel discurso mediante las dos parábolas fina¬les: en el plano individual, lo que constituye al seguidor es la disposición a la entrega (4,26-29); en el plano social, la nueva comunidad universal no tendrá rasgos de esplendor y grandeza, pero ofrecerá acogida a todos los hombres que aspiren a la plenitud (4,30-32). El éxito de la persona y del mensaje depende de la calidad de la entrega.
Siendo enseñanza, no se trata de dar mera información, sino de comunicar un saber que el discípulo debe aplicar a su propia vida y con¬ducta.
Para aclarar a los discípulos la índole de su mesianismo, Jesús susti¬tuye el término «Mesías», perteneciente a la tradición judía, por el Hijo del hombre, de alcance universal, cuyas características han sido ya expuestas en el evangelio (2,10; 2,28): siendo portador del Espíritu de Dios (1,10), posee la condición divina, cima del desarrollo humano; su misión, ejercida con independencia de normas o leyes religiosas (2,28), es la de comunicar vida a los hombres, liberándolos de su pasado pecador (2,3-13). Pero la denominación «el Hijo del hombre», aunque designa primordialmente a Jesús, el prototipo de Hombre, se aplica, por exten¬sión, a los que de él reciben el Espíritu y siguen su camino; el dicho siguiente implica, por tanto, que lo que se afirma de Jesús afecta, en su medida, a todos sus seguidores.
Ahora bien, el destino de «el Hijo del hombre», portador del Espíritu, que constituye su ser e informa su actividad, tiene dos fases: padecer-morir y resucitar. Su actividad en favor de los hombres, en particular de los más oprimidos por el sistema religioso judío, suscita inevitablemente (tiene que) la hostilidad de los círculos de poder de ese sistema, que se oponen al desarrollo humano. Por eso ha de padecer mucho, frase que comprende desde el rechazo inicial por parte de las autoridades (ser rechazado) hasta su acto final (sufrir la muerte); las tres categorías que componen el Sanedrín judío, senadores (poder económico-político), sumos sacerdotes (poder religioso-político), letrados (poder ideológico), conside¬rarán intolerable su actividad. Es la reacción inevitable de un sistema social injusto al mensaje de Jesús. Pero la muerte del Hijo del hombre no será definitiva: la vida indestructible del Espíritu triunfará sobre ella (al tercer día resucitar, cf. Os 6,2).
v. 32 Y exponía el mensaje abiertamente. Entonces Pedro lo tomó consigo y empezó a conminarle.
Les exponía el mensaje, como antes a la multitud, pero abiertamente, sin parábolas (4,33). La reacción es inmediata: Pedro, que se hace de nuevo portavoz del grupo de discípulos (8,29), conmina a Jesús, como antes éste había conminado al grupo (8,30), es decir, considera que su concepto de Mesías rechazado y sujeto a la muerte es contrario al plan de Dios; lo anunciado por Jesús significa para Pedro el fracaso de todas sus aspira¬ciones; reafirma su idea de un Mesías poderoso y triunfador.
v. 33 El se volvió y, de cara a sus discípulos, conminó a Pedro diciéndo¬le: «¡Ponte detrás de mí, Satanás!, porque tu idea no es la de Dios, sino la hu¬mana».
Jesús, de cara a sus discípulos, a los que Pedro representa, conmina a su vez a Pedro: lo identifica con Satanás, el tentador, el enemigo del hombre y de Dios (1,13); la idea humana/de los hombres es la de la tradición farisea y rabínica (7,8), la de los que «no ven ni oyen» (8,24.27), opuesta a la de Dios. Se enfrentan dos mesianismos: el del Mesías Hijo de Dios (1,1; 14,61s), que se entrega por la humanidad (1,9-11), y el del Mesías hijo / sucesor de David (10,47.48; 12,35-37), victorioso y restaurador de Israel. De nuevo se presenta a Jesús la tentación del poder dominador (1,13.24.34; 3,11; 8,11), esta vez por parte de sus discípulos mismos.
Jesús pone en su sitio a Pedro (ponte detrás de mí) porque el seguidor pretendía ser seguido por Jesús.
II
La liturgia de la Palabra quiere hacernos caer en la cuenta de que quién iba a ofrecer el supremo sacrificio no sólo como sacerdote sino como rey, sería Jesús, quien no sólo ofrece, sino que se ofrece de manera plena por toda la humanidad. Por eso san Pablo afirma que la eucaristía, el sacrificio del Señor, es por todos y no por unos pocos; y que tal celebración debe llevar a la vivencia en comunión de la salvación de Dios en su Hijo dejando afuera el egoísmo. El apóstol ha estampado su reclamo a la comunidad de Corinto porque en ella se vivían escándalos al momento de celebrar la cena eucarística: se discriminaba a unos y se beneficiaba a otros. San Lucas nos comparte cómo Jesús, luego de una dura jornada, decide alimentar hasta la saciedad a una gran muchedumbre hambrienta, a pesar de las dificultades que en principio le presentaron los discípulos por no comprender cómo podría hacerlo. Él es Dios mismo; es quien alimenta, quien sirve, quien sacia a todos los que en él confían. La eucaristía es, por tanto, el banquete al que está invitada toda la humanidad; en el que encontrará al Sumo y Eterno Sacerdote que la sacia con su propia vida.
2 comentarios:
Hola, soy Marcos Emiliano Mesa, queria pedir ayuda ya que cree un blog para llevar el mensaje de Dios como hacen ustedes, por el medio masivo de la internet, viendo que es un medio tan utilizado hay que sacarle provecho.
Me gustaria que me ayude a difundir la pagina asi comienza a dar frutos, desde ya muchas gracias y cualquier cosa que necesite aviceme que mientras pueda estare.
saludos
Atte. Marcos Emiliano Mesa
Desde ya gracias por su disposicion, voy a agregar tu link a mis enlaces, espero estar entre los tuyos asi nos ayudamos mutuamente y publicamos nuestros blog
Atte. Marcos Emiliano Mesa
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