Por José María Maruri, SJ
1. - Hoy el Jesús escondido y callado de los sagrarios y de las iglesias deja de serlo. Sale a la calle entre luces, cantos y flores, pero no es una procesión más, no es un acto de piedad más o menos discutible.
Detrás de esto hay o debe estar la fe, la convicción maravillosa de que el mismo Jesús, que circuló por calles y plazas de Judea y Galilea, ese mismo Jesús vive en nuestras ciudades. Es vecino nuestro. Sabemos dónde podemos encontrarle, podemos escribir su dirección en nuestra agenda. No le falta más que tener el Documento Nacional de Identidad, el DNI, porque está sobre toda nación y frontera.
2. - Hermanos, estas no son afirmaciones líricas, retóricas o piadosas. Es simplemente lo que vosotros y yo creemos, al menos, con la cabeza. Es decir, que la presencia de Jesús en la Eucaristía es tan real como que vosotros estáis ahí y yo aquí.
--¿Tiene Jesús la realidad, la concreción que tiene un amigo?
--¿Nos acordamos de Él?
--¿Le hacemos una visita informal o lo dejamos para el domingo?
--¿Le contamos nuestras cosas o le rezamos?
--¿Cuenta en nuestra vida día a día?
--¿Hablamos de Él con los demás?
--¿Cómo sale en nuestra conversación el nombre de nuestro amigo?
3. - Jesús en la Eucaristía es centro de unidad para todos nosotros.
--No sólo es ese lazo externo que nace de un amor común a un amigo mismo.
--No es sólo que la Eucaristía es un convite familiar en el que todos los hermanos nos sentamos alrededor de la misma mesa.
Es que Jesús es Eucaristía al dársenos en alimento. Es su forma de darnos una misma vida. Todos los comensales de esa misma mesa empezamos a vivir de un mismo principio de vida, que es la vida del mismo Dios, como la madre y el niño de sus entrañas.
¿Nos damos cuenta de la unión que esto produce? ¿La hermandad real que existe entre nosotros? Si por ese principio de vida nos llamamos en verdad hijos de Dios —como el hijo lo es de la madre— por la misma razón real somos verdaderos hermanos.
Esta hermandad no es un titulillo, ni blandengue, ni romántico, ni político. No tiene nada que ver con la tan cacareada “igualdad y fraternidad del pueblo”. No tiene que ver con las urnas. Tiene que ver con la esencia misma de nuestro ser espiritual.
4. - Por eso, desde siempre, no se puede separar Eucaristía y Hermandad. Por eso se reunían los cristianos trayendo cada uno lo que podía para comerlo todos juntos ante el altar. Por eso se recogían alimentos y ropas, para los que no podían asistir y estaban necesitados y lo recaudado se le llevaba después de la Eucaristía. Por eso se ha llegado a decir que no puede haber Eucaristía verdadera si no hay hermandad.
Examinemos todos:
--¿Es verdad que después de cada Eucaristía salimos más hermanos?
--¿Cuándo nos dicen “podéis ir en paz” nos sentimos relajados por haber cumplido una semana más o realmente nos llevamos esa paz y vida de Cristo en nosotros y la repartimos con los demás?
Detrás de esto hay o debe estar la fe, la convicción maravillosa de que el mismo Jesús, que circuló por calles y plazas de Judea y Galilea, ese mismo Jesús vive en nuestras ciudades. Es vecino nuestro. Sabemos dónde podemos encontrarle, podemos escribir su dirección en nuestra agenda. No le falta más que tener el Documento Nacional de Identidad, el DNI, porque está sobre toda nación y frontera.
2. - Hermanos, estas no son afirmaciones líricas, retóricas o piadosas. Es simplemente lo que vosotros y yo creemos, al menos, con la cabeza. Es decir, que la presencia de Jesús en la Eucaristía es tan real como que vosotros estáis ahí y yo aquí.
--¿Tiene Jesús la realidad, la concreción que tiene un amigo?
--¿Nos acordamos de Él?
--¿Le hacemos una visita informal o lo dejamos para el domingo?
--¿Le contamos nuestras cosas o le rezamos?
--¿Cuenta en nuestra vida día a día?
--¿Hablamos de Él con los demás?
--¿Cómo sale en nuestra conversación el nombre de nuestro amigo?
3. - Jesús en la Eucaristía es centro de unidad para todos nosotros.
--No sólo es ese lazo externo que nace de un amor común a un amigo mismo.
--No es sólo que la Eucaristía es un convite familiar en el que todos los hermanos nos sentamos alrededor de la misma mesa.
Es que Jesús es Eucaristía al dársenos en alimento. Es su forma de darnos una misma vida. Todos los comensales de esa misma mesa empezamos a vivir de un mismo principio de vida, que es la vida del mismo Dios, como la madre y el niño de sus entrañas.
¿Nos damos cuenta de la unión que esto produce? ¿La hermandad real que existe entre nosotros? Si por ese principio de vida nos llamamos en verdad hijos de Dios —como el hijo lo es de la madre— por la misma razón real somos verdaderos hermanos.
Esta hermandad no es un titulillo, ni blandengue, ni romántico, ni político. No tiene nada que ver con la tan cacareada “igualdad y fraternidad del pueblo”. No tiene que ver con las urnas. Tiene que ver con la esencia misma de nuestro ser espiritual.
4. - Por eso, desde siempre, no se puede separar Eucaristía y Hermandad. Por eso se reunían los cristianos trayendo cada uno lo que podía para comerlo todos juntos ante el altar. Por eso se recogían alimentos y ropas, para los que no podían asistir y estaban necesitados y lo recaudado se le llevaba después de la Eucaristía. Por eso se ha llegado a decir que no puede haber Eucaristía verdadera si no hay hermandad.
Examinemos todos:
--¿Es verdad que después de cada Eucaristía salimos más hermanos?
--¿Cuándo nos dicen “podéis ir en paz” nos sentimos relajados por haber cumplido una semana más o realmente nos llevamos esa paz y vida de Cristo en nosotros y la repartimos con los demás?
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