EVANGELIO
Juan 17, 11b-19
Juan 17, 11b-19
11bPadre santo, guárdalos unidos a tu persona -eso que me has entregado-, para que sean uno como lo somos nosotros. 12Mientras estaba con ellos, yo los guardaba unidos a tu persona -eso que me has entregado-, y los protegí; ninguno de ellos se perdió, excepto el que iba a la perdición, y así se cumple aquel pasaje. 13Pero ahora me voy contigo, y hablo así en medio del mundo para que estén colmados de mi propia alegría. 14Yo les he entregado tu mensaje, y el mundo les ha cobrado odio porque no pertenecen al mundo, como tampoco yo pertenezco al mundo; 15no te ruego que los saques del mundo, sino que los guardes del Perverso.
16No pertenecen al mundo, como tampoco yo pertenezco al mundo. 17Conságralos con la verdad, verdad que es tu mensaje. 18Igual que a mí me enviaste al mundo, también yo los he enviado a ellos al mundo 19y por ellos me consagro yo mismo, para que también ellos estén consagrados con verdad.
11 «Padre santo, guárdalos unidos a tu persona -eso que me has entregado-, para que sean uno como lo somos nosotros».
Jesús pide al Padre por los suyos, para que mantenga a la comunidad unida a él. La unidad va a ser un tema recurrente en el resto del discurso.
“Santo” denota al que es incomparablemente excelso, pero significa al mismo tiempo “santificador”, es decir, el que hace participar a otros de la excelencia divina. De ahí que el apelativo “Padre Santo” prepare la petición final de esta oración: conságralos / santifícalos con la verdad.
Como los discípulos están unidos con Jesús, la vid verdadera, de quien reciben vida (15,1-8), así han de mantenerse unidos con el Padre, permanecer en el ámbito de su amor (cf. 15,10). De este modo mantendrán su propia unidad y no cederán al mundo hostil que los rodea.
Esa unión se realiza en los discípulos por la comunicación del Espíritu (14,16s), que, al crear la relación de amor con el Padre, lo hace presente y mantiene en el ámbito de su presencia. El objetivo último es la unidad. Como entre Jesús y el Padre, se trata de la unidad que produce el amor. Ella será la prueba visible del amor de Dios al hombre y hará realidad en el mundo la alternativa de Jesús.
Jesús va transmitiendo a la comunidad sus propios atributos: él ha sido la manifestación de la gloria-amor del Padre; ahora será la comunidad, con su unidad perfecta, la que la manifieste. La unidad es el presupuesto de la misión y, en cierto modo, su término.
12-13 «Mientras estaba con ellos, yo los guardaba unidos a tu persona -eso que me has entregado-, y los protegí; ninguno de ellos se perdió, excepto el que iba a la perdición, y así se cumple aquel pasaje. Pero ahora me voy contigo, y hablo así en medio del mundo para que estén colmados de mi propia alegría».
Hasta aquel momento, constituyendo el grupo y viviendo con él, Jesús lo ha mantenido unido al Padre, presente en él, y ha impedido que sucumba a sus propias contradicciones (6,16.21). Un discípulo, sin embargo, Judas, no ha respondido, ni siquiera en el último momento (13,26), al amor de Jesús y, al rechazar la vida, él mismo se pierde. Jesús se refiere al pasaje de Sal 41,10, citado en 13,18 (el que come el pan conmigo me ha puesto la zancadilla).
Menciona Jesús de nuevo su marcha, que ocasiona su oración. El tema de la alegría ha aparecido antes en el discurso, significando la que producen el fruto y la experiencia del amor de Jesús y del Padre (15,11). Aquí, la alegría de Jesús, de la que los discípulos van a verse colmados, es la que él experimenta en su unión definitiva con el Padre, después de haber realizado su obra. Es también la de ver que el designio de Dios comienza a realizarse en la historia.
14-15 «Yo les he entregado tu mensaje, y el mundo les ha cobrado odio porque no pertenecen al mundo, como tampoco yo pertenezco al mundo; no te ruego que los saques del mundo, sino que los guardes del Perverso».
El Padre había entregado los discípulos a Jesús, sacándolos del mundo (v. 6). Jesús les ha transmitido el mensaje del Padre, el mensaje del amor, que ha cambiado su escala de valores y hecho efectiva su separación. Al cumplirlo, los discípulos se han situado fuera de la esfera del mundo, y esto suscita el odio del sistema injusto, al comprobar éste que los que siguen a Jesús han desertado de sus filas. Lo mismo que Jesús no pertenece al mundo, así tampoco sus seguidores, que recorren su mismo camino con las mismas consecuencias.
La ruptura con el mundo no comporta, sin embargo, un alejamiento material. Han de permanecer en medio de la sociedad, pues en ella han de crear la alternativa, pero sin ceder a sus amenazas o halagos.
"El Perverso" es una nueva denominación de “el Enemigo” (8,44; 13,2), “Satanás” (13,27), el dios-dinero, principio generador (8,44: padre) del sistema de poder e injusticia. Es él quien inspira el modo de obrar propio del mundo injusto.
Jesús pide al Padre que guarde a los discípulos de ese enemigo. Ceder a la ambición y al deseo de provecho personal, los antípodas del amor al hombre, los llevaría a ser cómplices de la opresión; sería el fin de la comunidad de Jesús, pues se habría pasado a las filas del “mundo”. Nada peor podría sucederle que ostentar por un lado el nombre de Jesús y por otro asociarse a la injusticia, en connivencia con los poderes que dieron muerte a Jesús.
16-19 «No pertenecen al mundo, como tampoco yo pertenezco al mundo. Conságralos con la verdad, verdad que es tu mensaje. Igual que a mí me enviaste al mundo, también yo los he enviado a ellos al mundo, y por ellos llevo yo a término mi consagración, para que también ellos estén consagrados de verdad».
Jesús insiste una vez más en la ruptura de los discípulos con “el mundo”, que corresponde a la suya propia. Introduce así la petición siguiente, punto culminante de esta oración.
El Padre consagró a Jesús para su misión (10,36); Jesús le pide ahora que consagre a los discípulos de manera semejante a la suya, también para una misión. La consagración de Jesús se hizo por el Espíritu, que permanece sobre él como unción mesiánica (1,32). “Consagrar / santificar” significa, por tanto, comunicar el Espíritu Santo / santificador.
“La verdad” es la realidad de Dios, su amor sin límite, y esa verdad toma el lugar de la unción ritual. “Consagrar con la verdad" significa comunicar el Espíritu, la fuerza divina de amor y vida, que hace descubrir la verdad sobre Dios y sobre el hombre, porque, al ser comunicado a éste, produce en él una nueva experiencia de vida-amor que, en cuanto percibida y formulada, es la verdad (8,31s).
La misión de los discípulos tiene el mismo fundamento que la de Jesús, la consagración con el Espíritu, y las mismas consecuencias, la persecución por parte de la sociedad hostil (el mundo, cf. 15,18-25; 16,1-4a).
Jesús, que estaba ya consagrado por Dios para su misión (10,36), afirma ahora que va a llevar a término su consagración; alude a su muerte, que hará culminar su entrega.
Esto muestra que la consagración con el Espíritu no es pasiva, sino que exige la colaboración del hombre. Por parte de Dios consiste en capacitar para la misión que él confía, comunicando el Espíritu; por parte del que la recibe, en comprometerse a responder hasta el fin a ese dinamismo de amor y entrega. La muerte de Jesús, que permitirá la efusión del Espíritu, hará posible la consagración de los discípulos.
Como puede observarse, la realidad divina que se comunica al hombre recibe nombres diversos en este evangelio. Se llama "El Espíritu", en cuanto fuerza y principio vital que se recibe; el Espíritu da la experiencia del amor del Padre, y esta experiencia, en cuanto conocida, es "la verdad"; en cuanto fuerza que se posee, se llama "vida"; en cuanto actividad de la vida que tiende al don de sí para comunicar vida, es "amor"; en cuanto proclamada, "el mensaje"; como norma de vida, "el mandamiento"; traducida en la entrega, "la gloria” o resplandor visible del amor, que manifiesta a Dios en medio del mundo.
Jesús ora al Padre pidiendo para sus discípulos la unidad, la alegría, que los guarde de la maldad y que los consagre en la verdad. Que el evangelista insista tanto en la unidad, indica probablemente las dificultades que en este sentido experimentaban las primeras comunidades cristianas. Aunque hoy sigue siendo difícil, somos conscientes que unidad, comunión y comunidad son expresiones que deben identificar la vida de cualquier cristiano, en ambientes familiares, escolares, laborales o sociales. La evangelización («Buena Nueva») y la alegría van de la mano, porque no somos cristianos de sepulcros ni de miedos, sino de resurrección y de vida. El verdadero discípulo no ora para que lo saquen del mundo; al contrario, se esfuerza cada día para que, permaneciendo dentro él, pueda derrotar el proyecto del mal o de injusticia institucionalizada que amenaza a la humanidad. La última petición (v. 17) se refiere a ser consagrados en la verdad; una verdad que se identifica con el mensaje del Padre y que no es otro que el reino de Dios. Una verdad que debe desenmascarar a los falsos cristianos que manipulan el mensaje de Jesús para justificar actitudes injustas, excluyentes y violentas; una verdad, casi siempre amenazada, que a toda costa debemos defender.
16No pertenecen al mundo, como tampoco yo pertenezco al mundo. 17Conságralos con la verdad, verdad que es tu mensaje. 18Igual que a mí me enviaste al mundo, también yo los he enviado a ellos al mundo 19y por ellos me consagro yo mismo, para que también ellos estén consagrados con verdad.
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11 «Padre santo, guárdalos unidos a tu persona -eso que me has entregado-, para que sean uno como lo somos nosotros».
Jesús pide al Padre por los suyos, para que mantenga a la comunidad unida a él. La unidad va a ser un tema recurrente en el resto del discurso.
“Santo” denota al que es incomparablemente excelso, pero significa al mismo tiempo “santificador”, es decir, el que hace participar a otros de la excelencia divina. De ahí que el apelativo “Padre Santo” prepare la petición final de esta oración: conságralos / santifícalos con la verdad.
Como los discípulos están unidos con Jesús, la vid verdadera, de quien reciben vida (15,1-8), así han de mantenerse unidos con el Padre, permanecer en el ámbito de su amor (cf. 15,10). De este modo mantendrán su propia unidad y no cederán al mundo hostil que los rodea.
Esa unión se realiza en los discípulos por la comunicación del Espíritu (14,16s), que, al crear la relación de amor con el Padre, lo hace presente y mantiene en el ámbito de su presencia. El objetivo último es la unidad. Como entre Jesús y el Padre, se trata de la unidad que produce el amor. Ella será la prueba visible del amor de Dios al hombre y hará realidad en el mundo la alternativa de Jesús.
Jesús va transmitiendo a la comunidad sus propios atributos: él ha sido la manifestación de la gloria-amor del Padre; ahora será la comunidad, con su unidad perfecta, la que la manifieste. La unidad es el presupuesto de la misión y, en cierto modo, su término.
12-13 «Mientras estaba con ellos, yo los guardaba unidos a tu persona -eso que me has entregado-, y los protegí; ninguno de ellos se perdió, excepto el que iba a la perdición, y así se cumple aquel pasaje. Pero ahora me voy contigo, y hablo así en medio del mundo para que estén colmados de mi propia alegría».
Hasta aquel momento, constituyendo el grupo y viviendo con él, Jesús lo ha mantenido unido al Padre, presente en él, y ha impedido que sucumba a sus propias contradicciones (6,16.21). Un discípulo, sin embargo, Judas, no ha respondido, ni siquiera en el último momento (13,26), al amor de Jesús y, al rechazar la vida, él mismo se pierde. Jesús se refiere al pasaje de Sal 41,10, citado en 13,18 (el que come el pan conmigo me ha puesto la zancadilla).
Menciona Jesús de nuevo su marcha, que ocasiona su oración. El tema de la alegría ha aparecido antes en el discurso, significando la que producen el fruto y la experiencia del amor de Jesús y del Padre (15,11). Aquí, la alegría de Jesús, de la que los discípulos van a verse colmados, es la que él experimenta en su unión definitiva con el Padre, después de haber realizado su obra. Es también la de ver que el designio de Dios comienza a realizarse en la historia.
14-15 «Yo les he entregado tu mensaje, y el mundo les ha cobrado odio porque no pertenecen al mundo, como tampoco yo pertenezco al mundo; no te ruego que los saques del mundo, sino que los guardes del Perverso».
El Padre había entregado los discípulos a Jesús, sacándolos del mundo (v. 6). Jesús les ha transmitido el mensaje del Padre, el mensaje del amor, que ha cambiado su escala de valores y hecho efectiva su separación. Al cumplirlo, los discípulos se han situado fuera de la esfera del mundo, y esto suscita el odio del sistema injusto, al comprobar éste que los que siguen a Jesús han desertado de sus filas. Lo mismo que Jesús no pertenece al mundo, así tampoco sus seguidores, que recorren su mismo camino con las mismas consecuencias.
La ruptura con el mundo no comporta, sin embargo, un alejamiento material. Han de permanecer en medio de la sociedad, pues en ella han de crear la alternativa, pero sin ceder a sus amenazas o halagos.
"El Perverso" es una nueva denominación de “el Enemigo” (8,44; 13,2), “Satanás” (13,27), el dios-dinero, principio generador (8,44: padre) del sistema de poder e injusticia. Es él quien inspira el modo de obrar propio del mundo injusto.
Jesús pide al Padre que guarde a los discípulos de ese enemigo. Ceder a la ambición y al deseo de provecho personal, los antípodas del amor al hombre, los llevaría a ser cómplices de la opresión; sería el fin de la comunidad de Jesús, pues se habría pasado a las filas del “mundo”. Nada peor podría sucederle que ostentar por un lado el nombre de Jesús y por otro asociarse a la injusticia, en connivencia con los poderes que dieron muerte a Jesús.
16-19 «No pertenecen al mundo, como tampoco yo pertenezco al mundo. Conságralos con la verdad, verdad que es tu mensaje. Igual que a mí me enviaste al mundo, también yo los he enviado a ellos al mundo, y por ellos llevo yo a término mi consagración, para que también ellos estén consagrados de verdad».
Jesús insiste una vez más en la ruptura de los discípulos con “el mundo”, que corresponde a la suya propia. Introduce así la petición siguiente, punto culminante de esta oración.
El Padre consagró a Jesús para su misión (10,36); Jesús le pide ahora que consagre a los discípulos de manera semejante a la suya, también para una misión. La consagración de Jesús se hizo por el Espíritu, que permanece sobre él como unción mesiánica (1,32). “Consagrar / santificar” significa, por tanto, comunicar el Espíritu Santo / santificador.
“La verdad” es la realidad de Dios, su amor sin límite, y esa verdad toma el lugar de la unción ritual. “Consagrar con la verdad" significa comunicar el Espíritu, la fuerza divina de amor y vida, que hace descubrir la verdad sobre Dios y sobre el hombre, porque, al ser comunicado a éste, produce en él una nueva experiencia de vida-amor que, en cuanto percibida y formulada, es la verdad (8,31s).
La misión de los discípulos tiene el mismo fundamento que la de Jesús, la consagración con el Espíritu, y las mismas consecuencias, la persecución por parte de la sociedad hostil (el mundo, cf. 15,18-25; 16,1-4a).
Jesús, que estaba ya consagrado por Dios para su misión (10,36), afirma ahora que va a llevar a término su consagración; alude a su muerte, que hará culminar su entrega.
Esto muestra que la consagración con el Espíritu no es pasiva, sino que exige la colaboración del hombre. Por parte de Dios consiste en capacitar para la misión que él confía, comunicando el Espíritu; por parte del que la recibe, en comprometerse a responder hasta el fin a ese dinamismo de amor y entrega. La muerte de Jesús, que permitirá la efusión del Espíritu, hará posible la consagración de los discípulos.
Como puede observarse, la realidad divina que se comunica al hombre recibe nombres diversos en este evangelio. Se llama "El Espíritu", en cuanto fuerza y principio vital que se recibe; el Espíritu da la experiencia del amor del Padre, y esta experiencia, en cuanto conocida, es "la verdad"; en cuanto fuerza que se posee, se llama "vida"; en cuanto actividad de la vida que tiende al don de sí para comunicar vida, es "amor"; en cuanto proclamada, "el mensaje"; como norma de vida, "el mandamiento"; traducida en la entrega, "la gloria” o resplandor visible del amor, que manifiesta a Dios en medio del mundo.
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Jesús ora al Padre pidiendo para sus discípulos la unidad, la alegría, que los guarde de la maldad y que los consagre en la verdad. Que el evangelista insista tanto en la unidad, indica probablemente las dificultades que en este sentido experimentaban las primeras comunidades cristianas. Aunque hoy sigue siendo difícil, somos conscientes que unidad, comunión y comunidad son expresiones que deben identificar la vida de cualquier cristiano, en ambientes familiares, escolares, laborales o sociales. La evangelización («Buena Nueva») y la alegría van de la mano, porque no somos cristianos de sepulcros ni de miedos, sino de resurrección y de vida. El verdadero discípulo no ora para que lo saquen del mundo; al contrario, se esfuerza cada día para que, permaneciendo dentro él, pueda derrotar el proyecto del mal o de injusticia institucionalizada que amenaza a la humanidad. La última petición (v. 17) se refiere a ser consagrados en la verdad; una verdad que se identifica con el mensaje del Padre y que no es otro que el reino de Dios. Una verdad que debe desenmascarar a los falsos cristianos que manipulan el mensaje de Jesús para justificar actitudes injustas, excluyentes y violentas; una verdad, casi siempre amenazada, que a toda costa debemos defender.
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