En el capítulo 13 de Mateo leemos hoy la parábola de la cizaña, encabezando una serie de seis que comienzan con la misma frase: “Se parece el Reino de los cielos...”
Estos sencillos relatos intentan decir algo sobre el Reino de Dios, que es imposible decir de otra manera. Cuando tratamos de explicarlas, estamos diciendo lo que se puede decir de otra manera, por lo tanto, nunca podemos incluir en la explicación lo que las parábolas nos dicen de más.
El punto de inflexión en la parábola de la cizaña está en la respuesta ilógica de dueño del campo: ¡Dejadlos crecer juntos! Lo sensato sería la propuesta de los criados: arrancar la cizaña de inmediato para que no haga daño al trigo.
No encontrarás una manera más sencilla y más profunda de acercarnos al problema del mal. Todas las disquisiciones filosóficas saltan hechas añicos ante esta simple visión tan próxima a la vida.
Ni como individuos ni como institución; ni hacia dentro ni hacia fuera, hemos hecho puñetero caso de este evangelio. En todas las épocas, la norma ha sido la intolerancia, la intransigencia y la rigidez.
Nos hemos creído autorizados para señalar quién era trigo y quien era cizaña. No hemos tenido ningún empacho en arrancar la cizaña y echarla al fuego (incluso literalmente).
En los textos del concilio de Trento, se dice expresamente: el objetivo de las excomuniones es arrancar la cizaña…
El intento posterior de explicar la parábola quiere responder a la incoherencia que suponía para los primeros cristianos la presencia del Reino predicada por Jesús, y la realidad del mal, que continuaba en el mundo.
Como hizo el domingo pasado con el sembrador, Mateo alegoriza también la parábola de la cizaña. En esa explicación, refleja el afán moralizante, al resaltar la suerte de los que son trigo y de los que son cizaña.
Vamos a ser sinceros. La explicación que nos da Mateo no es más que un intento de salirse con la suya y negarse a aceptar las palabras de Jesús. Es como si dijera: “Sí, vamos a tener paciencia como nos pide el Maestro, pero debe quedar claro que al final, los malos serán quemados”.
Ese afán de obligar a la gente a “portarse bien” con amenazas, ha sacado conclusiones equivocadas con relación al juicio final. La idea de un premio y un castigo para el más allá, es un mito que no se puede entender al pie de la letra como lo han entendido nuestros abuelos.
Lo que Jesús nos dice sobre Dios, excluye absolutamente cualquier clase de represalia o castigo eterno. Nadie puede ser “quemado” del todo, porque nadie es radicalmente malo. Pero también, nadie puede ser tan bueno que no tenga algo que “quemar”.
El fuego en el que nos mete el Dios de Jesús, no destruye, purifica; no consume, aquilata. Será consumido todo lo que de cizaña quede en nosotros; y será salvado todo lo que de trigo haya en cada uno de nosotros. Dicho de otra manera, permanecerá de nosotros sólo lo que haya de trigo.
Jesús no pensó nunca en una comunidad de pluscuamperfectos, sino en una comunidad de seres humanos imperfectos, que están dispuestos a aguantarse, a aceptarse con sus defectos y a ayudarse para superarlos. Éste es el verdadero meollo del cristianismo.
Ya hemos dicho muchas veces que el ideal de perfección griego que nos han vendido como cristiano, no tiene nada de evangélico, y además, nos mete por un callejón sin salida.
No cabe duda que esta parábola refleja un cierto maniqueísmo. Se da por supuesto que Dios es bueno, pero tiene un enemigo que le hace la contra.
El dualismo, que es la base de la interpretación occidental de la realidad, nos impide comprender el evangelio, que nos está hablando siempre de la “no dualidad”. La única manera de superar el dualismo es caer en la cuenta de que el mal no tiene entidad propia, es sólo carencia de bien.
Porque tengo carencias, puedo progresar.
Decía la primera lectura: “el justo debe ser humano”. Nuestra religión se preocupa de que seamos más justos. Lo de ser más humanos le trae al fresco.
No tendremos ningún éxito contra el mal moral si no descubrimos su naturaleza precisa. La definición de pecado, que todos hemos aprendido, es una contradicción en los términos. Si hay pleno conocimiento de que una cosa es mala para mí, no puede haber adhesión de la voluntad. La voluntad no puede ser movida más que por el bien.
La “malicia” de una actitud humana no podemos encontrarla, en última instancia, en la voluntad, sino en el entendimiento. El mal es siempre fruto de una ignorancia.
Sólo con un mejor conocimiento, podremos luchar contra el mal. Sólo cuando descubramos que mis actitudes me hacen daño a mí y me deterioran como ser humano, estaré dispuesto a cambiarlas. Aquí está la razón de nuestro estrepitoso fracaso en la lucha contra el “pecado”.
Pero también podemos encontrar en esta sencilla explicación, la razón del mensaje que encierra la parábola. Nuestro conocimiento siempre será limitado, por lo tanto es imposible que un ser humano conozca perfectamente la razón de mal de todas sus acciones.
Es más, en muchas ocasiones es imposible saber de antemano si algo nos hace bien o nos hace daño. Sólo después de una experiencia podremos estar seguros de que algo es bueno o malo para mí.
Lo nefasto para cualquier ser humano no es fallar, sino el no aprender de los errores. Bien entendido que también tenemos capacidad de aprender de los aciertos o errores de los demás. Ésta sería la clave del progreso humano también en el orden religioso.
El mal, entendido como limitación no es una anormalidad que tenga que venir de fuera. Es la consecuencia inevitable de nuestra condición de criaturas. Lo anormal sería una persona perfecta. No sería un ser humano.
Potenciar el sentimiento de culpa no es la mejor manera de ayudar a crecer. En cada uno de nosotros se encuentra simultáneamente el trigo y la cizaña. ¿Es tan difícil darse cuenta de esto? Si lo tuviéramos en cuenta, ¿quién se atrevería a señalar al otro como cizaña?
Recordad aquella frase de Jesús: "Cómo puedes decirle a tu hermano, deja que te saque la mota del ojo, teniendo una viga en el tuyo".
En todos los tiempos se ha esperado una acción espectacular por parte de Dios para imponer su Reino. Esa actitud utópica impide descubrir su presencia, que está actuando en todo momento, pero de modo escondido.
La noticia está siempre en lo espectacular, por eso el Reino no es noticia. Lo cotidiano, lo sencillo no tiene ningún valor para los medios de comunicación.
Esto lleva a la frustración a todo el que no puede presentar una hoja de servicios espectacular. Mucha gente no tiene ninguna estima de sí mismo porque su vida es ordinaria. Ha caído en la trampa de la valoración mundana.
Cuando Jesús nos quiere decir quién es Dios, nos habla de las cosas más sencillas. Si queremos descubrir un verdadero ser humano, tenemos que analizar su manera de ser en las cosas más simples.
Y, si resultara que el mal no existe, ¿donde estaría el problema? Es curioso que en la Biblia, después del relato de la creación, después de haber creado, incluso al hombre, dice el texto: “...y vio Dios todo lo que había hecho y era muy bueno”. La manera de ver Dios la creación es muy distinta a la manera de verla el hombre. Esto podría ya hacernos sospechar que el mal no está en las cosas, sino en nuestra manera de verlas.
Llamamos mal físico a una carencia que percibimos en un ser. Pero sería una carencia de algo que debía tener según la naturaleza de ese ser. No llamamos malo a un árbol porque no tenga ojos, ni llamamos malo a un perro porque no tenga inteligencia. Pero, si un perro no tiene ojos, efectivamente sería un perro malo.
Comprender esto, es un paso muy importante. El mal es una carencia de una perfección debida. No tiene entidad propia, hace referencia siempre a una ausencia de algo. Pero el ser que sufre la carencia es bueno. Siempre que hablamos de mal, damos por supuesto que hay un ser, que lo hace posible.
El hecho de que la creación no sea estática, sino dinámica, exige la posibilidad de perfeccionarse. Pero al quedar abierta esa capacidad, se abre también la capacidad de deteriorarse. Un individuo deteriorado es tan natural como un individuo más perfecto.
Esto nos obliga a situar el problema del mal allí donde se encuentra: la carencia de perfección de las cosas. Pero resulta que esa carencia, no sólo no es un problema, sino que es la condición indispensable para que las cosas puedan existir. Si Dios creara algo sin ninguna limitación, no crearía nada porque lo creado sería Él mismo.
También lo que llamamos “mal moral” es consecuencia de una limitación. Esa limitación no me impide SER, pero me obliga a buscar mi perfección dentro de un margen. El ser humano no es malo, es limitado. Por intentar ser más de lo que es, deja de ser lo que puede ser.
La capacidad de orientar nuestras actitudes a un fin último bueno, está limitada por nuestro conocimiento imperfecto. Mi conocimiento limitado me lleva a elegir lo malo creyendo que es bueno.
No se necesita apelar a ningún pecado original, ni a ninguna maldad de la voluntad, mucho menos a un demonio que me tiente. Es simplemente una equivocación del entendimiento que presenta a la voluntad algo malo, como bueno.
Meditación-contemplación
Estos sencillos relatos intentan decir algo sobre el Reino de Dios, que es imposible decir de otra manera. Cuando tratamos de explicarlas, estamos diciendo lo que se puede decir de otra manera, por lo tanto, nunca podemos incluir en la explicación lo que las parábolas nos dicen de más.
El punto de inflexión en la parábola de la cizaña está en la respuesta ilógica de dueño del campo: ¡Dejadlos crecer juntos! Lo sensato sería la propuesta de los criados: arrancar la cizaña de inmediato para que no haga daño al trigo.
No encontrarás una manera más sencilla y más profunda de acercarnos al problema del mal. Todas las disquisiciones filosóficas saltan hechas añicos ante esta simple visión tan próxima a la vida.
Ni como individuos ni como institución; ni hacia dentro ni hacia fuera, hemos hecho puñetero caso de este evangelio. En todas las épocas, la norma ha sido la intolerancia, la intransigencia y la rigidez.
Nos hemos creído autorizados para señalar quién era trigo y quien era cizaña. No hemos tenido ningún empacho en arrancar la cizaña y echarla al fuego (incluso literalmente).
En los textos del concilio de Trento, se dice expresamente: el objetivo de las excomuniones es arrancar la cizaña…
El intento posterior de explicar la parábola quiere responder a la incoherencia que suponía para los primeros cristianos la presencia del Reino predicada por Jesús, y la realidad del mal, que continuaba en el mundo.
Como hizo el domingo pasado con el sembrador, Mateo alegoriza también la parábola de la cizaña. En esa explicación, refleja el afán moralizante, al resaltar la suerte de los que son trigo y de los que son cizaña.
Vamos a ser sinceros. La explicación que nos da Mateo no es más que un intento de salirse con la suya y negarse a aceptar las palabras de Jesús. Es como si dijera: “Sí, vamos a tener paciencia como nos pide el Maestro, pero debe quedar claro que al final, los malos serán quemados”.
Ese afán de obligar a la gente a “portarse bien” con amenazas, ha sacado conclusiones equivocadas con relación al juicio final. La idea de un premio y un castigo para el más allá, es un mito que no se puede entender al pie de la letra como lo han entendido nuestros abuelos.
Lo que Jesús nos dice sobre Dios, excluye absolutamente cualquier clase de represalia o castigo eterno. Nadie puede ser “quemado” del todo, porque nadie es radicalmente malo. Pero también, nadie puede ser tan bueno que no tenga algo que “quemar”.
El fuego en el que nos mete el Dios de Jesús, no destruye, purifica; no consume, aquilata. Será consumido todo lo que de cizaña quede en nosotros; y será salvado todo lo que de trigo haya en cada uno de nosotros. Dicho de otra manera, permanecerá de nosotros sólo lo que haya de trigo.
Jesús no pensó nunca en una comunidad de pluscuamperfectos, sino en una comunidad de seres humanos imperfectos, que están dispuestos a aguantarse, a aceptarse con sus defectos y a ayudarse para superarlos. Éste es el verdadero meollo del cristianismo.
Ya hemos dicho muchas veces que el ideal de perfección griego que nos han vendido como cristiano, no tiene nada de evangélico, y además, nos mete por un callejón sin salida.
No cabe duda que esta parábola refleja un cierto maniqueísmo. Se da por supuesto que Dios es bueno, pero tiene un enemigo que le hace la contra.
El dualismo, que es la base de la interpretación occidental de la realidad, nos impide comprender el evangelio, que nos está hablando siempre de la “no dualidad”. La única manera de superar el dualismo es caer en la cuenta de que el mal no tiene entidad propia, es sólo carencia de bien.
Porque tengo carencias, puedo progresar.
Decía la primera lectura: “el justo debe ser humano”. Nuestra religión se preocupa de que seamos más justos. Lo de ser más humanos le trae al fresco.
No tendremos ningún éxito contra el mal moral si no descubrimos su naturaleza precisa. La definición de pecado, que todos hemos aprendido, es una contradicción en los términos. Si hay pleno conocimiento de que una cosa es mala para mí, no puede haber adhesión de la voluntad. La voluntad no puede ser movida más que por el bien.
La “malicia” de una actitud humana no podemos encontrarla, en última instancia, en la voluntad, sino en el entendimiento. El mal es siempre fruto de una ignorancia.
Sólo con un mejor conocimiento, podremos luchar contra el mal. Sólo cuando descubramos que mis actitudes me hacen daño a mí y me deterioran como ser humano, estaré dispuesto a cambiarlas. Aquí está la razón de nuestro estrepitoso fracaso en la lucha contra el “pecado”.
Pero también podemos encontrar en esta sencilla explicación, la razón del mensaje que encierra la parábola. Nuestro conocimiento siempre será limitado, por lo tanto es imposible que un ser humano conozca perfectamente la razón de mal de todas sus acciones.
Es más, en muchas ocasiones es imposible saber de antemano si algo nos hace bien o nos hace daño. Sólo después de una experiencia podremos estar seguros de que algo es bueno o malo para mí.
Lo nefasto para cualquier ser humano no es fallar, sino el no aprender de los errores. Bien entendido que también tenemos capacidad de aprender de los aciertos o errores de los demás. Ésta sería la clave del progreso humano también en el orden religioso.
El mal, entendido como limitación no es una anormalidad que tenga que venir de fuera. Es la consecuencia inevitable de nuestra condición de criaturas. Lo anormal sería una persona perfecta. No sería un ser humano.
Potenciar el sentimiento de culpa no es la mejor manera de ayudar a crecer. En cada uno de nosotros se encuentra simultáneamente el trigo y la cizaña. ¿Es tan difícil darse cuenta de esto? Si lo tuviéramos en cuenta, ¿quién se atrevería a señalar al otro como cizaña?
Recordad aquella frase de Jesús: "Cómo puedes decirle a tu hermano, deja que te saque la mota del ojo, teniendo una viga en el tuyo".
En todos los tiempos se ha esperado una acción espectacular por parte de Dios para imponer su Reino. Esa actitud utópica impide descubrir su presencia, que está actuando en todo momento, pero de modo escondido.
La noticia está siempre en lo espectacular, por eso el Reino no es noticia. Lo cotidiano, lo sencillo no tiene ningún valor para los medios de comunicación.
Esto lleva a la frustración a todo el que no puede presentar una hoja de servicios espectacular. Mucha gente no tiene ninguna estima de sí mismo porque su vida es ordinaria. Ha caído en la trampa de la valoración mundana.
Cuando Jesús nos quiere decir quién es Dios, nos habla de las cosas más sencillas. Si queremos descubrir un verdadero ser humano, tenemos que analizar su manera de ser en las cosas más simples.
Y, si resultara que el mal no existe, ¿donde estaría el problema? Es curioso que en la Biblia, después del relato de la creación, después de haber creado, incluso al hombre, dice el texto: “...y vio Dios todo lo que había hecho y era muy bueno”. La manera de ver Dios la creación es muy distinta a la manera de verla el hombre. Esto podría ya hacernos sospechar que el mal no está en las cosas, sino en nuestra manera de verlas.
Llamamos mal físico a una carencia que percibimos en un ser. Pero sería una carencia de algo que debía tener según la naturaleza de ese ser. No llamamos malo a un árbol porque no tenga ojos, ni llamamos malo a un perro porque no tenga inteligencia. Pero, si un perro no tiene ojos, efectivamente sería un perro malo.
Comprender esto, es un paso muy importante. El mal es una carencia de una perfección debida. No tiene entidad propia, hace referencia siempre a una ausencia de algo. Pero el ser que sufre la carencia es bueno. Siempre que hablamos de mal, damos por supuesto que hay un ser, que lo hace posible.
El hecho de que la creación no sea estática, sino dinámica, exige la posibilidad de perfeccionarse. Pero al quedar abierta esa capacidad, se abre también la capacidad de deteriorarse. Un individuo deteriorado es tan natural como un individuo más perfecto.
Esto nos obliga a situar el problema del mal allí donde se encuentra: la carencia de perfección de las cosas. Pero resulta que esa carencia, no sólo no es un problema, sino que es la condición indispensable para que las cosas puedan existir. Si Dios creara algo sin ninguna limitación, no crearía nada porque lo creado sería Él mismo.
También lo que llamamos “mal moral” es consecuencia de una limitación. Esa limitación no me impide SER, pero me obliga a buscar mi perfección dentro de un margen. El ser humano no es malo, es limitado. Por intentar ser más de lo que es, deja de ser lo que puede ser.
La capacidad de orientar nuestras actitudes a un fin último bueno, está limitada por nuestro conocimiento imperfecto. Mi conocimiento limitado me lleva a elegir lo malo creyendo que es bueno.
No se necesita apelar a ningún pecado original, ni a ninguna maldad de la voluntad, mucho menos a un demonio que me tiente. Es simplemente una equivocación del entendimiento que presenta a la voluntad algo malo, como bueno.
Meditación-contemplación
¡Dejadlos crecer juntos!
Nunca hemos estado dispuestos a seguir esta intuición genial.
Dar libertad al otro, más allá de mis convicciones,
es mucho más de lo que nuestro individualismo puede soportar.
……………………….
Dios no me ama a mí porque soy bueno,
sino porque Él es amor en sí mismo.
De la misma manera, el amor que nos pide Jesús
no debe depender de lo que el otro sea.
…………….
Si te empeñas en arrancar la cizaña,
estás demostrando que no eres trigo limpio.
Como criatura, también la cizaña espera ser liberada.
Sólo siendo tú trigo más limpio, salvarás también la cizaña.
…………….
Nunca hemos estado dispuestos a seguir esta intuición genial.
Dar libertad al otro, más allá de mis convicciones,
es mucho más de lo que nuestro individualismo puede soportar.
……………………….
Dios no me ama a mí porque soy bueno,
sino porque Él es amor en sí mismo.
De la misma manera, el amor que nos pide Jesús
no debe depender de lo que el otro sea.
…………….
Si te empeñas en arrancar la cizaña,
estás demostrando que no eres trigo limpio.
Como criatura, también la cizaña espera ser liberada.
Sólo siendo tú trigo más limpio, salvarás también la cizaña.
…………….
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