10 1De allí se marchó al territorio de Judea al otro lado del Jordán, y otra vez multitudes de gente se le fueron reuniendo por el camino. Según su costumbre, también esta vez se puso a enseñarles.
2Se acercaron unos fariseos y, con intención de tentarlo, le preguntaron si está permitido al marido repudiar a su mujer. 3El les replicó:
-¿Qué os mandó Moisés?
4Contestaron:.
-Moisés permitió repudiaría, dándole un acta de divorcio.
5jesús les dijo:
-Por lo obstinados que sois os dejó escrito Moisés ese mandamiento. 6Pero, desde el principio de la humanidad Dios los hizo varón y hembra; por eso el hombre dejará a su padre y a su madre 8y serán los dos un solo ser; de modo que ya no son dos, sino un solo ser. 9Luego lo que Dios ha unido, que no lo separe un hombre.
10En la casa, los discípulos le preguntaron a su vez sobre lo mismo. 11Él les dijo:
-El que repudia a su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra la primera; 12y si ella repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio.
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I
v. 10,1 De allí se marchó al territorio de Judea al otro lado del Jordán, y otra vez multitudes se le fueron reuniendo por el camino. Según su costumbre, también esta vez se puso a enseñarles.
Continúa el viaje hacia Jerusalén. La popularidad de Jesús se hace manifiesta también fuera de Galilea. El hecho de que enseñe a las multitudes que se suman a la comitiva muestra que éstas no han captado aún su mensaje (cf. 1,22; 2,13; 4,1; 6,34).
v. 2 Se acercaron unos fariseos y, con intención de tentarlo, le preguntaron si está permitido al marido repudiar a su mujer.
Los fariseos que se acercan a Jesús pretenden tentarlo (cf. 1,13: de Satanás; 8,11.33), es decir, ponerlo a prueba. Se debatía mucho en las escuelas rabínicas cuáles eran los motivos que justificaban el repudio, que estaba permitido por la Ley. Ahora quieren ver hasta qué punto lo acepta Jesús. El repudio significaba que el hombre podía despedir a su mujer por algún motivo, sin más explicación. Expresaba la superioridad del hombre y su dominio sobre la mujer y reflejaba, en la esfera doméstica, la opresión ejercida en todos los niveles de la sociedad judía.
vv. 3-5 El les replicó: «¿Qué os mandó Moisés?» Contestaron: «Moisés permitió repudiarla, dándole un acta de divorcio». Jesús les dijo: «Por lo obstinados que sois os dejó escrito Moisés ese mandamiento».
Jesús les pregunta sobre el fundamento de su postura. Cuando citan a Moisés, Jesús no se intimida: les declara abiertamente que, al dar ese precepto cediendo a la obstinación y dureza del pueblo, Moisés fue infiel a Dios y frustró el designio divino.
vv. 6-9 «Pero, desde el principio de la humanidad, Dios los hizo varón y hembra; por eso el ser humano dejará a su padre y a su madre y serán los dos un solo ser; de modo que ya no son dos, sino un solo ser. Luego lo que Dios ha emparejado, que un ser humano no lo separe».
El ideal del matrimonio está basado en el proyecto creador de Dios: un amor superior al de los padres realiza una identificación que excluye el dominio (serán los dos un solo ser). Contra toda la mentalidad y praxis de la cultura judía, Jesús afirma claramente la igualdad del hombre y de la mujer. No valen leyes humanas que destruyan esa igualdad querida por Dios. La mera decisión unilateral de un cónyuge no basta para anular el vínculo creado en la pareja (lo que Dios ha emparejado, que un ser humano no lo separe).
v. 10 En la casa, los discípulos le preguntaron a su vez sobre lo mismo.
De nuevo está Jesús en la casa/comunidad, y allí se vuelve a hacer patente la incomprensión de los discípulos (cf. 7,17; 9,28), quienes no pueden entender que se hable de igualdad entre el hombre y la mujer. Participan de la dureza y obstinación que ha reprochado Jesús a los fariseos y al pueblo.
vv. 11-12 El les dijo: «El que repudia a su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra la primera; y si ella repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio».
Jesús reafirma la igualdad mencionando las dos posibilidades contrarias: ni el hombre puede tomar esa decisión por su cuenta ni tampoco la mujer. Este último caso era inconcebible en la sociedad judía, aunque sí se daba en la sociedad romana.
II
Se desató la polémica por el tema del divorcio propuesto por los fariseos, y Jesús da actualidad al mandato inquebrantable del amor de pareja: «lo que Dios ha unido no lo separe el hombre».
Hoy en día es común que muchas parejas busquen el matrimonio no por la vivencia sacramental del Dios que bendice y santifica el amor de la pareja, sino como uno de tantos eventos sociales cuyos protocolos se han convertido en exigencias. Por cierto, todavía numerosas parejas buscan en el matrimonio perdurar unidas en el amor hasta que la muerte los separe, pero numerosas otras usan el matrimonio como instrumento para lograr una visa, una herencia, un estatus social, o, simplemente, para no estar solos. Factor importante en las crisis de parejas, tanto de las unidas en matrimonio como de las marginadas de él, es el miedo a que el amor se extinga y lleve a cada cual a tomar su propio camino. Jesús es enfático en la exigencia que nos lanza a sus seguidores: buscar en nuestras relaciones de pareja lo realmente esencial y trascendente: la vivencia del amor de dos personas unidas en el sacramento del matrimonio, unión que, pese a las dificultades, sigue recreándose a pesar del transcurso del tiempo en la vivencia renovada de la donación del uno al otro. Que el Señor guíe a nuestros matrimonios y los mantenga unidos en el amor que se hace sacramento de modo tan esencial en esa fusión que permite a un hombre y una mujer «no ser ya dos, sino uno solo».
2Se acercaron unos fariseos y, con intención de tentarlo, le preguntaron si está permitido al marido repudiar a su mujer. 3El les replicó:
-¿Qué os mandó Moisés?
4Contestaron:.
-Moisés permitió repudiaría, dándole un acta de divorcio.
5jesús les dijo:
-Por lo obstinados que sois os dejó escrito Moisés ese mandamiento. 6Pero, desde el principio de la humanidad Dios los hizo varón y hembra; por eso el hombre dejará a su padre y a su madre 8y serán los dos un solo ser; de modo que ya no son dos, sino un solo ser. 9Luego lo que Dios ha unido, que no lo separe un hombre.
10En la casa, los discípulos le preguntaron a su vez sobre lo mismo. 11Él les dijo:
-El que repudia a su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra la primera; 12y si ella repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio.
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I
v. 10,1 De allí se marchó al territorio de Judea al otro lado del Jordán, y otra vez multitudes se le fueron reuniendo por el camino. Según su costumbre, también esta vez se puso a enseñarles.
Continúa el viaje hacia Jerusalén. La popularidad de Jesús se hace manifiesta también fuera de Galilea. El hecho de que enseñe a las multitudes que se suman a la comitiva muestra que éstas no han captado aún su mensaje (cf. 1,22; 2,13; 4,1; 6,34).
v. 2 Se acercaron unos fariseos y, con intención de tentarlo, le preguntaron si está permitido al marido repudiar a su mujer.
Los fariseos que se acercan a Jesús pretenden tentarlo (cf. 1,13: de Satanás; 8,11.33), es decir, ponerlo a prueba. Se debatía mucho en las escuelas rabínicas cuáles eran los motivos que justificaban el repudio, que estaba permitido por la Ley. Ahora quieren ver hasta qué punto lo acepta Jesús. El repudio significaba que el hombre podía despedir a su mujer por algún motivo, sin más explicación. Expresaba la superioridad del hombre y su dominio sobre la mujer y reflejaba, en la esfera doméstica, la opresión ejercida en todos los niveles de la sociedad judía.
vv. 3-5 El les replicó: «¿Qué os mandó Moisés?» Contestaron: «Moisés permitió repudiarla, dándole un acta de divorcio». Jesús les dijo: «Por lo obstinados que sois os dejó escrito Moisés ese mandamiento».
Jesús les pregunta sobre el fundamento de su postura. Cuando citan a Moisés, Jesús no se intimida: les declara abiertamente que, al dar ese precepto cediendo a la obstinación y dureza del pueblo, Moisés fue infiel a Dios y frustró el designio divino.
vv. 6-9 «Pero, desde el principio de la humanidad, Dios los hizo varón y hembra; por eso el ser humano dejará a su padre y a su madre y serán los dos un solo ser; de modo que ya no son dos, sino un solo ser. Luego lo que Dios ha emparejado, que un ser humano no lo separe».
El ideal del matrimonio está basado en el proyecto creador de Dios: un amor superior al de los padres realiza una identificación que excluye el dominio (serán los dos un solo ser). Contra toda la mentalidad y praxis de la cultura judía, Jesús afirma claramente la igualdad del hombre y de la mujer. No valen leyes humanas que destruyan esa igualdad querida por Dios. La mera decisión unilateral de un cónyuge no basta para anular el vínculo creado en la pareja (lo que Dios ha emparejado, que un ser humano no lo separe).
v. 10 En la casa, los discípulos le preguntaron a su vez sobre lo mismo.
De nuevo está Jesús en la casa/comunidad, y allí se vuelve a hacer patente la incomprensión de los discípulos (cf. 7,17; 9,28), quienes no pueden entender que se hable de igualdad entre el hombre y la mujer. Participan de la dureza y obstinación que ha reprochado Jesús a los fariseos y al pueblo.
vv. 11-12 El les dijo: «El que repudia a su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra la primera; y si ella repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio».
Jesús reafirma la igualdad mencionando las dos posibilidades contrarias: ni el hombre puede tomar esa decisión por su cuenta ni tampoco la mujer. Este último caso era inconcebible en la sociedad judía, aunque sí se daba en la sociedad romana.
II
Se desató la polémica por el tema del divorcio propuesto por los fariseos, y Jesús da actualidad al mandato inquebrantable del amor de pareja: «lo que Dios ha unido no lo separe el hombre».
Hoy en día es común que muchas parejas busquen el matrimonio no por la vivencia sacramental del Dios que bendice y santifica el amor de la pareja, sino como uno de tantos eventos sociales cuyos protocolos se han convertido en exigencias. Por cierto, todavía numerosas parejas buscan en el matrimonio perdurar unidas en el amor hasta que la muerte los separe, pero numerosas otras usan el matrimonio como instrumento para lograr una visa, una herencia, un estatus social, o, simplemente, para no estar solos. Factor importante en las crisis de parejas, tanto de las unidas en matrimonio como de las marginadas de él, es el miedo a que el amor se extinga y lleve a cada cual a tomar su propio camino. Jesús es enfático en la exigencia que nos lanza a sus seguidores: buscar en nuestras relaciones de pareja lo realmente esencial y trascendente: la vivencia del amor de dos personas unidas en el sacramento del matrimonio, unión que, pese a las dificultades, sigue recreándose a pesar del transcurso del tiempo en la vivencia renovada de la donación del uno al otro. Que el Señor guíe a nuestros matrimonios y los mantenga unidos en el amor que se hace sacramento de modo tan esencial en esa fusión que permite a un hombre y una mujer «no ser ya dos, sino uno solo».
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