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martes, 27 de mayo de 2008

Evangelio del Día Comentado: Miércoles 28 de mayo


EVANGELIO
Marcos 10, 32-45

32Iban por el camino, subiendo a Jerusalén, y Jesús iba delante; ellos estaban desconcertados, y los que lo seguían iban con miedo. Otra vez se llevó con él a los Doce y se puso a decirles lo que estaba para sucederle:
33-Mirad, estamos subiendo a Jerusalén, y el Hombre va a ser entregado a los sumos sacerdotes y a los letrados: lo condenarán a muerte y lo entregarán a los paganos; 34se burlarán de él, lo azotarán y lo matarán, pero a los tres días resucitara.
35Se le acercaron los dos hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, y le dijeron:
-Maestro, queremos que lo que te pidamos lo hagas por nosotros.
36Él les preguntó:
-¿Qué queréis que haga por vosotros?
37Le contestaron ellos:
-Concédenos sentarnos uno a tu derecha y el otro a tu izquierda el día de tu gloria.
38Jesús les replicó:
-No sabéis lo que pedís; ¿sois capaces de pasar el trago que yo voy a pasar, o de dejaros sumergir por las aguas que me van a sumergir a mí?
39Le contestaron:
-Sí, lo somos. Jesús les dijo:
-El trago que voy a pasar yo, lo pasaréis, y las aguas que me van a sumergir a mi os sumergirán a vosotros; 40pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no está en mi mano concederlo más que a aquellos a quienes esté destinado.
41Al oírlo, los otros diez dieron rienda suelta a su indignación contra Santiago y Juan.
42Jesús los convocó y les dijo:
-Sabéis que los que figuran como jefes de las naciones las dominan, y que sus grandes les imponen su autoridad.
43No ha de ser así entre vosotros; al contrario, entre vosotros, el que quiera hacerse grande ha de ser servidor vuestro, 44y el que quiera ser primero, ha de ser siervo de todos; todos; 45porque tampoco el Hombre ha venido para que le sirvan, sino para servir y para dar su vida en rescate por todos.

COMENTARIOS I

v. 32 Iban por el camino, subiendo a Jerusalén, y Jesús iba delante; ellos estaban desconcertados, y los que lo seguían iban con miedo. Esta vez se llevó con él a los Doce y se puso a decirles lo que estaba para sucederle.

Continúa el camino de Jesús, ahora en su recta final, hacia Jerusalén.
Jesús va en cabeza. Suben con él los dos grupos de seguidores, los Doce (= los discípulos como nuevo Israel) y «los seguidores» no israelitas: la disposición de ánimo de cada grupo es diferente; los Doce están desconcertados; los seguidores van con miedo.

vv. 33-34 «Mirad, estamos subiendo a Jerusalén, y el Hijo del hombre va a ser entregado a los sumos sacerdotes y a los letrados: lo condenarán a muerte y lo entregarán a los paganos; se burlaran de él, le escupirán, lo azotaran y lo mataran, pero a los tres días resucitan».
Así como la primera y segunda predicción eran enseñanzas (8,31; 9,31), en correspondencia con la designación «los discípulos», esta tercera es información y se dirige a «los Doce». Solamente en ésta se nombra a Jerusalén y se afirma que las autoridades de Israel condenarán a muerte a Jesús y lo entregarán a los paganos. Se subrayan también los ultrajes que precederán a la muerte (se burlaran de él, etc.). La mención de Jerusalén, centro del sistema judío, y del papel que van a desempeñar las autoridades religioso-políticas mira directamente al nuevo Israel («los Doce»). Este no puede ya estar centrado en la ciudad/institución que entrega a la muerte al Hijo del hombre-Mesías, ni tampoco vinculado a la institución sacerdotal/templo (sumos sacerdotes) o a la Ley (letrados): tiene que desligarse de ese pasado, que ha desembocado en la traición a Dios.

vv. 35-37 Se le acercaron los dos hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, y le dijeron: «Maestro, queremos que lo que te pidamos lo hagas por nosotros». El les preguntó: «¿Qué queréis que haga por vosotros?» Le contestaron ellos: «Concédenos sentarnos uno a tu derecha y el otro a tu izquierda el día de tu gloria».
No hay reacción explícita de los Doce al anuncio de Jesús, pero, por la escena que sigue, queda patente que les ha resbalado. De hecho, como después del segundo anuncio de la muerte (9,31), se manifiesta también ahora la ambición del grupo (cf. 9,34). Santiago y Juan, «los Truenos» (= los autoritarios, 3,17), sin darse por enterados del anuncio anterior, esperan que Jesús ocupará el trono de Israel (el día de tu gloria) y, adelantándose al resto del grupo, solicitan para ellos los primeros puestos en el reino que imaginan.

v. 38 Jesús les replicó: «No sabéis lo que pedís; ¿sois capaces de pasar el trago que yo voy a pasar, o de dejaros sumergir por las aguas que me van a sumergir a mí?»
Jesús les reprocha su ignorancia, que nace de la resistencia a aceptar sus palabras (no sabéis los que pedís), y les propone otro programa: aceptar una muerte como la suya (cf. 8,34), expresada con dos figuras; pasar el trago (lit. «beber la copa»), que subraya el aspecto de voluntariedad (activo: «entregarse», cf. 4,29), y ser sumergido por las aguas (lit. «ser bautizado/sumergido»), que pone de relieve el de inevitabilidad (pasivo: «ser entregado», cf, 10,34).

vv. 39-40 Le contestaron: «Sí lo somos». Jesús les dijo: «El trago que voy a pasar yo, lo pasaréis, y las aguas que me van a sumergir a mí os sumergirán a vosotros; pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no está en mi mano concederlo mas que a aquellos para quienes es tan preparados».
Será la cruz el lugar donde se proclame la realeza de Jesús (15,26: «el rey de los judíos»), y los puestos a su derecha y a su izquierda corresponden a los de los crucificados con él (15,28). Jesús declara no poder asignar esos puestos más que a aquellos para quienes estén preparados, es decir, a aquellos que, al llegar el momento de la prueba (8,34: «cargar con su cruz»), respondan con una entrega como la suya. Ocupar esos puestos depende no de Jesús, sino de los discípulos.

v. 41 Al oírlo, los otros diez dieron rienda suelta a su indignación contra Santiago y Juan.
El deseo de poder y gloria de los dos hermanos hace estallar la indignación de los otros y causa división en el grupo (cf. 9,50); los diez, por oposición a «los dos» (35), recuerdan el cisma de las tribus (1 Re 12); la ambición de algunos rompe la unidad del nuevo Israel.

v. 42 Jesús los convocó y les dijo: «Sabéis que los que figuran como jefes de las naciones las dominan, y que sus grandes les imponen su autoridad».
Jesús toma como contraste para la conducta en la comunidad a los poderes paganos absolutos (los jefes de las naciones las dominan); implícitamente está poniendo en paralelo con éstos el ideal mesiánico de los discípulos. Los regímenes paganos institucionalizan la absoluta desigualdad entre los hombres, estableciendo una clase dominante (sus grandes). Conforme a las expectativas judías, los discípulos conciben un Mesías autoritario y exigente, tan pernicioso para el hombre como las regímenes paganos que tanto desprecian. La esencia del poder dominador es la misma en todos los casos.

v. 43 «No ha de ser así entre vosotros; al contrario, entre vosotros, el que quiera hacerse grande ha de ser servidor vuestro»...

Jesús pone de relieve el contraste de la nueva comunidad humana (el reino de Dios) con esa organización social. Excluye terminantemente todo dominio de unos sobre otros: la grandeza no consiste en pertenecer a una clase dominante, sino que se basa en el servicio; la ambición (el que quiera ser grande) no tiene más ámbito que ése (ha de ser servidor vuestro, cf. 9,35); tal debe ser la actitud de todos y cada uno dentro de la comunidad, actitud que, por ser de todos para con todos, crea la igualdad.

v. 44 ... «y el que quiera ser primero ha de ser siervo de todos»...
La denominación siervo/esclavo de todos (primera vez en Mc) alude a la situación de la humanidad pagana, donde la sociedad legitimaba la esclavitud (cf. 5,2-20; 7,24-31), y designa a los seguidores de Jesús en cuanto se ponen voluntariamente junto a los que sufren la opresión de los gobernantes (42: «las dominan, les hacen sentir su autoridad»); la denominación implica, pues, la misión entre los paganos y la solidaridad con los oprimidos de todos los pueblos.
Jesús caracteriza, por tanto, a sus seguidores como los que, dentro de la comunidad, son «servidores» (gr. diakonos, el que sirve por amor) y, respecto a la humanidad, «siervos», término explícitamente opuesto a toda concepción pagana de dominio y poder.

v. 45 ... «porque tampoco el Hijo del hombre ha venido para que le sirvan, sino para servir y para dar la vida en rescate por todos».
Jesús da la razón de lo anterior (porque). La denominación «el Hijo del hombre» presenta a Jesús como modelo de la plenitud humana a la que sus seguidores deben aspirar. En su comunidad, Jesús, el Hombre pleno, no va a ser, como los dominadores de la tierra y los grandes del mundo, un dueño que reclama superioridad y exige servicio; al contrario, va a prestar servicio a los suyos. Y el servicio del Hijo del hombre, el Hombre pleno, se refiere siempre al crecimiento, a la madurez y plenitud humana de todos.


II

En el evangelio, luego de que Jesús se dirija por tercera vez a los Doce para anunciarles el sacrifico al que va ser expuesto en Jerusalén, se presenta la escena de los Zebedeo, quienes reclamaban puestos de honor en la gloria de Jesús, sin saber lo que ello representaba en realidad. Jesús llama al servicio en humildad, aquél que capacita al creyente a dar testimonio de Dios en la sociedad y en las realidades que en ella compete. Lejos ha de estar de la mente del cristiano la posibilidad de expectativas de poder a partir de la experiencia creyente. Ser cristiano implica seguir al Maestro Jesús primordialmente en aquello tan significativo como desestabilizador para nosotros: «no vine a ser servido, sino a servir». Los cristianos estamos llamados a construir comunidad humana desde el poder del servicio, y no desde el poder por el poder que abusa y oprime a los pueblos.

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